El coste de la primera fase, hasta 2030, se estima en 319.000 millones
Tendrá 200 m. de ancho, 170 km. de largo y capacidad para 9 millones de residentes
The Line tendrá que comprobar si está preparado para superar varios desafíos
Poco a poco se van conociendo nuevos aspectos de The Line, la ciudad futurista con la que el príncipe saudí, Mohamed bin Salmán, pretende revolucionar el mundo urbanístico. Esta nueva urbe tendrá 200 metros de ancho, 170 kilómetros de largo y capacidad para alojar a nueve millones de residentes en una superficie de 34 kilómetros cuadrados. Además, promete funcionar con energía 100% renovable.
Los habitantes de The Line tendrán la oportunidad de acceder a todas las instalaciones (viviendas, colegios, oficinas, parques, lugares de ocio, etc.) en menos de cinco minutos andando. También contarán con un tren de alta velocidad que permitirá ir de un extremo a otro en solo 20 minutos. No habrán coches de combustión, pero sí un transporte público eficiente y similar al Hyperloop. Se prevé que todo esto esté disponible en 2030, año en el que se prevé la creación de 380.000 puestos de trabajo.
Una de las grandes características de The Line es su eficiencia sin precedentes, prometiendo funcionar con energía 100% renovable, sin coches, sin carreteras, ni calles ni emisiones. "Funcionará con energía 100% renovable y priorizará la salud y el bienestar de las personas sobre el transporte y las infraestructuras como en las ciudades tradicionales", apuntan.
Por lo tanto, será como una larga línea metálica en medio de la nada y con el mar situado a 500 metros de su nivel. Otra peculiaridad que tendrá The Line es que estará rodeada por millones de espejos, con el objetivo de, según el equipo de diseño, mimetizarse con el entorno. "Estamos dirigiendo un equipo con las mentes más brillantes de la arquitectura, la ingeniería y la construcción para hacer realidad la idea de construir hacia arriba", indicó el príncipe saudí.
Con todo esto, el presupuesto estimado es de 500.000 millones de dólares, siendo 319.000 millones destinados hasta 2030. Según el príncipe saudí, el objetivo es llegar a 100 millones de habitantes en 2040, "cerca de 30 millones de saudíes y 70 millones o más de extranjeros", frente a unos 34 millones de habitantes hoy día. "El interés principal de la construcción de NEOM es aumentar la capacidad demográfica de Arabia Saudí. Y ya que lo hacemos desde cero, ¿por qué copiar las ciudades normales", detalló.
Por último, The Line estará dotada de agricultura vertical, un estadio, un puerto deportivo y un aeropuerto de conexión. Y todo esto a orillas del Mar Rojo. "Será un destino y un hogar para las personas que sueñan a lo grande y quieren formar parte de un nuevo modelo de calidad de vida excepcional, de empresas prósperas y de una nueva forma de proteger el medio ambiente", señalan.
Desafíos
No todo parece de color de rosas, ya que existen varios desafíos que Arabia Saudí, o en su defecto The Line, deberán cumplir. Uno de ellos es que NEOM deberá regirse por su propia ley (actualmente en proceso de elaboración). Un ejemplo está en el alcohol, cuyos funcionarios saudíes no tienen intención de levantar la prohibición. Otro está relacionado con cumplir con las promesas del medioambiente del país, que se comprometió a alcanzar la neutralidad en carbono de aquí a 2060.
Una de las preguntas que aún no tienen respuesta es saber cómo se gestionará la falta de luz en las zonas más bajas. Además, la idea de poner espejos en una zona donde la temperatura supera los 45 grados en verano, no parece la más coherente, al menos los que permanezcan fuera de la estructura. También puede ser un problema para los animales que puedan verse afectados por el efecto óptico.
Nikolai Patrushev, director del Consejo Nacional de Seguridad de Rusia. Foto: Alamy
Ambos comparten las mismas ideas y se conocen desde hace 50 años
Patrushev sería el sustituto de Putin siempre que éste deje el cargo por enfermedad
Durante los primeros compases de la invasión de Rusia a Ucrania, las informaciones en torno a la salud del presidente ruso, Vladimir Putin, han ido aumentando con el transcurso de los días. Y más aún después de que el exjefe de la inteligencia británica adelantara incluso quién podría sucederle en un cargo en el que lleva al mando desde el año 2000.
Sir Richard Dearlove, quien ocupó el puesto de jefe del Servicio Secreto de Inteligencia del Reino Unido de 1999 a 2004, ha afirmado esta semana que el candidato número uno a suplir a Putin será Nikolai Patrushev. "Estoy casi seguro de que será Patrushev", indicó en un episodio del podcast One Decision.
Para que esto pase, el actual presidente ruso tendría que verse en la obligación de dejar el cargo por enfermedad. Es más, Dearlove llegó a aventurarse en mayo al decir que Putin dejará su puesto en 2023 y será obligado a ingresar en un centro médico por una enfermedad prolongada.
Son muchos los medios que han alertado sobre la enfermedad de Putin en los últimos tiempos. Por ejemplo, el semanario estadounidense Newsweek, citando fuentes de la inteligencia de EEUU, afirmó que en abril había sido tratado de un cáncer avanzado. Paris Match aseguró que Putin era escoltado al baño por un equipo encargado de recoger sus heces para evitar cualquier muestra que pudiera dar información sobre su estado de salud. La página web rusa Proekt señaló que los viajes de Putin a Sochi coincidían con la llegada de un amplio grupo de médicos, y entre ellos estaba un especialista del cáncer de tiroides.
Por otro lado, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Burns, expresó que Putin "está demasiado sano", desmintiendo así cualquier rumor sobre una posible enfermedad.
Quién es Nikolai Patrushev
Nikolai Patrushev, de 71 años, es considerado el funcionario político más cercano al presidente de Rusia. Actualmente es el director del Consejo Nacional de Seguridad de Rusia. Comparte la misma visión que Putin y muchos le denominan como el gran 'halcón' del presidente.
Ambos coincidieron durante el Gobierno de Boris Yeltsin, siendo Putin director del FSB y Patrushev jefe de diferentes secciones y posteriormente número dos del servicio. Cuando Putin accedió al cargo de presidente, Patrushev le sustituyó al frente del FSB, la organización que sucedió al KGB, desde 1999 hasta 2008.
"Como académica que estudia a Putin y su círculo cercano, me resulta evidente que la estrecha relación de Patrushev con Putin, que empezó hace más de 50 años, le otorga una enorme influencia sobre el presidente. Ambos deploran el fin de la URSS, y ambos comparten una profunda desconfianza de Occidente alimentada por teorías de la conspiración sin sentido", asegura Susanne Sternthal, especialista en Políticas y Gobiernos Postsoviéticos en la Universidad de Texas.
Frases destacadas
En 2018, Patrushev acusa a Estados Unidos de haber apoyado a Hitler en su camino hacia al poder: "En la década de 1930, Occidente no solo no negó, sino que contribuyó activamente a la formación y crecimiento del poder del fascismo en Alemania. Todo el mundo sabe, por ejemplo, el caso de IBM. Fue en sus máquinas calculadoras que los nazis llevaron registros y planificaron los procesos de exterminio de personas en los campos de concentración".
Patrushev también dedicó unas palabras a la Unión Europea, a la que acusó de someterse a las políticas estadounidenses para favorecer los objetivos estratégicos de la OTAN. "Washington y Bruselas no ocultan el hecho de que sus sanciones tienen como objetivo el empobrecimiento tanto material como espiritual de los rusos. Destruir nuestra educación al imponernos los llamados modelos progresistas de educación es para los occidentales una tarea tan estratégica como, por ejemplo, acercar la OTAN a nuestras fronteras".
De la invasión de Rusia a Ucrania, Patrushev pronosticó que "el resultado de la política de Occidente y el régimen de Kiev bajo su control solo puede ser la desintegración de Ucrania en varios estados". También volvió a referirse a los Estados Unidos al señalar no creer "la vida de los ucranianos sea motivo de preocupación para Estados Unidos, que ha demostrado repetidamente su naturaleza agresiva y antihumana".
Estoy mirando una señal de advertencia dentro de un laboratorio en Londres: "No toques el máser", dice.
Está unida a una caja negra grande, sobre ruedas, montada en una carcasa protectora de acero.
Resulta que es una caja bastante importante, y el letrero está ahí por una razón. No es algo peligroso, pero si tuviera que manipular el dispositivo, podría interrumpir el conteo del tiempo.
Este es uno de los pocos dispositivos de su tipo que se encuentran en el Laboratorio Nacional de Física (NPL, en inglés) en el suroeste de Londres, que ayuda a garantizar que el mundo tenga un conteo preciso de segundos, minutos y horas.
Se llaman máseres de hidrógeno y son relojes atómicos extremadamente importantes. Junto con otros 400, ubicados en todo el mundo, ayudan al planeta a definir qué hora es con una precisión de nanosegundos.
Sin estos relojes, y las personas, la tecnología y los procedimientos que los rodean, el mundo moderno se hundiría lentamente en el caos. Para muchas industrias y tecnologías de las que dependemos, desde la navegación por satélite hasta los teléfonos móviles, el tiempo es un suministro.
Pero ¿cómo llegamos a este sistema compartido de cronometraje en primer lugar? ¿Cómo se mantiene preciso y cómo podría evolucionar en el futuro?
Las respuestas implican mirar más allá del reloj para explorar qué hora es en realidad. El tiempo es más una construcción humana de lo que parece a primera vista.
Un conteo moderno
No siempre fue el caso que todos en el mundo mantuvieran la misma hora. Durante siglos, fue imposible, y el tiempo solo podía ser definido localmente por el reloj más cercano.
En un lugar era mediodía, pero en las cercanías eran las 12:15. Tan recientemente como en la década de 1800, EE.UU. operaba con cientos de estándares de tiempo diferentes, definidos por las ciudades y los administradores de ferrocarriles locales.
Parte de la razón era que no había una forma factible de sincronizar todos los relojes de un país, y mucho menos de todo el mundo.
Durante gran parte de la historia humana, esto no importó: las personas trabajaban cuando lo necesitaban, no viajaban muy lejos y, si querían saber la hora, podían averiguarlo consultando un reloj de sol cercano o uno de la ciudad, o escuchando las campanadas de la iglesia.
Sin embargo, a medida que despegaba la era industrial, quedó claro que las cosas tenían que cambiar. En algunos casos, resultó en algo mortal. Por ejemplo, en Nueva Inglaterra (EE.UU.) a mediados del siglo XIX, dos trenes chocaron de frente, matando a 14 personas, porque uno de los conductores estaba usando un "feo reloj prestado" que no estaba sincronizado con el de su colega.
Para operar de manera efectiva, las economías en crecimiento necesitaban un mejor sentido compartido de la hora precisa: para que las fábricas pudieran emplear trabajadores en las mismas horas, los trenes pudieran salir y llegar a una hora convenida, o que los banqueros pudieran marcar la hora de las transacciones financieras.
Como señaló una vez el historiador Lewis Mumford, fue el reloj, no la máquina de vapor, lo más importante de la Revolución Industrial.
Las máquinas de vapor impulsaron las fábricas y el transporte, pero no pudieron sincronizar a a las personas y sus actividades.
Durante un tiempo, el principal intermediario de este nuevo tiempo compartido fue el observatorio de Greenwich, en Londres. Los relojes mecánicos avanzados que se había allí mostraban la hora "verdadera": la hora del meridiano de Greenwich (GMT).
En 1833, los cronometradores agregaron una pelota a un mástil en el observatorio de Greenwich. Caería a las 13:00 todos los días, para que los comerciantes, las fábricas y los bancos pudieran reajustar los relojes que lo necesitaran.
Unos años más tarde, la hora GMT se distribuyó por telegrama por todo el país como la "hora ferroviaria", lo que aseguró que toda la red de trenes de Reino Unido estuviera sincronizada. En la década de 1880, la señal horaria de Greenwich se envió a través del Atlántico por un cable submarino hasta Harvard, Massachusetts.
Y en la Conferencia Internacional de Meridianos en Washington DC, más de 25 países decidieron que la GMT debería convertirse en el estándar de tiempo internacional.
PIP, PIP
A principios del siglo XX, la BBC comenzó a tener un rol ayudando a difundir el tiempo preciso. Cuando la corporación comenzó a transmitir radio en todo el mundo, incluyó una serie de "pips" en la hora, que en ese momento se generaban en Greenwich. Hoy los genera la BBC y son seis en total, con la hora marcada por el inicio del pip final, que es más largo. Otros países también los tienen: en Finlandia, se los conoce como el "pipit", por ejemplo. Sin embargo, lamentablemente, la radio digital ha disminuido su precisión, porque la conversión de la señal agrega un ligero retraso.
A medida que pasaron las décadas, se hizo evidente que se requería una mejor forma de sincronizar el tiempo.
Para brindar una hora precisa, todos los relojes requieren un proceso periódico y repetitivo, ya sea un péndulo oscilante o las oscilaciones electrónicas de un cristal de cuarzo.
Los relojes de Greenwich se calibraron usando el tiempo que le tomaba al Sol alcanzar la misma posición en el cielo después de un día. Por lo tanto, su péndulo era la Tierra misma, girando a un ritmo aparentemente predecible. (Esto también se aplica al Tiempo Universal, que reemplazó a la GMT en 1928).
Sin embargo, en el siglo XX, los científicos se dieron cuenta de que la rotación de nuestro planeta se acelera y se ralentiza a lo largo de los años, debido a los efectos gravitatorios de la Luna, el Sol y otros planetas, los cambios geológicos dentro del núcleo y el manto terrestres, e incluso los cambios oceánicos y climáticos.
En 1900, giraba casi 4 milisegundos más lentamente, en promedio, que a principios del presente siglo. Entonces, mientras que los mejores cronometradores del mundo podían presumir una mayor precisión que el reloj promedio, ellos mismos estaban equivocados acerca de la hora "verdadera".
Reloj atómico
Alrededor del mismo período, los físicos cuánticos sugirieron que los átomos podrían funcionar mucho mejor para medir el tiempo que la rotación de la Tierra. Al aplicar una frecuencia específica de radiación electromagnética a un átomo, sus niveles de energía cambian.
Se puede utilizar un contador electrónico para realizar un seguimiento de estas transiciones. Como un péndulo oscilante, esto constituye un proceso periódico estable sobre el cual se calcula una escala de tiempo. Esa es la base del "reloj atómico".
Son tan precisos que si basáramos completamente nuestro mundo en ellos, eventualmente el tiempo se apartaría de la noche y el día, de modo que el Sol saldría a las 18:00 en la noche. Es por eso que los cronometradores del mundo agregan segundos bisiestos de vez en cuando.
Los máseres de hidrógeno en Londres son algunos de los relojes atómicos más importantes del mundo. Hay varios cientos más en todo el mundo, operados por institutos nacionales de metrología, y son los nuevos árbitros del tiempo para todos nosotros.
Pero no es tan simple como leer su hora: ningún reloj atómico es perfecto, debido a cosas como los efectos gravitacionales locales o las diferencias entre sus componentes electrónicos.
Por lo tanto, los metrólogos necesitan eliminar esas imperfecciones. Así es como funciona: un laboratorio registra y refina la información de tiempo de su banco de relojes atómicos, los máseres de hidrógeno, aplicando la corrección ocasional si el reloj parece estar a la deriva (los metrólogos llaman a esto "dirección" y lo hacen usando equipos para definir la duración de un segundo... volveremos a eso más adelante).
En Londres, el NPL envía la información a la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM) en París. Los cronometradores del BIPM crean un promedio de todas esas medidas, dando peso adicional a los relojes con mejor rendimiento. Se realizan más ajustes y, finalmente, este proceso arroja lo que se denomina Tiempo Atómico Internacional (TAI).
Si bien la mayoría de las personas no necesitan conocer el tiempo hasta un nanosegundo, muchas industrias y tecnologías sí.
"La navegación por satélite es uno de los campos donde se requiere alta precisión, pero hay otros", dice el metrólogo Patrick Gill.
"La sincronización de comunicaciones, la distribución de energía y el comercio financiero requieren un tiempo de alta precisión".
Las nuevas tecnologías también traen demandas adicionales: la red 5G se basa en una sincronización precisa, por ejemplo, al igual que la tecnología de navegación que guía a los vehículos autónomos.
Sin embargo, la cuestión es que el TAI sigue siendo una construcción de un tiempo de reloj hipotético "verdadero": una medida que el mundo simplemente está de acuerdo en cumplir.
Hay otra razón, y se reduce a una pregunta fundamental: ¿qué es exactamente un segundo? A lo largo de los años, la definición de esta unidad ha cambiado y, por lo tanto, también nuestra definición de tiempo. Es más, podría cambiar una vez más pronto.
Redefiniendo el segundo
Solía ser que el segundo se definía como 1/86.400 del día solar medio: el tiempo promedio que tarda el Sol en llegar al mismo punto en el cielo al mediodía, lo que toma aproximadamente 24 horas.
En otras palabras, esto se basó en la rotación de la Tierra, que ahora sabemos que es irregular. El segundo, según esta definición, habría sido más largo en 1900 que en 1930, cuando la rotación media del planeta era más rápida.
A mediados del siglo XX, los metrólogos decidieron que esto no funcionaría. Entonces, crearon una nueva definición para el tiempo. En 1967, se decidió que el segundo debería basarse en un valor numérico fijo de la transición hiperfina del estado fundamental de cesio no perturbado. "Es un poco complicado", admite Gill. ¿Así que, qué significa?
Fundamentalmente, es solo otro proceso periódico y repetitivo, la base de todo cronometraje. Si bañas átomos de cesio en microondas, liberan más radiación electromagnética, con una frecuencia específica que depende de los niveles de energía dentro del átomo. Al medir esta frecuencia, como contar las oscilaciones del péndulo, puedes medir el paso del tiempo.
Se eligió esta definición porque el cesio es confiable como isótopo: prácticamente todos los átomos en una muestra responderán a la radiación electromagnética de la misma manera.
Además, en el siglo XX, las frecuencias de microondas podían medirse con mayor precisión y fiabilidad que las frecuencias más altas del espectro electromagnético. Quizás sea similar a la forma en que se puede medir el latido del corazón con un cronómetro, pero se necesita una tecnología más avanzada para medir la frecuencia de las alas de una mosca.
Sin embargo, a medida que la ciencia ha avanzado, y las nuevas tecnologías requieren un tiempo cada vez más preciso, los metrólogos han comenzado a contemplar una nueva definición para el segundo. No sucederá de la noche a la mañana, tal vez en la década de 2030, pero marcará el mayor cambio en el cronometraje compartido desde la década de 1960.
En los laboratorios como el NPL, los científicos ahora están experimentando con nueva tecnología óptica, con la esperanza de que dentro de la próxima década, el segundo sea redefinido.
El tiempo como construcción
El tiempo del reloj es lo que acordamos y no es el tiempo verdadero.
Sin embargo, este acuerdo es una necesidad para vivir y trabajar dentro de las sociedades modernas. Si volviéramos a los días en que todo el tiempo se definía localmente, muchas de nuestras tecnologías dejarían de funcionar, los trenes chocarían y los mercados financieros colapsarían.
Nos guste o no, el mundo se basa en el tiempo del reloj.
Sin embargo, puede ser esclarecedor considerar cuáles son realmente los cimientos de esta construcción. Cuando piensas en el tiempo como lo hace un metrólogo, el tiempo se convierte en algo diferente.
De vuelta en el NPL, mientras leo el cartel de "no tocar el máser", le pregunto a uno de los científicos si él es un buen cronometrador: ¿es personalmente puntual, por ejemplo? "Oh, solo pienso en nanosegundos", dice bromeando.