lunes, 10 de junio de 2019

Cómo controlar a los grandes oligopolios globales del siglo XXI

Un anuncio en las calles de San Francisco busca el apoyo ciudadano para dividir el negocio de las grandes compañías digitales AFP


Después de cuatro décadas de liberalización, de privatización de monopolios públicos, de globalización, y de revolución tecnológica, nos encontramos con que gran parte de la economía mundo se ha convertido en un oligopolio. Justo lo contrario de lo que se suponía que iba a pasar.

Es algo que va mucho más allá de internet, las redes sociales, y los sistemas operativos de la telefonía móvil, que han concentrado la atención del mercado esta última semana después de que el Departamento de Justicia y la Comisión Federal de Comercio de EEUU anunciaran que van a examinar si Google y Facebook tienen una posición monopolística, y de que el Supremo de ese país diera luz verde a un proceso legal de los consumidores contra Apple por su tienda online de aplicaciones para móviles Apple Store.

En realidad, el debate con las tecnológicas es tanto de responsabilidad social corporativa como de control del mercado, por su impacto social y su aquiescencia a la hora de dejar que sus sistemas sean empleados para diseminar ideas violentas e información falsa.

La cuestión va más allá de internet. Un estudio de 13 sectores de actividad publicado en 2016 por el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca detectó que la concentración había crecido un 75% en dos décadas, y que lo había hecho de forma particularmente aguda en los centros logísticos y almacenes, ventas minoristas y servicios financieros. Un año después, el think tank independiente de Boston Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por sus siglas en inglés), llegó a la conclusión de que el crecimiento de la desigualdad de ingresos está relacionado con la aparición de lo que llamó «empresas estrella». Es algo que tiene sentido: cuanto más concentrado es un mercado, más difícil es crear compañías que compitan con las que están atrincheradas en él.

Y eso lo saben los políticos. Ahí está la senadora demócrata Elizabeth Warren, tercera -y subiendo- en las encuestas de los candidatos a la presidencia de ese partido que, para ganarse a los votantes del estado de Iowa, que vive del maíz transgénico subvencionado y en el que empiezan las primarias en febrero de 2020, ha defendido partir las empresas de agroindustria. Y es que entre una de cada cuatro y una de cada tres semillas que se venden en el mundo -las estimaciones varían según los expertos- son producidas por la empresa alemana Bayer, que también hace el 22,9% de los productos químicos -esencialmente abonos y pesticidas- que se usan en la Tierra.

El 40% de los coches que se venden en el mundo ha sido fabricado por la alemana Volkswagen, la japonesa Toyota, la estadounidense General Motors o la alianza formada por la francesa Renault y la japonesa Nissan. El control de esos cuatro gigantes habría crecido 5 puntos porcentuales más aún más si esta semana las conversaciones para la fusión entre Renault y la italo-estadounidense Fiat Chrysler no se hubieran ido al garete.

Las cuentas del 97% de las empresas del índice FTSE-350 de la Bolsa de Londres y del 99% de las del Standard and Poor's de Wall Street son auditadas por una de estas cuatro empresas: la estadounidense Deloitte, las británicas Ernst and Young y PriceWaterhouseCoopers, o la holandesa KPMG. En los diferentes segmentos de la fabricación de aviones de pasajeros, la europea Airbus y la estadounidense Boeing suman entre el 90% y el 100% del mercado.

De hecho, hay empresas tan influyentes que son capaces de frenar el desarrollo de un sector a nivel mundial. El caso más evidente es otra compañía que está en los titulares: Huawei. Según el banco de inversión japonés Nomura, el gigante chino acapara el 29% mundial en equipos wireless, el 25% en routers, y el 14% de teléfonos móviles. Al actuar contra Huawei, EEUU está alterando el mercado global de internet y, en particular, de la nueva tecnología para móviles 5G.

Esta situación ha llevado a cuestionar, por primera vez en cuatro décadas, la doctrina Bork, que toma su nombre del juezRobert Bork, un ex asesor de Richard Nixon que trató de salvar al presidente de EEUU de la investigación del Watergate que acabaría provocando su dimisión. La idea de Bork está plasmada en su libro La paradoja anti-trust, de 1993, y se resume en que las grandes empresas tienen, debido a su tamaño, economías de escala, lo que les permite cobrar precios más bajos a los consumidores por sus bienes y servicios. Por tanto, las fusiones no deben ser obstaculizadas mientras no provoquen alzas de precios. Mantener artificialmente dividido un mercado entre empresas es, en realidad proteger a las que son ineficientes.

Esa tesis ha sido la clave de la política antimonopolio de EEUU. Por ejemplo, en 2000, ese país aprobó la compra del gigante industrial Honeywell por General Electric alegando que, precisamente, la empresa resultante sería más competitiva, podría innovar más, y bajar los precios. Pero la Comisión Europea no compró la doctrina Bork. Bruselas rechazó la operación, y la fusión no se produjo.

Los defensores de esta tesis arguyen que funciona. El mejor ejemplo es el de las aerolíneas de EEUU. En 1978, el presidente de ese país, Jimmy Carter, firmó la ley que desregulaba el sector. En aquel momento, las diez mayores aerolíneas del país copaban el 97% del tráfico aéreo. Cuarenta años después, acumulan el 90,3%, y en una serie de corredores aéreos han establecido verdaderos monopolios. Encima, hay cuatro grandes fondos de inversión y de pensiones -BlackRock, Vanguard, State Street, y PRIMECAP- que están presentes, simultáneamente, en el capital de cada una de las cuatro mayores líneas aéreas. Aun así, en el proceso, el número de viajes en avión se ha cuadruplicado, y los precios reales -descontada la inflación- de los billetes han caído a la tercera parte.

El duopolio de Boeing y Airbus no se ha traducido en ninguna colusión para frenar la competencia, sino, más bien, al contrario, como demuestran las feroces guerras de precios entre las dos empresas. Y, finalmente, que haya tres o cuatro grandes jugadores en un mercado maduro es algo que lleva pasando desde siempre. Y, si el mercado es global, ¿por qué no va a haber líderes globales?

Incluso en el caso de las tecnológicas, no solo es difícil partirlas -nadie ha explicado cómo se puede dividir una red social como Facebook-, sino que nadie sabe muy bien qué consecuencias tendría esa medida. Si se trocea Facebook en tres para evitar que esa empresa siga siendo un subidero de información falsa, ¿alguien cree que tres mini-Facebook se preocuparían más que el original de evitar que sus usuarios propaguen insultos o mentiras. O inciten a la violencia, en sus páginas personales?

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