Entrada a la fábrica de Cadbury, en Bournville, ciudad fundada por la empresa a finales del siglo XIX. Christopher Furlong (Getty Images)
Empresas como Cadbury's, Pullman y Olivetti construyeron ciudades para sus empleados
Los hermanos George y Richard Cadbury movieron su fábrica de chocolate del centro de Birmingham (Reino Unido) a un zona rural cercana donde apenas había algunas granjas. 15 años más tarde, en 1893, no solo habían levantado la fábrica, sino que habían planificado y comenzado a construir un pequeño pueblo, con jardines y centros de formación para los empleados. Hoy en día, esta ciudad, Bournville, sigue albergando la sede de Cadbury’s y además cuenta con unos 26.000 residentes.
Esta es una de las ciudades que algunas empresas comenzaron a construir para sus empleados a partir del siglo XIX, primero en el Reino Unido y en Estados Unidos. El primer ejemplo americano se considera que es la ciudad de Lowell, en el nordeste, fundada en 1823 por la compañía textil del mismo nombre que cerró a mediados del siglo XX.
Con la revolución industrial, el modelo fue extendiéndose por todo el mundo, como explica Víctor Muñoz Sanz, investigador en urbanismo industrial y tecnológico en la Universidad Tecnológica de Delft (Países Bajos). Estos proyectos a menudo se situaban lejos de las grandes ciudades, e incluían residencias y servicios de sanidad, educación y ocio, abriéndose poco a poco a terceros como bares y comercios. En algunos casos las empresas cumplían una función a la que no llegaba el Estado, a la hora de ofrecer servicios e infraestructuras en un contexto de crecimiento.
Prohibido beber y bailar
Como escribe el historiador Hardy Green en su libro The Company Town (“La ciudad de empresa”), la mayor parte de estas poblaciones tendían o a ideas utópicas o a planes para explotar aún más a los trabajadores.
Scotia, en California, es un ejemplo de ciudad que seguía el modelo idealista. Fundada por la maderera Pacific Lumber, pasó de ser un asentamiento rústico en la década de 1880 a una ciudad con alquileres bajos, servicios médicos y becas para que los hijos de los empleados fueran a las universidades, entre otros servicios.
Otra empresa chocolatera, Hershey, fundó la ciudad con el mismo nombre en Pensilvania, Estados Unidos, en 1903. La ciudad tenía iglesias, parques, transporte público y un teatro, además de una escuela para niños huérfanos que sigue en activo.
Muchos de los empresarios que fundaban ciudades para sus empleados querían ofrecer una imagen de "reformistas filántropos, conscientemente sociales e ilustrados”, como escriben Matevz Straus y Razvan Zamfira en The Re-Birth Of The Company Town (“El renacimiento de la ciudad de empresa”). Por ejemplo, Milton S. Hershey “pensaba que los empleados a quienes se trataba de forma justa y vivían en ambientes confortables serían mejores trabajadores”, según dice actualmente la web de la compañía.
Pero esto también llevaba al paternalismo y al control de los trabajadores. Hershey, era alcalde y jefe tanto de la policía como de los bomberos. Como ocurría en muchas de estas ciudades, no había elecciones. En Hershey y en Bournville el alcohol estaba prohibido. Igual que en Lowell, donde a mediados del siglo XIX había timbres en todo el municipio para marcar los horarios de trabajo, comida y el toque de queda a las 10 de la noche. También se requería la asistencia a misa y había incluso multas por conducta inmoral, lo que incluía, escribe Green, “asistir a clases de baile”.
Los conflictos con los trabajadores
A pesar de estas pretensiones casi moralistas, los principales motivos de estos empresarios eran económicos, en opinión de Muñoz Sanz: “Así podían disponer de mano de obra estable y cercana a la fábrica, y asegurar una producción continua”. Por ejemplo, Clayton Mark, propietario de la acerera con su mismo nombre, fundó Marktown en 1917, convencido de que sus trabajadores no dejarían la empresa al cabo de pocos meses, como ocurría en el sector.
Muñoz Sanz también recuerda que en el siglo XIX estaba muy presente “el temor al fantasma de los movimientos obreros”. De hecho, una de las primeras crisis de estas ciudades fue provocada por la huelga de 1894 en la empresa de ferrocarriles estadounidense Pullman: la empresa se negaba a bajar los alquileres de sus residencias y los precios de los servicios de la ciudad fundada con el mismo nombre, después de haber recortado los sueldos.
Tras la huelga y los disturbios, el Tribunal Supremo de Illinois obligó a Pullman a que su ciudad se integrara en Chicago en 1898. Pullman había muerto un año antes: su cadáver se enterró (en Chicago, no en Pullman) bajo capas de cemento para que nadie pudiera desecrarlo.
Otra forma de explotación
Las ciudades que peor trataban a sus empleados, escribe Green, eran sobre todo las mineras estadounidenses a finales del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, en ciudades como Coal Creek (Tennessee) y Butte (Montana). Lo habitual era que alquilaran las viviendas, sin posibilidad de compra, y se dedujeran del sueldo todos los servicios, que eran también propiedad de la empresa y que se ofrecían a precios por encima del mercado. Las casas además eran de baja calidad.
Cuando los trabajadores se quedaban sin dinero, lo que ocurría a menudo, la misma compañía ofrecía un crédito a intereses altísimos. Cualquier lesión o amenaza de huelga, suponía la expulsión. Y si el minero moría, su familia también era expulsada.
El urbanismo de las ciudades de empresa
Las primeras ciudades fundadas por empresas se organizaban principalmente con el modelo de ciudad jardín. Como escribe Green, se trata de ciudades con bulevares amplios y un equilibrio entre parques, residencias e industrias.
El modelo se mantuvo, pero se fue actualizando. Como explica Muñoz Sanz, “en estas ciudades, las empresas quieren presentar los valores asociados a su nombre”. Por eso en Ivrea, Olivetti construiría a partir de la década de los 30 una ciudad con una presencia de valores modernos y de diseño, por aquel entonces asociados a sus máquinas de escribir.
Adriano Olivetti llegó a escribir un libro, Citta dell’Uomo ("Ciudad del hombre") en el que apostaba por una ciudad en la que hubiera “armonía entre la vida pública y la privada, entre el trabajo y el hogar, entre los centros de consumo y los centros de producción”.
Como recordaba Icon Design, la ciudad Olivetti incluía no solo la fábrica de 1896, sino también “residencias, museos, guarderías, edificios de viviendas de no más de cuatro alturas y zonas verdes”, orientadas a “facilitar la comunicación entre sus usuarios” con “el menor impacto sobre el medio ambiente”. La ciudad aún no se ha recuperado del cierre de las fábricas hace dos décadas.
Un modelo global
En algunos casos, las empresas fundaron más de una ciudad. Por ejemplo, había una Hershey en Cuba, fundada en 1916 y renombrada tras la revolución como Camilo Cienfuegos.
Otro caso es el de la empresa zapatera checa Bata, que fundó 55 ciudades en todo el mundo, como explican Straus y Zamfira, en las que poseían no solo las fábricas, sino también los cines, las tiendas, los gimnasios y las escuelas. La empresa comenzó en Zlín, una pequeña ciudad con siglos de historia que a partir de la fundación de Bata en 1894 comenzó a crecer de forma acelerada. Hay ciudades Bata en Canadá (Batawa, 1939), India (Batanagar, 1934) y Estados Unidos (Riverside, Maryland, 1939).
Un ejemplo de fracaso es el de Fordlândia, fundada en el Amazonas en los años 30 con el objetivo de cultivar caucho para los neumáticos de Ford. La empresa levantó para sus empleados una ciudad al estilo del medio oeste americano: llegó a construir un campo de golf, canchas de tenis y piscinas. La iniciativa se abandonó en 1945 después de que la empresa fuera incapaz de aprender a gestionar las plantaciones y hoy en día quedan muy pocos residentes en la zona.
Otra ciudad fundada por una empresa automovilística, aunque aún hoy en pie, es Wolsfburgo, en Alemania, planificada en 1938 alrededor del pueblo de Fallersleben, y aún sede de Volkswagen. Actualmente, 120.000 personas viven en la ciudad y en la planta trabajan más de 60.000 empleados. La empresa ha financiado en las últimas décadas parques, estadios y piscinas en el municipio. También es un ejemplo de la dependencia de estas ciudades respecto a la compañía: en los años 90, la crisis del sector elevó el paro al 20% en la ciudad, doblando la tasa del país.
El modelo no es exclusivo de Occidente: en 1907 Jasmetji Tata fundó Jamshedpur en la India. Allí instalaría su nueva fábrica de hierro y acero Tata and Sons, que actualmente está presente en los sectores de las bebidas, comunicación, energía y automóviles. Un 15% de sus 1,3 millones de habitantes sigue trabajando en Tata, y la empresa continúa teniendo una presencia importante en la ciudad: gestiona escuelas y una universidad, además de carreteras, el suministro de agua y 17 parques, incluyendo los construidos para conmemorar el aniversario en 2007.
Las colonias obreras españolas
En España el modelo más habitual fue el de las colonias obreras, explica Muñoz Sanz. Se trata de modelos “más tradicionales y más pequeños”, que aun así son una versión en miniatura del mismo concepto.
Un ejemplo es el de Ciudad Pegaso, en Madrid. Esta colonia fue creada en 1956 por la empresa estatal ENASA, fabricante de los camiones Pegaso. Las más de 500 viviendas, de tres tipos según el cargo en la empresa, se alquilaban a bajo precio a los empleados y se ofrecieron instalaciones deportivas, un consultorio médico, zonas verdes y un colegio. ENASA también estaba a cargo del mantenimiento de calles, casas y jardines. En 1970, la empresa ofreció a sus empleados la posibilidad de comprar las residencias a precio de mercado.
Otra ocasión en la que una iniciativa pública construyó una ciudad con el tipo de planificación de las ciudades de empresa fue en 1970, cuando se fundó la ciudad de Prípiat en Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética. Fue la novena “ciudad nuclear” del país y su función era alojar a los trabajadores de la central de Chernóbil.
Declive (y resurrección)
A partir de la segunda mitad del siglo XX el modelo entra en crisis. Tanto en Europa como (en menor medida) en Estados Unidos, “el Estado provee a los trabajadores de las dotaciones y servicios que en otras ocasiones proporcionaba la empresa”, explica Muñoz.
También suben los sueldos y los trabajadores tienen más opciones para escoger su vivienda, sobre todo teniendo en cuenta que ya pueden permitirse un automóvil y que además mejora y se amplía tanto el transporte público como la red de carreteras. En otros casos, la producción se deslocaliza y se lleva a otros países.
Muchas de estas ciudades se “normalizaron”, como escriben Strauss y Zamfira. El municipio se hizo cargo de mantenimiento de los servicios públicos y muchas de las residencias se vendieron a los trabajadores o a otros vecinos, como en Ciudad Pegaso.
Otras ciudades se demolieron parcialmente después del cierre de la empresa, como ocurrió con Marktown, de la que solo queda un 20 % en pie. En algunos casos, como Lowell y Pullman, los turistas visitan lo que queda de esas ciudades jardín. Incluyendo las fábricas originales, algunas aún en funcionamiento, como la de Cadbury o Steinway, fabricante de pianos que levantó gran parte de lo que hoy es el barrio Astoria, en Nueva York.
Aunque el modelo clásico apenas se mantiene, en los últimos años, la ciudad de empresa utópica ha tomado una nueva forma: la del campus de empresas de compañías tecnológicas como Google y Facebook. De eso hablaremos en la siguiente entrega.
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