Faro del Petit Minou, en la Bretañah (nicky39 / Getty Images/iStockphoto)
La región regala infinidad de rincones tan insólitos como poéticos
El viento sopla fuerte y las olas chocan rabiosas contra el faro del Petit Minou, que se alza 26 metros sobre aguas tempestuosas. Estamos en Bretaña, conocida como la tierra del fin del mundo, una región de carácter donde la naturaleza es protagonista y los pueblos empedrados recorren una geografía abrupta y rocosa. La sidra fresca, los dulces calóricos y las galettes de trigo sarraceno se encargan de compensar una lluvia intermitente que aporta un halo de misterio a todo el paisaje.
Se trata de un territorio melancólico y repleto de leyendas que, más que ponernos tristes, nos renueva por dentro y por fuera a medida que lo recorremos. Y lo hace a través de unas propuestas turísticas que nos invitan a salir de nuestra zona de confort y descubrir lugares tan insólitos como poéticos. Para descubrirlos de primera mano, os proponemos seis planes distintos que permiten disfrutar de una Bretaña que es, al mismo tiempo, una destinación medieval, literaria, monumental y astronómica. Porque otra vida es posible, y los bretones lo saben bien.
Quimper, Finisterre
Visitar jardines botánicos y descubrir las cerámicas locales
La impresionante catedral gótica de Saint-Corentin (construida durante tres siglos consecutivos) es el punto neurálgico de Quimper. Conocida internacionalmente por ser el centro de producción de la colorista cerámica de Cornouaille, la capital del departamento de Finisterre es una localidad muy tranquila que aún está marcada por su fuerte pasado medieval.
Entre las fotogénicas calles empedradas, además, es habitual toparse con pequeños espacios verdes sorprendentes, por ejemplo, el romántico jardín botánico de la Retraite, que permite hacer un recorrido por plantas y flores de todo el mundo sin salir de la ciudad. Quimper también aparece poco a poco en el mapa gastronómico francés, gracias a restaurantes tan interesantes como L’Opportun, un establecimiento familiar que apuesta por los productos locales, frescos y estacionales.
Concarneau y archipiélago de las Glénan
Pasar de un pueblo medieval a una isla paradisíaca
La marea baja deja ver mejor la imponente ciudad amurallada de Concarneau. Rodeado de una de las bahías más bonitas de Bretaña, este enclave fortificado de pasado medieval esconde callejuelas, tiendas de souvenirs y hasta museos dedicados al mundo del mar, y nos permite viajar por unos momentos al pasado de la región y preguntarnos cómo vivían los antiguos residentes del lugar.
Dentro de este islote, que se ha convertido en uno de los emplazamientos más visitados de la región, encontraréis cosas tan autóctonas como la ropa surfera de la marca Hoalen (“sal”, en bretón), numerosas camisetas de rayas azules y blancas o uno de los mejores lugares para degustar un sablé bretón de mantequilla o disfrutar de un aperitivo con kirsch.
Cuando el tiempo lo permite (habitualmente, de junio a septiembre), desde Concarneau zarpan barcos hacia el imponente archipiélago de las Glénan, compuesto por siete islotes con playas de arena blanca y aguas turquesas. Un pequeño paraíso europeo, referencia mundial para submarinistas, que nos hace olvidar por momentos que estamos en Francia. Además, aquí se encuentra una flor única en el mundo, el narciso de las Glénan, que florece entre abril y junio.
Puente de Rohan, Landerneau
Cruzar un puente habitado y degustar deliciosas recetar tradicionales
Parece mentira, pero todavía hay puentes habitados en Europa. Esta es una de las curiosidades de la bonita villa señorial de Landerneau, ubicada entre Léon y Cornualles, que mantiene vivo un patrimonio arquitectónico del siglo XVI al XIX. Hace muchos años que artesanos y mercaderes habitan el puente de Rohan, que tiene la peculiaridad de conectar el mar con el río Élorn.
Además, el puente también es conocido por alojar La Crêperie du Pont, que se especializa en galettes de trigo sarraceno y creps dulces, elaboradas con harina de su molino de Pont-L’Abbé. También tiene fama la cercana Crêperie Grill Entre Terre Et Mer, donde podéis confeccionar vuestra propia galette con ingredientes al gusto y acompañarlo todo de sidra local Val de Rance. Aunque, si lo que queréis es un producto típicamente bretón, es imprescindible degustar la famosa tarta de mantequilla kouign-amann .
Playa de Pen-Had y Camaret-Sur-Mer
Perderse entre ruinas y cementerios marinos
No cuesta entender por qué tantos artistas y novelistas decidieron dejarlo todo e irse a vivir a un pueblecito bretón. “Aquí descubrí la verdad del mundo”, escribió Saint-Pol-Roux, considerado el precursor de la poesía moderna por los surrealistas franceses. El poeta se impuso un exilio voluntario en la playa de Pen-Had, donde erigió una imponente mansión a la que acudieron artistas de todo el mundo, entre ellos, Max Jacob, Rubén Darío y André Breton. El paso de la guerra y los saqueos posteriores convirtieron esta antigua residencia artística en un edificio en ruinas por las que hoy en día se puede pasear libremente, como si de un templo griego se tratara. Una buena manera de recordar la obra de este influyente poeta y de constatar, frente al mar bretón, el inexorable paso del tiempo.
Y ya que estamos en la península de Crozon, protegida por el parque natural regional de Armórica, vale la pena llegar hasta la punta de los Españoles, que ofrece una impresionante panorámica de la rada de Brest, y acabar el recorrido en el encantador puerto de Camaret-sur-Mer, donde todavía se conserva un enigmático cementerio de barcos con ocho embarcaciones construidas entre los años 50 y 60.
Locronan, península de Crozon
Interpretar el cielo neolítico desde antiguos observatorios astronómicos
Muy cerca de la mansión en ruinas del poeta Saint-Pol-Roux, todavía en Camaret-sur-Mer, nos encontramos con otra rareza histórica que vale la pena conocer. Se trata de los monolitos de Lagatjar, unas enigmáticas estructuras de piedra cilíndrica que aparecen perfectamente alienadas al aire libre en mitad de un parque. Nadie sabe muy bien qué hacen allí ni qué significa la manera como están colocadas, aunque algunas teorías señalan que podría ser un observatorio astronómico del neolítico.
El motivo es que su nombre, en bretón, hace referencia a la constelación de Las Pléyades, si bien las leyendas populares son más divertidas, y apuntan que se trata de soldados romanos petrificados por Dios y que, por la noche, se dan chapuzones en el mar. Estos monolitos son contemporáneos de los alineamientos de Carnac, del siglo V al III a. C., considerados el monumento prehistórico más extenso del mundo. Una prueba irrefutable de que estas tierras han estado habitadas desde hace miles de años.
Castillo de Trévarez, Saint-Goazec
Adentrarse en imponentes castillos de estilo belle époque
Escondido dentro de un frondoso parque forestal, el rosado castillo de Trévarez combina hábilmente estilos victorianos y neogóticos. Este proyecto personal de James Kerjégu, antiguo presidente del Consejo General de Finisterre, se construyó a finales del siglo XIX, pero acabó bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque bastantes de sus salas siguen pendientes de rehabilitación, la planta baja muestra habitaciones amuebladas e interesantes paneles informativos. Fuera, no os perdáis un paseo entre camelias, rododendros y hortensias por los frondosos jardines.
Como dato curioso, podéis participar en la reforma del castillo a través de la Lotería del Patrimonio, un proyecto del Ministerio de Cultura francés por el que, comprando un billete de lotería, podéis ayudar a la financiación de rehabilitaciones de hasta 250 edificios, 14 de los cuales están en Bretaña.
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