"Hazte vegano. Salva el planeta", dice la camiseta de un asistente a la manifestación Fridays for Future en Munich de julio de 2019 / Alexander Pohl (Getty Images).
Hablamos con consumidores y fabricantes de este tipo de productos
Tamara Guerrero, madrileña de 28 años, comenzó investigando sobre cosmética vegana y el concepto cruelty-free (productos que no dañan animales) por una cuestión profesional. Fue más tarde cuando adoptó, en varias fases, un modo de vida vegano. "Fue el punto de partida para cambiar mis hábitos. Primero empecé con la ropa, el maquillaje y los productos de cuidado personal y luego di el paso a la alimentación", comenta a Verne por correo electrónico.
Guerrero es responsable de la web sobre productos veganos en España El Jardín de Asami y ponente en las ferias Veggie World, que organiza la entidad en favor de la conciencia de consumo ProVeg.
La gastronomía para veganos y vegetarianos va ganando importancia en las cocinas y en los mercados. Hay hasta chorizo sin carne, hecho con grasa vegetal. Pero vivir sin generar sufrimiento animal va mucho más allá de la alimentación. Ser vegano de pies a cabeza es algo más complicado, aunque perfectamente posible. Hablamos con consumidores y fabricantes de otros productos que siguen la misma filosofía (también hay ropa, cosméticos e incluso comida para animales), para que nos den las claves principales para dar el salto definitivo.
Cuando Guerrero decidió hacerlo, encontró una gran dificultad: saber identificar los ingredientes o materiales de origen animal en los productos alimenticios o cosméticos. "Hay pocas marcas que sean 100% transparentes con los consumidores y es difícil monitorizarlas", comenta Guerrero. Lo que ella recomienda es "buscar en los productos los sellos de organizaciones reconocidas, como el de CCF Rabbit o Leaping Bunny, que además publican bases de datos que el usuario puede consultar, aunque no sean completas del todo".
Con este tipo de certificados, podemos asegurarnos de que los productos no han sido testados previamente en animales (aunque en Europa está prohibida desde 2013 la importación y venta de este tipo de productos cosméticos). También sirven para comprobar que no cuentan con colorantes o aromas hechos con componentes de origen animal. Por ejemplo, muchos protectores solares incluyen huesos de pescado o lanolina (sustancia derivada de la lana).
La organización Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA) publica en su web un listado de ingredientes de origen animal para que el consumidor pueda despejar sus dudas. La miel y la seda no son bienvenidas para los veganos ya que en su modo de vida se excluyen todas las formas de explotación y crueldad hacia el reino animal.
Producir de forma sostenible
Los creadores de la marca de ropa y complementos La Bella Solera sintieron la necesidad de ir un paso más allá y crear los productos que deseaban comprar. "Intentamos ofrecer lo que no encontrábamos como clientes", cuenta uno de ellos, Álvaro Sánchez, por teléfono desde Asturias. Lo que echaban en falta era moda ecológica que no abandonara la cuestión estética, que en su caso se inspira en el mundo del tatuaje. "Es que casi todas las prendas de este estilo te hacen parecer un profesor de yoga", bromea.
Los responsables de esta marca son realistas y saben que, siendo una pequeña empresa, resulta imposible producir de forma sostenible al 100% para cumplir los deseos de consumidores como Tamara Guerrero. "A veces tenemos que hacer alguna pequeña excepción. Por ejemplo, tenemos sudaderas que llevan un 10% de poliéster", comentan.
A menudo, iniciativas como la Bella Solera, cuyo taller se encuentra en Vigo, no solo se centran en evitar materiales animales (cuero, seda, lana) por materiales como el algodón orgánico, también intentan producir de forma ética, en fábricas reguladas y compensando la huella de carbono. En su caso, les costó encontrar una alternativa al plástico que los servicios de mensajería siempre incluyen en sus paquetes.
"La solución que encontramos fue hacer nosotros mismos los paquetes de envíos, con una caja de cartón reciclado y una pegatina de papel, y llevarlo a correos. Luego calculamos la huella medioambiental de nuestros envíos para pagar una donación equivalente", comenta.
Cosas como estas hacen que el precio de sus prendas se incremente. "Nos cuesta fabricar nuestras prendas cerca de un 40% más de lo normal. Somos conscientes de que, a menudo, nuestros clientes no nos compran la ropa por el diseño, sino porque se sienten identificados con lo que hacemos y quieren contribuir", dice. Aunque el mercado se está extendiendo tanto "que un producto sea cruelty-free y vegano ya no siempre es sinónimo de caro", como recuerda Tamara Guerrero, de El Jardín de Asami.
"Ser sostenible no es solo comprar algo que lo sea"
"Lo importante son las decisiones que tomas a la hora de consumir, por encima de lo que votas o los ideales que dices tener. Hemos alcanzado tal punto de desconexión con nuestro entorno, que esta parte de la industria de la moda solo puede mejorar a partir de ahora", defiende Álvaro Sánchez.
Carla Coloma, experta medioambiental y socia de la consultora de moda sostenible B·COME, está de acuerdo. "La demanda de consumo consciente sube, de forma lenta, pero sube. Las grandes empresas se suman a la tendencia al alza, saben que si no pierden cuota de mercado", comenta a Verne desde Barcelona.
"Lo malo es que ahora mismo se llama sostenible y cruelty-free a cualquier cosa. Y, por otro lado, el Made in India ya no tiene por qué ser peor en este aspecto que el Made in Spain", advierte. En su página web muestran ejemplos de prendas de algodón orgánico hechas en India que respetan los códigos éticos.
Mirar la etiqueta en vez del precio
Como guiarnos a partir de nuestros viejos sesgos ya no nos ayuda a separar la ropa sostenible de la que no es, la industria de la moda tiene sus propios certificados que nos ayudan a identificar qué productos cumplen con estos preceptos.
El GOTS (Global Organic Textile Standard) nos cuenta qué prendas están fabricadas con materiales orgánicos y el GRS (Global Recycled Standard) se centra en los materiales reciclados.
También hay aspectos de nuestras prendas que caen por su propio peso: si es de un color flúor, es imposible que sea sostenible. "También es complicado que lo sea en aquellas que llevan tonos negros o rojos", nos recuerda Carla Coloma, consultora de B·COME.
"Ser sostenible no es solo comprar un producto que lo sea. El 50% de la huella medioambiental de la ropa ocurre tras su compra. La fibra sintética desprende microplásticos al pasar por la lavadora, así que es mejor lavar estas prendas en frío, con detergentes líquidos y hacerlo solo cuando sea estrictamente necesario. Es mejor tratar pequeñas manchas de manera local, sin necesidad de meterlo de nuevo a la lavadora. Y, al final de su vida útil, lo mejor es donar", aconseja.
En definitiva, Coloma cree que "a la hora de llevar una vida vegana o sostenible, es más importante fijarse en la etiqueta que en el precio".
HÉCTOR LLANOS MARTÍNEZ
https://verne.elpais.com/verne/2019/07/08/articulo/1562593063_265585.html
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