Impresiona a Wall Street con una subida en su cotización que se acerca al 500% en el último año
El polémico Mike Jeffries llevó la compañía a lo más alto pero la hundió con sus polémicas
Pocas empresas ha habido a lo largo de la historia que hayan mostrado tanta resiliencia y tanta capacidad para renacer como Abercrombie & Fitch. Con más de un siglo de vida, los escándalos, las crisis e incluso las quiebras han sido protagonistas en su trayectoria. Ahora, en su última resurrección, impresiona a Wall Street siendo una de las marcas que más sube de valor, superando a las grandes tecnológicas, e incluso a Nvidia, la actual reina de la bolsa.
Los inicios de la compañía se remontan al año 1892, cuando David Abercrombie, un topógrafo de origen escoces, funda una marca para vender artículos deportivos de lujo para ricos de Nueva York. Hablamos de productos, principalmente, para la navegación y la caza. Uno de sus mejores clientes era el millonario empresrio Ezra Fitch, que acaba enamorándose de la marca. Tanto que en 1900 decide invertir en la compañía, haciéndose con un importante paquete de acciones y convirtiéndose en socio. Nace así Abercrombie & Fitch.
Sin embargo, esta etapa dura poco, porque la convivencia entre David y Ezra no es fácil. Discuten constantemente sobre cuál debe ser el futuro de la compañía, que era un auténtico éxito. Abercrombie apuesta por mantener el estilo, centrándose en vender artículos de lujo a amantes de la naturaleza, mientras que Fitch quiere expandirse a nuevos clientes, acercándose a un público más genérico. Incapaces de resolver sus disputas, Fitch acaba comprándole a su socio su parte de la compañía, haciéndose con el control total.
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La marca de la élite estadounidense
Ya en solitario, decide aplicar todas las ideas que tenía. Lanza una nueva línea de ropa femenina, convirtiéndose en la primera tienda de Nueva York que vende ropa para hombres y para mujeres. Además, expande la marca, inaugurando tiendas de gran tamaño por todo el país. Con una visión innovadora, crea un catálogo de más de 450 páginas, con todos sus productos, que envía por correo, y de forma gratuita, a 50.000 personas. La inversión es tan grande que es la primera vez que la empresa está a punto de quebrar. Sin embargo, se convierte en una fantástica herramienta de marketing, que logra una avalancha de pedidos y justificó el gastó.
Durante los siguientes años, siguen apostando por nuevas líneas de negocio, como la ropa puramente deportiva. Su edificio principal, en Madison Avenue, era un enorme bloque, en el que además de la tienda tenías un campo de tiro, una perrera, una sala de armas, una piscina donde daban clases de pesca, un taller de reparación de relojes y hasta una escuela de golf. Completísimo.
En 1928, Flitch decide retirarse, y le vende la empresa a su cuñado, James S. Cobb. Bajo el nuevo mando, sigue expandiéndose, invirtiendo sobre todo en otras compañías armeras. En 1929, por ejemplo, ingresó más de 6 millones, y unos beneficios de 548.000 dólares. Sufre durante la Gran Depresión, con las ventas reduciéndose y eliminando el pago de dividendos, pero para finales de la década ya habían recuperado la senda del crecimiento.
Se convierte en una de las marcas favoritas de la élite estadounidense. Entre sus clientes más destacados se encuentra el mismísimo presidente Teddy Roosevelt, la pionera aviadora Amelia Earhart, actrices como Greta Garbo o Katherine Hepburn... pero por encima de todos destaca Ernest Hemingway que, según cuenta la leyenda, se suicidó (se metió un tiro en la boca) con una escopeta comprada en la tienda de Abercrombie & Fitch.
La quiebra
La empresa seguía creciendo, alternando nuevas aperturas de tiendas enormes, con pequeños establecimientos en lugares turísticos, que solo abrían durante la temporada alta, en lugares tan exclusivos como Palm Beach, Sarasota o Bay Head. Presumía de ser 'la tienda de artículos deportivos más grande del mundo', con la mayor y más valiosa colección de armas de fuego, y la mayor variedad de moscas de pesca. Era una de las marcas favoritas de Estados Unidos.
Todo se empieza a torcer ligeramente en los 60. Ya con un nuevo presidente al mando, a pesar de que las ventas no dejaban de crecer, los beneficios sí que se iban resintiendo. Casi sin darse cuenta, cada año ganaban menos. Para finales de la década, registraron pérdidas por valor de medio millón.
Es una época en la que se suceden dimisiones y nuevos presidentes, cada uno con su propia estrategia y sin ninguna visión global. Uno apostaba por hacer la compañía más exclusiva, y otro por lanzar descuentos y ofertas para atraer a más público y más variado. Uno buscaba reducir costes y otro invertir más. Ninguno fue capaz de cambiar el rumbo, así que, inevitablemente, en 1976 la compañía se declaró en bancarrota y un año después cerró sus puertas.
Los nuevos dueños
Una compañía de Texas llamada Oshman's se hizo con la marca en 1978, por tan solo 1,5 millones de dólares. Abrió tiendas en Beverly Hills o en la Trump Tower, donde vendía desde escopetas de caza de 40.000 dólares, a ropa para jugar al tenis y trajes de negocios. Un análisis de Forbes decía que era una mezcla de artículos no relacionados y recordaba que a veces era mejor enterrar a los muertos que intentar revivirlos.
En plena crisis, en el año 1988, la compañía es adquirida por unos 45 millones por Limited Brands, una compañía que ya había alcanzado el éxito con cadenas como Express o Victoria's Secret. Pone al frente a Sally Frame-Kasaks, una ejecutiva especializada en ropa femenina, y renueva la imagen de la compañía, poniendo más énfasis en la ropa y el calzado, principalmente para hombre, y dejando atrás el negocio de la caza y la pesca. Casi todos los productos que ofrecían eran de precio medio, y tenían la etiqueta de Abercrobie & Fitch bien visible.
La creación de Mike Jeffries
Cuando en 1992 Frame-Kasaks abandona la compañía, la cadena cuenta con 36 tiendas que facturan unos 50 millones al año. Para sustituirla, nombran CEO a Michael Jeffries, que se convertiría la figura más importante para la compañía desde los mismísimos David Abercrombie y Ezna Fitch. Para lo bueno y para lo malo.
Desde su llegada, Jeffries apostó en transformar la compañía, para convertirla en la favorita de los jóvenes estadounidenses, el grupo que más estaba creciendo en aquel momento. Cambio el estilo conservador de la ropa por otro más informal, pero sin dejar de ser caro y exclusivo. Contrata al prestigioso fotógrafo Bruce Weber, conocido por sus fotos sexuales, para que defina las campañas publicitarias. Apuestan por una imagen blanca, privilegiada e hipersexualizada, y contratan a modelos que encajen en esta imagen. Quieren dirigirse al rey y la reina del baile, al capitán del equipo de fútbol americano y a la líder de las animadoras. En definitiva, a los más populares.
Ponen a chicos muy atractivos y ligeros de ropa en las puertas de cada tienda, y todos los dependientes y dependientas parecen sacados de catálogos de modelos. Hasta las bolsas tienen a gente casi desnuda como imagen. La idea es polémica, y escandaliza a los padres más conservadores e incluso a muchos legisladores, pero la estrategia es un éxito comercial. En tres años había duplicado el número de tiendas y triplicado los ingresos. Había logrado convertir una marca con una imagen anticuada, más vinculada con los safaris que con la moda, en un gigante multimillonario.
Jeffries, que no escucha las críticas, se guía por su instinto. Revisaba hasta los maniquíes de las tiendas. Lanza una revista/catágolo A&F Quarterly, que además de presentar las líneas de ropa de la compañía, incluye artículos sobre cultura pop, sexo o música. La publicación se convierte en un objeto de deseo por todos los adolescentes del país.
Para profundizar en esta visión, en el año 2000 lanza una marca hermana, Hollister, que sigue los mismos patrones, pero está directamente enfocada a un público potencial adolescente, y con un estilo que recuerda al del sur de California.
Por el camino, Abercrombie & Fitch se desliga de Limited Brands, y Jeffries se convierte en presidente y director ejecutivo, además de en uno de los principales accionistas. Los analistas se preguntaban durante cuánto tiempo podría una marca tan polémica mantener la popularidad, pero año tras año seguían registrando récords de ingresos. De hecho, en 1999, y tras una polémica campaña en su revista/catálogo que incluía contenido sexual explícito, las ventas aumentaron aún más.
El cambio de siglo recibe a Abecrombie & Fitch como la sexta marca más popular entre los adolescentes, superando a otras tan prestigiosas como Nintendo o Levi's. La compañía mantiene el estilo, pero apuesta por materiales de mayor calidad y precios más altos. Con el mercado nacional controlado y los ingresos creciendo, deciden iniciar su expansión internacional. En 2006 abren su primera tienda en Canadá, en Toronto; y un año después abre su primera tienda en Europa, en Londres. En tan solo 6 horas, registró ventas por valor de 280.000 dólares. En su momento álgido, llegó a contar con casi mil tiendas en todo el mundo.
La empresa no dejaba de crecer y de expandirse. Su futuro parecía maravilloso. Cuenta la leyenda que entre los empleados se decía que podían escribir Abercrombie con mierda de perro en una gorra y venderla por 40 pavos.
Crisis y escándalos
Pero, de repente, las cosas empiezan a complicarse. Por un lado, porque con la crisis económica de 2008 sus resultados se resienten, por la complicada situación, y porque su negativa a bajar los precios, para mantener su status, no da buenos resultados. Poco a poco se van sucediendo rondas de despidos y los cierres de tiendas.
Y si la situación económica no les estuviera acarreando suficientes problemas, en 2013 les estalla una crisis de reputación, de la que nunca llegarían a recuperarse. Activistas en favor de la diversidad recuperan unas declaraciones de Michael Jeffries en 2006, en las que aseguraba que su empresa se dirigía a chicos guays y populares, con mucha actitud y muchos amigos, confirmando que eran exclusivistas. Una declaración que se viralizó, entre voces que ya reclamaban una mayor inclusión e igualdad, tanto a nivel de género como de raza.
A raíz de ese escándalo, se destapan políticas de contratación discriminatorias, mensajes racistas en sus camisetas y falta de inclusión por no fabricar ropa de tallas grandes. Había pasado de ser la empresa más guay de Estados Unidos, a ser la más odiada. La polémica también tuvo su reflejo en las cuentas de la compañía, que registró una importante caída de los ingresos. Y en medio de la crisis, con numerosas presiones de los accionistas y con acusaciones de explotación sexual, Jeffries decide abandonar la compañía, tras llegar a un acuerdo para cobrar 27 millones de dólares.
La resurrección
La empresa estaba en una situación complicadísima y, de nuevo, el riesgo de quiebra era real. La empresa está durante casi un año buscando un nuevo CEO, hasta que deciden ascender a Fran Horowitz, que llevaba 13 meses ocupando ese cargo en Hollister. Su labor no es fácil, con la crisis reputacional a sus espaldas. Agresiva, apuesta por dotar a la empresa de una nueva imagen, que no tenga nada que ver con la anterior etapa. Contrata modelos diferentes, de diferentes tallas, edades y etnias.
Ya no están tan enfocados en los adolescentes, una línea que reservan para la marca Hollister, sino a universitarios que acaban de terminar la carrera y están dando sus primeros pasos profesionales. Ya no solo ofrecen ropa ajustada para clientes delgados, sino que trabajan con todo tipo de tallas. Además, han abandonado los enormes logos en su ropa, para apostar por diseños más discretos.
Solo en el primer trimestre de este año, las ventas superaron los 1.000 millones de dólares, una cifra récord. Datos excepcionales, que superan todas las expectativas, y que son los que están impulsando la cotización de la marca, que se ha disparado casi un 500% en el último año, convirtiéndose en la estrella de Wall Street.
Londres ha empezado a poner trabas a los buques de la flota en la sombra
Se contabilizan hasta diez petroleros amontonados en la bahía de Koporie
También aumenta el número de petroleros en la bahía de Luga
Más de año y medio después de que el G-7, encabezado por EEUU, y la UE se tomasen en serio el castigo al comercio ruso de petróleo, el balance de las medidas tomadas, especialmente el tope de 60 dólares al barril del petróleo de los Urales, no es muy positivo. Diversos analistas coinciden en que el protocolo ha hecho 'aguas' con muchas fases en las que el barril ruso ha superado considerablemente esa marca, en lo que se ha interpretado como una mezcla de cierta falta de celo de Occidente y una gran astucia por parte de Moscú con el despliegue de su flota fantasma. Aunque el Tesoro de EEUU empezó a apretar fuerte el pasado otoño haciendo requerimientos a navieras como las griegas, que han estado siendo el brazo ejecutor de Rusia; es Reino Unido quien puede haber encontrado el camino para acabar con la flota en la sombra de Vladímir Putin: sancionar e investigar directamente buque a buque de la flota en la sombra de Rusia.
Hasta la fecha, Occidente tenía en el punto de mira a los buques 'oficiales' rusos para 'disparar' sus sanciones. Esto permitió a Rusia levantar una flota en la sombra, plagada de buques con bandera de países neutrales o aliados, que dificultaba la acción de los países aliados. Ahora, las nuevas sanciones anunciadas por Reino Unido el pasado 14 de junio parecen haber supuesto un antes y un después.
La carga de la prueba recae sobre buques como el Robon, contruido en 1997 y sobre el que pesa la fuerte sospecha de haber estado actuando de petrolero furtivo en favor de los intereses del Kremlin. El barco lleva más de una semana inactivo en el mar Báltico desde que fue sancionado por el Gobierno británico bajo acusación de pertenecer a la flota fantasma de Moscú. Su destino y el de otros tres buques más en el punto de mira de Londres es importante para Rusia y para el mercado del petróleo en general, explica Julian Lee, estratega petrolero de Bloomberg, en la medida en la que dará pistas sobre posibles vulnerabilidades en la hasta ahora exitosa estrategia rusa.
Hasta la adopción de las medidas británicas, no se había hecho nada para atajar directamente la actividad de la flota fantasma, ya que el protocolo para verificar el tope con la obligatoriedad de llevar seguro occidental ha afectado a barcos que realmente no constituyen parte de la misma, ya que precisamente la idea de esta flota ha sido escapar de esas coordenadas. Todo ello hace que la sanción del Robon -y su posterior inactividad- sea interesante de observar. Se cree que la UE tomará pronto sus propias medidas y será interesante ver si lo hace también.
Un avispero de buques en el Báltico
Una prueba mayor de que la nueva estrategia de Londres está funcionando es la errática ruta de hasta una decena de petroleros que, supuestamente, forman parte de la flota en la sombra. Según los datos de tráfico marítimo en tiempo real, se está conformando un avispero de buques petroleros en el mar Báltico que llama la atención a expertos y analistas. Este grupo de petroleros no está realizando bunkering, ni traspasando el crudo entre ellos, simplemente se encuentran 'a la deriva' sin oficio ni beneficio, sin un rumbo claro.
Estos buques petroleros se encuentran aglomerados cerca de la bahía de Koporie, una bahía rusa, pequeña y poco profunda, localizada en la costa sur del golfo de Finlandia. Aunque se encuentra muy cerca Finlandia y de otros países aliados (los bálticos), administrativamente, pertenece al óblast de Leningrado, es decir, está controlada por Moscú.
Dos de ellos operan bajo bandera de Camerún, otro tiene bandera de Gabón, hay un buque con bandera de Malta, uno más con bandera de la República de Palau… algunos con bandera rusa y, por último, está el Sea Fidelity, un viejo conocido de las costas españolas, puesto que este buque petrolero con bandera de las Islas Cook estuvo realizando operaciones de trasvase de petróleo hace unas semanas frente a Melilla, tal y como informó elEconomista.es.
Las operaciones son relativamente sencillas. Muchos de estos buques parten desde los puertos más occidentales de Rusia, rebosantes de petróleo, para luego realizar el trasvase a otros buques en zonas como Melilla. La ruta es la siguiente: Rusia carga su emblemático crudo de los Urales en petroleros de pequeño tamaño llamados Aframaxes en sus terminales de exportación del Mar Báltico, como Primorsk y Ust-Luga. Los buques, reforzados para romper el hielo del Ártico durante el invierno, transportan el crudo hacia el sur.
Las operaciones con el petróleo
Los Aframaxes de la flota fantasma, que transportan alrededor de 700.000 barriles (esquivan o esquivaban las sanciones) esperan hasta que llegan los grandes petroleros, conocidos como Very Large Crude Carrier (VLCC). Los Aframax se acercan a los VLCC, ya en aguas que no están 'controladas' por Occidente, y transfieren la carga de barco a barco.
Normalmente, se necesitan hasta tres de esas operaciones para cargar un VLCC, que puede transportar al menos 2 millones de barriles. Posteriormente, el VLCC inicia su viaje hacia Asia, bordeando África. Ahora, Reino Unido parece haber roto este proceso, lo que está generando estos remolinos de buques de la flota fantasma, que se amontonan en el Báltico como si estuvieran tramando o pergeñando una nueva estrategia para sortear a la férrea defensa británica.
Esto es solo una parte, puesto que los expertos de S&P Global calculan que la flota fantasma de Rusia podría superar con creces los 400 buques. Ahora mismo se calcula que son entre 10 y 20 los que se encuentran atascados entre la bahía de Koporie y la bahía de Luga, también controlada administrativamente por Rusia a través de Leningrado. En esta última bahía se han detectado unos 15 buques petroleros, pero a diferencia de los anteriores no se tiene certeza de que estén 'inoperativos' u ociosos.
EEUU y la UE se los piensan
En diciembre, la Organización Marítima Internacional aprobó una resolución, A.1192(33), en la que instaba a todos los Estados miembros y partes interesadas a promover acciones "para prevenir las operaciones ilegales en el sector marítimo por parte de la flota en la sombra". Al hilo de esta resolución, el precedente que puede sentar Londres es importante. Si el Reino Unido demostrara que tales medidas pueden ser perjudiciales para Moscú, ello preocuparía profundamente al Kremlin y a sus compradores de petróleo. Sobre todo porque la perturbación podría ser mucho peor si el Tesoro estadounidense siguiera su ejemplo.
Si Washington decidiera adoptar medidas similares, con resultados parecidos, la métrica del riesgo para el comercio de exportación de Rusia cambiaría drásticamente a ojos de los compradores. En ese escenario, la flota en la sombra dejaría de ser fiable para los clientes de Putin, ya que podrían estar recibiendo petróleo de un barco con el que no están dispuestos a tratar.
"Para que quede bien claro, mi expectativa es que el Robon, y otros barcos sancionados por Gran Bretaña, no permanecerán atascados mucho tiempo. Los compradores calcularán que el impacto de molestar a Londres no será tan grande. Pero eso ciertamente no lo sé. El Robon lleva ahora más de una semana en su ubicación actual sin ninguna razón obvia. No me corresponde a mí juzgar el recelo que pueda sentir un comprador en China o la India ante el uso de un buque que perciban como contaminado de algún modo, o en el que la posibilidad de medidas de seguimiento sea una incógnita", muestra sus cautelas Lee desde Bloomberg.
No obstante, el experto no deja de señalar el daño que le puede infringir el G-7 y la UE a Putin: "Si la flota en la sombra se vuelve inviable, ¿qué pasará con Moscú? Tal vez sería necesario volver a los proveedores de servicios occidentales, que ahora se sienten mucho más motivados para garantizar que los cargamentos cumplen el límite de precios. Eso sería una victoria para el G-7".
La antropóloga e investigadora Roanne van Voorst analiza cómo serán el amor y el sexo del futuro (y las tendencias que ya se vislumbran en el presente) en 'Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto). Publicamos un extracto
En los últimos años hemos tenido acceso gratuito a tanto porno y en todas partes que está ocurriendo algo sorprendente con nuestra sexualidad: cada vez nos interesa menos el sexo. Aunque la abundancia de porno no explique por sí sola este cambio, es una de las razones principales. Y quizá lo más extraordinario es que este declive también afecte a los que se presupone que tienen más apetito sexual, los jóvenes.
La situación actual demuestra lo contrario, es decir, cuanto más saturados están por la sexualidad, más tarde empiezan a tener relaciones sexuales e incluso a masturbarse o a desnudarse delante de sus compañeros después de la clase de gimnasia. Un estudio de Rutgers (centro de referencia de la salud y de los derechos sexuales y reproductivos en los Países Bajos) y de Soa Aids Netherlands (parte de Aidsfonds) demostró que, a diferencia de hace apenas cinco años, los jóvenes de hoy se duchan más a menudo con los calzoncillos puestos. Están, según la expresión coloquial utilizada entre los científicos, "oversexed, but underfucked" ['sobreexcitados, pero poco follados']. Un estudio neerlandés sobre veinte mil jóvenes de entre 12 y 25 años reveló que los entrevistados en 2017 empezaban de media un año más tarde que sus coetáneos de 2012 a masturbarse, besarse con lengua y tener relaciones sexuales. En 2012, la mitad de los jóvenes tenían sus primeras relaciones sexuales a los 17,1 años y en 2017 a los 18,6.260 Un año de diferencia puede parecer insignificante, pero es muy relevante porque estamos hablando de un cambio producido en un período de tan sólo cinco años y, sobre todo, porque esta tendencia se extiende a otros países, como Estados Unidos o Japón. En Estados Unidos, la situación es más o menos la misma, los jóvenes de ahora empiezan a tener relaciones sexuales más tarde y hablan menos del tema con sus amigos y con sus padres, especialmente si son inseguros o tienen algún problema.
En Japón proliferan los denominados 'hombres herbívoros', jóvenes que nunca han mantenido relaciones sexuales ni están interesados
Además, en relación con las generaciones anteriores, tienen, en promedio, más parejas sexuales diferentes a una edad más precoz y una visión menos crítica del sexo sin amor. Hoy en día, los jóvenes hablan sobre todo de lo que les gustaría a sus potenciales parejas y se dan consejos sobre "cómo hacerlo". El caso más impactante de este retroceso del apetito sexual se da en Japón, donde no paran de proliferar los denominados "hombres herbívoros", jóvenes que nunca han mantenido relaciones sexuales ni están interesados en tenerlas. Trabajan, juegan a videojuegos, comen, duermen, charlan un rato con una amiga avatar... Y con eso, dicen, les llega.
Ésta es la paradójica situación en la que nos encontramos: la sociedad está más sexualizada que nunca, pero el sexo está en declive. Nos hemos acostumbrado a recibir anuncios de porno en la pantalla del portátil, a sextear, a hacernos selfis sexis para compartirlos con un ligue, a que se hable abiertamente de sexo en la televisión, pero, entre todas estas tentaciones practicamos menos sexo que nuestros ancestros, sobre todo los más jóvenes. Y no solo eso: también lo deseamos menos.
Más libertad, más presión, menos sexo
La sexóloga neerlandesa Ellen Laan cree que cada vez tenemos menos ganas de tener relaciones sexuales porque en las últimas décadas nos hemos vuelto más exigentes con nosotros mismos y con nuestras parejas. Esta presión mental nos aleja de la lujuria:
Damos por sentado que nuestra relación amorosa ha de basarse en una profunda amistad y en compartir las responsabilidades de criar a nuestros hijos y contribuir económicamente. Además, nuestras expectativas sobre el sexo están por las nubes: queremos disfrutarlo con la misma intensidad hasta el fin de los tiempos.
No admitimos que el sexo pueda ser fantástico en algunas ocasiones y simplemente agradable en otras. En palabras de una psicóloga a la que visité hace algún tiempo: "A veces coméis juntos una comida de cinco platos en un restaurante con estrellas Michelin, otras veces un huevo frito. ¿Y qué tiene de malo un huevo frito? Yo adoro los huevos fritos". Supongo que habrá muchos ciudadanos modernos que, pese a estar de acuerdo con ella, piensen que algo tan sencillo no puede llamarse "cena".
Y por eso nos sentimos insatisfechos cuando una y otra vez nuestra pareja nos sirve un huevo frito, actos sexuales que ya conocen los derroteros de un cuerpo familiar, que no necesitan emplearse a fondo para satisfacernos con su eficiente rutina. No es que nos parezcan desagradables, sólo que no se parecen al sexo idílico descrito en los libros:
Su mano se convierte en la mía. Guía mis dedos por el campo oscuro de su cuerpo, hacia abajo. Mis yemas acarician sus paredes carnosas. Es como si me estuviese tocando a mí misma. Apenas puedo contenerme, pero quiero prolongar el placer un poco más, mi cuerpo se convierte en otro cuerpo, más suave, más húmedo, más sensible.
La mujer sobre la cama se tensa. Aprieta las rodillas contra los muslos del hombre, que apoya la frente en su hombro. Él tensa la espalda y su brazo la
rodea mientras ella inclina la cabeza hacia atrás. [...] El hombre la toma en
sus brazos sobre la cama.
Le acaricié la espalda, fue como si se aferrara a mí, la eché hacia atrás, le besé el cuello, la mejilla, la boca, coloqué la cabeza junto a su pecho, escuché
latir su corazón, le quité el suave pantalón de chándal, le besé el vientre, los muslos... Ella me miró con sus ojos oscuros, con sus bonitos ojos, que se
cerraron cuando la penetré. [...] Y cuando me corrí, fue dentro de ella. Era lo único que quería.
Podría dar muchos más ejemplos, pero sospecho que la cuestión está clara: el lector romántico se queda anhelante, pensando "que me pongan lo que están comiendo ellos". Pues venga, coméntaselo a tu bienintencionado huevo frito.
Laurens Buijs, Ingrid Geesink y Sylvia Holla (científicos sociales de la Universidad de Ámsterdam) llegaron a una conclusión parecida a la de Laan cuando investigaron el estado de la sexualidad en los Países Bajos. En teoría, los resultados son buenísimos: los neerlandeses nos consideramos gente sexualmente libre y abierta y así nos presentamos también a los que no nacieron aquí, pues los refugiados aprenden en los cursos de integración que somos tolerantes con el sexo (y que ellos también deberían serlo si quieren seguir viviendo con nosotros) y los turistas descubren al recorrer nuestras zonas de marcha callejera (que todavía existen) que valoramos la libertad sexual. Pero, a la hora de la verdad, nos cuesta disfrutar del acto porque nos aferramos demasiado a ciertas ideas preconcebidas sobre el género, el amor y el sexo:
Pensemos en la eyaculación, por ejemplo. En muchas relaciones sexuales sigue siendo la mejor meta alcanzable, una responsabilidad mutua que, además, preferiblemente debería coincidir con el orgasmo del otro. Esto limita a los que quieren definir el "buen" sexo basándose en otras metas, por eso es probable que interpreten sus fantasías en términos de culpabilidad o vergüenza y no como alternativas sexuales.
En este aspecto también estamos muy influidos por la literatura, pero puede que todavía más por la cultura visual que impera en nuestra sociedad moderna. Las películas porno y las románticas ofrecen las mismas historias poco realistas sobre el sexo. No vemos a los actores luchando por alcanzar el orgasmo o que alguien lleve horas intentando que el otro llegue al clímax, nunca se oye a nadie murmurar: "Olvídalo, creo que hoy no va a funcionar, estoy demasiado distraído con temas del trabajo". Sin embargo, es innegable que esto ocurre en muchas camas; o que uno alcance el orgasmo siempre muy rápido y el otro sólo lo consiga después de mucho esfuerzo; o que paremos de hacer el amor porque empezamos a charlar o a bromear y prefiramos ponernos a leer o a dormir. Al final, todos estos momentos son sabrosos huevos fritos, pero nos parecen comida de pobres comparada con el menú de cinco estrellas que anhelamos.
En el transcurso de una entrevista, Ellen Laan enumera otras razones que pueden explicar la disminución del sexo entre los jóvenes: las chicas heterosexuales son más autónomas y suelen elegir el momento adecuado para el sexo, en lugar de verse apuradas como antes por el joven excitado con el que salen. Además, reciben más educación sexual, por lo que son más conscientes del riesgo de contraer enfermedades o de quedarse embarazadas. Los estudios han demostrado que son motivos frecuentes de abstinencia prolongada. Otro elemento — en mi opinión muy importante— que según Laan contribuye a la desexualización de las nuevas generaciones es que vivimos en una sociedad digitalizada y pornográfica:
Quizá la explicación más interesante sea que el sexo ya no es una fruta prohibida. Es más normal hablar de ello y a los padres no les molesta tanto que sus hijos compartan cama con alguien. Quizá eso hace que el sexo sea menos excitante.
Además, los jóvenes de hoy están tan acostumbrados a relacionarse sexualmente en las redes sociales con sus colegas que, después de un día online, ya están un poco hartos del tema: "Hay mucha comunicación a través de las redes sociales, pero toda es virtual. Es posible que los jóvenes se exciten más con los mensajes de texto y que por eso aplacen el sexo cara a cara".
Sí, eso parece. Los estudios recientes de varios sociólogos ilustres coinciden al afirmar que esta mudanza transformadora en la esfera sexual va de la mano de los cambios económicos modernos. Manuel Castells escribió sobre la "normalización" del sexo en la economía actual; Steven Seidman sostiene que está en auge un "erotismo sin límites"; Zygmunt Bauman da un paso más al describir una "revolución erótica posmoderna" y Anthony Giddens ya había reflexionado en 1993 sobre el fenómeno de la "sexualidad plástica", que, en su opinión, representa la experiencia del sexo contemporáneo ("plástica" se refiere a la maleabilidad de la expresión erótica individual, a la idea de que puedes moldear tu sexualidad según tus necesidades y deseos eróticos).
El sociólogo y filósofo esloveno Slavoj Žižek afirmó en 2020 que "disponemos de libertad para reinventar constantemente nuestra identidad sexual, para cambiar no sólo de trabajo o de trayectoria profesional, sino incluso nuestros rasgos subjetivos más íntimos, como nuestra orientación sexual". Suena liberador, pero no lo es en absoluto, argumenta Žižek, porque detrás de todas estas opciones hay un modelo económico capitalista que no para de crear y de intentar vendernos nueva mercancía, modas e imágenes cada vez más escandalosas; basta con pensar en los límites a los que llegan los usuarios de Chaturbate o en el porno explícito que coloniza internet. No somos de veras libres, vivimos en un sistema cuya supervivencia depende de su capacidad de ofrecer cada vez más opciones a los consumidores. Al final tenemos que elegir, no nos dejan conformarnos con lo que ya poseemos, porque si redujésemos la marcha y fuésemos a contracorriente acabaríamos siendo "conscientes de la falta de sentido de todo el movimiento". Según Žižek, esto deriva en una "transgresión permanente", se nos anima constantemente a mirar o practicar modalidades sexuales cada vez más osadas y provocativas y, como resultado, el apetito disminuye y nuestra sexualidad se queda en punto muerto.
Cualquiera que haya tenido una aventura (o haya fantaseado sobre ello) sabe que cuando el sexo es inalcanzable, cuando la tensión entre quererlo y no tenerlo, entre quererlo y no estar seguro de si lo tendrás es palpable, entonces el deseo se vuelve casi incontrolable. En cambio, cuando el sexo está garantizado, disponible en cualquier momento y en la forma que quieras, la tensión desaparece y, con ella, el deseo.
Sí quiero
Hay otro factor en juego en la actual desexualización de los jóvenes. No está tan presente en el debate público, pero yo opino que es igual de importante: el sexo se está convirtiendo en algo cada vez más peligroso a medida que se impone la necesidad del "consentimiento mutuo", es decir, la idea de que cada persona deba dar su permiso explícito antes de mantener relaciones sexuales. Es un planteamiento bienintencionado, pues antes, si sufrías una violación, tenías que probar que no habías querido mantener relaciones sexuales con el agresor, una tarea ardua si, por ejemplo, no hubo forcejeo físico ni gritos y la víctima se quedó paralizada por el miedo, cosa que ocurre a menudo. Se trata de una exigencia terrible para los denunciantes, sobre todo si el agresor termina absuelto por falta de pruebas. En 2018, los suecos aprobaron una ley para librar a las víctimas de esta obligación y convirtieron el consentimiento mutuo y explícito en un requisito legal. Desde entonces, sí sigue significando sí, pero la ausencia de un sí significa no.
Suena sencillo, ¿verdad? El problema es que el sexo no es sencillo en absoluto. Es desordenado, confuso y en él intervienen relaciones de poder. El sexo no es una práctica verbal o racional, sino física y emocional; no puedes concebirlo de antemano, sólo sentirlo mientras lo practicas, arriesgándote a que tus deseos cambien a medio camino o a sentir algo que no deseabas o crees que no deberías sentir. Por eso Slavoj Žižek se opone con vehemencia a los compromisos contractuales de consentimiento:
[Al hacerlo se] pierde un rasgo central de la interacción sexual, que es precisamente un delicado equilibrio entre lo que se dice y lo que no. La interacción sexual está llena de excepciones y, cuando uno quiere que las cosas se hagan sin decirlo de manera explícita, cuando la brutalidad emocional extrema puede ejercerse disfrazada de cortesía y la violencia moderada puede sexualizarse, la única manera de proceder es desplegando una comprensión y un tacto discretos.
La explicación de Linda Duits es más simple y, cuando menos, ingeniosa. Cuando el ministro neerlandés de Justicia y Seguridad propuso aprobar una ley de consentimiento sexual contractual le dedicó estas palabras:
El ministro Grapperhaus trata el sexo como si fuese té. Lo ve como un producto que pides a propósito y bebes con determinación. [...] El problema con la comparación y, por tanto, con el proyecto de ley de Grapperhaus, es que el sexo no es un producto, sino un proceso desordenado, irracional y lujurioso durante el cual tus preferencias cambian sin cesar. Pedir consentimiento a cada paso no es factible y limitarnos a un consentimiento previo carece de valor porque deberíamos poder conservar la opción de retirarlo.
Puedes cometer un error de juicio en la cama o darte cuenta durante el acto sexual de que antes lo querías pero ahora no o hacer algo divertido y excitante y luego sentirte un poco asqueado o avergonzado por ello. Es una pena, pero no una razón para poner una denuncia. Sin embargo, ocurre con asiduidad, sobre todo cuando las chicas se arrepienten después de haber mantenido relaciones sexuales. En Estados Unidos, donde varias universidades tienen estrictas políticas de "consentimiento sexual mutuo", surgieron dolorosos casos de chicos acusados en falso de violación. Sus compañeras de cama habían decidido mantener relaciones sexuales y actuaron en consecuencia, pero a la mañana siguiente se avergonzaban de su comportamiento sexual desenfrenado o se sentían heridas cuando el chico no las llamaba. En estos casos no era difícil demostrar que había sido sexo forzado e involuntario, ya que las mujeres en cuestión no habían dicho explícitamente que querían sexo y, según este tipo de normativa, todo lo demás significa no. Para cuando el joven acusado era absuelto, a veces meses o años después, su carrera y su reputación ya estaban hechas añicos.
Sin embargo, en los Países Bajos se sigue valorando la posibilidad de introducir una ley de este tipo y ya existen apps en las que tú y tu compañero de cama podéis registrar el consentimiento mutuo: así, si te denuncian por violación, tendrás una prueba de que la otra persona dijo que sí. Los expertos en tendencias creen que en el futuro utilizaremos más herramientas de este tipo para registrar el consentimiento explícito. Es un paso lógico en una sociedad que utiliza el miedo como el principal motivo para que controlemos nuestra conducta, una sociedad que nos empuja a desconfiar de las buenas intenciones de los demás y que nos predispone a elegir como buenas alternativas la vigilancia y la seguridad tecnológicas. Pero no es un paso alentador para los jóvenes que aún tienen que investigar sus preferencias y sus límites en materia sexual, que todavía no saben a ciencia cierta ni qué les gusta ni cómo expresarlo. No es de extrañar que cada vez sean más los que opten por no empezar este proceso en la vida real. ¿Y por qué deberían hacerlo si tienen acceso al porno, muñecas sexuales y avatares?
Ya hay a la venta vaginas de silicona diseñadas según los genitales de las estrellas porno
Las generaciones futuras podrán usar nuevas herramientas tecnológicas que les permitan sentir sexo online y, gracias a la realidad virtual, parecerá que están compartiendo el mismo espacio tridimensional con su pareja digital. Combinadas con la tecnología háptica, las experiencias online serán cada vez más difíciles de distinguir de las reales y los personajes virtuales nos atraerán tanto como los de carne y hueso que los controlan. Ya existe un prototipo de "máquina de besos" que te permite sentir los movimientos de la lengua y de los labios de otras personas y ya hay a la venta vibradores controlables por bluetooth desde el otro extremo del planeta (ideal si tu pareja vive en el extranjero) y vaginas de silicona diseñadas según los genitales de las estrellas porno. La industria del sexo que ofrece este tipo de dispositivos — ya de por sí grande— está creciendo exponencialmente.
La realidad virtual (RV) es una simulación informática en la que el usuario vive una experiencia usando unas gafas de visión de imágenes simuladas en 3D. Según se especula, en 2025, el porno será el tercer sector más importante de la RV, después de los juegos y los deportes. Scholtens y Nummerdor estiman que en 2027 practicar sexo con RV será tan normal como ver porno.
También conocida como comunicación cinestésica o tacto 3D, la tecnología háptica recrea el sentido del tacto mediante movimientos, vibraciones o fuerzas ejercidassobre el usuario. Sin embargo, y a contracorriente de esta dinámica de expansión material, las futurólogas Jeanneke Scholtens y Mabel Nummerdor predicen un "sexit": en un futuro que está al caer dejaremos de tener relaciones sexuales con otras personas, como un Brexit del sexo. En su libro nos recuerdan que "en el pasado todavía existían la abstinencia y la espera. A veces el mundo estaba en contra de ti y no conseguías lo que querías".
En un futuro que está al caer dejaremos de tener relaciones sexuales con otras personas, como un Brexit del sexo
Todo esto me recuerda el amor cortés mencionado en el Prólogo, un ideal romántico que surgió en torno al siglo XII en las cortes europeas y que giraba alrededor de un deseo reprimido. Los nobles y los caballeros ponían a una mujer sobre un pedestal y sentían por ella un amor perpetuo y (al menos antes del matrimonio) puramente platónico, un amor nunca correspondido que ensalzaban los trovadores con poéticos y lacrimógenos cantos. También evoca romances veraniegos, recuerdos de sol, de arena caliente y de vello rubio en los brazos; las noches que me pasaba en un avión antes de los reencuentros con mi pareja, que vivía en el extranjero, tan emocionantes que compensaban y disipaban mi jet lag; o la espera entre los mensajes de texto intercambiados con un nuevo amor, todos momentos sin contacto, pero rebosantes de lujuria, incertidumbre, fantasías, deseos y esperanzas.
Pero, en el futuro — escriben Scholtens y Nummerdor—, la impaciencia vencerá a la hora de satisfacer nuestras necesidades sexuales. Entonces, ¿no estaremos matando el fenómeno del deseo contenido? ¿Y no será la disponibilidad continua de sexo, en última instancia, la mayor depredadora de la lujuria?
Hay otra vía
Jennifer Lyon Bell, productora de cine erótico, opina que no es así. Jennifer entra en el estudio y no quiere ni café, ni té, ni galletas: "No, gracias, por ahora estoy bien, pero ¿podría tumbarme un rato en el sofá del rincón?". La estadounidense sufre de dolores de espalda desde que tuvo un accidente y, aunque sabía que el trayecto hasta el estudio era demasiado largo, le apetecía mucho caminar. El sol brillaba ese día, la primavera se asomaba cautelosa y Ámsterdam trinaba, bullía de energía y coqueteaba, igual que el pódcast que ella y yo íbamos a grabar sobre el futuro del porno. Sobre su porno, es decir, el porno inclusivo y ético que dirige en su productora, Blue Artichoke Films, una forma de porno poco conocida, pero cuya popularidad crece como la espuma. Con sus películas, Jennifer ha ganado premios en festivales y eventos, incluso el renombrado Seks & Media Prijs de la Sociedad Científica Neerlandesa de Sexología (NVVS por sus siglas en neerlandés), que nunca había galardonado una película erótica. Incluso tumbada y luchando contra el dolor de espalda, Jennifer lucía un estilo envidiable, es una de esas personas que son chic sin pretenderlo. Lleva el pelo corto y le gusta combinar vestidos anchos de colores con zapatillas deportivas. Nada en ella evoca las imágenes tópicas que la sociedad — y, debo admitirlo, yo misma— tiene sobre la industria del porno tradicional. Su estilo de vestir no es supersexi, como tampoco lo es su historia laboral. Jennifer se licenció en Psicología en Harvard y luego hizo un máster de Estudios Cinematográficos en la Universidad de Ámsterdam. Ella no "terminó metida en la industria del porno", como a menudo oímos decir a la gente y a los periodistas; ella eligió deliberadamente y con entusiasmo trabajar en este sector, igual que muchas otras personas.
"Sabía que tenía que hacerlo", me dijo la primera vez que hablamos, y se mostraba tan encantada que no me costó imaginármela como una estudiante aplicada trabajando en su tesis sobre el porno, cosa que provocó cierta consternación entre sus profesores, según me contó.
Estábamos hablando por Zoom. Una pantalla tambaleante apoyada en un regazo, un marido transitando por nuestra conversación buscando las gafas, las llaves. "Ven a saludar a Roanne", le dijo Jennifer, y allí, durante un segundo, apareció un hombre saludando a la pantalla. Un poco después, desde una habitación cercana, se oyó una voz masculina: "¡Ya las encontré!".
Antes de esa llamada, empecé a conocerla por las películas que me envió para que me hiciese una idea de su obra. Sus filmes se parecen al porno tradicional tan poco como la propia Jennifer. No porque no sean excitantes o explícitos (lo son), sino porque tienen una estructura totalmente diferente. Los actores, por ejemplo, apenas siguen un guion y, a diferencia de la mayoría de las producciones porno, Jennifer no les exige que mantengan relaciones sexuales o que alcancen el orgasmo (o que actúen como si lo hiciesen). Les da unas instrucciones mínimas y luego ellos siguen sus propios impulsos. Las cámaras no dejan de rodar para que Jennifer dirija a los actores, de modo que las grabaciones pueden durar horas y horas. "Así es más real y, por tanto, más emocionante", explica Jennifer.
Otra diferencia con respecto al porno convencional es que los actores, aunque sean seleccionados por la productora, parece que de veras se gustan. Y así es: "Antes de rodar, me reúno con cada uno y luego ellos se conocen. A veces les organizo una cita para que comprueben si sienten alguna conexión". Si surge atracción erótica entre ellos, ruedan una película juntos; si no, no:
Mi película de realidad virtual Second Date se titula así porque se trata de la segunda cita de dos actores para los que yo misma organicé la primera. Su segundo encuentro desembocó en un flechazo sexual que filmamos y que el espectador puede experimentar usando unas gafas de realidad virtual.
Me puse las gafas y me sentí como un voyeur en el salón de una casa flotante en la que los dos actores, sobre una zona llena de cojines de colores, charlaban, reían, tocaban el piano y, finalmente, follaban. "Puedes ver y sentir que la química entre ellos no es una actuación", me había prometido Jennifer, y tuve que darle la razón: parecía que sus actores se habían enamorado el uno del otro durante su segunda cita o que, por lo menos, se lo habían pasado muy bien.
Eso espero, sí — dice Jennifer entusiasmada durante la grabación del pódcast—. Y no sólo se lo pasaron bien juntos, sino también con el resto del equipo. Cuido mucho a mis actores, contratamos un servicio de catering delicioso y saludable, les damos albornoces calentitos y les pagamos un salario justo. Lo sé, suena todo muy lógico, pero, por desgracia, la industria del porno convencional dista mucho de ser así.
Los actores de sus películas tampoco se parecen mucho a las estrellas porno y no se ajustan en absoluto al ideal de belleza al uso: mujeres delgadas pero pechugonas, sin vello púbico pero con larga melena (preferiblemente rubia) y hombres musculosos y con un pene de tamaño descomunal. En las películas de Jennifer veo mujeres rellenitas o con vello en el pubis y en las axilas, mujeres con un arnés sexual a modo de pene, con cicatrices en el vientre o en las piernas, hombres delgados, gente guapa, gente de aspecto corriente, hombres que juraría — basándome en sus movimientos, en su tono de voz y en mis prejuicios— que son homosexuales, pero que no lo son, y hombres cuyo pene no aparece por ninguna parte: la película Headshot muestra a uno que alcanza el orgasmo, pero el espectador sólo le ve la cara.
Este tipo de porno inclusivo y realista (y feminista, según algunos expertos) es de pago:
El espectador puede pagar por una película o por acceder a toda mi filmografía. Te parecerá absurdo en un mundo en el que puedes ver sexo gratis por todas partes, pero es una condición imprescindible si queremos democratizar el futuro del cine erótico. De hecho, si no tienes que pagar por el porno que ves, es probable que estés viendo una obra plagiada o con actores que fueron maltratados económicamente o de alguna otra forma.
"Debemos acabar con esto", afirma Bell. De hecho, el porno gratis nunca debería haber existido. Cada vez hay más gente que piensa como ella, hombres y mujeres que pagan encantados por sus películas o por las de otros productores de porno inclusivo y alternativo, como Erika Lust (¡sí, su apellido significa 'lujuria' en inglés!). Jennifer me dice sonriendo que tiene mil planes de futuro: "Cada vez se ponen en contacto más actores que quieren trabajar conmigo y cada persona nueva me inspira".
*Roanne van Voorst es antropóloga, investigadora, conferenciante y escritora. En 2014 se doctoró cum laude en el Amsterdam Institute of Social Science Research y es profesora en la Universidad de Ámsterdam. Preside la Dutch Future Society, que se encarga de identificar tendencias de futuro, y es consejera científica y fundadora de HATCH, empresa que forma a personas para que se anticipen a las necesidades que exigirá la sociedad en el ámbito laboral. En 'Sexo con robots y pastillas para enamorarse' (Deusto) analiza el futuro del amor y el sexo en la era de la inteligencia artificial.