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En Sidi Bou Said, a pocos kilómetros de Túnez, el olor de los jazmines se confunde con la brisa del mar. A este entorno ideal, con el azul del Mediterráneo de fondo, no llega siquiera el eco de la revolución. Por eso, llamar 'revolución de los jazmines' a esta revuelta proletaria que ha vivido Túnez desde mediados de diciembre, no se corresponde con la realidad.
Los jazmines evocan bonitas casas adornadas de flores, calles de ciudades turísticas de la costa del país. Hammamet, Cartago, La Marsa, Sidi Bou Said... Burguesía acomodada, artistas e intelectuales derrocando juntos a un dictador y provocando la admiración de sus pares europeos.
Pero, por mucho que en los medios de comunicación nos gusten los nombres altisonantes, la 'revolución de los jazmines' no existe. Y el símbolo de la belleza del norte desarrollado de Túnez no puede apropiarse de un movimiento popular iniciado por las clases marginadas. Por mucho que algunos nombres se parezcan -la turística Sidi Bou Said no tiene nada que ver con la miserable ciudad de Sidi Bouzid, epicentro de las revueltas-.
"Hablar de 'revolución de los jazmines' no es lo mismo que hablar de una revolución popular, porque no incluye a toda la población", explica Rached Abidi, un joven contable de Regueb, en el corazón de Túnez. "Es un apelativo que incluso el Gobierno de transición ha fomentado porque da una imagen de suavidad", añade.
Nada más alejado de la realidad. En vez de flores ha habido sangre y violencia. En más de cuatro semanas de agitación social, han muerto más de un centenar de personas, la mayoría por disparos de la policía tunecina. Según un equipo de Human Rights Watch, que investiga sobre el terreno estas muertes, sólo en la localidad de Kasserin hay 17 muertos bajo las balas. En Tala, hay otros seis y en Regueb, la ciudad de Abidi, cinco.
Así que en vez de bellos jazmines hay que hablar de la brutalidad de unas fuerzas policiales que han disparado a matar. Ha sido la negación de la dignidad a las clases más humildes lo que ha hecho que el pueblo se levante. "El término 'revolución de los jazmines' es elitista, representa la imagen de un país de postal", explica Lofti Ghariani, fotógrafo artístico originario del sur de Túnez. Según explica, revela cómo las élites quieren apropiarse de una revolución que han pagado con su sangre los desheredados.
En la Casbah, los jóvenes que vienen de la región de Sidi Bouzid, como Abidi, para exigir la dimisión del actual Gobierno de transición prefieren que se llame a su Intifada la 'revolución de la libertad y la dignidad'. Ellos temen que la 'vieja guardia' de Ben Ali que se aferra al poder confisque su levantamiento.
Lejos de la imagen de un país de postal quedan las calles sin asfaltar de las localidades del interior, la miseria entre la que los niños juegan al fútbol, el desamparo de las familias que han perdido a sus hijos sabiendo que nunca se hará justicia.
"Allí, en Sidi Bouzid, ni siquiera conocen el olor de los jazmines", concluye Ghariani.
Por Rosa Meneses from elmundo.es 26/01/2011
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