El checkpoint Charlie de Berlín, en la época de la guerra fía y hoy (Redacción)
Recorrido por una ciudad dividida que se resiste a desaparecer de la memoria
“Cuando los turistas llegan a un lugar histórico, están confirmando con su presencia que allí no queda nada vivo o que pueda incomodar seriamente a un alma contemporánea. El checkpoint Charlie, en el cruce de la Friedrichstrasse y la Zimmerstrasse, es una de las atracciones más visitadas y fotografiadas de Berlín. Se mantiene la garita norteamericana y se han recreado las banderas y los carteles fronterizos, aunque (…) la recreación ha omitido todo lo siniestro, desagradable y hostil de la frontera. El visitante de hoy no verá focos, ni alambradas espinosas, ni perros de presa, ni por supuesto carros de combate o francotiradores. Todo es amable y colorido como corresponde a un lugar turístico lleno de paseantes que comen helado y llevan bolsas de grandes almacenes. (…) La frontera que durante décadas representó la opresión totalitaria es hoy un mausoleo lúdico de sí misma (…)”
El párrafo anterior lo firma Sergio del Molino en Lugares fuera de sitio (Espasa, 2018) e ilustra lo que tantos que han vivido el ayer y el hoy de Berlín experimentan al volver a la actual capital de Alemania, que dista de la ciudad que era. Desde 1961 y hasta 1989-1990, al menos dos: República Federal en el oeste, Democrática al este, también muchas y variadas dentro de cada una de ellas.
Su historia se resume en apenas unas líneas. Guerra Mundial: ganan los aliados. Guerra fría: se divide Alemania y se divide Berlín. Vallas, alambres, muros, garitas fronterizas, espías, policías, militares…
También familias separadas.
A un lado, el occidental, una ciudad parte de la Alemania liberal, democrática y capitalista; escaparate aislado ante un territorio y otra mitad de urbe socialista y totalitaria, de partido único.
Para intuir cómo se vivía en uno y otro se puede ir al cine y ver Un, dos, tres, o El Cielo sobre Berlín, o La vida de los otros, o Good Bye, Lenin! o cualquier otro filme que servirá para hacerse una idea algo lejana –porque no hay nada como pasear por sus calles.
Pero ante la imposibilidad de volver al pasado, qué mejor que recordarlo a partir de sus imágenes. Porque allí donde hoy vemos una ciudad moderna y cosmopolita, llena de grúas que la hacen crecer en altura, colorida y abierta, extensísima, hace nada estaba llena de estructuras grises, duras y firmes, que dejaban a su alrededor un desolador paisaje sin vida, armado, desalmado y moldeado sobre todo desde la desconfianza.
Berlín, poco menos de tres décadas atrás, veía el paso radical, casi instantáneo, casi sin pensar, de una a otra. Y un buen ejemplo lo da el monumento-estrella para el turista, una de esas construcciones que no resisten a selfie que se precie: la siempre fotogénica Puerta de Brandenburgo, en su epicentro urbano.
Ayer era un espacio vacío, rodeado en su frente por un muro en el que sobresalía la frontera física siempre sentida con el oeste. A su espalda, las ruinas de lo que en su día fue el –hoy completamente recuperado– hotel Adlon, tan apreciado en el pasado como en el presente por el esporádico visitante político, artístico y adinerado de la ciudad, testigo continuado del drama cotidiano de los berlineses. Delante, espacios abiertos en los que un sistema y otro tratan de demostrar al otro su superioridad desde la distancia corta. Con aviones que conectan Oeste y Occidente. O con un altísimo ‘pirulí’ de telecomunicaciones que reina en los cielos desde el oriente de la ciudad.
Todo a escala de prismático.
Aunque siempre falten las víctimas. Solo en el muro, unas 140 –oficiales.
Donde ayer había miedo y violencia, hoy hay tranquilidad, una calle más. Si en el presente los muros se elevan sobre las avenidas como museos de historia y de arte vivos como en la East Side Gallery, apenas unas décadas atrás dividían la ciudad creando desiertos urbanos que en la actualidad exaltan las grandes firmas arquitectónicas –como en Potsdamer Platz.
O ahí está el Reichstag, un edificio icónico para la historia de Berlín: es donde se reúne el imperio, donde se proclama la república de Weimar en noviembre –justo estos días– de 1918, luego se incendia en una noche hitleriana y tras quedar en el limbo fronterizo durante la guerra fría, no es hasta la caída del muro que se restaura mirando al futuro más que al pasado. Un siglo de Alemania en un solo edificio.
Gran parte de los edificios clásicos actuales han sido reconstruidos durante la reunificación. E incluso se ha derruido el Parlamento de la antigua República Democrática para alzar de nuevo en su lugar el Palacio Real.
(Porque así es la historia: cuando algo pierde su función, o cuando es un símbolo de un pasado que se quiere olvidar, a menudo se opta por demolerlo. Todo ello debió influir en la decisión de derruir el Palacio Real como en el mastodóntico plan para su reconstrucción actual.)
Ahora que en Berlín se retoma su pasado más remoto y que el muro se ha convertido en un souvenir más, es cuando resulta difícil hacerse idea de lo que el ‘achtung!’ en el checkpoint Charlie significó en realidad. Ya no hay fronteras internas ni externas. Primero, con la caída del muro de Berlín. Luego, por la reunificación alemana. A su vez, por la aplicación de Schengen y la libertad de movimientos en la Unión Europea. Es otro Berlín, otra Alemania y otra Europa que ni olvida ni quiere olvidar su pasado por miedo –quizá– a repetirlo.
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