Por primera vez, la mayoría de los congresistas de EE.UU. posee un patrimonio de más de un millón de dólares.
El presidente Obama es millonario, como la mayoría de miembros del Tribunal Supremo.
Presentarse a un escaño en algunos distritos requiere más de un millón.
Ya es oficial: Estados Unidos tiene -literalmente- un gobierno de millonarios. La mayoría de los miembros del Congreso posee un patrimonio neto superior al millón de dólares, según un informe de la organización Center for Responsive Politics. El presidente, que ha hecho fortuna con las ventas de sus libros, es millonario, así como la mayoría de los miembros del Tribunal Supremo.
La riqueza de los gobernantes es un dato ineludible en la discusión sobre las desigualdades en Estados Unidos. Algunos politólogos sostienen que la clase social es determinante a la hora de orientar el voto en un Congreso enfrascado en debates sobre el salario mínimo, la prolongación de los subsidios de desempleo o las subidas de impuestos.
De los 534 miembros del Congreso, un mínimo de 268 -el 50,2%- tiene un patrimonio neto de un millón o más de dólares (730.000 euros). Los datos se basan en las declaraciones de bienes de los congresistas en el 2012. Es la "primera vez en la historia" que la mayoría son millonarios, según el citado informe.
Viveca Novak, del Center for Responsive Politics, advierte que parte de la subida en el patrimonio de los congresistas se debe a la inflación. Además, "un millón de dólares no es lo que solía ser", en 1970 por ejemplo. Pero Novak duda de que los congresistas fuera más ricos en 1970. Ahora se necesita más dinero que entonces para organizar una campaña. "Esto tiende a atraer a más personas que disponen de más recursos", dice. "Si te presentas a un escaño para la Cámara de Representantes en ciertos distritos, puedes necesitar más de un millón de dólares como media".
La riqueza de la clase dirigente ocupó a Aristóteles, que escribió que "la verdadera diferencia entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza" y que "donde los hombres gobiernan por razón de su riqueza, hay una oligarquía, y donde gobiernan los pobres, hay una democracia".
El politólogo Nicholas Carnes, de la Universidad de Duke (Carolina del Norte), abre con esta cita el libro White-collar government. The hidden role of class in economic policy making (El gobierno de cuello blanco. El papel oculto de la clase en la política económica), publicado en el 2013. Tras cruzar datos sobre los votos y los orígenes socioeconómicos de los legisladores en Estados Unidos, concluye que la clase social a la que estos pertenecen influye en las decisiones políticas.
Cartnes se fija más en la clase social que en la riqueza. Para él es más significativo si un político tiene experiencia en trabajos manuales y de bajos ingresos, si proviene de la clase trabajadora -blue-collar, cuello azul en inglés-, que el hecho de que, una vez que ya es un político profesional, tenga más o menos dinero.
"Si examinas a los políticos que vienen de la clase trabajadora -explica-, suelen tener puntos de vista diferentes sobre lo que debería hacer el gobierno, aportan otra perspectiva en las cuestiones económica, y esto afecta a lo que hacen una vez en el cargo". "Cuantos más trabajadores de cuello azul en un Parlamento estatal, más gasta ese estado en la red de protección social y el estado es menos desigual en términos económicos".
El problema, señala, es que la llamada clase trabajadora está infrarrepresentada en los ámbitos de decisión política. "En el libro -dice- examino datos de 1999 al 2008 y descubro que el republicano medio ha pasado quizá un 1,5% de su carrera, antes de llegar al Congreso, en empleos de clase trabajadora. Y el demócrata medio, algo así como un 2,5%".
El fenómeno no es nuevo. "En 1901 el Congreso tenía menos de un 2% de miembros de clase trabajadora. Hoy tiene menos de un 2% de miembros de clase trabajadora", dice. "Hace cincuenta años ya era extremadamente difícil para un americano de clase trabajadora lograr un cargo electo, pero desde entonces los sindicatos han decaído, las elecciones se han encarecido... Todavía es más difícil. Es una vieja característica de nuestro proceso político, una forma de desigualdad que no desaparecerá por sí sola".
¿Qué frena el acceso de los trabajadores a las instituciones? Carnes no tiene una respuesta. Pero descarta que el problema sea que los votantes rechacen a los candidatos de clase trabajadora y prefieran a hombres de negocios o abogados. El coste de las campañas puede ser una explicación.
"Aristóteles -concluye- probablemente denominaría a EE.UU. una oligarquía o una plutocracia. Es un país gobernado por sus ciudadanos más privilegiados. Pero la diferencia importante entre nuestro proceso democrático y una aristocracia u oligarquía pura es que nosotros tenemos el poder para cambiarlo".
La riqueza de los gobernantes es un dato ineludible en la discusión sobre las desigualdades en Estados Unidos. Algunos politólogos sostienen que la clase social es determinante a la hora de orientar el voto en un Congreso enfrascado en debates sobre el salario mínimo, la prolongación de los subsidios de desempleo o las subidas de impuestos.
De los 534 miembros del Congreso, un mínimo de 268 -el 50,2%- tiene un patrimonio neto de un millón o más de dólares (730.000 euros). Los datos se basan en las declaraciones de bienes de los congresistas en el 2012. Es la "primera vez en la historia" que la mayoría son millonarios, según el citado informe.
Viveca Novak, del Center for Responsive Politics, advierte que parte de la subida en el patrimonio de los congresistas se debe a la inflación. Además, "un millón de dólares no es lo que solía ser", en 1970 por ejemplo. Pero Novak duda de que los congresistas fuera más ricos en 1970. Ahora se necesita más dinero que entonces para organizar una campaña. "Esto tiende a atraer a más personas que disponen de más recursos", dice. "Si te presentas a un escaño para la Cámara de Representantes en ciertos distritos, puedes necesitar más de un millón de dólares como media".
La riqueza de la clase dirigente ocupó a Aristóteles, que escribió que "la verdadera diferencia entre la democracia y la oligarquía es la pobreza y la riqueza" y que "donde los hombres gobiernan por razón de su riqueza, hay una oligarquía, y donde gobiernan los pobres, hay una democracia".
El politólogo Nicholas Carnes, de la Universidad de Duke (Carolina del Norte), abre con esta cita el libro White-collar government. The hidden role of class in economic policy making (El gobierno de cuello blanco. El papel oculto de la clase en la política económica), publicado en el 2013. Tras cruzar datos sobre los votos y los orígenes socioeconómicos de los legisladores en Estados Unidos, concluye que la clase social a la que estos pertenecen influye en las decisiones políticas.
Cartnes se fija más en la clase social que en la riqueza. Para él es más significativo si un político tiene experiencia en trabajos manuales y de bajos ingresos, si proviene de la clase trabajadora -blue-collar, cuello azul en inglés-, que el hecho de que, una vez que ya es un político profesional, tenga más o menos dinero.
"Si examinas a los políticos que vienen de la clase trabajadora -explica-, suelen tener puntos de vista diferentes sobre lo que debería hacer el gobierno, aportan otra perspectiva en las cuestiones económica, y esto afecta a lo que hacen una vez en el cargo". "Cuantos más trabajadores de cuello azul en un Parlamento estatal, más gasta ese estado en la red de protección social y el estado es menos desigual en términos económicos".
El problema, señala, es que la llamada clase trabajadora está infrarrepresentada en los ámbitos de decisión política. "En el libro -dice- examino datos de 1999 al 2008 y descubro que el republicano medio ha pasado quizá un 1,5% de su carrera, antes de llegar al Congreso, en empleos de clase trabajadora. Y el demócrata medio, algo así como un 2,5%".
El fenómeno no es nuevo. "En 1901 el Congreso tenía menos de un 2% de miembros de clase trabajadora. Hoy tiene menos de un 2% de miembros de clase trabajadora", dice. "Hace cincuenta años ya era extremadamente difícil para un americano de clase trabajadora lograr un cargo electo, pero desde entonces los sindicatos han decaído, las elecciones se han encarecido... Todavía es más difícil. Es una vieja característica de nuestro proceso político, una forma de desigualdad que no desaparecerá por sí sola".
¿Qué frena el acceso de los trabajadores a las instituciones? Carnes no tiene una respuesta. Pero descarta que el problema sea que los votantes rechacen a los candidatos de clase trabajadora y prefieran a hombres de negocios o abogados. El coste de las campañas puede ser una explicación.
"Aristóteles -concluye- probablemente denominaría a EE.UU. una oligarquía o una plutocracia. Es un país gobernado por sus ciudadanos más privilegiados. Pero la diferencia importante entre nuestro proceso democrático y una aristocracia u oligarquía pura es que nosotros tenemos el poder para cambiarlo".
Marc Bassets | Washington Corresponsal 26/01/2014 - 02:30h
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