martes, 14 de junio de 2011

El líder que aspira a perpetuarse


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'Tayyip Baba' pretende convertirse en el nuevo padre de los turcos.
Altanero. Carismático tras arrasar dos veces en las urnas y amarrar Turquía a Europa. Prágmatico, arrogante siempre. El tribuno que enciende a las masas de Anatolia en campaña también puede ser héroe en la plaza de Tahrir por exigir la dimisión de Mubarak. Pero sus críticos aún se preguntan si tendrá una agenda integrista oculta tras su bigote cortado a cepillo.
Del barrio de Kasimpasa procede la leyenda urbana de que de niño vendía simit (rosquillas con sésamo) por las empinadas callejuelas que desembocan en el Cuerno de Oro. Lo cierto es que, mozo bien plantado, Recep Tayyip Erdogan jugaba en el equipo de fútbol de ese distrito popular de Estambul, en un estadio rebautizado ahora con el nombre del primer ministro de Turquía. Era un adolescente recién llegado a Estambul, como otros millones de inmigrantes en la gran metrópolis turca, que vino desde Rize, en la costa del mar Negro, donde hace 57 años, cuando nació, su padre era marino. Y entre simit y regates, estudió el bachillerato en un imam hatip (seminario islámico), como otros chicos despiertos sin recursos.
Pocos en el barrio tuvieron su suerte: estudiar Empresariales en la Universidad de Mármara y colocarse después como gestor en la Empresa de Transportes del Área Metropolitana de Estambul. Pero todos le consideran ahora el orgullo de Kasimpasa. Alcalde de Estambul. Diputado. Primer ministro. Probablemente será también el próximo presidente de Turquía y heredará el cargo fundado por Mustafá Kemal, Atatürk (el padre de los turcos), en 1923.
Piadoso lector del Corán, conoció en la Universidad al profesor Necmettin Erbakan, patriarca del movimiento islamista turco y su mentor político. Y de la mano del Partido del Bienestar de Erbakan (efímero primer ministro entre 1996 y 1997) conquistó la alcaldía de Estambul con un programa de obras en los barrios y lucha contra la corrupción. El derrocamiento de su jefe de filas tras un golpe militar "posmoderno" en el que los generales ni siquiera tuvieron que sacar los tanques a las calles, amenazó también con llevarse por delante su carrera política.
Erdogan fue condenado en 1998 por "incitación al odio religioso". Los fiscales basaron su acusación en la lectura de un poema otomano: "Las mezquitas son nuestros cuarteles, los alminares nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos y los creyentes nuestros soldados". Cumplió cuatro meses de cárcel y quedó inhabilitado para ejercer cargos políticos. Pero rompió con el islamismo nacionalista y extremo de Erbakan para fundar con otros dirigentes jóvenes -como Abdulá Gül, actual presidente turco- en 2001 el Partido de la Justicia y el Desarrollo o Partido AK (limpio, en turco), inspirándose en el modelo de los democristianos europeos para aunar religión y política.
El resto ya está en los libros de historia. La victoria electoral de su partido en 2002, que propició su rehabilitación política con su llegada al poder. El comienzo del proceso de adhesión de Turquía a la UE en 2005. La firmeza democrática ante las amenazas de golpe de Estado colgadas en Internet por la cúpula de las Fuerzas Armadas en 2007, que propició un segundo arrollador triunfo en las urnas poco después. Pero los turcos recordarán sobre todo que bajo sus mandatos han triplicado la renta per cápita y que viven en un país considerado ya como potencia emergente dentro del G-20.
Ha prometido que pactará una Constitución de consenso con la oposición, pero en el fondo sueña con un modelo presidencialista para poder seguir en el poder hasta 2023. Al Erdogan de Kasimpasa le pierde siempre la intemperancia de carácter. "Si hubiese estado en el Gobierno cuando fue detenido, habría enviado a la horca a Abdalá Ocalan", acaba de declarar en plena campaña al referirse al jefe de la guerrilla kurda del PKK, encarcelado a perpetuidad en una isla del mar de Mármara. "Terco e hiperactivo", como aparece descrito en los documentos diplomáticos de EE UU filtrados por Wikileaks, soporta mal las críticas de la prensa, incluso se ha querellado por caricaturas políticas. Aunque no precisamente por sus denuncias, en Turquía hay cerca de 60 periodistas encarcelados, más que en China. Su Gobierno prepara también la imposición de filtros generalizados en Internet so pretexto de proteger a la infancia. Las páginas de reformismo de Tayyip Baba (papi), como muchos turcos le apodan ya, empiezan a estar manchadas con los inevitables borrones que echan los líderes cuando tienden a perpetuarse en el poder.

Por J. C. SANZ | Ankara from elpais.com  12/06/2011

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