lunes, 19 de marzo de 2018

Villanueva de los Infantes: el lugar de la Mancha donde los caballeros nacían y los poetas morían






Muchos de ustedes no conocerán Villanueva de los Infantes, pero resulta que este pueblo manchego es el escenario inicial de la más importante obra literaria de la historia del español: es nada más y nada menos que el lugar de la Mancha del que Cervantes, vaya usted a saber por qué -hay quién dice que por haber pasado una temporada en la cárcel justo allí-, no quiso acordarse.

Lo descubrieron hace no demasiado tiempo unos científicos estudiando los escenarios reconocibles de El Quijote y los viajes que Cervantes sí describía, y calculando hasta el paso del asno de Sancho Panza. Desde entonces nadie se ha atrevido a un estudio científico similar con el que arrebatar a Villanueva de los Infantes un mérito que, por otra parte, tampoco es que necesitase para ser uno de los pueblos más bonitos de España.

Calle de Villanueva de los Infantes | C.Jordá

Un pueblo que, en una curiosa jugada del destino, está relacionado con otro de los grandes de nuestra literatura: Francisco de Quevedo, que murió allí y allí está enterrado, más o menos. Y digo más o menos porque, en otra coincidencia curiosa, los restos de Quevedo han sufrido una aventura similar a los de Cervantes y hasta hace unos años no se pudieron recuperar. De hecho, a pesar de un importante esfuerzo forense sólo se encontró una parte que, tras unos pocos avatares más, descansa bajo el suelo de la gran iglesia de San Andrés, la principal de la villa.
Una plaza mayor diferente

La iglesia, por cierto, da su mejor fachada a la preciosa plaza mayor de la villa, desde la que unas curiosas estatuas de don Quijote, Sancho y sus respectivas cabalgaduras nos saludan a tamaño natural y de una forma bastante original. Como original es también la propia plaza, irregular en su trazado -sobre todo porque la iglesia parece invadirla- y diferentes los edificios que la forman, pero logrando ser un conjunto armonioso, sobre todo por la fachada neoclásica del Ayuntamiento y los edificios anexos, edificados en una cálida piedra vista.

Alrededor de la plaza se despliega lo mejor del casco viejo de Infantes -que es como los manchegos abrevian el largo nombre de la villa-, uno de los más bonitos y mejor conservados que he conocido en España. Diría que se puede recorrer el pueblo dando sólo unos pocos pasos entre un palacio y el siguiente, casas espectaculares, enormes y casi todas de sobrias fachadas de una arquitectura inconfundiblemente castellana.

Patio de la Casa del Arco | C.Jordá

Uno de los mayores atractivos del pueblo son los patios de esas grandes casas-palacio. En la mayor parte de los casos son aún de propiedad particular, pero a pesar de ello la amabilidad de los infanteños nos permite visitar muchos de estos patios que, además, están decorados con mucho gusto y mucha personalidad por sus propietarios, lo que transmite una sensación de vitalidad y realidad que ningún edificio municipal o de la diputación podría transmitir. Quizá les parezca una tontería, pero estas casas que son verdaderos monumentos y que aún son hogares en los que viven personas normales me parecieron un auténtico tesoro en riesgo -imaginen lo que cuesta mantenerlas- por el que vale la pena acelerar nuestro viaje a Infantes.

También hay antiguos conventos como el de los dominicos, que después fue colegio y después hotel y ahora lleva unos años sin otro uso concreto que el que le damos los turistas al entrar allí para ver su claustro de ladrillo austero y, nada más y nada menos, la celda en la que murió Quevedo.

Celda en la que murió Quevedo | C.Jordá

No deja de ser una sensación extraña saber que estás allí donde pasó sus últimas semanas y allí murió el autor de El Buscón y de tantos poemas maravillosos, y lo es más por el sorprendente estado de conservación de lo que vemos del convento, que realmente parece estar todavía en el siglo XVII.

Una sensación que, al fin y al cabo, nos transmite un poco todo Villanueva de los Infantes, con sus calles prácticamente sin rastro de edificaciones modernas y sus blasones sobre las puertas y en las esquinas. Cuesta poco, realmente muy poco, imaginar que de cualquiera de esas grandes casas manchegas sale una curiosa partida, con un hombre de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, montado en un rocín flaco y acompañado por un hombre de bien pero de muy poca sal en la mollera, que lleva su propio asno, camino los dos -o los cuatro si prefieren- a unas aventuras que, ellos aún no lo saben, los harán famosos en todo el mundo por los siglos de los siglos.
Y no se pierdan San Carlos del Valle

Muy cerca de Villanueva de los Infantes está otro lugar por el que es obligatorio pasar en su viaje por la zona: San Carlos del Valle. Es mucho más pequeño pero tiene una de las plazas más bonitas que he visto por España -y probablemente la más bonita para una villa de su tamaño- y sobre todo tiene una de las iglesias más espectaculares de Castilla-La Mancha.

Iglesia del Cristo del Valle | C.Jordá

Con una no muy habitual planta de cruz latina -que tiene porque nació como centro de peregrinación- y con una excepcional y altísima cúpula de tambor, ya cuando llegamos por la carretera la vemos en la lejanía destacar sobre las pocas casas del pueblo.

Por cierto, tanto a Villanueva de los Infantes como a San Carlos del Valle nos llevan carreteras rectas, permanentemente abiertas a un paisaje que es algo así como la sublimación de la llanura manchega, en el que es menos visible la mano del hombre o, mejor dicho, en el que ésta ha sido más discreta y cuidadosa, más consciente del valor de lo que tocaba o creaba.

Una Mancha que probablemente les sorprenderá, que seguramente les gustará y que pese a los kilómetros y kilómetros de llanura aparentemente vacía les aseguro que está llena de secretos y de encantos.

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