viernes, 3 de junio de 2011

España: Camarero a los 25, profesional reputado a los 40, camarero a los 50


Foto from elConfidencial.com

 
“Ahora no me quieren porque soy joven. Y cuando tenga 50, no me querrán porque seré mayor. Entonces, ¿cuándo voy a poder optar a un trabajo decente?”. Lo que denuncia Mario Z., estudiante a punto de graduarse y camarero para pagarse la carrera, no es tan descabellado. Al mercado de trabajo parecen no gustarle los extremos (jóvenes y mayores), por lo que la vida laboral se acorta: se tarda mucho en entrar y poco en salir. Hasta hace relativamente poco, el joven esperaba con paciencia subirse al tren del empleo ya que, una vez arriba, encadenaría trabajos hasta su jubilación; de igual modo, quien estaba dentro suponía que mantendría, salvo catástrofe, un nivel de vida similar a lo largo de su trayectoria profesional. Pero si algo sabemos ahora es que esos esquemas no son ciertos.
Como asegura Carlos Fernández, profesor de sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, “hoy se combina el problema endémico del desempleo juvenil (agudizado por la crisis y que genera una presión a la baja de la calidad del empleo, que el precario sacrifica en muchas ocasiones pensando que en el futuro su situación mejorará) con una cultura empresarial que persigue resultados a corto plazo y ahorro de costes (lo que hace a los trabajadores mayores más susceptibles de ser despedidos por sus elevadas nóminas)”.
Para Arturo Lahera, profesor de sociología del trabajo en la Universidad Complutense, “los trabajadores más veteranos están sufriendo un velado proceso de expulsión de mercado de trabajo. Quienes han perdido el empleo en los últimos años como consecuencia de la crisis económica tienen muchas dificultades para reinsertarse y, quienes están en activo, son objeto de intensas prejubilaciones que suelen esconder bajo un teórico carácter voluntario un proceso de expulsión forzada”. Como indica José Luis Málaga, responsable del Centro de Orientación e Información para el Empleo (COIE) de la Universidad Camilo José Cela, “los mayores de 45 años se han convertido en un gueto que no se puede tocar. Muchos departamentos de recursos humanos no permiten que se les contrate porque tienen que asumir su experiencia y, sobre todo, su salario”. Quienes no les quieren contratar suelen argumentar que son trabajadores con dificultades para innovar, tienen formas obsoletas de realizar su trabajo o carecen de flexibilidad, acusaciones que no son ciertas, afirma Lahera. “Cuando estudias empíricamente estas situaciones te das cuenta de que los empleados de más de 45-50 años son especialmente flexibles y tienen gran capacidad de aprendizaje. El problema es que tienen buenas condiciones de trabajo y eso no suele interesar a muchas empresas”.
El caso de los jóvenes es diferente, ya que el número de ellos que tiene dificultades de inserción laboral es muy elevado, entre un 45-48%, “aunque ese dato bruto requiera de matizaciones”, advierte Lahera. “La tasa de desempleo de los jóvenes con estudios universitarios o formación profesional, aun siendo más elevada que la media (un 21%), es mucho menor que la de los trabajadores jóvenes que no tienen cualificación, que es superior al 50%. En tanto estamos en un mercado saturado, quienes tienen mayor cualificación suelen obtener los empleos, incluso aquellos para los que no es necesaria titulación alguna”.
Mejor universitarios que graduados
La excusa para no contratar a los jóvenes suele ser que están faltos de experiencia, pero la realidad, asegura Lahera, es que “tienen importantes carestías de cualificación, algo muy relacionado con la elevada tasa de fracaso escolar”. Según Málaga, las empresas, “que están pensándose muy mucho a quién incorporar, muestran receptividad hacia los alumnos universitarios en prácticas, porque entienden que puede ser una buena oportunidad para detectar talento”, pero muestran menos interés con los jóvenes graduados desempleados.
Entre una situación y otra, el tiempo de vida laboral “interesante” para las empresas se ha estrechado enormemente, dando como resultado trayectorias profesionales muy quebradas. No obstante, hay generaciones, asegura Lahera, que ya han vivido este modelo. “Hoy se nos ha olvidado pero, durante el 92-94, la situación fue parecida. Las tasas de desempleo llegaron al 24%, las expectativas de trabajo eran igual que deprimidas que las actuales y los jóvenes tenían muchas dificultades de inserción, quedando a menudo sujetos a trabajos precarizados. Esa generación de trabajadores supo entonces que su carrera profesional iba a pasar por periodos de reestructuración y que iban a estar sometidos a condiciones de vida variables”. La situación del 92-94 ha regresado agudizada, señala Lahera, una vez que el crecimiento irreal de los últimos años, basado en la construcción, se esfumó. “Nos hemos vuelto a encontrar con las viejas tensiones de un mercado de trabajo muy dualizado y muy descualificado, que es el que corresponde a nuestro modelo productivo”.
La utopía de un país de servicios
Por lo tanto, el único camino para que el futuro laboral de los jóvenes no sea igual o peor que sus comienzos es operar desde un nivel estructural. En ese orden, afirma Tomás Calleja, director del MBA Full time de la Universidad Nebrija, se imponen dos medidas urgentes y drásticas a nivel nacional. La primera sería reformar “el sistema político más caro de la UE”, y la segunda, “abandonar la utopía de que España podría ser un país de servicios. Tenemos que recrear la industria. Perdimos el sector naval, el siderúrgico, el de la alimentación, etc., y no los hemos sustituido por otros. Y eso es un error, porque en un país sin industria los servicios no generan empleo suficiente. Tenemos que reconstruir un sector industrial con más valor, que no esté sometido a la pura competencia del coste”.
Para Calleja, no debemos olvidar que contamos con muchas personas preparadas (“no hay más que ver cómo nuestros ingenieros se están llevando importantes contratos en el extranjero”) y hemos de rentabilizarlas. “Tenemos talento y capacidad tecnológica y debemos aprovecharla industrialmente. En otro caso, no habrá expectativas aquí para la gente inteligente y preparada”.
Coincide Lahera, quien señala que nos esperan 5 o 6 años de crecimiento endeble y empleo débil en los que tendremos que tomar decisiones. La primera posibilidad para arreglar esta situación pasa por flexibilizar el mercado de trabajo reduciendo los costes de contratación y despido. La segunda, la que es preferible para Lahera, “consiste en cambiar el modelo productivo. Mientras no seamos capaces de dar ese giro a la producción, tendremos una bolsa fuerte de trabajadores que no podrán reciclarse”.
Para Carlos Fernández, “si seguimos en este tipo de capitalismo desatado, la tendencia continuará, aunque es factible que cuando la generación fordista se jubile, los que queden tengan condiciones laborales tan malas que ni siquiera sea rentable despedirles”.
En este contexto, las trayectorias profesionales “breves” y quebradas van a ser cada vez más frecuentes, primando un modelo laboral de salarios bajos y trabajos sin continuidad. Para evitar estas situaciones, Málaga ve dos posibilidades. Una de ellas es el emprendimiento, “especialmente para aquellos que cuentan ya con experiencia y algún capital, proveniente del ahorro o de una indemnización por despido, aun cuando España no sea el mejor país para emprender dado que nuestra cultura no es la más apropiada, aquí todo el mundo quiere ser funcionario”. Se trata de una opción que Calleja recomienda, toda vez que “a mucha gente que ha tomado ese camino le está yendo bien”.
La otra solución pasa, avisa Málaga, por entender que “el mundo laboral hoy no es local sino global, y tenemos que prepararnos para trabajar en diferentes entornos, saliendo fuera a buscar las oportunidades”. “Hay países como Alemania, EEUU y China que están pidiendo gente preparada”, apunta Calleja, “y son una buena opción, tengas la edad que tengas, porque puedes ir allí varios años y regresar en mejor posición. Puede que sea difícil emigrar, pero siempre es mejor que esperar a que crezca el empleo en España”.
Sin embargo, asegura Calleja, “hay que decir a la gente, especialmente a la joven, que no pierda la esperanza y que se forme lo mejor posible, ya que el aprendizaje siempre tiene una posible capitalización futura”. En ese sentido, “debería haber muchos más préstamos que posibilitasen el aumento de competencias. Alguien que está sin empleo o que quiere mejorar podría hacer un master o un doctorado y devolvería el dinero cuando consiguiera trabajo”. Pero, más allá de estas medidas, Calleja insiste en que “la solución pasa porque España sepa recrearse. Una sociedad de servicios no se sostiene sin industria. Y eso es algo que parece que hemos olvidado”.

Por Esteban Hernández  from elConfidencial.com  02/06/2011

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