La mente racional poco puede hacer cuando la mente irracional dispara una reacción ansiosa. Eso es el pánico. (drante / Getty Images/iStockphoto)
Las prisas, exigencias y nuevas categorías de problemas disparan las crisis agudas de ansiedad
Si no lo consigo, no sobrevivo. Es una frase que hoy nos repetimos como nunca. Todo va muy deprisa en una sociedad cada vez más exigente. Los problemas y dificultades muchas veces ya no se ven como un tropiezo puntual. Se interpretan como reveses insuperables que ponen entredicho la propia vida. Y entonces, de repente, se experimenta un ataque de pánico.
La persona queda noqueada “por una manifestación aguda de la ansiedad, una reacción emocional (no racional) imprevista, abrupta, intensa, con múltiples pensamientos y sentimientos, síntomas y conductas que se confabulan como una gran y súbita amenaza vital”, explica Domènec Luengo, psicólogo que lleva años estudiando la ansiedad. Pero que nadie sufra ahora un ataque de pánico: nadie se muere, por muy aguda que sea, de una crisis de ansiedad.
Los ataques de pánico han aumentado. Tiene una explicación: en la actualidad se han elevado a una categoría de vital importancia situaciones o hechos que años atrás eran considerados como intrascendentes. Luengo achaca esa realidad a la creciente, por no decir imparable, presión social. El ciudadano de hoy “tiene la obligación de alcanzar el éxito en cualquier nivel de la vida”.
Y continúa: “Vivimos en un mundo cada vez más competitivo en el que, desde la infancia, el estatus forma parte de los objetivos irrenunciables a conseguir. Todo eso hace que el trabajo, el dinero, las comodidades… se consoliden como algo esencial que hay que obtener; se ha puesto muy alto el listón de la propia valía y la supervivencia”.
Presión social
“El ciudadano de hoy tiene la obligación del alcanzar el éxito en cualquier nivel de la vida”
El origen del pánico, la percepción de una situación amenazante que se vive como de imposible salida, irremediable y amenazadora para la propia vida, no ha cambiado. Es el de siempre. “Y no es otra cosa que el miedo en su máxima y puntual expresión”, afirma Doménec Luengo.
Lo que sí ha cambiado, revela el psicólogo, es “la elevación a la categoría de amenaza de situaciones o hechos que años atrás no tenían ninguna trascendencia y a los que hoy se les otorga un valor casi inexcusable”. O dicho de otra forma, “la historia de la humanidad ha acabado enredando a la persona en un juego de trascendencias incrustadas en lo cultural –que no en lo natural– y nos hemos inventado un nuevo pánico, porque nos hemos inventado la importancia trascendente de las cosas.”
En la actualidad se elevan a una categoría de importancia vital, añade Luengo, situaciones como “un examen académico, una oposición incómoda pero necesaria de aprobar, el temor insoportable a no ser reconocido por los demás , las comparaciones entre personas sobre prestigio o estatus, la pérdida de una posibilidad muy importante, un desengaño afectivo (o poder tenerlo), la hipocondría, el temor a quedar en evidencia o a ser excluido, e incluso a no dar la talla”. Así que el significado amenazante se lo atribuye la propia persona; ella ejecuta valoraciones excesivas sin poder darse cuenta de ello, “porque en el fondo de la cuestión no tenemos problemas sino interpretaciones de los problemas”.
Las visitas en las consultas aumentan. El problema deja de ser un tabú
Diferentes expertos en ansiedad corroboran un “importante incremento” en los espacios psicoterapéuticos –tanto psicológicos como psiquiátricos– de personas afectadas por este problema.
Varios factores explican esta realidad. “Hay una progresiva desmitificación del problema, un mayor conocimiento del mismo y, por supuesto, una extensa propagación social”, apunta Luengo. Este experto constata que “acudir al especialista está dejando de ser algo secreto o que deba ocultarse, ya no se habla de ataques de pánico para referirse a personas débiles, ni se duda de la capacidad mental de los afectados”. Nadie está libre de sufrir un ataque de pánico y la sociedad está aprendiendo a buscar soluciones, al mismo tiempo que deja atrás las etiquetas y las creencias erróneas.
¿Qué pasa por la mente cuando se sufre un ataque de pánico? “Allí se juntan en un instante todos los ingredientes que existen en la reacción ansiosa, y aparecen en su máximo nivel. La mente racional poco puede hacer, y usualmente se convierte en una atemorizada espectadora de lo que la mente inconsciente va dictando, ella es ‘quien lo ve todo’, pero también la que se equivoca en su visión de la situación”, responde Doménec Luengo.
La persona suele entrar entonces en un temor máximo, y se generara una sensación completa de indefensión: “Ve que algo terrible le pasa, pero no entiende el por qué ni la manera de hacerle frente. Muchos investigadores pensamos que en el fondo se está reaccionando desesperadamente ante lo que se percibe como posible pérdida de la vida”.
La persona reacciona desesperadamente ante lo que percibe como posible pérdida de la vida
La manifestación que las personas desarrollan con el pánico “se ha comparado a menudo a la reacción que posiblemente (sin racionalizar, claro está) cualquier presa pueda desplegar ante su depredador en un momento de máxima necesidad de defensa. También hay quien opina que un ataque de pánico es como una pompa de jabón, muy visible e impactante por fuera, pero que al pincharla (hacerle frente) no tiene nada por dentro”.
Conocer los síntomas
¿Y los síntomas? Lo explica también Luengo: “Convencionalmente se diagnostica un trastorno de pánico si se detectan al menos cuatro síntomas de la siguiente lista: palpitaciones, sudoración, temblor, sensación de falta de aire, dolor torácico, náuseas, sensación de mareo, escalofríos, hormigueos, sensación de irrealidad o de despersonalización, miedo a perder el control y miedo a morir”. Estos ataques suelen durar habitualmente unos minutos, aunque pueden darse repeticiones de las crisis en un tiempo indeterminado.
Luengo insiste en dejar claro que la crisis de angustia o pánico (como toda la tipología ansiosa) no es el problema, pues esos ataques son solo el aviso de que a esa persona le ocurre algo y hay que llegar al origen del problema que dispara las crisis. “Los ataques de pánico no los provocan los problemas o situaciones por los que se atraviese, sino que éstos hacen aflorar de forma aguda la programación ansiosa que ya se poseía”, en combinación muchas veces con una base genética proclive a la explosión de temor máximo”.
Llegados aquí cabe preguntarse: ¿Qué lo provoca? “Nunca hay que olvidar que este es un proceso emocional inconsciente y, por tanto,queda fuera del circuito lógico y reflexivo: uno no se da cuenta de lo ocurre en su mente”, responde Luengo.
Debe de entenderse, además, “que el pánico no es racional pero sí es coherente; es decir, tiene que ver con la biografía de cada persona, con sus adquisiciones de miedo infantil, con el tipo de personalidad que se haya configurado a lo largo de los años, con el momento amenazante que está atravesando esa persona, con sus creencias…,” añade el mismo experto. Sin olvidar la predisposición genética.
Una crisis de ansiedad la puede generar un olor, un ruido, una canción, un pensamiento...
El ataque de pánico, indica Domènec Luengo, puede manifestarse sin que se espere, ni tener ninguna relación con el momento o situación conflictiva que pueda vivirse en ese momento. “Las crisis de angustia pueden surgir por las conexiones de la propia mente con algún episodio que recuerde una situación difícil vivida y que ha dejado una secuela de temor”. Así que el pánico puede dispararse al escuchar una canción, oler un aroma, percibir un ruido, por una bajada o subida de la temperatura ambiente o un pensamiento.
¿Se puede prevenir? “Difícilmente. Hemos dicho que precisamente a las crisis de angustia (pánico) las caracteriza su carácter imprevisible, dado que son producto de procesos mentales emocionales de los que se desconoce prácticamente todo; cuando el ataque se manifiesta, el trabajo interno ya ha sido muy intenso y, por ello no es posible actuar sobre él”, contesta este psicólogo. Pero sí pueden apuntarse algunos marcadores que obligan a ponerse en alerta.
Indicadores para estar alerta
Ansiedad generalizada o fobias
Es una señal de que en cualquier momento puede sufrirse el ataque
Magnificar los problemas
Usualmente la tendencia a magnificar los problemas es la antesala de la aparición de las crisis de angustia. Ocurre cuando se convierte en trascendente lo que no lo es y se tiende a las reacciones emocionales excesivas.
Crianzas atemorizantes
Padres castigadores o desconsiderados puede producir a la larga indefensión en sus hijos, y con ello propiciar ataques de pánico de aquellos en la época adulta.
Miedos infantiles
Terror a la oscuridad, a dormir solo, a separarse de casa o de los padres, miedo a enfermedades… Si esos temores son exageradamente intensos o extremadamente duraderos suelen ser también los primeros indicadores de pánico en la época adulta.
Padecer hipocondría
Es una las situaciones más favorecedoras del ataque de pánico, puesto que en el fondo aquí se plantea como una duda trascendente la propia supervivencia.
El espejo de los padres
Si los progenitores manifiestan temores y ansiedad de forma repetida, el niño se puede contagiar de ese ambiente y de adulto temerá a todo lo inesperado, o dará una significativa validez a lo problemático.
Fatalistas y pesimistas
Estas personas olvidan con frecuencia lo positivo, anticipando situaciones triviales como duras o trascendentes, dejándose influir en exceso por cuestiones nimias o ajenas. Son rasgos que van a configurar la personalidad del sujeto con crisis de angustia.
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