Foto from radio.studio92.com
Uno de cada cinco españoles cree en videntes o astrólogos sin importar el sexo, la religión o el nivel sociocultural - En un mundo tecnificado, la magia aún es negocio.
La consulta está en un piso del elegante barrio de Salamanca de Madrid. Es un despacho discreto que comparte oficina con una inmobiliaria y un abogado. En la escueta decoración, apenas un par de detalles orientalistas y un póster con las constelaciones. Sobre la mesa, ni velas negras ni bola de cristal: hay un ordenador portátil y dos teléfonos móviles a los que los clientes mandan mensajes para concertar sesiones de 65 euros para que les echen las cartas. "Odio la palabra vidente, yo soy una orientadora, no tengo poderes, sino una sensibilidad especial, una empatía que lleva en mi familia desde mi tatarabuela", dice la echadora, una joven holandesa. Prefiere no dar su nombre. No quiere publicidad. Desde hace 15 años atiende solo gracias al boca a boca. La discreción es fundamental porque por sus manos pasan políticos, famosos, médicos, abogados e "incluso religiosos". "Aquí viene gente de todos los estratos sociales y culturales", dice.
A su consulta se acerca un posible cliente. No cree en "estas cosas", pero le parece "divertido", tiene amigos que lo han hecho y cuentan cosas increíbles sobre la intuición de esta mujer "que no va de bruja". También le da respeto, porque le han dicho que es "adictivo". Es un treintañero sofisticado, ateo y economista. Según las encuestas, tiene todas las papeletas para ser un escéptico, pero aquí está. No es un bicho raro: uno de cada cinco españoles dan crédito a "estas cosas".
En última encuesta de Metroscopia para medir el Pulso Social de España se incluyó la siguiente pregunta: "En la actualidad, hay mucha gente que se interesa por el curanderismo, la astrología, el tarot o la videncia. Para unos, estas actividades son simples charlatanerías, supercherías sin fundamento que no merecen ningún crédito. Otros, en cambio, consideran que pueden ser formas alternativas de explorar y explicar el mundo y que, a su manera, son tan válidas y respetables como la ciencia. ¿Con cuál de estas dos opiniones tiende usted a estar más de acuerdo?". El 76% de los encuestados dijeron que eran inventos, pero "con todo, lo cierto es que un 20% les guarda consideración". Aún mayor es la fe en amuletos y talismanes: un 48% de los españoles cree que tienen "alguna influencia sobre los acontecimientos que les afectan".
A Manuel Toharia, director científico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y escéptico combativo, los datos no le impresionan. "Me esperaba que los crédulos fueran muchos más del 20%", dice, "aunque claro, la gente miente ante una pregunta así, contesta lo políticamente correcto". ¿Y por qué son tantos? "En el ser humano hay una parte de racionalidad, esa que nos obliga a ir por la derecha en la carretera, que nos hace leer la letra pequeña de la hipoteca, pero también hay una parte, aún poderosa, de aquel mono listo que se escondía de las tormentas y que tenía miedo de todo a lo que no encontraba explicación. Nos gusta más pensar una solución probable pero fantasiosa, que buscar una racional, incluso muchos escépticos al final caen en el 'las meigas no existen, pero haberlas haylas", contesta el físico.
Aparte del porcentaje, la encuesta pone otro dato de relieve: "El mayor nivel educativo solo modula, pero en modo alguno anula, la propensión a atribuirles credibilidad: ese tipo de prácticas constituyen ciencias alternativas para el 24% de los españoles con nivel de estudios más bajo pero también para el 16% de los que tienen el nivel de estudios más elevado". "La necesidad de buscar seguridades mágicas es tan vieja como el hombre y estudiar Derecho no te explica cómo funciona la materia", opina el filósofo laicista Fernando Savater. "Las creencias esotéricas no dependen de tener o no carrera porque la información reglada te informa, pero no te enseña a pensar. ¡Si hasta la ministra de Sanidad llevaba la pulsera del holograma!", dice Toharia refiriéndose a la Power Balance que lució Leire Pajín y que fue denunciada por timo por la asociación de consumidores Facua.
La credulidad varía según el perfil de los encuestados, pero no mucho. Las mujeres creen algo más que los hombres, y los jóvenes más que los mayores. Los votantes de Izquierda Unida son más escépticos que el resto (solo en tres puntos). Los católicos practicantes y los no creyentes son algo más escépticos (solo el 17% da crédito a videntes y astrólogos) que los católicos poco practicantes (el 23% cree en ellos). "Para un católico convencido estas cosas son pecado y para un ateo que no cree en nada, tonterías", resume Toharia, "y los católicos tibios, pues son tibios para todo".
Creso fue a ver al oráculo antes de entrar en guerra con los persas. Este le dijo: "Un gran reino será destruido si lo haces". Creso pensó que ese reino sería el de los persas y fue a la guerra. "Pero el imperio destruido fue el suyo y el oráculo se curó en salud gracias a la misma ambigüedad que usan hoy en día los horóscopos", explica el profesor de Filosofía de la Universidad de Navarra Jaime Nubiola para apuntar que creemos, en parte, porque siempre lo hemos hecho. "El ser humano siempre ha querido saber lo que va a pasar para tomar decisiones; porque no sabemos tomarlas, por miedo, por frivolidad, por ignorancia, por infantilismo, por falta de asertividad y porque el futuro es esencialmente impredecible".
Sin embargo, Creso no vivía en una sociedad altamente tecnológica, racional y científica en la que existen más herramientas para comprender el mundo y tomar decisiones. Para contextualizar sus resultados, Metroscopia recurre al filósofo y sociólogo alemán de principios del siglo XX Max Weber, quien señaló que el proceso de racionalización característico de las sociedades desarrolladas supondría un proceso paralelo de "desencantamiento" del mundo. La ciencia se entronaría como "supremo e indisputable argumento final de autoridad". Sin embargo, habría "un efecto colateral no desdeñable": la sensación, para muchos individuos, de vivir en una "jaula de hierro", un lugar árido y falto de respuestas para "las dimensiones no estrictamente racionales de la vida". "El resultado es que, incluso en sociedades muy avanzadas, caracterizadas por un indisputado predominio de los criterios racionales y científicos, sigue existiendo la necesidad de explicaciones no racionales (o arracionales) del mundo", concluye la encuesta.
La tecnología no borra la magia. "Claro que no, nuestra sociedad es muy técnica, pero nosotros no sabemos por qué funcionan los sofisticados instrumentos que manejamos, lo hacemos como lo harían los salvajes y eso no proporciona verdadero conocimiento", reflexiona Savater. "Seguimos sin saber, por eso creemos; en el amuleto y en el iPhone por igual, no tenemos ni idea de cómo funcionan ninguno de los dos". De hecho, el pensamiento mágico fagocita en su beneficio la tecnologización y el desarrollo científico: "Ahora la superstición se disfraza, los homeópatas fingen ser científicos, las pulseras del holograma no se presentan como escapularios milagrosos, sino como tecnología", dice Savater.
"Los charlatanes saben que mienten y por ello usan el lenguaje y los conceptos de la ciencia; hacen que investigan, llevan bata y en cuanto pueden meten palabras como 'cuántica', igual que el curandero te habla de anatomía", opina el periodista Mauricio Schwartz, miembro del Círculo Escéptico, asociación para la difusión del pensamiento crítico, y autor del blog El retorno de los charlatanes, dedicado al desenmascaramiento de fraudes paranormales. La "tecnología-magia", la de los parapsícologos con medidores electrónicos del aura, la que juega a la duda, la comprobación y el escepticismo le molesta más que la persigue a ciegas el milagro. Schwartz también cree que los crédulos superan al 20%: "Si no, no habría tanta gente haciendo negocio con ello". Del fast food para el alma de los astrólogos telefónicos de la TDT, al glamour de Anne Germaine, la medium que contacta (en inglés) con los muertos de los famosos en Telecinco. De los bestsellers sobre el poder del pensamiento positivo a los talleres new age sobre ciencias alternativas ancestrales. Creemos porque siempre lo hemos hecho, porque tenemos miedo y por ignorancia. Pero también porque nos lo venden.
Es de esperar que haya todo un abanico de suspersticiosos: desde el que va a echarse las cartas por entretenimiento, al que toma decisiones importantes según le salga tal o cual arcano, también quienes abandonan un tratamiento médico porque lo dice el curandero. "Puede ser más o menos grave", dice Toharia, "hay gente que pondrá su vida en peligro y otra a la que le servirá como muleta psicológica, pero en cualquier caso, abdican de su criterio propio, se convierten en juguetes".
Al margen de las consecuencias personales, "la superstición de una sociedad va en contra de su progreso", coinciden los escépticos. ¿Cómo evitarla? "El único antídoto es la cultura científica", continúa Toharia. "No es lo mismo que ciencia; sino un conocimiento al alcance de cualquiera y solo mientras le interese, no impuesto por lo que tú, 'el científico' diga". "Cada cual debe ejercer su propia curiosidad", cree Toharia.
"Hay que fomentar el pensamiento crítico, enseñar a pensar y hacer que se cumplan las leyes contra la publicidad engañosa", añade Schwartz. "Los políticos son indolentes, les parece el tema que da un poco igual". También, dice, es necesario acabar con esa idea falsa de que el conocimiento mata la fantasía o la imaginación y lleva a la frialdad: "El conocimiento no es enemigo de la pasión, sino de la ignorancia". La jaula de hierro no tiene por qué ser tal, se puede escapar sin creer lo increíble. "Claro que necesitamos una dimensión no meramente calculable, para eso está el arte y la ficción", dice Savater. "Buscar símbolos no te exime de saber cómo funciona el mundo, cuando regalas una rosa a tu esposa no dejas de saber que son una planta y una mujer; la poesía no está reñida con la botánica y la obstetricia".
La echadora de cartas también cree en la ciencia. Dice que ella no tiene un "don": "¡Eso, los cirujanos!". Lo que sí tiene son normas: no atiende a menores, no permite que sus clientes hagan más de una consulta al año -"porque esto engancha"- y se niega a atender por teléfono o a quienes "se lo creen demasiado". "Es un peligro que alguien se agarre a ti como a un clavo ardiendo", dice. A quien ve "mal", lo manda al psicólogo. Ella misma va, "para gestionar los terribles problemas" que oye cada día en su consulta.
Por PATRICIA GOSÁLVEZ from elpais.com 03/05/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.