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LA DERECHA CONSERVADORA GANA ADEPTOS ENTRE LA COMUNIDAD HOMOSEXUAL
Ha ocurrido en Dinamarca, donde los organizadores del Día del Orgullo Gay concedieron el premio a la homofobia a los países musulmanes; también en Inglaterra, donde un desfile del Gay Pride de un barrio londinense hubo de suspenderse porque su organizador, nacionalista y xenófobo, pretendía provocar con él a la población musulmana; en Suiza, donde la UDC, el partido de la derecha más conservadora, ha creado su propia sección gay; y en los Países Bajos, donde los partidos anti-inmigración suelen obtener muchos votos entre homosexuales y lesbianas, ya que estos tienen frecuentes problemas con radicales religiosos (en Holanda existe una sección de la Policía especialmente dedicada a la protección de las minorías sexuales amenazadas por agresores musulmanes).
Esta alianza entre posiciones nacionalistas radicales y homosexuales europeos no es extraña, señala el sociólogo Eric Fassin, profesor de la École Normale Supérieure, toda vez que los derechos de las mujeres y de los gays se están convirtiendo en una suerte de emblema de esa derecha que tendía a afirmarse desde la tradición y las raíces. Según Fassin, el nacionalismo, desde el siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, se construyó sobre un modelo viril que excluía a las mujeres y despreciaba por afeminados a los homosexuales. Hoy, sin embargo, “estamos asistiendo a un proceso que circula en sentido contrario. Sarkozy justificaba la creación en 2007 de un ministerio de la inmigración y de la identidad nacional porque nosotros defendíamos la igualdad entre los sexos y la libertad de las mujeres, mientras ellos (inmigrantes, musulmanes) eran a priori sospechosos de sexismo (violencia contra las mujeres, poligamia, matrimonios forzados, etc.). En los Países Bajos, este discurso sobre la inmigración y la identidad nacional no se refería sólo a las mujeres, sino que se ampliaba a los derechos de los homosexuales”.
De este modo, la nación francesa o la holandesa pasaban a representar la lucha de los valores occidentales contra un mundo retrógrado que amenazaba con devolvernos dos siglos atrás. “Y esta es la lógica que por toda Europa retoman los nacionalismos sexuales”, algo que para Fassin no es más que “una manera de reivindicar la exclusión de los otros sin asumir la xenofobia o el racismo latentes en ese discurso, ya que segregamos a los otros en nombre de los valores democráticos y de la democracia sexual”.
El segundo factor que tiende a acercar homosexuales y nacionalismo está relacionado con los cambios en la orientación política que están viviendo numerosos colectivos. Tradicionalmente, gays y lesbianas decían pertenecer a la izquierda, en tanto era la opción que defendía públicamente sus derechos en esa sociedad conservadora, machista y homófoba que les rechazaba. Pero esta no es la lectura con la que nos encontramos hoy. En parte porque, como asegura Marcos Magaña, socio director de la empresa de comunicación No Line, “los derechos de determinados colectivos están ya reconocidos por todas las formaciones políticas. Han dejado de ser patrimonio de una de ellas para pasar a ser patrimonio de la democracia. No hay en España ningún partido político parlamentario que niegue los derechos de los homosexuales”.
Pero también porque, como subraya Jorge Verstrynge, profesor de ciencia política de la Universidad Complutense, la pérdida de peso de la izquierda está consiguiendo que les abandonen colectivos que les eran muy cercanos. Desde luego, las clases populares son el más importante, pero algo similar está ocurriendo con los gays. “La izquierda está pecando de relativismo, y con ese todo vale y el respeto a todas las minorías, ha dejado que se difundan teorías y prácticas que no son las propias de Europa. Es normal, pues, que los colectivos gays se sientan cómodos en sistemas normativos más liberales y que rechacen culturas, como la islámica, que no reconoce la homosexualidad, o como las imperantes en algunos países de América Latina, donde les denigran repetidamente”.
Alianzas con la extrema derecha
Así las cosas, se están produciendo divisiones entre los colectivos gays y feministas europeos. En Francia, asegura Fassin, “lejos de oponerse a las políticas gubernamentales de derecha, muchos de ellos las apoyaron con motivo de la ley del velo (2004) o con la polémica del hijab. Incluso hay quienes se prestaron a la alianza con la extrema derecha contra la supuesta islamización de la sociedad francesa”. En otros países europeos, como es el caso de Holanda, se ha desarrollado una tendencia peculiar que la profesora de la Rutgers University de New Jersey Jasbir Puar ha calificado de homonacionalismo, y fruto de la cual “se puede denunciar fácilmente la homofobia de las banlieues (es decir, de las clases más populares, a menudo de origen extranjero) pero se olvida muy fácilmente la que reina en otras clases sociales”.
No es raro, pues, que políticos populistas, como Marine Le Pen, hayan tratado de sacar partido del asunto emitiendo discursos que subrayan los problemas que sufren los homosexuales en los barrios de mayoría musulmana. El problema, para Fassin, “no es hasta qué punto van a ser o no creídos estos mensajes (entre otras cosas, porque Le Pen suele contradecirse: hace poco comparó el matrimonio gay con la poligamia) sino hasta qué punto nos fuerzan a elegir un campo. Tales discursos tienden a reforzar una inquietud y a trazar una frontera, y se vuelven peligrosos porque hacen creíble no a Marine Le Pen o al Front National, sino a una visión del mundo que opone ellos a nosotros en nombre de la democracia sexual”.
Estos mensajes también están consiguiendo su objetivo de acercar a los gays a posiciones xenófobas, como ya ocurrió con el partido liderado por el holandés Pim Fortuyn, católico y homosexual. En algunos países, como ocurre en Francia, señala Fassin, “esta alianza no se ha dado todavía porque la derecha, si bien ha querido mostrar un rostro tolerante, se ha negado a aceptar los matrimonios entre homosexuales, por lo que el discurso del nacionalismo sexual francés se ha quedado parado en los derechos de las mujeres”.
La falta de liderazgo entre la izquierda
En España tampoco parece que esta convergencia de intereses entre populismos y gays vaya a darse de momento. En primer lugar porque, como señala Magaña, estamos en periodo preelectoral donde va a importar mucho más lo contextual que lo cultural. “El electorado general está dando un giro no tanto hacia posiciones conservadoras cuanto hacia posiciones pragmáticas, y eso es una mala coyuntura para colectivos pequeños con reivindicaciones específicas. En este sentido, es de prever que también entre gays y lesbianas se sienta esta tendencia, y se piense más en quién puede sacarnos de este follón más que en satisfacer demandas concretas”.
Sin embargo, que este sea el terreno de juego a corto plazo no quiere decir que un encuentro entre fuerzas populistas y gays no pueda darse en el futuro cercano. Lo que los estudios de opinión están señalando hoy, asegura Magaña, “es que hay una masa de gente, fundamentalmente de izquierda y de centro izquierda que está falta de liderazgo, lo cual puede provocar que veamos desplazamientos de voto llamativos, del cual pueden salir beneficiadas formaciones como Equo”. Pero, señala Verstrynge, esa misma masa es también un terreno fructífero para que florezca un populismo que, “sin ninguna duda, tiene en España un amplio futuro por delante. O la izquierda se pone a defender su gente o veremos cómo surge una Marine Le Pen en nuestro país. La izquierda tuvo una función similar a la de los tribunos en Roma, como era la de defender a los más débiles, a los que no tenían dinero ni poder. Pero ahora está más interesada en los mercados que en apoyar a los débiles, por lo que estos, desde la clase obrera hasta los gays, van a buscar protección en otro lado”.
Por Esteban Hernández from elconfidencial.com 18/07/2011
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