El primer ministro británico Winston Churchill, el soviético Iósif Stalin, y el estadounidense Franklin Delano Roosevelt, en la conferencia de Yalta al final de la Segunda Guerra Mundial (Bob Thomas)El primer ministro británico Winston Churchill, el soviético Iósif Stalin, y el estadounidense Franklin Delano Roosevelt, en la conferencia de Yalta al final de la Segunda Guerra Mundial (Bob Thomas)
En los últimos tiempos nunca han faltado aspirantes a hacerse con el título de paciente continental, desde Italia al Reino Unido del Brexit
Lo del enfermo de Europa tiene su origen en la guerra de Crimea (1853-1855). Esa pequeña península que se asoma al mar Negro y que tan decisivo papel ha desempañado en el último siglo y medio en las relaciones entre rusos, turcos y europeos. Aunque perdió Rusia contra la liga formada por Reino Unido, Francia y el Imperio otomano, viendo en lo sucesivo cómo se había puesto en marcha la paulatina pero inexorable desintegración del vasto y poderoso imperio turco, tuvo a bien el zar Nicolás I tachar a Turquía de ‘hombre enfermo de Europa’.
Desde entonces cada época ha contado con su propio hombre enfermo de Europa. Antes de adherirse en 1973 a la CEE, el renqueante Reino Unido de Harold Wilson ostentaba esta nada envidiable distinción. La Alemania de la reunificación recogió el testigo que no soltaría hasta que el socialista Gerhard Schröder engrasara el motor de la industria y economía germanas.
La defensa italiana y la fofa Francia
En los últimos tiempos nunca han faltado aspirantes a hacerse con el título. Italia lo conquistó y lo defendió contra viento y marea a base de mucho juego de piernas y algo de bunga-bunga entre asaltos, pero sólo para perderlo en el último por puntos a la fofa Francia de Chirac. Grecia conquistó el título en el 2009 gracias a los enormes sacrificios que hizo durante las arduas sesiones de entrenamiento de estricta inspiración teutona. Lo defendió con andrajosa dignidad hasta que el Reino Unido del Brexit la tumbó de un derechazo asesino.
Mas ahora que Reino Unido se retira del campeonato, son tantos los aspirantes a hacerse con el título que a fin de evitar tongos y de no incurrir en irregularidades arbitrales, se podría llegar a la conclusión de que el hombre enfermo de Europa es, hoy por hoy, nada más, pero tampoco nada menos, que la Unión Europea.
Reunidos en la ciudad de Yalta en 1945, tres ancianos estadistas -Churchill, Roosevelt y Stalin- redibujaron el mapa de Europa atravesándolo con un telón de acero
Como no podía ser de otra manera, el origen de la enfermedad que ahora aflige a Europa se remonta a Crimea. Reunidos en la ciudad de Yalta en 1945, tres ancianos estadistas -Churchill, Roosevelt y Stalin- redibujaron el mapa de Europa atravesándolo con un telón de acero, que es como llegaría a ser conocido. La guerra fría ya había comenzado.
A partir de los años cincuenta resultaría cada vez más difícil que alguien recordara en la próspera Europa occidental, y ya no digamos en Estados Unidos, no tan sólo que la URSS había sido su principal aliado contra Hitler, sino el altísimo precio material y personal que habían pagado los soviéticos durante la contienda. Es más: aprovechamos la prolongada agonía a lo otomano de su imperio para alcanzar nosotros una calidad de vida jamás vista. Y cuando cayó el Muro les decimos sin rubor: “si te he visto, no me acuerdo”. De ahí el irresistible ascenso de Vladímir Putin.
De celebrarse ahora una Yalta II, se sentarían a la mesa el anfitrión Putin, su colega Trump y… ciertamente no sería junto a Theresa May
La península de Crimea ha vuelto a ser harto relevante desde que la ‘anexara’ Putin en 2014. Ahora, haciendo caso omiso de las múltiples protestas, sobre todo las de Ucrania, Putin acaba de inaugurar un puente sobre el estrecho de Kerch que une Crimea con Rusia.
De celebrarse ahora una Yalta II, se sentarían a la mesa el anfitrión Putin, su colega Trump y… ciertamente no sería junto a Theresa May, pero no sólo porque Reino Unido no es lo que era, sino porque ya bastante tiene la pobre con los conservadores díscolos de su partido. De modo que el tercer hombre a sentarse a la mesa de negociaciones tendría que ser el presidente o presidenta de la UE, y no sólo de una comisión o un comité de barrio. Pero puesto que no existe tal cargo, su silla permanecería libre durante la importantísima cumbre que se celebraría a dos.
Poco o nada hemos avanzado desde que Henry Kissinger se quejaba de que, cada vez que se presentaba una situación de crisis, no sabía a quién llamar en Europa
Poco o nada hemos avanzado desde que Henry Kissinger se quejaba de que, cada vez que se presentaba una situación de crisis, no sabía a quién llamar en Europa. Y resulta que ahora nos hallamos en un permanente estado de crisis policéfala. Son tantas las amenazas y tan escasa la unidad, que uno no puede sino esperar lo peor. Más que nada porque el combate geopolítico puesto en marcha por Putin y Trump parece destinado a acabar en KO, es decir, con la debilitada y desunida UE estirada sobre la lona.
Kissinger aún vive, pero ni él ni nadie sabe a día de hoy a quién demonios llamar en Europa en estos tiempos de crisis permanente. Putin y Trump no perderán oportunidad para acelerar la desintegración de Europa, volar por los aires el euro, provocar conflictos destinados a inundar el continente con millones de refugiados que no podrán ser asimilados. Y todo esto sólo para que, llegada la hora, puedan sentarse a la mesa y proceder, sin la participación del interesado (Europa), al reparto del botín, tal cómo se hizo en Crimea en 1945.
A menos que…
http://www.lavanguardia.com/internacional/20180602/443965097268/ue-enfermo-europa.html
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