La tristeza puede ser el primer paso hacia la felicidad. (iStock Photo)
La idea es dar permiso a la emoción y poner límites, eso sí, a la conducta
«¿Cómo estás?». La respuesta a esta sencilla pregunta, que normalmente respondemos sin pensar demasiado con un «bien», un «muy bien» o con un «tirando», podría ser la llave de nuestro bienestar. Aunque para ello tendríamos que empezar a respondérnosla con sinceridad y algo más de precisión, a riesgo de sorprender a nuestros interlocutores.
Todo lo que sentimos está directamente relacionado con nuestras emociones, así que sin darnos mucha cuenta de ello, éstas pueden condicionar nuestro día a día, influir en la manera en que respondemos a los retos que vamos encontrando, en nuestras relaciones e incluso en la forma en que vemos el mundo. Las emociones son ventajas adaptativas de las que nos ha dotado la naturaleza. Pero, ¿les prestamos la atención necesaria? ¿O más bien las consideramos, sobre todo a algunas, como debilidades o molestias que debemos esconder o ahuyentar lo antes posible?
Las emociones son ventajas adaptativas de las que nos ha dotado la naturaleza
Seguro que alguna vez lo has presenciado en un parque infantil o en cualquier otro lugar al que acudan niños con regularidad: un pequeño llora y la respuesta de consuelo más habitual por parte de los adultos que lo acompañan suele ser decirle que “no pasa nada”, que “no es para tanto” o que no llore. Tal vez nosotros mismos hemos usado alguna vez con nuestros hijos frases como: “Si me lo dices llorando no te entiendo”. ¿Podría esta forma bienintencionada de consolar a los niños condicionarnos de adultos para que lleguemos a reprimir o a prohibirnos ciertas emociones?
Según la psicóloga Mercè Conangla, creadora del Máster de Ecología Emocional y coautora de La fuerza de la gravitación emocional: “Nos explicaron que consolar era eso, pero ahora ya sabemos lo suficiente como para empezar a mejorar el acompañamiento de estas emociones”. Para Conangla, que advierte de que este tipo de consuelo mal entendido se da mucho también en el ámbito sanitario, “nadie tiene el derecho a decirle a otro que no hay para tanto, que no hay que llorar, que no debe enfadarse… Sea cual sea el estado emocional que atraviesa un niño siempre debemos darle el permiso para vivirlo”.
Sea cual sea el estado emocional que atraviesa un niño siempre debemos darle el permiso para vivirlo
La idea es dar permiso a la emoción y poner límites, eso sí, a la conducta: “Decir «no te enfades» no sirve. Podemos ayudar en lugar de eso diciendo: «Yo a veces también me enfado», pero a la vez impedir que rompa un juguete o pegue a su hermanita”. Somos responsables de nuestras conductas, pero no de nuestras emociones, que simplemente, son.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto manejarnos y aceptar, incluso como adultos, ciertas emociones? Las más difíciles de gestionar, que Conangla llama “la constelación oscura”, son el miedo, la ira y la tristeza. Quizá la primera dificultad con la que nos encontramos cuando las experimentamos es, justamente, el hecho de considerarlas como algo negativo. Para Gaspar Hernández, periodista, escritor y autor de La dona que no sabia plorar (La mujer que no sabía llorar), “no existen emociones positivas o negativas, sino emociones útiles y emociones que no lo son”.
No existen emociones positivas o negativas, sino emociones útiles y emociones que no lo son
Hernández matiza que en ciertas ramas del budismo sí se distingue entre emociones positivas y negativas, y que se considera a la ira como la más conflictiva: “La ira puede ser constructiva si está bien canalizada, pero si no, puede llegar a destruir mucho”. Mercè Conangla prefiere hablar de emociones que nos equilibran y emociones que nos desequilibran, y explica que el hecho de atender, estimular o producir solo una determinada gama emocional supone una gran pérdida, ya que “el mundo emocional debería ser como el arcoíris, que contiene todas las tonalidades”.
Esta psicóloga advierte de que el hecho de permitirse sentir toda la gama emocional “no quiere decir que debamos recrearnos en determinadas emociones, aunque los planetas emocionales oscuros también deben ser visitados”.
Así, una vez que nos damos el permiso para sentir lo que sentimos, ¿cuál es el siguiente paso? ¿O es suficiente con permitir la emoción y observarla hasta que ésta se disuelva? Gaspar Hernández explica que “una emoción dura aproximadamente noventa segundos si la dejamos fluir. Pero si la emoción es reiterada, nos está indicando que ahí debemos hacer cambios o actuar”.
El director del programa de crecimiento personal L’ofici de viure advierte de los peligros de actuar desde la emoción y recomienda dejar un espacio de tiempo antes de hacerlo: “Si esperas 24 horas antes de actuar, sobre todo cuando hay ira o miedo, resolverás la situación de una forma muy diferente que si tratas de hacerlo desde el sentir”.
4 pasos para gestionar las emociones
Mercè Conangla cree que todavía nos queda mucho que aprender en cuanto a gestión emocional, y propone cuatro pasos para encararla de forma sostenible:
1. Date permiso para sentir lo que sientes, ya que la emoción forma parte de ti. Cuando nace, sea la que sea, acógela sin más.
2. Identifica y da nombre a aquello que sientes. Conangla habla del “escáner emocional”, en el que tratamos de identificar al menos tres emociones que componen el cóctel de nuestro estado de ánimo. No es lo mismo, por ejemplo, estar rabioso que furioso, porque la rabia va hacia adentro y la furia tiene un movimiento de dentro afuera.
3. Traduce la información que contiene cada emoción e incorpórala a tu mapa. Por ejemplo: el miedo nos informa de que estamos viendo peligros, sean estos reales o no. El enfado puede informarme de que quizá, me he saltado un límite propio. De lo que se trata es de entender y traducir la información que aporta la emoción que estés sintiendo.
4. Actúa en consecuencia. Por ejemplo, si nos hemos dado cuenta de que estábamos enfadados con un compañero de trabajo y hemos traducido esta información dándonos cuenta de que nos sentimos inseguros, podemos decidir trabajar nuestra inseguridad. O también tratar de conocer mejor a nuestro compañero y mejorar nuestra relación.
Darnos permiso para sentir es crucial, pero la gestión emocional, según esta psicóloga, no acaba hasta que efectuamos la acción correspondiente ‒también es posible que lleguemos a la conclusión de que no debemos realizar ninguna‒. Y es en ese momento cuando la emoción que había surgido se intercambia por otra que probablemente será “más adaptativa”. Como explica Conangla, es de vital importancia prestar a tención a todas nuestras emociones si queremos potenciar nuestro bienestar y dejar de vivir con el piloto automático: “Las emociones más complicadas, a menudo contienen la posibilidad de realizar aprendizajes importantes. Si las evitamos y no las vivimos nos privaremos de estos aprendizajes y correremos el peligro de ir por la vida reproduciendo patrones de conducta”.
Y ahora, dime: ¿cómo estás?
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