martes, 7 de enero de 2014

La mejor forma de superar una ruptura (y de abrirte a lo que está por venir)

 
 
SEGÚN EL TERAPEUTA JOAN GARRIGA
 
 
Las rupturas de pareja, al igual que ocurre con cualquier tipo de pérdida, encuentran en el duelo su respuesta más común. Cuando esto ocurre, y para sobrellevar el proceso de la mejor forma posible, hay que tener en cuenta que “en las relaciones de pareja no hay buenos y malos, culpables e inocentes, sino que hay buenas y malas relaciones”, como explica el psicólogo y coach Joan Garriga en El buen amor en la pareja (Destino), que reproducimos en estas líneas.
 
Para poder superar una ruptura es importante expresar aquello que no se ha dicho a lo largo de la relación, aquello relevante y que tal vez intoxicó y nutrió los desencuentros. Si es posible hacerlo con la otra persona delante, mucho mejor; si no es posible por cualquier motivo, por ejemplo, porque creemos que puede emporar las cosas, o porque se deben establecer límites precisos, podemos escribir todo lo pendiente e imaginar a la otra persona frente a una silla vacía y decírselo. Una regla útil que tiene la intención de prestar atención para que las cosas no se pudran adentro y no vivamos rodeados de asuntos pendientes y reconcomios que se comen nuestra atención y energía.
 
La terapia Gestalt recomienda expresar lo inexpresado, decir lo no dicho, vivir lo no vivido, procesar lo no procesado, cerrar lo no cerrado, y que las venas relacionales estén bien ventiladas. De este modo, la energía queda libre del pasado y se orienta al futuro, y el presente estricto se vuelve asombrosamente más presente. Por otro lado, para superar la ruptura de pareja también es crucial agradecer todo lo que nos ha dado la otra persona y todo lo que hemos podido vivir a su lado.
 
 
La monogamia secuencial: el final de la pareja para toda la vida
 
A algunas personas les puede servir la técnica de hacer una lista de las cosas concretas que puede agradecer. Y es que aceptar lo que nos ha dado el otro y decir gracias nos pone en disposición de valorar lo recibido y desde ahí poder superar la ruptura, porque la gratitud mitiga el victimismo y el resentimiento. Cuando podemos ver lo que no ha aportado una relación y lo que hemos aprendido en ella, estamos en disposición de cerrarla y abrirnos a lo que esté por venir.
 
En definitiva, relata Garriga en El buen amor en la pareja, el gran reto para todos consiste en aprender a amar lo imperfecto de la vida, de nosotros y de los demás, y volvernos compasivos. Cuando esto es posible, apunta, ponemos nuestros errores al servicio de la vida y de un camino feliz, sea en pareja o no. Ser capaz de algo así es doblemente importante en el momento actual, pues vivimos tiempos caóticos y creativos, originales e inciertos, turbulentos y esperanzados para el amor en las parejas. La ventaja es que podemos ser creativos con el tipo de relación que queremos; el inconveniente, que nos podemos perder con tantas opciones y al final no saber qué tipo de relación queremos establecer.
 
Algunos estudiosos han acuñado el concepto de “monogamia secuencial”, que viene a anunciar lo que ya se está percibiendo: el funeral de la pareja “para toda la vida”. Esto significa que, hoy por hoy, las personas tenemos estadísticamente muchas probabilidades de tener dos, tres o más parejas de cierta duración a lo largo de la vida, con la consiguiente complejidad de formatos familiares y de convivencia y, sobre todo, con un alto precio en estrés emocional, afectivo y vincular. Nunca como ahora nos habíamos enfrentado de forma masiva a tantas exigencias emocionales y tránsitos dolorosos.
 
El filósofo Zygmunt Bauman decía que, en nuestra época, la idea de que el amor es eterno ha desaparecido, así que los requisitos para el amor se han simplificado, y el conjunto de experiencias definidas con el término amor se ha ampliado extraordinariamente. El problema, añade, es que cuando la calidad y profundidad de una relación no nos dan sostén, tendemos a buscar el remedio en la cantidad. A veces, incluso llegamos a pensar que el amor se puede aprender a partir de la experiencia y el ejercicio amoroso. Bauman describe este proceso como un círculo vicioso en el que las personas quieren estar en el “mercado de las relaciones” pero, al mismo tiempo, anhelan amar profundamente a alguien.
 
 
El refugio en nosotros mismos, en lugar de en la comunidad
 
En cualquier caso se trata de tiempo presididos por la libertad individual. De hecho, en las sociedades tecnológicas se desdibuja el sentido de lo colectivo y de lo trascendente y las personas se refugian en un rabioso norte autorreferencial. En la actualidad, las personas nos sentimos sin esfuerzo el centro del universo, y la presencia de las dificultades que la vida trae nos empuja a salvar el propio barco, el yo tan preciado, olvidando el marco grande del nosotros, del destino común. Así ocurre también en la pareja.
 
Cuando aparecen los desencuentros y conflictos, cuando los hijos ponen a prueba la fortaleza de la pareja, cuando aparecen los problemas económicos o de salud no encontramos espacios de apoyo, sosiego y alivio en otros o en la comunidad. Y ante la tensión, la frustración y el dolor, nos volvemos de nuevo hacia el yo, nos dirigimos hacia el único refugio seguro: nosotros mismos.
 
En la mayoría de culturas, el vínculo de la pareja, especialmente de la pareja convertida en padre y madre, tenía antaño un valor sagrado, reverente, de culto y servicio a la vida. La pareja era vista como la realización en el amor y en la sexualidad, y estaba al servicio de la comunidad y la vida. La pareja era vista como la realización en el amor y en la sexualidad, y estaba al servicio de la comunidad y de la vida. Pero ya no es así. Ante la inseguridad de los modelos, la tentación es ceder a una materialización de los vínculos, de manera que el otro puede llegar a ser visto como un bien de consumo, efímero y fungible. La salida cómoda es despojar de alma a lo humano. 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.