Estudiantes de la facultad de Derecho en la Universidad de Valencia.
MÓNICA TORRES
La brecha entre distintas generaciones se amplía por la crisis, la demografía y los avances tecnológicos
Existe una fractura. Algunos la pueden recorrer con las yemas de los dedos. Otros conviven todos los días con ella. Atravesamos tiempos de inequidad. En los salarios, en la riqueza, en el mercado laboral, en la educación, en el hogar; en la existencia. Una desigualdad que hiende dos generaciones. Los jóvenes frente a los mayores. Diríase que el pacto generacional, que durante décadas conectó a ambos grupos, está entretejido hoy por hilos de seda. Los jóvenes, y sus bajos salarios, están haciendo un esfuerzo inmenso por sostener a 8,7 millones de pensionistas que cobran 9,6 millones de pensiones. Esta es la tarea que, como Sísifo, 4,7 millones de chicos y chicas de hasta 34 años repiten día tras día desde antes de la Gran Recesión.
Las palabras se reparten a ambos lados del abismo. En un extremo, Walter Scheidel, profesor de Humanidades en la Universidad de Stanford (California), sostiene que la inequidad solo puede resolverse por uno de los “cuatro jinetes de la desolación: la guerra, la revolución, el colapso del Estado o la peste”. Esta visión apocalíptica la defiende con la misma determinación que una frase sin comas. “Resulta muy difícil afrontar este problema por medios pacíficos”, avisa el docente. “Desde 2000, muchos países de América Latina han reducido la desigualdad por vías no violentas, pero no está claro que este proceso sea sostenible en el tiempo. En otros lugares fueron necesarios estallidos como las guerras mundiales, la Gran Depresión y las revoluciones comunistas para que cambiara la distribución de las rentas y las riquezas. Las políticas del bienestar de la posguerra estaban muy enraizadas en estos shocks”, recuerda. Hoy el mundo parece haber empeorado. La desregulación, los robots y un planeta global amplían la fractura entre tener y no tener.
Otras voces miran esta hendidura e irrumpen en la discusión. Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo en la Universidad de Oxford, admite esta batalla entre generaciones, cuya tierra baldía es la desigualdad. E intuye un futuro yermo para uno de los dos bandos. “Los jóvenes tendrán que soportar impuestos más altos para pagar las pensiones y el cuidado de los mayores. Y estos apoyarán menos a sus hijos en educación, consumo o vivienda. Los ancianos se van a aferrar a sus casas durante más tiempo y los inmuebles se revalorizarán. ¿Consecuencia? Los mayores serán más ricos que los jóvenes”.
Nada de esto sucedería sin ese destino insobornable que es la demografía. España es una tierra envejecida. En 2033, uno de cada cuatro españoles tendrá 65 años o más. Mientras, el país seguirá sufriendo una de las tasas de natalidad más bajas del mundo (1,31 niños por cada mujer) junto a una esperanza de vida que supera los 80 años. Este desequilibrio obliga a las personas mayores a ahorrar más. Y como los rendimientos son muy bajos, exige un gran esfuerzo. Porque más ahorro obligado de ancianos y jóvenes frena el consumo y ralentiza el crecimiento económico.
Crecer en la fragilidad
“La generación que paga las pensiones es mucho más pequeña que la que la recibe”, reflexiona el consejero de uno de los principales bancos españoles, quien pide no ser citado. Y esa generación se ha criado en la fragilidad. Es la que más ha sufrido la crisis, la que tiene salarios más bajos y la precariedad durmiendo en casa. Es el terreno millennial. En 2015 —relata el Banco Mundial— los contratos temporales que firmaron los trabajadores franceses y holandeses de entre 15 y 24 años representaron cerca del 50%. “Los jóvenes tendrán que trabajar más años y disfrutarán de menos ahorros para financiar sus pensiones a pesar de estar activos más tiempo que las generaciones precedentes”, advierte el organismo internacional.
El reto de las pensiones es mayúsculo con sueldos tan bajos y los contratos basura
Algunos ya viven ese futuro y es tan inquietante como un océano sin orilla. Casi 8 de cada 10 trabajadores españoles —asegura el Banco Mundial— entre 20 y 24 años tienen un empleo temporal o a tiempo parcial. La ratio más alta de Europa. Y la desigualdad en los salarios “ha crecido mucho”. El índice que lo mide, el coeficiente de Gini, ha pasado del 0,32 en 1990 al 0,40 durante 2013. ¿Estas generaciones, que sobreviven como funambulistas sobre el alambre de lo precario, pueden sostener el sistema de pensiones de los mayores?
Desde luego, si lo logran, será con un enorme trabajo. Los economistas del banco UBS han analizado esta brecha y les ha resultado imposible extraer poemas de sus números. “Desde la actualidad y hasta 2045, el gasto público en dependencia, sanidad y pensiones aumentará un 80% en términos reales y consumirá un 3,8% más del PIB, hasta superar el 23%”, calcula Roberto Scholtes, estratega jefe en España de la entidad. Esta cascada de porcentajes conduce a una reducción del gasto del Estado “en I+D, educación e infraestructuras, que son las partidas que antes se recortan en una crisis y donde históricamente se ha creado más futuro para los jóvenes”, matiza Scholtes. Ni jugando con blancas Bobby Fischer hubiera podido firmar tablas en esta partida. “Con una deuda pública del 98,2% de la riqueza del país y un déficit del 2,7% no habrá recursos suficientes para cubrir el agujero de las pensiones vía Presupuestos”, alerta Antonio Rodríguez, profesor de la Escuela de Organización Industrial (EOI).
Sometido a esta tensión, ¿cómo hallar una aritmética del equilibrio? “El sistema actual, tal y como está diseñado, favorece a los pensionistas y, si no existe una redistribución del esfuerzo a medio plazo, la carga seguirá concentrada en las generaciones jóvenes”, avisa Miguel Cardoso, economista jefe de España y Portugal de BBVA Research. Esta nueva cartografía económica y social pasa “por aumentar la edad de jubilación y reducir la ratio entre pensión y último salario”. Porque no se puede desviar la mirada de la vida cotidiana. La inequidad es una nieve perpetua en millones de hogares. España es junto con Grecia el cuarto país de la Unión Europea con una mayor desigualdad de ingresos entre sus habitantes. El 20% de la población con mayores recursos recibe 6,6 veces más ingresos que el 20% con menos rentas. El país es una fractura abierta y cualquier comparación entre generaciones aumenta el dolor y la herida. Lo dicen las palabras, lo cuentan los números. CaixaBank Research ha comparado la riqueza neta (activos financieros e inmobiliarios menos deudas) de los jóvenes españoles y ha descubierto que cada generación que pasa se empobrece. En el caso de los millennials, su riqueza es de 3.000 euros frente a los 63.400 euros que acumulaban los chicos de la generación anterior cuando tenían la misma edad.
El alza de la esperanza de vida hace que los mayores tengan cada vez más peso electoral
La gran diferencia es tener, o no, una casa. Porque suele ser el activo más valioso. “Un 44% de los hogares millennials tiene su vivienda en propiedad comparado con el 65% de la generación X (nacidos entre 1966 y 1980)”, afirma Javier García Arenas, economista de CaixaBank Research. Sin casa, sin capacidad de ahorro (solo el 10,6% posee un plan de pensiones), atrapados en empleos temporales, reducidas bases de cotización a la Seguridad Social y con la certeza de que vivir será un oficio de renuncias, ¿qué pueden hacer? ¿Enfrentarse a los mayores por un reparto distinto?
Planteamiento interesado
El aire que separa a ambas generaciones se ha transformado en gas natural. Aunque, por ahora, la deflagración queda lejos. “No existe una guerra intergeneracional, es un planteamiento interesado que se está promoviendo desde la bancada conservadora y ciertos servicios de estudios, sobre todo de bancos, a quienes les conviene bastante transmitir el mensaje de que el sistema público de pensiones no resulta sostenible y hay que comercializar planes privados”, critica Carlos Martín, jefe del gabinete económico de CC OO. “También circula esa otra idea de que los empleados indefinidos, con contratos fijos, le roban el trabajo a los temporales, que suelen ser gente joven. Es otro discurso dirigido a reducir aún más los derechos de los trabajadores”.
Resulta irresponsable jugar a debilitar el sistema de pensiones. Ha sido la columna vertebral de la solidaridad entre generaciones. Miles de jubilados han mantenido a sus hijos y nietos con sus pagas durante los años más ciegos de la crisis. Es la defensa de un pacto tácito. Los trabajadores abonan sus cotizaciones hoy porque esperan recibirlas en el futuro. Si se quiebra esa confianza, habrá otra fractura. “El problema”, narra el economista José Carlos Díez, “es que con los salarios precarios de los jóvenes solo se pagan pensiones bajas. Sin embargo, esos ingresos no son culpa de los pensionistas. La culpa es de la crisis, de la reforma laboral de 2012 y de la escasa capacidad tecnológica e innovadora de buena parte de las empresas españolas”.
Pero en este viaje, los chicos se han ido dejando por las esquinas de la vida no solo jirones de ingresos, sino también relevancia política. Los casi nueve millones de pensionistas se han convertido en un actor social que abre los telediarios. “Los jubilados manejan mayor poder político que los jóvenes. Estos defienden unos intereses muy dispersos mientras los mayores tienen claro frente a quién reclamar: el Estado, y qué exigir: la revalorización de sus pensiones”, observa Carmen González, investigadora principal del Real Instituto Elcano.
3.000 euros es la riqueza de un 'millennial'; la generación previa tenía 63.400 euros
Los políticos saben cuáles son los mensajes que calan en esta generación encanecida que acude más a las urnas que los jóvenes. Por eso, estos chicos sienten que tienen el peso y la levedad de la paja. “A medida que los adultos de edad avanzada dominen cada vez más la política, convirtiéndose en una parte mayor de la población que vota, harán todo lo posible para asegurarse de que los Gobiernos atienden sus necesidades en lugar de las de los jóvenes”, avisa el profesor de Oxford Ian Goldin. Entonces acuden preguntas que jamás nos habíamos hecho y tampoco contestado. “¿Hay solidaridad de los mayores con los chicos para que tengan un sueldo digno que les permita vivir autónomamente?”, se cuestiona Francisco Abad, fundador de la consultora Empresa y Sociedad. José Antonio Herce, director asociado de Analistas Financieros Internacionales (AFI), propone un adverbio duro: “No”. “Son profundamente egoístas e insolidarios en muchas de sus manifestaciones. Bloquean los escalafones profesionales en todas las empresas —quieren morir con las botas puestas— y exigen un aumento de las pensiones, cuya deuda cargan a las espaldas de los chicos”. Sin embargo, este es un mundo poblado de grises. “No le corresponde a los mayores ser solidarios con el sueldo de los jóvenes, sino a estos formarse para ser más productivos”, matiza Herce. De hecho, el experto estima que alrededor de un 20% de los 109.000 millones de euros que se ingresaron por cotizaciones el año pasado correspondieron a trabajadores menores de 35 años. “Estas aportaciones son las que les están ayudando a comprar sus propios derechos a recibir una pensión, aunque sirvan también para financiar la de sus padres”, precisa.
Arrinconados en este horizonte de menos trascendencia política, pensiones más bajas, contratos de trabajo inestables, bajos ingresos y reducidas cotizaciones a la Seguridad Social, el destino parece aguardar a los jóvenes emboscado tras la esquina del tiempo. Y retorna una sensación que había desaparecido desde hace décadas: su futuro dependerá más de la renta de sus padres que de su propio esfuerzo. Esto se siente sobre todo en los pupitres. ¿O no? “Es una enorme exageración que se acerca a la mentira”, critica Julio Carabaña, catedrático emérito de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. “La idea de que los muy ricos procuran una educación de élite a sus hijos es una reflexión de hace 30 años. Al contrario, la formación se ha democratizado. Jamás, por ejemplo, ha habido tantos jóvenes estudiando en escuelas de negocios. Los padres no pesan más, sino menos que nunca”. Sin embargo, vivimos una época donde demasiadas veces el esfuerzo de los hijos lo suplen las posibilidades de los progenitores. Los jóvenes acomodados seguirán disfrutando de las ventajas de siempre. Sus familiares les ayudarán a comprar su primera casa o a formarse en encerados de élite. Se agudiza la diferencia de clases. Un retroceso histórico. Pese a todo, Julio Carabaña siente que la hendidura se abre por otro extremo. “Si existe una brecha es a favor de los jóvenes. Los mayores [de 64 años] han conseguido por primera vez que las pensiones medias sean iguales que los ingresos medios [unos 16.000 euros al año] de las personas activas. Algunos pensionistas han tomado carrerilla y quieren más, pero ese es otro tema”, valora.
“No hay guerra entre grupos, es un debate promovido por los bancos”, dicen en CC OO
Ajenos a la velocidad de esos jardines, los jóvenes esperan que les rescate el paso del tiempo. Su futuro, en parte, es heredar. Confiar en esa incierta contabilidad venidera. “¿Cuántas casas de sus padres les corresponden a estos chicos?”, se pregunta Carabaña. “Todo el capital acumulado lo heredarán generaciones de solo 300.000 individuos”. Otra cuestión es cuándo. “Muchos van a heredar, pero con más de 60 años, y además, aunque el 80% tenga vivienda en propiedad, no resulta fácil hacerla líquida”, responde Luis Ayala, catedrático de Economía en la Universidad Rey Juan Carlos. Solamente en América del Norte se espera un trasvase de 30 billones de dólares (26 billones de euros) en las próximas tres décadas. Pero bastantes herederos tendrán que acorazarse en la paciencia. Un trabajo de UBS Financial Services reveló que el 53% de las personas con más de un millón de dólares en activos para invertir espera vivir hasta los cien años.
Bajo este soportal de sombras alargadas, donde la relación entre tiempo, edad y dinero parece ser el patio de recreo de una única generación, aparecen propuestas que reinterpretan el problema. El think tank británico Resolution Foundation plantea dar una “herencia de ciudadanía” de 10.000 libras (11.360 euros) a todos los ciudadanos británicos cuando cumplan 25 años. Esto limitaría la fractura entre generaciones. El uso del dinero está restringido a adquirir o alquilar una vivienda, crear una empresa o abrir un plan de pensiones. El informe acumula peso en sus páginas. El trabajo ha tardado dos años en completarse y propone cerca de 35 medidas. Saben lo que se juegan. “Permitir que siga aumentando la brecha en la riqueza británica sería un desastre para la movilidad social”, apunta Laura Gardiner, directora de investigación del centro. Una vez más, la vivienda es el rey Sol y casi todo gira a su alrededor. Allí y en España. “Los flujos de renta alimentan el patrimonio y cuando son bajos no puedes tener una casa en propiedad”, relata Luis Molina, miembro de Economistas Frente a la Crisis. Y esto es trascendente: “La vivienda es lo que ha permitido a un pensionista con 600 euros dedicar todo su dinero a gastos corrientes”.
Pero este poderoso relato de una fractura entre generaciones también deja desigualdades internas. En España, la pensión media de jubilación de un hombre es de 1.232 euros. Mucho más alta que la de una mujer: 781 euros. Son los datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social del año pasado. Es decir, los hombres cobran, de promedio, un 57% más que las mujeres. Estos suelen tener carreras más largas, sueldos superiores y bases de cotización más altas. Todo un retrato de una sociedad injusta, con un cielo de cristal que para ellas todavía parece sólido.
Sin embargo, lejos de la demografía, la deuda pública, las estadísticas, la econometría; lejos de generaciones más o menos comprometidas con el destino de los otros, quizá a todo este desencuentro entre jóvenes y mayores se responde con un verso de Antonio Machado: “Lleva el que deja y vive el que ha vivido”.
RETAR AL VIEJO ORDEN POLÍTICO
Reino Unido y España se reflejan en idéntico espejo. En 2000, el gasto medio de los hogares británicos era de 386 libras (439 euros) por semana. Hoy anda en 554 (630 euros). Un aumento del 44%. Pero esta subida ha sido muy desigual entre los grupos sociales. Aquellos que tienen menos de 50 años han incrementado su cesta un 35%, pero quienes superan los 65 lo han hecho el 84%. La gran diferencia es que los mayores tienen casas en propiedad. Al igual que en España, “los hogares se han convertido en un tema generacional, con votantes jóvenes apoyando soluciones más radicales para que las viviendas sean asequibles mientras los viejos propietarios se preocupan, sobre todo, por mantener el precio de sus inmuebles”, resume Andy Green, profesor de la University College de Londres (UCL). Y si en una década los chicos siguen estancados, “entonces podría emerger una poderosa alianza electoral de estos grupos sociales y retar el poder del viejo electorado”, vaticina Green.
Madrid
https://elpais.com/economia/2018/11/08/actualidad/1541694355_197937.html
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