FRÉDÉRIC LENOIR Y EL ALMA DEL MUNDO
El ser humano ha obtenido sus derechos, pero ahora tiene que descubrir sus deberes.
El último fenómeno literario francés no tiene como protagonista ningún código secreto de la época renacentista o las correrías sexuales de ninguna mujer de mediana edad, sino la crisis de valores de la sociedad actual y de la búsqueda que debe emprender el hombre para salvarse. El alma del mundo (Ariel) de Frédéric Lenoir se ha alzado al número uno de la lista de ventas francesas después de despachar más de 200.000 ejemplares, y ahora desembarca en España, cual Siddharta (Herman Hesse) del siglo XXI. El autor ha atendido a El Confidencial para presentar este libro que, en sus propias palabras, es la historia de su vida. “Descubrí la filosofía cuando era adolescente, y más tarde viajé a la India. Leí a los grandes místicos cristianos, indios y musulmanes, y todo esto formó una especie de síntesis de las claves de la sabiduría”, y es precisamente esa síntesis la que conforma el eje central de su novela.
“Estamos viviendo el final de un mundo que se fundó hace 2.000 años y que se había basado en grandes ideologías, primero religiosas y luego, políticas y científicas”, explica Lenoir. “Asistimos al final de las certidumbres y por ello la gente se está haciendo preguntas, ya que sabe que no hay verdades absolutas sobre la tierra”. En este estado de las cosas, las consecuencias pueden ser devastadoras. Por un lado, “porque hay gente que tiene miedo y vuelve a las certidumbres, como los fundamentalistas”.
Lenoir cree que esta encrucijada puede dar lugar tanto a lo mejor como lo peor. El peor de los escenarios posibles sería aquel en el que triunfase “el consumismo, en que el dinero fuese el rey, lo que daría lugar a un mundo individualista, egoísta, narcisista, donde no podríamos vivir juntos”. ¿Y el mejor? Aquel que presenta como posible en El alma del mundo: “un mundo en el que iríamos más allá del consumismo para adentrarnos en una búsqueda de la vida interior en la que la persona pueda desarrollar sus capacidades. Es la época de la responsabilidad. El individuo se ha emancipado de las tradiciones y los grupos y ha conseguido sus derechos, pero ahora tiene que descubrir sus deberes hacia los demás, hacia la sociedad, hacia el planeta…”
Se trata de una situación semejante a aquella que tuvo lugar durante el Renacimiento italiano, y que “se vivirá con dolor”. “Cuando hablamos del siglo XV, hablamos de los avances del Renacimiento, pero entonces la gente tenía la sensación de estar viviendo el final del mundo”, al igual que ocurre en este momento. “Todas las creencias habían caído y había guerras de religión. Pero, al mismo tiempo, nació un nuevo mundo con nuevas preguntas, con la ciencia y la emergencia de nuevos órdenes políticos. Creo que actualmente estamos viviendo una época similar de desmoronamiento de referencias y aparición de otras nuevas, con todos los riesgos y oportunidades que esto comporta”.
Lo que importa, indica Lenoir, no es tanto la práctica de la religión o la creencia en un Dios como buscar “en su patrimonio espiritual” y la acumulación de experiencias y testimonios que las grandes ramas de la sabiduría tienen en común, y que se reflejan en El alma del mundo. “Nuestro mundo es materialista y lo que hacen falta no es más religión, sino más espiritualidad. Al individuo le hace falta más vida interior”. Lenoir agrupa en siete puntos esas claves que proporcionan los sabios a los protagonistas del libro.
Las siete claves de la sabiduría
Del sentido de la vida
Llama la atención en la obra de Lenoir la gran importancia que concede a la espiritualidad oriental. En su opinión, “Occidente ha desarrollado durante siglos un domino del mundo exterior a través de la ciencia y la técnica. Todos estamos condicionados por la revolución tecnológica”. Sin embargo, esta evolución ha producido un déficit de espiritualidad en el que Oriente nos aventaja con mucho. “Por el contrario, Oriente, que no ha desarrollado ese dominio de igual manera, ha conseguido ayudarnos a comprender nuestro mundo interior”.
Llama la atención en la obra de Lenoir la gran importancia que concede a la espiritualidad oriental. En su opinión, “Occidente ha desarrollado durante siglos un domino del mundo exterior a través de la ciencia y la técnica. Todos estamos condicionados por la revolución tecnológica”. Sin embargo, esta evolución ha producido un déficit de espiritualidad en el que Oriente nos aventaja con mucho. “Por el contrario, Oriente, que no ha desarrollado ese dominio de igual manera, ha conseguido ayudarnos a comprender nuestro mundo interior”.
La idea preconcebida que comparte la mayor parte de la gente es que “el ser humano será feliz si consume más objetos”, indica Lenoir. Lo que es una “mentira”, ya que “debido a la lógica del consumo vamos a querer cada vez más. Para escapar hay que pasar del “tener” al “ser”, y del “siempre más” al “siempre mejor”. “Todos conocemos mucha gente que tiene un montón de objetos que sigue siendo infeliz, agresiva y que no ha resuelto sus problemas personales”, explica el director de la revista Le monde des religions.
Ello hace que Lenoir se preocupe especialmente por los jóvenes, como son los protagonistas de su novela, Tanzin y Netina, los auténticos receptores de todo ese acervo de sabiduría. “Son los que están más sometidos a la publicidad. Los grandes sacerdotes ya no están en las iglesias, son los publicistas. Un publicista francés, Jacques Ségéla, dijo que si no tenías un Rolex a los 50 años es porque habías desperdiciado tu vida. Eso es falso, pero los jóvenes piensan que si no tienen determinada marca de zapatillas, el último modelo de teléfono, ordenador, etc., están descalificados socialmente”.
Del cuerpo y del alma
Lenoir señala, haciendo buena la fórmula mens sana in corpore sano, que no hay que despreciar ni la parte física ni la psíquica de nuestra naturaleza. El autor cita las célebres frases de François Rabelais (“ciencia sin conciencia es la ruina del alma”) o de André Malraux (“la revolución será espiritual o no será”) para poner de manifiesto esa importancia de lo interior, también herencia de las enseñanzas orientales. “Nos ayuda a buscar la felicidad no sólo en las cosas materiales sino dentro de nosotros mismos. Oriente nos lleva hacia esa profundidad espiritual que solía tener el cristianismo, pero la religión cristiana se ha concentrado demasiado durante los últimos siglos en la exterioridad del dogma y no en la experiencia interior”.
Lenoir señala, haciendo buena la fórmula mens sana in corpore sano, que no hay que despreciar ni la parte física ni la psíquica de nuestra naturaleza. El autor cita las célebres frases de François Rabelais (“ciencia sin conciencia es la ruina del alma”) o de André Malraux (“la revolución será espiritual o no será”) para poner de manifiesto esa importancia de lo interior, también herencia de las enseñanzas orientales. “Nos ayuda a buscar la felicidad no sólo en las cosas materiales sino dentro de nosotros mismos. Oriente nos lleva hacia esa profundidad espiritual que solía tener el cristianismo, pero la religión cristiana se ha concentrado demasiado durante los últimos siglos en la exterioridad del dogma y no en la experiencia interior”.
Lenoir considera que “en el mundo en el que vivimos el valor supremo es el dinero”, y que por esa razón la crisis nos ha pillado desprevenidos. “Desde el final de la Segunda Guerra Mundial no habíamos vivido un período de decrecimiento como este en el que nuestra propia situación es muy precaria y nuestros hijos seguramente ganarán menos dinero que nosotros”. Por eso, indica el autor de La promesa del ángel, “si nuestro único valor es el dinero, viviremos en el drama”.
Abre tu corazón
En esa sociedad consumista, hemos trasladado los mismos criterios de coste y beneficio a las relaciones personales que mantenemos con los demás. “El consumismo es la idea de que las personas son como objetos intercambiables, que cuando ya no aportan el placer del que habíamos tenido durante un tiempo, y cambiamos, los tiramos”.
En esa sociedad consumista, hemos trasladado los mismos criterios de coste y beneficio a las relaciones personales que mantenemos con los demás. “El consumismo es la idea de que las personas son como objetos intercambiables, que cuando ya no aportan el placer del que habíamos tenido durante un tiempo, y cambiamos, los tiramos”.
Aun así, Lenoir reconoce que en toda relación amorosa “hay una parte de egoísmo y una de altruismo”, puesto que es la lucha constante en toda pareja. “Hay cosas que necesitamos y que vamos a buscar en la otra persona, que nos proporciona placer, seguridad y nos hace crecer, lo que sería una forma de egoísmo, pero al mismo tiempo le damos algo, le queremos por lo que es, tenemos ganas de que le vaya lo mejor posible”. Sin embargo, dependiendo de a qué lado se incline la balanza, así marchará la relación. “Las relaciones evolucionan en este equilibrio frágil de egoísmo y altruismo. Cuando el altruismo es más fuerte, la pareja es cada vez más profunda y sólida. Cuando el egoísmo es más fuerte, la relación es más frágil, porque esperaremos que nuestra pareja siempre nos vaya a dar lo máximo”.
Las cualidades que debemos cultivar y los venenos que debemos desechar
En ocasiones, nos dejamos llevar por los impulsos negativos, como pueden ser la envidia, el odio, la injusticia o la corrupción, cuando realmente deberíamos impulsar “lo bueno, justo y luminoso”, es decir, el asombro, el esfuerzo, la dulzura, el buen humor, la alegría, la jovialidad, la generosidad, el coraje… ¿Pero no vivimos en una sociedad que premia a aquellos que peor se comportan? “Es excesivo afirmar eso”, indica Lenoir, que utiliza el ejemplo de Italia y Silvio Berlusconi para señalar que “es cierto para una parte de la población, creen que lo que cuentan son los fines, no los medios”. Pero al mismo tiempo, “hay otra mitad que defiende los valores exactamente opuestos”.
En ocasiones, nos dejamos llevar por los impulsos negativos, como pueden ser la envidia, el odio, la injusticia o la corrupción, cuando realmente deberíamos impulsar “lo bueno, justo y luminoso”, es decir, el asombro, el esfuerzo, la dulzura, el buen humor, la alegría, la jovialidad, la generosidad, el coraje… ¿Pero no vivimos en una sociedad que premia a aquellos que peor se comportan? “Es excesivo afirmar eso”, indica Lenoir, que utiliza el ejemplo de Italia y Silvio Berlusconi para señalar que “es cierto para una parte de la población, creen que lo que cuentan son los fines, no los medios”. Pero al mismo tiempo, “hay otra mitad que defiende los valores exactamente opuestos”.
Siguiendo esa visión dualista del mundo, en la actualidad existen “dos sistemas de valores que se enfrentan. Uno, individualista, que está destruyendo las sociedades y que defiende utilizar métodos ilícitos, y otro que apuesta por la justicia y la verdad, que son valores eternos y que están presentes en todas las culturas”. Precisamente, Lenoir admite que la principal motivación para escribir este libro era mostrar que la bondad y el amor son universales, y que por ello, debemos rescatarlos en este preciso momento.
De la verdadera libertad
¿Es el hombre libre?, se preguntan los protagonistas del libro. Estamos condicionados por multitud de pulsiones, instintos, miedos, necesidades vanas y la mirada de los demás, elementos que nos limitan y nos ponen barreras. “Lo que necesitamos para ser libres, frente a las ideologías materialistas, consumistas, la presión de los modelos culturales es la razón y la filosofía, trabajar con uno mismo para conocerse mejor, dominar las propias pulsiones y pasiones y de esa manera ser libres”.
¿Es el hombre libre?, se preguntan los protagonistas del libro. Estamos condicionados por multitud de pulsiones, instintos, miedos, necesidades vanas y la mirada de los demás, elementos que nos limitan y nos ponen barreras. “Lo que necesitamos para ser libres, frente a las ideologías materialistas, consumistas, la presión de los modelos culturales es la razón y la filosofía, trabajar con uno mismo para conocerse mejor, dominar las propias pulsiones y pasiones y de esa manera ser libres”.
De la aceptación de lo que es
Una de las últimas enseñanzas que proporcionan los personajes de la novela es que la felicidad y la infelicidad se encuentran dentro de nosotros; una idea ampliamente difundida pero que no ha impedido que esta sea una de las sociedades más infelices de la historia del hombre. ¿Por qué? “En un mundo tradicional, la gente es mucho más feliz porque no se hacen muchas preguntas y hay redes de solidaridad y sentido que unen a los individuos. Cuando abandonamos este mundo por el moderno, el de la felicidad individual, descubrimos la euforia de la libertad política, la posibilidad de escoger un oficio, experimentar una sexualidad libre, pero se han perdido esos vínculos de solidaridad, comunión y sentido que daba la religión. El hombre moderno debe volver a encontrar esos vínculos”. Ello ha dado lugar a una paradoja, “porque hay mucha gente que a pesar de la libertad le faltan el amor y la fraternidad. Debemos intentar unir los dos”.
¿Hemos perdido más de lo que hemos ganado por el camino? Lenoir se lo piensa. “No quisiera vivir en un universo tradicional cerrado. Prefiero la libertad política, vivir en un país democrático donde pueda expresar mi singularidad sin que haya barreras políticas respecto a lo que puedo ser y pensar”, reconoce Lenoir. “Al mismo tiempo, tengo conciencia de que hay gente que no tiene esa libertad, que vive en sociedades tradicionales y quizá sea más feliz que yo. No podemos renunciar a la libertad una vez que la hemos conocido”.
Del arte de vivir
En definitiva, lo que el filósofo defiende es una reivindicación de la “filosofía y la espiritualidad” más que de la religión, ya que “en ella hay una dimensión colectiva e identitaria que puede crear violencia”.
En definitiva, lo que el filósofo defiende es una reivindicación de la “filosofía y la espiritualidad” más que de la religión, ya que “en ella hay una dimensión colectiva e identitaria que puede crear violencia”.
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