Foto from elpais.com
Mi primo Sergio me llama esta semana con un dilema: marcharse a China a hacer un máster de comercio exterior o quedarse en Gijón y seguir buscando trabajo. Yo no tengo dudas. Sé que lo ha intentado todo desde que se licenció. No obstante, le consulto a un colega que mandó a su hija a completar sus estudios a China y está encantado: ella no sólo se defiende en chino, sino que está trabajando en una empresa textil de Suzhou y ya se está haciendo notar entre las compañías extranjeras como esa chica española espabilada que habla tan bien el idioma. “Dile a tu primo que no lo dude, que se apunte a ese máster ahora mismo”, me recomienda.
Si Sergio no se va a China, ¿qué opciones tiene? ¿Prolongar su formación en España? Es una posibilidad, siempre y cuando tenga dinero y las ideas claras sobre lo que quiere hacer después: no están los tiempos para dar palos de ciego en forma de miles de euros. ¿Acampar en la Puerta del Sol? Sin duda, es una excelente forma de mostrar indignación y hacerse oír. Pero luego, ¿qué? También puede montar su propia empresa. O seguir echando curriculums e intentar no desanimarse.
¿Qué tendría de bueno irse a China? Para empezar y como dice la hija de mi colega, “aquí se conoce a un montón de gente de diferentes países y la experiencia de vivir en China es única: es otro mundo y se aprenden muchas cosas nuevas”. Pero hay mucho más. Todos los que tenemos experiencia internacional sabemos lo valioso que ha resultado en nuestros curriculums y la evolución personal que ha supuesto. Trabajar en el extranjero, enfrentarte a una cultura distinta, sentir que no tienes apoyos y que debes ganártelos desde cero, desaprender y aprender cómo comportarte en un nuevo entorno empresarial, afrontar de un modo diferente el conflicto… Todo ello te convierte en una persona más humilde, más tolerante, más flexible y más versátil. Y, por supuesto, te da una visión más amplia del mundo y de ti mismo.
Sin embargo, buceo en la web en busca de opiniones de los jóvenes sobre el asunto y me encuentro que, a pesar del 45% de paro, los contratos en precario y los bajos sueldos, hay esquemas culturales muy fuertes que les impiden dar el salto al extranjero. Citan la falta de dinero, el bajo nivel de idiomas, el miedo a lo desconocido y a echar de menos a la familia o a los amigos. Pero, si uno no se lía la manta a la cabeza de joven, ¿cuándo va a hacerlo?” Federico González, directivo español de Disney, expatriado desde hace años y autor de libros sobre la materia, resume así la forma habitual de enfocar la vida laboral en la cultura española: “Ir al colegio, de ahí a la universidad y luego, sí se puede, trabajar en una empresa conocida y acomodarse”. Pero la crisis puede dar al traste definitivamente con este planteamiento.
De hecho, mi llamamiento a que los jóvenes salgan a estudiar o trabajar fuera de España tiene algo de egoísta. Miro al PSOE tras su abrumadora derrota y siento profundamente que no haya montones de personas con la calidad política y la preparación suficiente para sustituir a Zapatero. Y lo mismo podría decirse del PP. Por desgracia, algo similar -aunque de forma menos flagrante- ocurre en la empresa española. Si no, ¿por qué recurren tantas compañías a buscar fuera de sus filas cuando han de cubrir puestos de relumbrón? ¿Por qué casi siempre se plantea como un drama la sucesión de un CEO del Ibex?
Una parte de la respuesta la daba el otro día Amadeo Petitbó en un vídeo de lainformacion.com. Su tesis: si queremos mejorar nuestra situación económica, deberíamos mandar a formarse fuera de España a 5.000 personas al año que, en diez años, serían 50.000. “Cincuenta mil personas formadas pueden hacer muchísimo por un país”, dice.
En este sentido, hay algo positivo sobre la fuerte raigambre española: un 99% de la gente que emigra lo hace pensando en volver. Porque considera que aquí no deja sólo sus raíces, sino también una elevada calidad de vida, esa que hace que muchos alemanes, suecos o rumanos se acaben quedando en nuestro país. Sin embargo, si las cosas siguen por este camino en España –rigidez del mercado laboral, escaso o nulo relevo generacional en las cúpulas de las empresas, sueldos precarios…-, lo más probable es que los mejores no quieran volver. Y entonces, Hudson, tendremos otra problema.
Mi primo Sergio no se va a China. Ayer mismo le llamaron de una empresa ofreciéndole un contrato indefinido, un buen sueldo y un mejor horario. “Así que me voy a decantar por el trabajo en Madrid ya que, si me voy a China, cumpliría los 29 años sin experiencia laboral. Y tengo muchas ganas de empezar a trabajar”. Yo en su lugar haría lo mismo: por desgracia, ser joven y encontrar empleo se ha convertido en un lujo imposible de rechazar. ¡Mucha suerte, Sergio! ¡Y mucha suerte a los jóvenes indignados, estén en China o en la Puerta del Sol! Ojalá sus reivindicaciones sirvan para algo.
Por Sonia Franco from Cotizalia.com 27/05/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.