Yate del príncipe saudí Mohamed bin Salmán, donde algunas fuentes ubican el cuadro de Leonardo Salvator Mundi.
PHIL WALTER GETTY IMAGES
La falta de conciencia amenaza la conservación del arte en manos de los ricos
La escultura de cristal parecía sucia y la metieron en el lavaplatos. Al dueño del barco le había costado 90.000 euros y aquel lavado acabó con el brillo de la pieza. La pareja de la misma apareció una mañana astillada y la tripulación culpó a las gaviotas de haber picoteado la superficie. En otro barco, trataron de arrancar el envoltorio que cubría una de las paredes de la embarcación recién inaugurada: era una instalación de Christo y Jeanne-Claude. Las velas encendidas junto a pinturas millonarias también son corrientes, como lo son las fiestas, el champán y los cuadros de Picasso. Una mala combinación que acaba con el corcho impactando en el lienzo.
No son escenas de una película de Peter Sellers y es probable que no se rodasen por ser inverosímiles, pero de todas ellas ha sido testigo la historiadora británica Pandora Mather-Lees, que se atreve a contar a EL PAÍS las anécdotas, sin dar nombres ni referencias. Trabaja para que el arte en poder de los ricos no sufra. Desde que empezaron a construirse yates de más de 40 metros de eslora, los barcos son un segundo hogar para ellos, los multimillonarios, que llevan parte de sus colecciones en sus naves.
Hay más atención al interior que al mar
PANDORA MATHER-LEES
Un club al que podría haberse sumado el príncipe y heredero saudí, Mohamed bin Salmán (MBS), si se confirma que es el hombre que estaba detrás de la millonaria puja por el Salvator Mundi, un leonardo en entredicho. Un experto en arte reveló hace unos días que el cuadro cuelga de uno de los salones del Serene, el yate de MBS, hombre fuerte del régimen saudí, en horas bajas tras el asesinato de Jamal Khashoggi, un periodista crítico con la monarquía, en el consulado saudí en Turquía.
Llenaron de belleza sus interiores y se olvidaron del exterior: “Hay más atención al interior que al mar”, explica Mather-Lees, que saltó a los titulares el pasado enero. Conoce los problemas de conservación del arte contemporáneo en manos del 1% de la población y no escatima en relatos insólitos, como el del corcho reventando el lienzo del pintor malagueño. Inolvidable también la operación de rescate de un Basquiat, sepultado por los copos de maíz que los hijos del dueño estamparon en el desayuno. Aquel cuadro les daba miedo. La tripulación, ducha en asuntos marítimos, recuerda la especialista, empeoró la obra cuando la quiso limpiar.
“Tienen más espacio para albergar arte, ya sea pintura, escultura o adornos especiales y diseño. La llegada de la nueva riqueza rusa ha hecho que a los propietarios les guste tener sus mejores piezas a bordo”, comenta. Por eso los interiores se diseñan cada vez con más lujo, con más arte y con más vanidad: “Al propietario le gusta mostrar sus piezas especiales a sus invitados”, reconoce.
El primero en marcar tendencia y mandar a flote las piezas más caras del mercado fue el ruso Roman Abramovich. Para cuando su Eclipse navegaba, en 2010, el interiorista Terence Disdale había decorado la nave de 162 metros de eslora, 13.000 toneladas de peso, dos helipuertos, dos piscinas, una discoteca, tres lanchas, un minisubmarino, 11 habitaciones y 340 millones de euros de precio. Disdale había comprado 35 obras de arte contemporáneo, entre ellas un cuadro de Lucian Freud, Francis Bacon, esculturas de Simon Allen y pinturas abstractas de Trevor Bell, entre otras, para ambientar el segundo yate de lujo más grande del mundo.
Mather-Less asegura haber visto yates con más de 800 piezas de arte, con un precio de mercado que doblaría el de la embarcación. “Hay superyates con mejores colecciones que algunos museos nacionales”, dijo en las conferencias organizadas por Superyacht Investor, una revista que se dedica a informar sobre el estilo de vida de los yates. Su último artículo da la solución definitiva y económica para ver películas en streaming a bordo.
¿Y los seguros? La principal compañía aseguradora de España apunta que, a pesar de que han hecho alguna excepción "para algún cliente muy VIP", ellos no aseguran nunca en yates, porque "es un riesgo adicional". La especialista británica trata de quitarle peligro al asunto. Dice que las condiciones son óptimas, porque “hay una excelente ingeniería que puede controlar los factores ambientales, sobre todo cuando hay invitados a bordo”. “Si el capitán es sensible a las piezas, pueden controlar las condiciones ¡a menudo mejor que en un museo! Es un asunto de conciencia”, dice.
Falta de conciencia
Son obras de arte que aportan un estatus al propietario, pero que no se valoran como lo que son: únicas e insustituiblesANA GALÁN PÉREZ
Para que no cometan un “Eccehomo”, Mather-Lees educa a la tripulación en conservación de patrimonio, por 295 euros la jornada. Se lo pueden permitir. Cuenta que lo ideal es que tanto dueño como tripulación sean conscientes de que lo que decora sus barcos es algo más que decoración. Ana Galán Pérez, presidenta de la Asociación de Conservadores Restauradores de España (ACRE) explica que los coleccionistas privados suelen desconocer los riesgos que pueden afectar a sus piezas. “A menudo estas piezas son meramente decorativas y se presentan en espacios de uso diario. Son obras de arte que aportan un estatus al propietario, pero que no se valoran como lo que son: únicas e insustituibles”, cuenta la experta.
Tanto Galán como Mather-Lees coinciden al señalar algunos riesgos en el depósito del arte en los yates. Junto a las condiciones ambientales (luz, la temperatura y la humedad, así como el aire salino) y la acción de los seres humanos, existe la amenaza de las sanciones a la exportación. El caso más sonado es el de Jaime Botín, acusado de ignorar las órdenes del Ministerio de Cultura y sacar Cabeza de mujer, de Picasso, del país sin permiso. El banquero irá a juicio por un delito de contrabando. Y por último, instala el arte de manera correcta: si el Rothko que has comprado es demasiado grande para la sala donde aparcas las motos de agua, no lo cuelgues girado 90 grados.
COSAS DE RICOS
Luego está Jeff Koons, que hace del yate la obra de arte. Se lo diseñó en 2013 al griego Dakis Joannou. Una embarcación de más de 130 metros, excesiva, con guiños pop a lo Lichtenstein, en un eco del camuflaje naval británico de la Primer Guerra Mundial. El multimillonario le dijo a Forbes que no atendieron a reglas, ni programas, ni planes cuando lo diseñaron. “Hicimos lo que quisimos”. El yate se llama 'Guilty', 'Culpable'. Joe Lewis -otro multimillonario- tiene en su barco de 98 metros ('Aviva', atracado en Londres), un tríptico de Francis Bacon, de 1974-1977, que compró por 30 millones de euros en 2008. Ese mismo año Roman Abramovich compró otro tríptico de Bacon por 77 millones de euros, que también descansa en su nave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.