viernes, 4 de marzo de 2011

Escapar del ajetreo de Venecia durante el carnaval

Foto from viaje.info

Las islas de Murano, Burano, Torcello y el Lido ofrecen un refugio para alejarse de las masas de turistas que inundan la ciudad de los canales durante carnaval.
Cuando en Venecia las masas de turistas agobian por todos lados, lo mejor es echarse al agua. Ante las colas para entrar en la Basílica de San Marcos, los empujones en el puente Rialto, las prisas en Ca' Rezzonico o el gentío en general que atrae el carnaval estos días, una recomendación asequible es darse un respiro y tomar un vaporetto (bus acuático) rumbo a las islas que rodean la ciudad de los canales. Otro mundo. Ahí están Murano, una especie de Venecia a escala, Burano y el estallido cromático de sus casas de pescadores, la vieja Torcello y su tranquilidad ancestral, el Lido y las playas que toman al asalto los venecianos cada verano. Las mismas en las que el protagonista de Muerte en Venecia se enamoraba obsesivamente del joven Tadzio.
Alejarse de la ciudad por agua es una forma de tomar perspectiva. En ese paisaje que la rodea yacen los orígenes de La Serenísima; es "la misma extensión plana y desolada de agua, juncos y marismas que los primeros venecianos escogieron para asentarse", como escribe el erudito y aristócrata inglés John Julius Norwich en su apasionante Historia de Venecia (Almed). Una circunstancia -otra más- que hace única a Venecia. "No hay ninguna otra gran ciudad que haya logrado preservar hasta tal punto en sus inmediaciones la atmósfera y el entorno que la vieron nacer", añade Norwich. Ese panorama se puede recorrer en un día, y no hacen falta excursiones organizadas; recurra al transporte público. Empezando por Murano y acabando en el Lido, con tiempo para observar desde allí la caída del sol sobre Venecia.

 Murano
Foto from disfrutavenecia.com

Partiendo de las Fondamente Nuove, el vaporetto se planta en diez minutos en Murano, la isla del cristal. Se abre como una Venecia en miniatura, con su gran canal, sus palazzi (como el gótico palazzo da Mula) y sus iglesias; pero sin las hordas de turistas (14 millones inundan Venecia cada año). Aquí fue confinada la antigua artesanía del vidrio en el siglo XIII, para alejar sus hornos y el peligro de incendio. Hoy algunos muestran su técnica. Los artesanos calientan la masa de vidrio hasta hacerla maleable, y luego la soplan y la estiran para modelar copas, vasos, lámparas de araña... La fábrica de Mazzega abre su taller junto a varias plantas con cientos de creaciones.
La historia del cristal de Murano se exhibe en el Museo del Vetro, con piezas de época romana. Cerca se alza la iglesia de Santa Maria e Donato (siglo XII), una joya véneto-bizantina, de cuando Venecia reinaba como potencia comercial del Mediterráneo. Fuera luce su ábside exterior, de ladrillo y columnas blancas, y dentro esperan la Virgen María, en el dorado mosaico del ábside, y un hipnótico pavimento de mosaico de mármol. Para comer, la Trattoria Valmarana con sus sarde in saor (sardinas fritas marinadas).

 Burano
Foto from visitavenecia.com

Con esas casas pintadas de colores vivos, de rojo saturado, azul eléctrico y amarillo limón, podría parecer que este pequeño pueblo de pescadores no es más que un bonito decorado, pero nada de eso; ahí vive gente que trabaja. Tienen amarrado el bote a la puerta de casa, y no es raro verlos preparando redes y aparejos con los que faenan en la Laguna. La intensidad cromática de las casas tiene su razón: las pintaron así para que los pescadores las identificaran desde lejos cuando volvían del mar.
La otra seña de identidad buranesa son los encajes, que tradicionalmente tejían las mujeres. Se puede echar un vistazo en las tiendas cercanas a la piazza Galuppi, junto a la iglesia San Martino, o en el Museo del Merletto, que repasa la historia de estos tejidos. Y para probar el renombrado pescado local: el restaurante Al gatto nero. Luego vale la pena perderse entre las calles, silenciosas y apacibles, y acabar sentado en el embarcadero, contemplando el reflejo del atardecer en la Laguna.

 Torcello
Foto from pictures.traveladventures.org

El vaporeto desembarca ante un camino que conduce a la plaza mayor, centro de una isla prácticamente deshabitada, todo juncos y marismas. Caminando por ese humilde trayecto cuesta imaginar que en estos terrenos se levantara una de las comunidades más antiguas y dinámicas de la Laguna, con sus palazzi y sus canales. No queda casi nada de todo aquello, pero resiste la basílica véneto-bizantina de Santa Maria Assunta (VII), considerado el edificio más antiguo de Venecia, con sus mosaicos (IX-XII) de la Virgen y el niño y el del Juicio final.
Luego se puede descansar fuera y contemplar la iglesia de Santa Fosca (XI) y el campanile, con buenas vistas. O también puede uno tumbarse en la hierba, junto al rumor del agua, y evocar la historia de Torcello, que se remonta a los primeros asentamientos de la Laguna. Hasta estas marismas llegaron los romanos del Véneto para escapar del azote de las invasiones bárbaras. Fundada en el siglo V, fue la primera comunidad estable de la Laguna, y pronto se afirmó como un vigoroso centro mercantil (VI y VII), cuando la zona no era más que un grupo de comunidades isleñas, según escribe Norwich. En el siglo XIV, la población ascendía a 20.000 habitantes, cifra considerable para la época. Con todo, cuesta encontrar rastros de esplendor. El novelista Henry James reconocía la relevancia de la isla ("aquí nació Venecia", anotó), pero la visita le decepcionó. A su colega Ernest Hemingway le interesó más para aislarse y escribir.

 Lido

Es como una vuelta al mundo real, con la ruidosa banda sonora del tráfico motorizado. Coches y motos, ausentes en el resto del archipiélago, circulan por esta isla alargada, semejante a una muralla natural que protege a la Laguna del Adriático. Los venecianos toman al asalto sus playas cada verano y en septiembre es abducida por el Festival de cine de Venecia. La arteria es la avenida Santa Maria Elisabetta, que cruza el Lido hasta el frente marítimo y conserva el aire turístico que adquirió a finales del XIX. Testimonio de aquellos días es el majestuoso Hotel des Bains, en primera línea de mar, donde el cincuentón Gustav von Aschenbach, protagonista de Muerte en Venecia, de Thomas Mann, se enamoraba obsesivamente del efebo Tadzio. Y si el hotel ya era exclusivo, ahora va a serlo más: ha sido reconvertido en apartamentos de lujo. Pese a todo, sigue abierto el entorno arbolado de la zona, que es idóneo para practicar deporte o pasear. Bien lo sabía Lord Byron -según recoge Norwich en Venecia en el siglo XIX-, que no perdonaba su excursión diaria por la isla.
El Lido es un punto final provisional, porque aún quedan muchas islas: San Michele, la isla cementerio; Sant' Erasmo, todo campos de labranza, San Lazzaro degli armeni, donde Byron intentó aprender armenio, San Francesco del deserto y su monasterio franciscano ... Escuche el consejo del veneciano Tiziano Scarpa, en su delicioso ensayo Venecia es un pez: "No renuncies a los pequeños cruceros por la laguna: sube a bordo de una motonave en Fondamente Nuove, descubrirás venecias paralelas, contravenecias, paravenecias, antivenecias". Toca embarcarse para comprobar cómo la poderosa ciudad-nenúfar se refleja en todo el archipiélago veneciano.

Foto fromlocuraviajes.com

Por ABEL GRAU – from elpais.com 03/03/2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.