Todos saben cuál es el aspecto de Jesús. Es la figura más retratada del arte occidental. En todo sitio se le reconoce como alguien de cabello largo y barba, que viste una túnica larga con mangas largas, a menudo blanca, y un manto, a menudo azul.
Jesús es tan familiar que su rostro puede ser reconocido en panqueques o hasta tostadas. ¿Pero realmente se veía así?
Probablemente no.
De hecho, esta imagen familiar de Jesús viene de la época bizantina, del siglo IV en adelante, y las representaciones bizantinas de Jesús eran simbólicas. Estaban cargadas de significado, pero necesariamente de precisión histórica.
Se basaban en la imagen de un emperador entronizado, como se ve en el mosaico del altar de la iglesia de santa Pudenziana en Roma.
En este, Jesús lleva puesta una túnica dorada. Aparece como el gobernante celestial del mundo y es muy similar a la famosa estatua de Zeus con cabello largo y barba, en un trono.
La estatua de Zeus era tan conocida que el emperador romano Augusto mandó a hacer una copia que lo representara a él en el mismo estilo, pero sin el cabello largo ni la barba.
Los artistas bizantinos, esperando mostrar el reinado celestial de Cristo como rey cósmico, lo representaron como una versión más joven de Zeus.
Lo que pasó a lo largo del tiempo es que esta visualización de Cristo celestial –hoy a veces reelaborada con estilo hippie– se volvió nuestro modelo estándar de Jesús. Entonces, ¿cómo lucía realmente Jesús? Vayamos desde la cabeza hasta la punta de los pies.
1. Cabello y barba
Cuando los primeros cristianos no mostraban a Jesús como un gobernante celestial, lo mostraban como un hombre de verdad, como cualquier otro: sin barba y cabello corto. Pero tal vez, como una especie de sabio errante, Jesús pudo haber tenido una barba, por la simple razón de que no iba a peluqueros. Se pensaba que el aspecto desaliñado general y la barba diferenciaban a un filósofo (quien pensaba en cosas más elevadas) del resto.
El filósofo estoico Epícteto consideraba este aspecto como “acorde con la Naturaleza”.
En cambio, en el siglo I del mundo greco romano, estar afeitado y con pelo corto se consideraba absolutamente esencial.
Una gran melena de exuberante cabello y una barba eran características atribuidas a los dioses, que no se replicaba en la moda masculina. Incluso los filósofos mantenían su cabello bastante corto.
La barba no era un distintivo de los judíos en la antigüedad. De hecho, uno de los problemas para los opresores de los judíos en diferentes momentos era identificarlos, ya que lucían como todo el mundo (idea señalada en el libro de los Macabeos).
Sin embargo, las monedas emitidas por Roma después de la toma de Jerusalén en el 70 d.C. muestran judíos cautivos que llevan barba.
Así que Jesús, un filósofo con look “natural”, puede haber tenido una barba corta, como los hombres representados en las monedas judías, pero su pelo probablemente no era muy largo.
Si hubiera tenido el pelo aunque sea un poco largo, hubiéramos esperado alguna reacción. A los hombres judíos que tenían barbas desaliñadas y el pelo ligeramente largo, se les identificaba inmediatamente como hombres que habían tomado un voto nazareo.
Esto significaba que debían dedicarse a Dios por un periodo de tiempo, no tomar vino ni cortarse el pelo.
Al final de este periodo, se afeitaban las cabezas en una ceremonia especial en el templo de Jerusalén (como se describe en Hechos, capítulo 21, versículo 24).
Pero Jesús no seguía un voto nazareo, porque frecuentemente se le encuentra tomando vino. De hecho, sus críticos lo acusan de tomar mucho (Mateo, capítulo 11, versículo 19).
Si hubiese tenido cabello largo y lucido como un nazareo, hubiéramos esperado algún comentario de la discrepancia entre su aspecto y su comportamiento.
2. Ropa
En el tiempo de Jesús, los hombres ricos vestían largas túnicas para ocasiones especiales, para mostrar su alto estatus en público.
En una de sus enseñanzas, Jesús dice: “Cuídense de los escribas, que desean caminar en túnicas largas y recibir saludos en los mercados y tener los asientos más importantes en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes” (Marco, capítulo 12, versículo 38, 39).
Los dichos de Jesús generalmente se consideran las partes más precisas de los Evangelios, así que a partir de esto podemos asumir que realmente Jesús no vistió esas túnicas.
Además, en el contexto de Jesús, un hombre hubiera vestido una túnica hasta la rodilla, y una mujer, una túnica hasta los tobillos. Cambiarlas hubiera llamado la atención.
Por eso, en los Hechos de Pablo, cuando Tecla, una mujer, viste una túnica corta (masculina), sorprende a sus contemporáneos. Estas túnicas tenían a menudo bandas desde los hombros hasta la basta y podían ser tejidas como una pieza.
Encima de la túnica uno solía vestir un manto. Sabemos que Jesús vistió uno de estos porque esto es lo que una mujer tocó cuando quiso ser curada por él (ver Marco, capítulo 5 versículo 27).
Un manto era una pieza larga de lana, aunque no muy gruesa. Para calentarse uno hubiera tenido que ponerse dos.
El manto, que podía llevarse en varias formas, como un envoltorio, colgaba por debajo de las rodillas y podía cubrir completamente la túnica corta.
El poder y el prestigio de la persona eran indicados por la calidad, tamaño y color de los mantos. El púrpura y ciertos tipos de azul indicaban grandeza y estima.
Estos eran colores de la realeza porque los tintes usados para hacerlos eran muy raros y caros.
Pero los colores también podían indicar algo más. El historiador Josefo describe a los zelotes (un grupo judío que quería sacar a los romanos de Judea) como un grupo de travestis que usaban “mantos teñidos”, indicando que eran vestimenta de mujer.
Esto sugiere que los hombres de verdad, a menos que pertenecieran a un estatus más alto, debían vestir ropa sin teñir.
Sin embargo, Jesús no se vestía de blanco. Este color requería de blanqueo y en Judea se asociaba con un grupo llamado esenios, que seguían una interpretación estricta de la ley judía.
La diferencia entre la ropa de Jesús y la ropa brillante y blanca se describe en Marco, capítulo 9, cuando tres apóstoles acompañan a Jesús a una montaña para orar y él comienza a irradiar luz.
Marco detalla que el manto de Jesús "empezó a resplandecer, intensamente blanco, tanto que ningún blanqueador en la tierra hubiera podido dejarlo más blanco”.
Antes de su transfiguración, Jesús es presentado por Marco como un hombre ordinario, que vestía ropa ordinaria, es decir, lana sin teñir.
Los Evangelios nos dicen más cosas de la ropa de Jesús durante su ejecución, cuando los soldados romanos dividen sus mantos en cuatro partes (ver Juan, capítulo 19, versículo 23).
Uno de estos probablemente era el manto de oración judío. A este manto con borlas se refiere específicamente Jesús en Mateo, capítulo 23, versículo 5.
Este era un manto ligero, hecho generalmente de lana sin teñir, de color crema y probablemente tenía una raya o trama de color índigo.
3. Pies
En los pies, Jesús debe haber llevado sandalias. Todos usaban sandalias. En las cuevas del desierto cercano al Mar Muerto, se encontraron sandalias de la época de Jesús y se puede ver exactamente cómo lucían.
Eran muy simples, con las suelas hechas de plantas gruesas de cuero, y las partes superiores, de tiras de cuero que pasaban entre los dedos.
4. Rostro
¿Y qué hay de las características del rostro de Jesús? Eran judías. Que Jesús era judío (o de Judea) es cierto, como se ha encontrado repetidas veces en una amplia variedad de literatura, incluso en las cartas de Pablo.
La Carta a los Hebreos dice: “Está claro que nuestro Señor descendía de Judá”. Así que ¿cómo imaginamos a un judío de ese tiempo, a un hombre “de unos 30 años cuando empezó”, de acuerdo a Lucas, capítulo 3?
El 2001, el antropólogo forense Richard Neave creó un modelo de hombre galileo para el documental "Hijo de Dios" de la BBC, con base en una calavera encontrada en la región.
No dijo que fuera la cara de Jesús. Solo tenía la intención de hacer que la gente lo considere como a un hombre de su tiempo y lugar, ya que nunca nos dijeron que luciera distinto.
Por todo lo hecho con modelamiento en huesos antiguos, se cree que la imagen más cercana de cómo Jesús lucía realmente se encuentra en la representación de Moisés, en los muros de la sinagoga de Dura Europos, del siglo III.
Moisés es imaginado con ropa sin teñir y con un manto con borlas en las esquinas.
De cualquier manera, esta imagen es mucho más apropiada para imaginar al Jesús histórico que las adaptaciones del Jesús bizantino: tiene pelo corto, una barba ligera y lleva puesta una túnica corta, con mangas cortas y un manto.
La Navidad es una de las tradiciones más prolongadas en el tiempo, y también una de las más complejas
Ante una pregunta con la que da pie a este artículo, uno se siente inclinado a dar por supuesto que la celebración de la Navidad arranca del propio acontecimiento explícito que celebran: el nacimiento de Jesús de Nazaret. Sin embargo, ningún estudio ha sido capaz de demostrar fehacientemente cuándo pudo haber nacido Jesús de Nazaret y, lo que es más inquietante, sigue sin existir prueba arqueológica que demuestre que la persona a la que reconocemos con ese nombre existiera, ni antes ni después del año cero de su propia era. A pesar de la incertidumbre científica, la Navidad es una de las tradiciones más prolongadas en el tiempo y también una de las más complejas, incluyendo un extenso calendario de eventos festivos que abarca casi tres semanas de rituales, costumbres, símbolos, mitos, ceremonias, leyendas, creencias y convenciones alrededor de las que nos reunimos un tercio de los terrícolas por lo menos (el equivalente a los dos mil millones de cristianos que habitan el planeta).
Imagínese la cantidad de variaciones que podríamos hallar entre las navidades hawaianas, la copta en Egipto o la que celebran los inuit de Groenlandia con su tradicionalkiviak
Las formas de celebrar la Navidad son tantas como celebrantes. Si en una familia ya puede ser difícil ponernos de acuerdo sobre si el besugo es más apropiado que el capón para la cena de Nochebuena, imagínese la cantidad de variaciones que podríamos hallar entre las navidades hawaianas, la copta en Egipto o la que celebran los inuit de Groenlandia con su tradicionalkiviak (carne de ave fermentada en el cuerpo de una foca). En la actualidad, muchas costumbres se han ido mimetizando como efecto de la masiva presencia de medios de comunicación de masas y la hegemonía cultural de los países anglosajones en estos medios. Sin embargo, algunas de las tradiciones navideñas fueron coincidiendo tiempo atrás, como efecto de otros procesos globales de hegemonía cultural, especialmente la cristianización. En este sentido hay dos tradiciones que a menudo damos por sentadas pero que tienen orígenes controvertidos: la fecha misma en la que celebramos la Navidad y su desconcertante relación con dar regalos. ¿Cuándo surgieron y por qué? ¿Qué relación existe entre ambas cosas?
El nacimiento de Jesús y otras celebraciones del 25 de diciembre
Algunos historiadores y muchos paganos contemporáneos sostienen que las celebraciones que en nuestro calendario coinciden con el final de diciembre y el principio de enero no tenían su origen en la celebración cristiana sino, mucho antes, en los cultos agrarios que celebrarían el solsticio de invierno, que se caracteriza por ser la época en la que los días comienzan a alargarse de nuevo. Ciertamente, en estas fechas los romanos celebraban las festividades dedicadas a Saturno, dios del tiempo y la agricultura, que también incluían el intercambio de regalos y terminaban con la festividad del Sol Invicto el día 25 de Diciembre. Las saturnales se empezaron a celebrar al menos cuatro siglos antes de que el culto Sol Invictus adoptara una cierta autonomía ya con Aureliano en el siglo II d.C. Esta autonomía que el culto al Sol va ganando sobre el culto a los dioses agrarios tiene interés porque representa una forma particular de evolución del politeísmo al monoteísmo que se ha dado numerosas veces en la historia de las religiones antiguas.
Hasta cierto punto, esta tendencia preparaba el advenimiento del cristianismo imperial romano que prohibiría la festividad del Sol Invictus y otras muchas mediante el célebre edicto de Tesalónica dictado por Teodosio en el año 380. Pero ya antes de esa fecha los Padres de la Iglesia habían visto en el simbolismo del Sol Victorioso una imagen ajustada a su propia visión de Cristo, centrada en la victoria del Dios resucitado sobre la oscuridad de la muerte, aunque representado en la imagen de un bebé. Y es que también al Sol Invictus se le representaba como un bebé. Y también era un bebé el más antiguo dios resucitado Osiris, hijo de la otra célebre virgen de la antigüedad, Isis, a la que las primeras imágenes de la Virgen imitan.
Algunos cristianos rechazan esta teoría, pero el catolicismo romano acepta ampliamente que la fecha de la Navidad es una convención, como muestra la afirmación de Juan Pablo II: “A los cristianos les pareció lógico y natural sustituir esa fiesta con la celebración del único y verdadero Sol, Jesucristo, que vino al mundo para traer a los hombres la luz de la verdad” (1993, asamblea general 22 de Diciembre). Gracias al cronógrafo de Filócalo sabemos que al menos desde 336 (con el Papa Julio I) el nacimiento de Jesús se celebraba el 25 de Diciembre en Roma. En el año 440, el Papa León Magno estableció esta fecha para la conmemoración de la Natividad y ya en 529 el emperador Justiniano la declara oficialmente festividad del Imperio.
Sigue sin existir prueba arqueológica que demuestre que la persona a la que llamamos "Jesús de Nazaret" existiera
Aquellas iglesias cristianas que no se han regido por los concilios romanos, como la copta o la siria, celebran el nacimiento de Jesús coincidiendo con la Epifanía, nuestro día de Reyes, cuando se supone que el nacimiento de Jesús se da a conocer. Y también hay quien la celebra cuando simplemente cuando le viene bien, como se decretó en Venezuela en 2013 adelantando la fecha al 1 de noviembre, declarando la festividad nacional de la “Navidad Temprana”. Sea como sea, nada sabemos de las fechas históricas de estos hechos celebran, ni sabemos tampoco si tales hechos son uno de los rumores más exitosos de la historia o realmente aconteció algo parecido.
Los regalos, los Reyes Magos y Santa Claus
El reparto de regalos es una costumbre asociada simbólicamente con la prosperidad en diversas culturas. Existe la creencia en que dar y recibir bienes no es únicamente un acto social o económico, sino que propicia la abundancia, las cosechas generosas y otros dones posibles, entre ellos los bienes de salvación que se reciben en la otra vida. La antigua celebración del Sol Invictus, culminación de unas festividades de origen agrario, incluían el intercambio recíproco de regalos. La fiesta de la Natividad que la sustituyó después, tanto si se celebraba el 25 de Diciembre como si se celebra en la Epifanía de Enero, presenta este mismo rasgo. Probablemente no existe una continuidad histórica entre ambas costumbres (no se ha probado), pero es una coincidencia simbólica y estructural que caracteriza a la Navidad como una época propiciatoria de la abundancia, done la generosidad se pone en juego, se da y se espera, recíprocamente. Naturalmente, las figuras que en el cristianismo han representado icónicamente estas ideas son los Reyes Magos y Santa Claus, pero ambas tienen orígenes muy diferentes.
En el caso de los Reyes Magos, sabemos que su origen es bíblico. En el capítulo segundo del Evangelio de Mateo se cita a unos magos desconocidos que se presentaron en Jerusalén preguntado por “el Rey de los Judíos”. Los ancianos y sacerdotes de Jerusalén los mandaron a Belén de Judea y, siguiendo una estrella que ya habían avistado desde su Oriente original, llegaron a Belén y presentaron sus regalos a María. Aunque en distintas épocas y textos se ha discutido sobre el número de los magos de Oriente, las primeras representaciones artísticas occidentales los limitan a tres, uno por cada especie que ofrecen como regalo.
Preocupado porque San Nicolás y sus regalos eclipsaran la relevancia de Jesús en la celebración de su nacimiento, Lutero sugirió cambiar el nombre del santo y usar otros para referirnos a la misma figura, y así aparecieron nombres como “Padre de la Navidad” (Papá Noel)
En el llamado Evangelio de la infancia de Armenia, redactado hacia el siglo V, se citan por primera vez los nombres de Melkon, Gaspar y Baldassar, que ya aparecen como reyes de tres lugares distintos (Persia, India y Arabia) anticipando la diferenciación fenotípica que se mostraría en sus representaciones hasta la actualidad. La primera constancia del impacto popular de esta fuente literaria lo encontraríamos en el siglo siguiente, en los frescos de San Apolinar Nuovo de Rávena, donde los tres magos aparecen llevando regalos a María y con sus tres nombres escritos sobre la piedra. Así, estas figuras van estableciéndose en el relato de la Navidad desde muy temprano y casi al mismo tiempo en que se van decidiendo los detalles de la fecha de la celebración y de la Epifanía. Si bien es cierto que regalar también formaba parte de las celebraciones precristianas de las Saturnales y del Sol Invicto, la Iglesia de Occidente asentada en Roma (no así la de Oriente) prefirió desvincular la Natividad y los regalos postergando estos últimos a la celebración de la Epifanía. Algo distinto ocurriría después con la Reforma Protestante, donde el acto de regalar se representa simbólicamente a través de Santa Claus.
Las figuras conocidas como Santa Claus, Papa Noel o Kris Kringle tienen su origen como rememoraciones del obispo de Myra (en la actual Turquía), San Nicolás, que vivió hacia el siglo IV y cuya santidad fue reconocida, entre otras cosas, por sus regalos a las familias pobres de la ciudad. La devoción por el santo se extendió por Europa ampliamente en la época de las cruzadas por su simbolismo como evangelizador en tierras infieles y su fiesta estaba asociada a su onomástica, el 6 de Diciembre, cuando se hizo costumbre hacer regalos a los niños. Durante la Reforma, sin embargo, tanto Lutero como Enrique VIII optaron por trasladar la celebración al día de la Natividad, el 25 de diciembre.
Preocupado porque San Nicolás y sus regalos eclipsaran la relevancia de Jesús en la celebración de su nacimiento, Lutero sugirió cambiar el nombre del santo y usar otros para referirnos a la misma figura, y así aparecieron nombres como “Padre de la Navidad” (Papá Noel). La imaginación romántica y el folclorismo del siglo XIX dotaron después a la figura de las complejas leyendas que son populares hoy en algunos países. Valga añadir, de paso, que las ropas rojas de la representación actual de Santa no fueron en realidad fruto de una exitosa campaña publicitaria de Coca Cola, como se suele repetir en la actualidad. El color rojo es un color habitualmente asociado a las representaciones tradicionales de San Nicolás en su calidad de obispo. El romanticismo y el folclorismo del XIX prefirieron a Santa Claus vestido de verde por crear un efecto bucólico y paganizante típico de la época, y ello tuvo un inesperado efecto uniformizador en las representaciones del viejo que traía regalos a los niños. Se extendió que era viejo, que era gordo, que venía del Norte (en vez de venir de Turquía) y se generalizó la imagen de un gran abrigo ribeteado de piel blanca peluda que vino a sustituir a la más tradicional imagen de un obispo oriental de rojo cardenalicio con su tiara y su báculo.
El reparto de regalos es una costumbre asociada simbólicamente con la prosperidad en diversas culturas
Lo que ambos finalmente tendrían en común es el asunto del regalo: una sencilla estrategia simbólica a través de la que convertimos el ritual conmemorativo de la Natividad en una ocasión para propiciar la prosperidad y la abundancia de cara al ciclo agrario que recomienza tras el solsticio de invierno. Hoy ya el ciclo agrario no es relevante para la mayoría, pero nuestros “años económicos” siguen un ritmo bastante similar y festividades como éstas siguen sirviendo para marcar simbólicamente los calendarios colectivos alrededor de los que seguimos organizando nuestro tiempo y renovando nuestras expectativas de prosperidad.
Si se mira a las empresas de Fortune, el 85% de los directivos es gente del país de origen.
Los departamentos de recursos humanos gestionan todos los detalles del viaje
Hasta ahora lo habitual dentro de una multinacional era enviar de la sede central a una filial a un directivo de confianza. Las expatriaciones siempre se habían regido por el mismo comportamiento. Durante las dos últimas décadas ha habido un aumento considerable de las asignaciones internacionales de ejecutivos en una dirección: salían de la matriz para desarrollar otros mercados.
El modus operandi, en estos casos, siempre era el mismo, con el directivo hacia las maletas toda la familia. Para ello, los departamentos de recursos humanos disponían de toda una maquinaria para ayudar al profesional y a los suyos en el aterrizaje en la zona de destino. El profesional aceptaba, entre otras razones, porque la experiencia suponía adquirir bagaje internacional, y esta anotación en un currículo está muy bien valorada; el aprendizaje profesional, las posibilidades de promoción interna y los beneficios económicos.
Sin embargo, estos procesos en numerosas ocasiones no acaban bien. Según un estudio, elaborado por el IESE y Ernst & Young, los expatriados se quejan de que las empresas no cuidan adecuadamente la gestión del profesional que se marcha fuera, sobre todo del cuidado de los aspectos previos a la partida, tales como facilitar la suficiente información sobre el país del destino o preveer aspectos que puedan repercutir en la adaptación familiar, como por ejemplo los colegios de los hijos, los tramites con la Seguridad Social, o facilitar un trabajo al cónyuge. Sin embargo, las expectativas profesionales sí que son de conformidad para el expatriado, en cuanto al puesto, al contenido del trabajo, a las funciones y responsabilidades. El problema surge al regreso. Por eso, las empresas están cambiando el proceso.
El 83% de los expatriados está de acuerdo en que fijar expectativas claras y realistas con respecto a los progresos de carrera y los beneficios posteriores a la misión internacional, es un aspecto importante en el proceso de expatriación. Porque solo se tiene éxito cuando el trabajador logra adaptarse sin problemas al nuevo puesto de trabajo y al país de destino.
En cambio, el regreso es diferente. Muchos encuentran que el puesto que se les asigna otra vez en casa responde a sus expectativas y conocimientos adquiridos, pero hay otros que no tienen encaje en la nueva posición que se les ha asignado y otros que reciben una oferta de la competencia y se marchan. Porque lo que sí es cierto es que la expatriación supone un trampolín para el profesional, bien dentro o fuera de la empresa.
Para intentar acabar con esa fuga de talento, pero sobre todo porque las tendencias en las organizaciones están cambiando a pasos agigantados, sobre todo a raíz de la última crisis internacional, ahora es muy común que el nombramiento de un directivo vaya acompañado de responsabilidades en varias regiones internacionales.
“Hoy día hay varias formas de expatriar a la gente, ya no se hace tan a largo plazo, ya no se suelen marchar por cinco años, sino por proyectos”, afirma el profesor asociado de dirección de personas en las organizaciones en el IESE, Sebastian Reiche, y coautor de un estudio sobre qué directivos deberían hacer las maletas en una multinacional. “Lo más habitual es enviar a un directivo de confianza de la sede central a la filial extranjera, pero en los últimos tiempos hemos observado un aumento repentino de las impatriaciones, en las que los directivos originarios del país de una filial son trasladados a la sede central”, explica este docente.
El objetivo es que estos impatriados agilicen el flujo de conocimiento entre las filiales y la central, se recomienda en la encuesta, realizada entre más de 800 filiales repartidas entre Asia, Europa y Norteamérica, donde se muestra tanto los beneficios como las limitaciones de las asignaciones internacionales como medio para transferir el conocimiento dentro de las multinacionales. Los impatriados, según se extrae de esta investigación, ya casi igualan a los expatriados en número. De hecho, de cada cien empleados de una filial, 1,22 son expatriados y 1,16 son antiguos impatriados, es decir, que han regresado de una asignación en la central. Además, supone una gran oportunidad para el impatriado, ya que es él quién mejor conoce el mercado local si lo que quiere es ascender.
De lo que se trata, añade Reiche, es de que el profesional que viaja de China a España a trabajar en la central aprenda el funcionamiento de la organización desde la matriz. Cuenta a su favor, además, con que conoce muy bien el mercado local de su país de origen, a los stakeholders, tiene redes sociales... “Es muy difícil que un expatriado adquiera todo este conocimiento social y de mercado en tan poco tiempo. Nadie que esté en China o en India tres años llega a conocer su cultura”, afirma el profesor de esta escuela de negocios.
Tras un periodo de formación y de trabajo en la sede central, el profesional está listo para marchar a su lugar de origen y ocupar una posición importante en la subsidiaria. Además, advierte, todos ganan.
Porque quienes reciben una asignación internacional llegan a la sede central o a una filial desde otro país, con un objetivo: promover el intercambio de conocimiento, bien directamente, al compartir información sobre la cultura y las prácticas directivas de la central al regresar a su unidad de origen. Pero también se puede transferir indirectamente, cuando los empleados hacen de puente entre el personal de la unidad de origen y de acogida, desarrollan capital social entre unidades y actúan como facilitadores y conectores. “Todo esto es enriquecedor, porque si se mira a las empresas de Fortune 500, el 85% de los directivos es gente del país de origen. No hay diversidad de conocimientos”.
Hay que comprar el regalito para la mamá, el papá, el abuelito, la abuelita, el hijo, la hija, el sobrino, los tíos, el nieto, el mejor amigo; ni hablar de un detallito para la conserje, el señor que recoge la basura, el cartero... ¿Serán suficientes unas galletas para la vecina? ¿Podré regalarle a alguien más ese sweater horrible que me dieron el año pasado para ahorrarme un dinerito?
Por fortuna la Navidad es solo una vez al año o terminaríamos arruinados.
O más bien algunos más arruinados que otros.
Cuando se trata del presupuesto navideño, parece haber marcadas diferencias entre lo que las personas de unos países y otros están dispuestas a gastar.
Usando datos recopilados por encuestadoras y empresas de mercado durante el año 2014 en diversos países de América Latina (tal como aparecieron reflejados en medios locales), hicimos gráficos que lo reflejan.
Ni dimos con todos los países, ni se trata de resultados fácticos: estas compañías no preguntan a los sujetos encuestados "cuánto gastaste la Navidad pasada", sino "cuánto piensas gastar esta Navidad". Y los promedios se refieren al comportamiento de la mayoría.
Son, en todo caso, una referencia para alimentar una (sana) curiosidad en estas fechas, en las que se supone que dar es más importante que recibir...
Aquí los tienen, en orden alfabético. Como referencia adicional europea, añadimos al final a España.
¡Y ojalá este año todo lo que haya dentro del envoltorio sea lo que esperabas!