LUIS PAREJO
Cada vez más personas demandan un poco de pausa en la era del clic compulsivo. Hasta en Silicon Valley han detectado ya esta exigencia de cambio de velocidad. Para saciarla, crean herramientas que nos ayudan a frenar nuestra adicción tecnológica
Quizá estos días se haya topado con este lamento de Leonardo Haberkorn: "Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez", escribió en su blog este profesor y periodista uruguayo. "Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies. Claro, es cierto, no todos son así. Pero cada vez son más".
Han pasado casi cuatro años desde la renuncia de Haberkorn como docente de la universidad privada ORT -hoy trabaja como corresponsal de la agencia de noticias AP en Montevideo-, pero su despedida ha resucitado con fuerza en las redes. Tal vez sea porque la tecnología ha multiplicado su penetración en el espacio reservado al aprendizaje... y en cualquier otro. "El fenómeno se mantiene o ha tendido a agravarse. Una profesora de una universidad de EEUU me contó hace unos días que, a pesar de sus esfuerzos, sus alumnos poco menos que se esconden debajo de las mesas para abrir sus redes sociales en clase", asegura el autor de una queja que circula en España tras viralizarse en su momento en América Latina. Y añade: lo mismo que sucedía entonces en el campus está pasando ahora fuera. "La cantidad de gente que uno ve manejando automóviles o motos mientras va leyendo o escribiendo mensajes es alarmante", concluye.
Si a morir ridículamente intentando hacer un retrato con el móvil lo hemos denominado selficidio, ¿cómo tendríamos que llamar entonces a esa otra muerte voluntaria que consiste en no seguir el ritmo de las redes sociales, el enjambre de aplicaciones y el enésimo teléfono de última generación? ¿Appstinencia? Ya sea por rechazo, agotamiento, desinterés o una mezcla de todo, un número creciente de personas reclama un poco de pausa en la sociedad contemporánea de la hiperconexión y el clic fácil. Una cierta reivindicación de la filosofía slow en pleno advenimiento del 5G, sólo que sin el arrebato de nostalgia ludita.
Lo sorprendente es que algunos de los gigantes de Silicon Valley también han detectado esta exigencia de cambio de velocidad y, voilà!, han decidido incorporarla a su catálogo. "Creemos que la gran tecnología debería mejorar la vida, en lugar de distraerla", razona Rose La Prairie, Project Manager de Android. Entramos por tanto en una nueva era, casi distópica, que recuerda a la de Terminator: la de las herramientas digitales que luchan contra otras herramientas digitales.
CUANDO ESTABA DISEÑANDO EL IPHONE NO TENÍA HIJOS; AHORA LO VEO DESDE UNA PERSPECTIVA MUY DIFERENTE
Tony Fadell, cocreador del iPhone y del iPod
Así, la percepción de la tecnología como pedal acelerador empieza a ser contestada desde dentro. Icebox es una extensión del navegador Google Chrome que ayuda a frenar las operaciones impulsivas en 500 webs de comercio electrónico. Su funcionamiento es sencillo: el botón de Comprar es sustituido por otro de Congelar, que enfría el artículo seleccionado como si fuera un medallón de merluza durante 30 días. Tiempo en teoría suficiente para que el cliente se plantee hasta qué punto le interesa completar dicha adquisición. Es decir, lo contrario a la política Activar el pedido en 1-clic de Amazon y al uso de tarjetas de crédito con sistema contactless.
Hay muchos más ejemplos de herramientas que fomentan el autocontrol frente a la adicción. Freewrite tiene apariencia de ordenador portátil y, sin embargo, es una máquina de escribir con Wi-Fi y acceso a la Nube que no recibe recordatorios de cumpleaños, ni alertas de noticias, ni actualizaciones de estado. Las apps Hold, Freedom y Lock Me Out sirven como bloqueadores de distracciones. Hold, por ejemplo, se dirigía originalmente a estudiantes tentados de echar un vistazo a Instagram o Twitter en mitad de clase o mientras preparan un examen; ahora ya apunta a empleados y conductores como los que preocupaban a Haberkorn. ¿Cómo? No cortando el acceso a internet, sino ofreciendo un sistema de recompensas: 20 minutos sin tocar el móvil o la 'tablet' se convierten en 10 puntos canjeables en cines, cafeterías e incluso becas.
Pero tal vez sea iOS 12, la última actualización completa del sistema de operativo de Apple, lo que confirma que el concepto de bienestar empieza a calar en las oficinas de Palo Alto. Presentada el pasado mes de junio, a iOS 12 se le dio más bombo del habitual porque incorpora varias herramientas que ayudan a los usuarios a "entender y controlar mejor" el tiempo que pasan interactuando con sus dispositivos. Una de esas herramientas genera detallados informes de actividad diarios y semanales en los que consta el tiempo total invertido en cada app, el número de notificaciones recibidas y la frecuencia con la que se enciende el iPhone o el iPad. Resumiendo: es una forma bastante gráfica de situar al dueño del aparatito frente al espejo de sus excesos.
¿Es esto suficiente para proteger los ojos y el cerebro? Tony Fadell, cocreador del iPhone y del iPod, cree que no. "Necesitamos entender el tiempo empleado en todas las pantallas (teléfonos, tabletas, televisiones, ordenadores e incluso relojes) para evaluar de forma más crítica nuestros hábitos. El trabajo para analizar el abuso y la adicción digitales apenas está comenzando. Al igual que hemos visto increíbles mejoras de software en nuestros smartphones, espero que también veamos mejoras en nuestras herramientas para administrar la salud digital y física", comenta por correo electrónico.
Fadell también es el fundador de la empresa de domótica Nest. Y el máximo responsable de la consultora Future Shape. Su trabajo al lado de Steve Jobs lo convirtió en gurú de la misma industria de la que, paradójicamente, ha acabado convirtiéndose en azote por lo que considera falta de autorregulación y exigencia ética. "Debemos capacitar a la jóvenes creadores y diseñadores de software para que sean conscientes del poder que la adicción y el abuso digital tiene sobre los adultos, y también para que trabajen pensando en las familias. El desafío que supone controlar el uso de dispositivos digitales se ha hecho más evidente ahora que tengo hijos. Cuando estaba diseñando el iPhone no tenía una familia con miembros jóvenes. Ahora veo estos productos desde una perspectiva muy diferente", reflexiona este inversor con pasado de ingeniero.
El inversor Tony Fadell y el catedrático Víctor Sampedro. KEVIN WOLF / SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL
Hasta aquí, su análisis coincide con el de Víctor Sampedro. El autor de Dietética digital(Icaria Editorial) resume esa crítica interna con una sentencia ácida: "Somos camellos, pero camellos honestos: no pasamos en casa". En lo que sí se desmarca el también catedrático de Comunicación Política y Opinión Pública de la Universidad Rey Juan Carlos es en una cuestión más de fondo: el supuesto motivo de esta toma de conciencia.
"2018 ha sido el año en el que se ha descubierto que la industria digital está trabajando fundamentalmente para la de datos. También ha sido el año en el que la gran compañía, Facebook, ha tenido que comparecer en el Senado de EEUU y el Parlamento Europeo para explicar cómo es posible que los datos [de sus usuarios] pudieran ser obtenidos [por una tercera parte] sin consentimiento y al margen de los términos de aceptación de uso", explica. "Una vez desvelado este mecanismo, hay que buscar una respuesta de mercado, que consiste en darle una apariencia de limitación a estos excesos y de atención a las necesidades más básicas de bienestar de los usuarios".
El neurocientífico y divulgador José Ramón Alonso se muestra igualmente escéptico respecto a las verdaderas intenciones del imperio GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple). "No creo que hayan echado el freno, siguen una política ambiciosa de adquisiciones, nuevos desarrollos y exploración de nichos de negocio. Creo que, al menos en parte, es una estrategia de ampliación de su base de clientes, como cuando McDonald's decidió ofrecer ensaladas y un sector de la población que aborrecía esos restaurantes de comida rápida descubrió que también era para ellos. McDonald's no dejó de vender hamburguesas, amplió el menú y, con eso, los beneficios".
Fadell se sumó hace unos días al manifiesto Responsible Computer Science Challenge, una iniciativa que aspira a integrar las consideraciones sociales en el plan de estudios de Programación. O lo que es lo mismo: a ensamblar deontología y tecnología. Su máxima aspiración es que la industria que le aupó como referente incorpore a sus productos un etiquetado que advierta de los efectos sobre la salud, como la que presenta la comida preparada a escala industrial.
ES, AL MENOS EN PARTE, UNA ESTRATEGIA PARA AMPLIAR SU BASE DE CLIENTES, COMO CUANDO MCDONALD'S DECIDIÓ INCLUIR LAS ENSALADAS EN SUS MENÚS
Víctor Sampedro, autor de 'Dietética digital'
"Hace más de 40 años, los nutricionistas desarrollaron la primera pirámide de alimentos para educar a las personas en una alimentación saludable", expone. "Con el contenido digital es como si viviéramos en la era anterior a la clasificación de los alimentos. ¿Cómo podríamos comer bien si no sabíamos lo que estábamos comiendo? Los mapas y apps educativas serían nuestras verduras; el correo electrónico, los mensajes de texto y las llamadas telefónicas, las proteínas; Instagram y Twitter, las grasas; y los juegos, el azúcar. Tenemos que seguir una dieta digital equilibrada y razonable, y necesitamos pautas que nos ayuden a lograrlo. Necesitamos presionar más a la industria tecnológica para que adopte este etiquetado, de modo que podamos entender mejor los ingredientes de las apps que consumimos y elegir sabiamente"
En el libro de Sampedro se puede leer: "Cerrar internet o prohibir los móviles, aparte de imposible, sería tan absurdo como ilegalizar la comida para combatir la obesidad". No extraña entonces que pequeños gestos como declarar un día del fin de semana libre de pantallas, a lo shabat, o ir a uno de esos restaurantes cuquis que invitan a dejar en el móvil en una caja sobre la mesa le parezcan poca cosa. "No es suficiente, porque el autocontrol de la industria no va a llegar hasta que tenga incentivos reales. Es decir, hasta que se produzca un descenso de usuarios muy fuerte. Los usuarios, por otra parte, tienen que demandar un control público. La ley de protección de datos europea es un primer paso en ese sentido, pero también tenemos que demandar tecnología de código abierto y uso no privativo".
En mayo, la última vez que estuvo en España, Sandy Parakilas reveló un secreto. "Las aplicaciones usan los colores para competir entre ellas por el bien más preciado: la atención del usuario", enfatizaba el actual responsable de estrategia del Center for Humane Technology y ex director de operaciones de Facebook. "Si te das cuenta, las notificaciones se muestran en rojo porque éste es un color que significa importantey que demanda atención al cerebro. Cambia la pantalla a blanco y negro: no te gustará, pero dejarás de tener la necesidad de revisar tu móvil".
La conversión a escala de grises del menú del móvil, como si fuera un fotograma del NO-DO, suena a truco casero... y quizá no lo sea no tanto: Google lo acaba de hacer suyo en su última actualización de Android.
JOSE MARÍA ROBLES
Madrid
13 NOV. 2018 02:03
https://www.elmundo.es/papel/2018/11/13/5be95832e5fdea7b0b8b45de.html
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