miércoles, 7 de agosto de 2019

El privilegio de emigrar: un estudio del FMI revela el otro lado de la crisis de vivienda

Foto: Detroit: dos ciudades, una misma imagen. (iStock)
Detroit: dos ciudades, una misma imagen. (iStock)


Ya no son los pobres los que se desplazan a la ciudad para encontrar mejores oportunidades laborales. Este cambio de tendencia está provocando una peligrosa esclerosis urbana


En nuestro país, la gran migración del campo a la ciudad tuvo lugar en las décadas posteriores a la posguerra, cuando millones de españoles se desplazaron a las capitales persiguiendo esas oportunidades laborales que se esfumaban día tras día en el entorno rural. Muchos se hacinaron en las periferias de las grandes urbes, otros, en las ciudades dormitorio emergentes. Como ocurría con la mayoría de migraciones en todo el mundo, fue una huida por necesidad, no por gusto, ante una crisis (económica, social, bélica) en el lugar de origen.
Desde esa perspectiva, suena extraño que la migración pase a ser un privilegio, pero a juzgar por los datos de uno de los informes “en proceso” del Foro Económico Mundial, es lo que ha ocurrido durante las últimas décadas en Estados Unidos. La razón, señala el trabajo llamado '¡Atrapados!', el aumento continuado del precio de la vivienda, que se ha erigido como una barrera antipobres para la migración en aquellos lugares donde se concentra el mejor empleo.


Si antes eran los pobres los que se mudaban para probar suerte en otro lugar, el encarecimiento de la vivienda ha cambiado las tornas

Los autores, el economista Tamim A. Bayoumi, autor del libro sobre la crisis financiera 'Unfinished Business', y Jelle Barkema, analista del FMI, ponen de manifiesto que en algún momento alrededor del año 2004 (aunque la tendencia venía de los años ochenta) la tasa de migración comenzó a descender a medida que la divergencia en el precio de la vivienda aumentaba. Entre tanto, millones de personas se quedaron atascadas.
Esta relación ha sido tradicionalmente interpretada como consecuencia de un aumento en el número de propietarios o de la homogeneización económica de diferentes regiones pero, según los autores, no es así. “Usando datos bilaterales sobre la migración en las áreas metropolitanas de EEUU, hemos encontrado fuertes evidencias de que el incremento en el precio de la vivienday la desigualdad de los ingresos han reducido la migración de larga distancia, la que está más relacionada con los empleos”.
En otras palabras, si en un mercado inmobiliario con precios más bajos las capas más pobres de la sociedad podían permitirse probar suerte en otro lugar mejor —era una apuesta barata—, el encarecimiento de la vivienda ha provocado que sea más difícil. “Para aquellos que migran hacia arriba, de localizaciones menos prósperos a más prósperas, su baja movilidad está determinada por un incremento en el precio de la vivienda, ya que sus costes no compensan los posibles mejores sueldos”.
Algo que no ha ocurrido en el sentido inverso. Las familias con menos ingresos tienen también menos razones para hacer las maletas y plantarse en la carísima gran ciudad, pero raramente las que ya se encuentran allí suelen marcharse. El resultado, la multiplicación de las áreas urbanas en decadencia. Las que “se han quedado atrás”, como las denominan los autores. “Los precios son los que se han movido, no la gente”, añaden.

El ganador se lo lleva todo

El informe, aunque centrado en Estados Unidos, es una llamada de atención a otros países donde las grandes ciudades concentran las mejores oportunidades de trabajo, pero con un nivel de vida tan elevado que no compensa a los trabajadores de otras comunidades mudarse a ellas. Es lo que ocurre en España, cuya prima salarial urbana es una de las más bajas del mundo. En otras palabras, los costes asociados a la vida en Madrid o Barcelona no se ven reflejados en sueldos sensiblemente más altos, lo que provoca que mudarse a ellas no suele salir a cuenta… Y que ello obligue a millones de personas a quedarse atrapadas en zonas con peores perspectivas laborales.
Los que disponen de un título universitario siguen migrando como hace décadas: tienen el doble de posibilidades de hacerlo que el resto

Las consecuencias, si bien en algunos aspectos pueden resultar positivas —en España, por ejemplo, frenar la despoblación de las zonas rurales—, pueden ser particularmente dañinas para la igualdad social, como recuerda el urbanista Richard Florida, quien en su último libro, 'The New Urban Crisis', ha alertado sobre los problemas relacionados con la polarización urbana. “El resultado final es la creación de dos economías separadas y geográficamente diferenciadas, con poca interacción entre ellas, una frontera que desmonta América cultural y políticamente”.
A un lado de esta línea, los trabajadores con menos formación y capacitación laboral, que se encuentran “atrapados” en las regiones más pobres del país, sin razones ni posibilidad de migrar. Personas que viven de alquiler o propietarios cuyas posesiones inmobiliarias se devalúan día tras día (de manera más aguda desde la crisis), cuya venta les permitiría costearse la posibilidad de probar suerte en las “ciudades dinámicas”, donde terminarían ejerciendo en el mejor de los casos empleos mal pagados y precarios. Son los que han dejado de emigrar.
La nueva gran migración, a Seattle y a Silicon Valley. (iStock)
Al otro se encuentra la fuerza laboral mejor formada y remunerada. Los que disponen de un título universitario siguen migrando entre regiones como hace décadas: tienen el doble de posibilidades de hacerlo que sus compatriotas. ¿Hacia dónde? A los lugares donde se encuentran las industrias de tecnología punta, que son las que actualmente ofrecen los mejores empleos y la mayor productividad. “Ciudades superestrella y 'hubs' líderes” donde se concentran el talento y las mejores oportunidades.
El panorama que se deduce de esta doble tendencia es darwiniano. Unas ciudades salen adelante y otras se hunden, unas zonas prosperan y otras caen en la depresión. “Las áreas metropolitanas con precios elevados debido al espacio limitado atraen a los trabajadores más cualificados a expensas de los otros”, señalan los economistas. “Esta gentrificación se acumula a lo largo del tiempo a medida que la ratio de trabajadores cualificados crece en la fuerza laboral total, lo que eleva la desigualdad por los precios de la vivienda”.

Un círculo vicioso

Esta división tiene consecuencias en la calidad de los servicios públicos y la iniciativa privada. La lógica es palmaria: a mayores sueldos, mayor nivel de ingresos para las administraciones y mejores servicios (colegios, parques, museos, ocio) que permiten una mejor calidad de vida para esos vecinos, que al mismo tiempo ven cómo sus propiedades se revalorizan. Mientras los ciudadanos inmóviles pierden valor.
Las migraciones ya no están protagonizadas por pioneros sin nada que perder, sino por trabajadores formados que quieren ganar lo que creen merecer

Además, los trabajadores más cualificados no solo abandonan rápidamente las zonas más pobres en busca de buenos sueldos, sino que suelen hacerlo a un número contado de ciudades. Los centros urbanos de mediano tamaño, como determinadas capitales de condado o capitales de provincia, no ofrecen oportunidades laborales lo suficientemente suculentas como para convertirse en objeto de migración.
Los autores presumen de que su modelo explica alrededor de dos tercios del descenso de las migraciones entre las zonas pobres de las ciudades y las ricas. Como recuerdan, la clase de movimiento que “ha ayudado a los vecinos de las zonas de productividad más baja a mudarse para utilizar sus habilidades de forma más eficiente”. El resultado, una esclerosis urbana económica y social que aísla las zonas más desfavorecidas, de donde nadie sale porque no puede y a donde nadie se desplaza porque no le compensa.
Los universitarios hacen la maleta, el resto no. (iStock)
EEUU, como España, vivió espectaculares migraciones, desde la fiebre del oro de California hasta el viaje de los afroamericanos a los estados del norte después de la Segunda Guerra Mundial pasando por la ruta de Oregón. Eso puede estar acabándose, recuerdan los autores. El modelo del futuro puede ser el de San Francisco (Silicon Valley) o Seattle, que reciban un gran número de inmigrantes, pero no, como en aquellos casos, pioneros que no tenían nada que perder, sino los hijos de las clases más altas que saben que allí y tan solo allí podrán ganar el dinero que se merecen.



AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS  05/08/2019

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