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El primer ministro italiano, pese al calibre de los escándalos, aguanta en el poder y en las encuestas, mientras la oposición pierde enteros.
Estas son las razones
El 13 de enero de 2011, hace dos semanas, Nicole Minetti, ex higienista dental de Silvio Berlusconi, de 25 años, ahora diputada regional en Lombardía y acusada de inducción a la prostitución por los fiscales, manda un mensaje sms a Florina Marincea, una de las jóvenes asistentes a las fiestas de Arcore.
Minetti: "Amor, él está el sábado... Debemos ir sea como sea. ¿Tienes alguna amiga mona que podamos llevar?".
Marincea: "Hecho. Mi amiga del alma. Muy fiable... Bella fica (tía buena)".
Al día siguiente, el escándalo emerge en todos los diarios del mundo. Orgías, una menor de edad, abuso de poder. Los más osados recrean las noches de bunga bunga y crean el apodo de El Sultán de Arcore; los clásicos se remontan a Tiberio. Los editoriales se preguntan si también esta vez sobrevivirá el gracioso que ponía los cuernos en las fotos de familia de las cumbres internacionales. El que saludó el histórico triunfo de Obama diciendo "es joven y bronceado". El compadre de farras y negocios de Putin y Gaddafi.
Berlusconi responde con su virulencia habitual. Dice que es el político "más perseguido de la historia" (16 juicios, cuatro en curso, tres absoluciones, nueve salvado in extremis por leyes a medida o indultos). Niega que haga orgías en sus residencias, dice que son "solo cenas elegantes y normales", que la fiscalía ha violado su intimidad y de paso la Constitución, que le ha tratado como a un camorrista controlando a sus visitas durante todo un año.
Su reacción parte a Italia en dos mitades, como siempre en los últimos 17 años. Guerra a todo campo: política, judicial, institucional, mediática y cultural. El primer ministro contra los sospechosos habituales, los fiscales comunistas de Milán. La libertad, la privacidad y la impunidad, contra el lema "la ley es igual para todos" y la publicación masiva de las escuchas.
Los periódicos se frotan las manos y publican cada detalle (en Italia se abolió el secreto de sumario en 1987) sin pararse a cribar si son o no constitutivas de delito. Algunos dan 12 páginas diarias. Berlusconi organiza el contragolpe en las televisiones, que silencian los indicios del auto, lanza videomensajes, manda a su ejército de velinas, con la joven Ruby por delante, a contar la versión oficial, y cuando el despliegue flojea irrumpe él mismo por teléfono en los programas de debate.
El miércoles llama a L'Infidele (El infiel, La 7) e insulta en riguroso directo al director, Gad Lerner, llamándole "despreciable y repugnante", y añadiendo que su programa es "prostibulario". El periodista le contesta que es un cafone (un paleto) y que se presente ante los jueces. El soberano sufre, la audiencia sube, el pueblo se olvida de la crisis, en el ágora mediática e hiperveloz y la confusión es total. Nadie sabe lo que es verdad y mentira, dónde está el bien y dónde el mal. Es un reality, y el espectáculo debe continuar.
"Entender lo que está pasando en Italia parece simple y es en realidad una cosa muy compleja", analizaba el pasado viernes Roberto Saviano en su artículo de La Repubblica, titulado El fango sobre todos nosotros. "Hace falta un esfuerzo y coincide con la última posibilidad de no sufrir la barbarie. Porque, como siempre pasa, el fango llega. La máquina del fango escupe contra todo aquel que el Gobierno considere su enemigo. El objetivo es comunicar un mensaje simple: sois todos iguales, todos estáis sucios. En el país de los inmundos no se puede criticar, denunciar. La máquina del fango, cuando te tritura en su engranaje, te hace bajar al nivel más bajo. Donde, recordémoslo, estamos todos. Aquí no hay nadie bueno, todos tienen defectos o crímenes que esconder".
De momento, el primer objetivo se ha conseguido. La potente maquinaria mediática iguala delitos graves y faltas leves; la facción política hace piña y la Junta de Autorizaciones del Parlamento decide devolver el sumario a Milán sin decidir si da o no permiso a los fiscales a registrar el despacho del contable, Giuseppe Spinelli. La mayoría política afirma que la fiscalía no es legítima, que la causa debe ser trasladada al Tribunal de los Ministros, porque el primer ministro actuó por motivos institucionales cuando presionó a la policía de Milán para que liberaran a la joven Ruby cuando estaba detenida, "ya que pensaba que era la sobrina de Hosni Mubarak".
A sus 74 años, El Caimán que dibujó Nanni Moretti en la profética secuencia final de su película, sale de la pantalla e inunda la escena: investido del poder del pueblo, por encima de una justicia politizada. Ni el continuo goteo de revelaciones cada vez más comprometedoras le hace retroceder. La fiscalía informa de que la policía se incautó en agosto de 12 kilos de cocaína que eran del novio de su vestal dominicana Marysthell García Polanco. Que una segunda prostituta brasileña, Iris Berardi, participó en las fiestas siendo menor. Que su protegida Nicole Minetti ha dicho hace unos días sobre Berlusconi: "Ahora finge que no recibe las llamadas, pero cuando se cague encima por Ruby llamará y se acordará de nosotras". O también: "Le es cómodo meternos a ti (Barbara Fagioli, otra velina) y a mí en el Parlamento porque dice: 'Bueno, ya me las he quitado de encima, el sueldo lo paga el Estado".
Nada de eso le pasa factura aparente. Los italianos le apoyan mayoritariamente, aunque las encuestas revelan que si se votara hoy Berlusconi ganaría en la Cámara, pero no en el Senado, con lo cual no podría volver a ser primer ministro, y aunque un 50% de la población sigue pensando que debería dimitir por haber llevado a menores a sus fiestas (Noemi, Ruby, Iris). Los datos muestran que la oposición del Partido Democrático está a cinco puntos del Pueblo de la Libertad (30% contra el 25%). Y bajando.
El mundo se pregunta cómo es posible, qué les pasa a los italianos, si están rincoglioniti (atontados) o han perdido la razón. Mientras los emigrados escriben indignados a las webs y los blogs, los que viven dentro oscilan entre la consternación, la sonrisa estupefacta, la incultura del todo vale y la defensa a sangre y fuego del líder. Otros se indignan no solo con Berlusconi, sino también con la oposición, la clase política en general, con la patronal que protege el statu quo, con una Iglesia que consideran cómplice y, en gran medida, con ellos mismos.
Muchos otros creen, ahora con más razón, que Berlusconi es un mártir de la justicia. En la página web de los Promotores de la Libertad, movimiento de cachorros del PDL, la presidenta y ministra de Turismo Michella Brambilla escribe: "La nueva investigación sobre Berlusconi se funda sobre acusaciones absurdas e inverosímiles. (...) Pero los italianos ya han entendido. También esta iniciativa, como todas las demás, será un bumerán para el Partido de las Fiscalías".
Incluso en la presunta izquierda, gente como Domenico Cacopardo, afín a Massimo D'Alema, jefe del aparato del PD, se muestra crítico con la justicia: "El proceso a Berlusconi se ha celebrado ya en la plaza pública y ha acabado con su condena, lesionando de paso los derechos humanos de algunos implicados que no han cometido ningún delito", escribe.
Mientras tanto, la jerarquía de una Iglesia presionada por las bases, y abandonada a su suerte por una oposición desaparecida en las castas fiestas de los salones romanos, se ve forzada a mostrar su cara más cínica y pragmática, y a tratar de justificar lo que parece imposible. Los que siempre apoyaron al político ateo saltan al campo sin tapujos, animados por Vittorio Messori -"mejor un putero que haga buenas leyes para la Iglesia que uno catoliquísimo que nos perjudique"-, mientras el Vaticano y la Conferencia Episcopal Italiana conciertan mansas amonestaciones, imploran "sobriedad y decoro", y prorratean entre tirios y troyanos la culpa de lo que Angelo Bagnasco, líder de los obispos, define como acumulación de "situaciones anormales" y "catástrofe antropológica".
Queda claro que el berlusconismo se asienta en las dos estructuras fundamentales del país: por un lado, la Iglesia, o mejor dicho esa treintena de obispos (sobre 255) que todavía ven en el octogenario y ultra Camillo Ruini a su padre espiritual; y, por otro lado, las familias, categoría amplia que incluye, según el filósofo Carlo Cuchio, a las mafias del sur, cruciales en toda elección; y según Eugenio Scalfari, fundador de La Repubblica, a "ese tercio de ciudadanos pasotas y desinformados que han dado un cheque en blanco a Berlusconi y son capaces de perdonarle cualquier cosa".
El vaticanista Sandro Magister, autor del blog chiesa.it, cercano a las posiciones del gran cofrade de Berlusconi, el potente movimiento Comunión y Liberación, opina: "No es cierto que sean los negocios lo que mueve a la jerarquía católica a apoyarle, sino el pragmatismo, la conciencia de que el Gobierno de centro derecha garantiza más y mejor que la oposición las cosas que importan más a la Iglesia: la defensa de la vida, el aborto, la eutanasia, la educación libre".
"Naturalmente", añade, "la Iglesia no es feliz con ese estilo de vida intolerable para la moral católica, pero eso no compromete el programa del Gobierno, es una inmoralidad privada y la Iglesia no la juzga salvo en el confesionario. Por eso Bagnasco ha resistido la presión de las bases que pedían una clara petición de dimisión. Por eso y porque la Iglesia no es un tribunal y cree en el arrepentimiento y el perdón. Y porque teme que la batalla contra la familia que se lucha en Europa se pueda traducir en leyes peligrosas".
¿Mejor entonces un buen legislador de dudosa o evidente inmoralidad, pues, que uno intachable que no garantice su apoyo? "Dicho de un modo áspero, es así. La Iglesia cree que el actual Gobierno no tiene una alternativa capaz de liberar al país de la fragmentación social, de ese desastre antropológico", afirma Magister.
El sacerdote y militante del centro izquierda Filippo di Giacomo lo ve de otro modo, y lo explica así: "Si la Iglesia no se divorcia de Berlusconi es porque sigue vivo el sistema que lleva 20 años haciendo negocios con él. A Comunión y Facturación la doctrina les importa cuando implica una ganancia. Partiendo de la Lombardía del emir Roberto Formigoni (el gobernador regional), su gigantesca maquinaria electoral, mediática y económica arropa cualquier desnudo del sultán".
Pero Di Giacomo llama también la atención sobre el abandono en el que el centro izquierda ha dejado a sus votantes. "A estas alturas sabemos bien lo que podemos esperar de nuestra izquierda. Cero. Cuando ha tenido el poder, D'Alema ha sido cómplice de Berlusconi, y su rival Walter Veltroni ha competido con él en ver quién era más cómplice. Esa es la realidad. Ya no tienen credibilidad. Los privilegios, la corrupción, el amiguismo, la riqueza, el conflicto de intereses, repiten uno a uno todos los vicios del emperador. La imagen de Veltroni reapareciendo de la nada en Turín ante tres filas de sesentones recién bronceados en sus villas de Kenia y Tailandia mientras los obreros de la Fiat firmaban la renuncia a sus derechos de enfermedad y huelga define a la izquierda italiana".
Un dato ayuda a entender mejor por qué la Iglesia no se atreve a condenar a la hoguera a su procaz aliado. Desde que estalló el escándalo, el Partido Democrático ha bajado entre dos y tres puntos su intención de voto. El PDL se ha quedado igual.
Osvaldo Napoli, diputado del Pueblo de la Libertad, miembro de Forza Italia desde 1995, y uno de los grandes defensores del Cavaliere, cree en cambio que el elemento crucial es otro: "Silvio resiste porque los italianos no son ningunos idiotas y tampoco unos puritanos. Los italianos se fijan en lo concreto, no en lo que pasa en la vida privada, y ven que en el país no hay una oposición capaz de suplir con garantías a Berlusconi".
"Créame si le digo que eso no es un bien siquiera para nosotros", añade el diputado del PDL, "porque en estos años el centro izquierda no ha logrado encontrar un líder del carisma de Berlusconi y no ha encontrado una alternativa, y todo país necesita una oposición seria. Si no hay propuestas ni ideas al otro lado, la política y el clima social se resienten. Y en Italia no hay nadie al otro lado".
Católico, director de una empresa farmacéutica y alcalde de Valgioie, provincia de Turín, Napoli razona y actúa como un político de raza. Como buen católico, está dispuesto a perdonar a su adorado líder y a echar pelillos a la mar con el asunto de las menores afirmando que "desde luego está mal", matizando "que ahora las niñas de 17 años no son niñas" y reiterando el eslogan favorito de la derecha, es decir, que "la justicia persigue encarnizadamente a Berlusconi desde que entró en política".
El periodista Giancarlo Santalmassi, ex director de Radio 24, rebate la mayor: "El magnate entró en política precisamente para evitar ser condenado, y de hecho no se hubiera librado si el Parlamento no hubiera aprobado amnistías, acortado prescripciones y confeccionado leyes a medida".
En todo caso, la conversación con Napoli enseña algunas cosas. Mientras responde a la entrevista resuelve cuatro problemas que alguien le plantea. Su estilo es agresivo, hiperactivo, y se nota que estaría dispuesto a matar por su jefe. Justo lo contrario de la desunión, la displicencia y la arrogancia de los elegantes y finos dirigentes del centro izquierda, siempre dispuestos a darse navajazos entre ellos y a arrugarse si el que se pone delante es Berlusconi.
La agonía atroz de esa izquierda radical chic, según la bautizó el infalible Indro Montanelli (que era un tipo de derechas pero fue también el primero que alertó sobre los riesgos del berlusconismo), es una de las claves de la milagrosa supervivencia de su teórico gran rival. "Los chicos de la sinistra son capaces", explica Santalmassi, "capaces de hacer bellos discursos pero totalmente incapaces de renovarse, de cambiar. El verdadero drama del país es esa izquierda. Y no debemos equivocarnos: Berlusconi es la consecuencia de esa dejadez, y no la causa".
Napoli y Santalmassi, viniendo de corrientes opuestas (el segundo es un informador de corte británico que fue purgado de la radio de la patronal por Berlusconi), coinciden en la esencia, y son del todo actuales: "La Iglesia no solo ha criticado a Berlusconi el otro día", recuerda Napoli. "Criticó a la política en general. Vino a decir que quien esté libre de pecado tire la primera piedra. Y que tenemos que volver a un sistema de valores que hemos perdido".
"Berlusconi ya sabemos lo que es: los que tienen que volver son los otros", añade Santalmassi. "Solo hay que mirar la chapuza que ha hecho el Partido Democrático en Nápoles esta semana".
Conviene detenerse un momento en esa tragicomedia que ha sido fagocitada por la publicación de los más de 500 folios de la instrucción de la causa contra Berlusconi. Mientras el escándalo sexual tocaba su cénit, el PD celebraba en Nápoles las primarias para elegir candidato a las municipales de primavera. Por hacerlo breve, el aparato del partido apostó todo contra el aspirante de Nichi Vendola, líder de Izquierda, Ecología y Libertad, un pequeño partido emergente que trata de renovar el PD desde fuera y que hace dos meses ya ganó por sorpresa las primarias a la alcaldía de Milán.
Votaron casi 45.000 personas, cifra asombrosa. Sobre todo para Nápoles. En unas horas se supo que un candidato puso en la cola a ciudadanos chinos. Y que otro pagaba cinco euros por sufragio. Una fiesta. El escritor Roberto Saviano pidió la anulación de las primarias por pucherazo de estilo camorrista; la cúpula de Roma ha pedido, sin éxito, repetir la votación. Y ha aplazado el congreso nacional del partido que debía celebrarse en Nápoles en febrero.
En cualquier caso, las autolesiones del PD explican una parte del enigma del serial Las ocho vidas de B. Pero no todo. ¿Por qué los italianos le prefieren? ¿Qué es el berlusconismo, o dicho de un modo más lúdico y lúbrico, el berlusconismo-velinismo?
Para el periodista estadounidense Alexander Stille, autor del libro Citizen Berlusconi, el sistema consiste "en la concentración sin precedentes del poder en las manos de un hombre solo", y ha ido cambiando de forma con el tiempo. "Primero fue el uso del poder para fines personales, como las leyes que frenaron las investigaciones sobre su hermano y las empresas de la familia; luego la confusión total entre privado y público, durante la cual Berlusconi envió al Parlamento a decenas de dirigentes, abogados, periodistas y empresarios que eran empleados suyos (sobre todo si estaban imputados). Después se situó por encima de la ley: despenalizando delitos y con decenas de intentos de escapar de la justicia con fullerías y leyes a medida".
Con las elecciones de 2008 entró en la última fase, que Stille define como "la etapa del sultán", definida "por las candidaturas de velinas poco o nada preparadas", lo cual produjo la rotura matrimonial de 2009 en la que Veronica Lario le definó como un "hombre enfermo que frecuenta a menores".
Para quienes todavía se preguntan si Berlusconi es simplemente un populista vacío, o si hay algo más detrás, el libro Silvio Berlusconi. El ser y la nada en la Italia del Cavaliere (Ediciones Ombre Corte, a la venta el 9 de febrero) ofrece algunas conclusiones interesantes. Lo ha coordinado el filósofo Carlo Chiurco, de 39 años, profesor contratado de Historia de la Filosofía Medieval en la Universidad de Verona, una ciudad símbolo de la Italia de hoy: fue una de las cunas del feminismo y tiene una larga tradición en los estudios de género; ahora su alcalde y su presidente regional son de la Liga del Norte.
El volumen reúne una decena de ensayos de investigadores jóvenes que disecciona los resortes que mueven el berlusconismo. "Bajo su apariencia de política espectáculo, y su puesta en escena simpática y aparentemente caótica, el sistema es justo lo contrario del caos", explica Chiurco. "Él toca culos, pone cuernos, y nos hace sonreír, pero atención: es solo una actuación. Su poder ha sido proyectado y ejecutado con sumo cuidado, y esconde una filosofía, una estructura de pensamiento científica, muy racional y precisa. Es paradójico, porque el berlusconismo vive de paradojas. La sociedad y la realidad que impone son líquidas, pero él no aspira a gobernar esa realidad. Lo que quiere es imponernos su relato, que su relato sea el nuestro. Por eso él odia el debate, porque es una fotografía que fija los objetos y acaba con las interpretaciones, con su forma de decir esta silla es una mesa y esta mesa es una lámpara. Nuestra vida debe ser un espectáculo y el relato de su vida debe ser el relato de la vida de todos".
"Uno de los secretos de la supervivencia de Berlusconi son los medios: sus escándalos se devoran unos a otros", prosigue el filósofo de Verona. "Y eso explica en parte la falta de reacción de la ciudadanía, que asiste con la boca abierta al circo. Visto desde arriba, su método es hipnótico: refleja lo que la sociedad sabe que es pero no quiere asumir que es. Y por eso es una catarsis: lo necesitamos, nos libera de nuestras obligaciones de ciudadanos.
"Pero el contenido político del berlusconismo", añade Chiurco, "es igual a cero. Él no quiere cambiar el mundo como el fascismo o el comunismo. Él solo aspira a consumir la realidad. Es un consumidor insaciable. Consume cuerpos, abogados, oposición, no le basta la mayoría más amplia de la historia republicana, quiere consumir la Constitución y el Quirinal, el Supremo y el Parlamento. Es una carrera sin meta. Por el mero gusto de consumir. Y eso es lo aterrador", concluye: "No se trata de un fenómeno italiano, aunque tenga peculiaridades culturales propias; se trata de la forma en que Italia refleja el nihilismo contemporáneo. Por eso es peligroso: Berlusconi es la vanguardia de un Estado social global".
Humano, demasiado humano, nadie es capaz de anticipar cuándo y cómo acabará este periodo. Algunos síntomas sugieren, sin embargo, que se ha abierto una falla que podría ser definitiva. Las mujeres italianas se han visto humilladas ante el mundo por esta frase de Iva Zanicchi, la ex cantante y supuesta defensora del primer ministro: "Es un benefactor al que le gusta la carne fresca". Muchas italianas han dicho basta y se están rebelando. Cada vez son más quienes creen que la séptima economía del mundo no puede presentarse más ante la comunidad internacional como el paraíso de la misoginia y de lo que Paolo Guzzanti, un ex diputado del PDL, llamó proféticamente la mignotocrazia (la putocracia).
"El poder femenino es central en la sociedad moderna, y el sistema de poder de Berlusconi es inatacable salvo en ese punto", concluye el filósofo Carlo Chiurco. "Su desprecio a la mujer ha ido demasiado lejos. Es su aspecto más siniestro. No es un macho patriarcal; los machistas dan un rol aunque sea secundario a la mujer. Él niega todo rol a la mujer y hace el amor consigo mismo a través de sus cuerpos. La mujer queda suprimida, reducida a un cuerpo yacente, de usar y tirar: un cadáver. "Adelante, la próxima. Adelante, la próxima", narraba una vestal el otro día. El sistema está cayendo por donde él nunca habría pensado que lo haría. Es una revuelta de palacio, de la parte más escondida e inaccesible del palacio: el harén. El peligro no estaba fuera, no eran los jueces ni el Constitucional; estaba en casa, y eran las mujeres".
Por MIGUEL MORA from elpais.com 30/01/2011
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