El estrés hace que sea aún más difícil, pero hay estrategias que ayudan
La principal manera de blindarnos frente al coronavirus está clara: lavarse bien las manos y evitar tocarse con ellas los ojos, la nariz y la boca, que es por donde el virus penetra en el organismo. Parece fácil. No lo es. A estas alturas, todos hemos constatado que la primera parte es sencilla, aunque tiene su técnica, pero que frenar el acto reflejo de llevarnos las manos a la cara puede llegar a ser un trabajo hercúleo. Quizá porque es un movimiento demasiado arraigado; comienza antes de nacer. Seguramente porque lo hacemos automáticamente, sin darnos cuenta, y vencer los automatismos requiere un gran esfuerzo.
También hemos caído en la cuenta del asombroso número de veces que el gesto se repite al cabo del día. Se cuenta por cientos, 23 por hora, 2,6 por minuto, según un estudio de la Universidad de Nuevas Gales del Sur. Los investigadores registraron la conducta de 26 estudiantes de Medicina para convencerles, precisamente, de la importancia de lavarse bien las manos cada vez que vieran a un paciente. Cuatro de cada diez veces los dedos fueron a la boca, la nariz o los ojos.
En cuestión de transmisión de enfermedades, este hábito es un claro talón de Aquiles, y hay varias teorías que tratan de explicar una costumbre tan potencialmente peligrosa. Aparte de motivos obvios, como limpiar las legañas o aliviar el picor provocado por una barba espesa, algunos experimentos apuntan a que existe una relación con las emociones y la atención. Sus autores defienden que, a veces, lo que sentimos como un picor, un cosquilleo, una urgencia inevitable de tocarnos el rostro, es el fruto de la incomodidad en una relación interpersonal o un signo de susceptibilidad a las distracciones.
Algunos científicos han relacionado esta conducta repetitiva con el esfuerzo por mantener la atención, y tiene sentido: no es fácil imaginar una sola pose meditativa que no implique ponerse la mano en algún lugar de la cara. Según la psicóloga Cristina Wood, la explicación podría estar en que, curiosamente, podemos dotar de contenido a gestos aprendidos: si nos enseñan que uno se pone la mano en el mentón para pensar, puede que ejecutar ese gesto acabe predisponiendo a la reflexión.
Por último, se ha propuesto que el estrés provoca un aumento de la frecuencia con la que nos tocamos la cara, lo que Wood, que tiene actividad investigadora en el campo del estrés y la ansiedad, confirma. No hay peor contexto que el actual para que esta observación sea cierta, pero tampoco uno mejor para tenerla en cuenta porque, afortunadamente, hay pautas psicológicas para controlar el movimiento automático. Y son muy útiles para los momentos en los que uno se siente más expuesto al contagio.
Nunca digas no te toques la cara
No hay nada como negarse algo a uno mismo para comenzar a desearlo, incluso algo tan sencillo como tocarse la cara. "Es contraproducente, si te lo repites puede que hasta te empiece a picar la nariz", dice Wood. La psicóloga subraya que cuidar cómo nos hablamos es clave para evitar sabotear nuestros propios intereses. En este caso, buscar frases positivas como "voy a mantener las manos a los lados del cuerpo" es más efectivo para evitar que acaben en el rostro que otras negativas como "no te toques la cara".
Anticipar el futuro es más seguro que repasar el pasado
"La emoción que más acompaña al estrés es la ansiedad, que conduce a movimientos más repetitivos, a tocarte más la cara, genera inquietud y hace que aparezcan pensamientos negativos". Te lleva a un estado de alarma. Cuando hay que tomar medidas para frenar una pandemia, hay motivos para estar alerta, pero también hay que esforzarse en tomar el control. "Hay que tratar de visualizar en la mente los movimientos que vamos a hacer para evitar tocar superficies contaminadas, y luego llevarlos a cabo", propone Wood. Esta medida tranquiliza y, al final, evita pensar en todo aquello que sí hemos tocado, estresarnos y acabar perdiendo el control de las manos, lo que aumentaría la probabilidad de llevárnoslas a la cara.
No dejar de decirse a uno mismo que lo está haciendo bien
Encontrar un pedagogo serio que no abogue por el refuerzo positivo y desaconseje los castigos excesivos es poco menos que una tarea imposible. Pero los adultos suelen olvidar que esta herramienta no sirve solo para educar a los niños, que ellos también pueden aprovecharse de ella. Si cada vez que uno consigue salir a la calle y no tocarse la cara se dice que lo está haciendo muy bien, gana confianza y seguridad en sí mismo. Y es una técnica que se puede usar en grupo. "Está bien decírselo a otras personas" como forma de fomentar el apoyo mutuo, apunta Wood. "Si nos reforzamos entre nosotros, entre todos lo haremos mejor", añade.
El sentido del humor ayuda
La risa provoca relajación y bienestar, por eso el sentido del humor es un curioso salvavidas en momentos extremos o marcados por la ansiedad. Y por eso hacer bromas, y reír las gracias, por malas que sean, tiene la virtud de prepararnos para ser más conscientes de nuestros actos, que se hacen más difíciles de asumir en situaciones de ansiedad y estrés. "Cada vez que sales de casa hay que prestar atención a las manos", recuerda Wood, y cuanto más consciente está uno, más atención presta. Obviamente, los chistes no son un remedio infalible, ni surten el mismo efecto en todas las personas, pero todo suma a la hora de controlar una conducta automática que siempre acaba apareciendo. Si lo hace, que sea en entornos seguros como el del hogar, y entre lavado y lavado de manos, en un momento en el que uno pueda bromear sobre su "torpeza".
Marcar una frontera a las situaciones de riesgo
Cuando el distanciamiento social se hace necesario, lo más prudente es salir de casa lo menos posible. La puerta se convierte en la primera frontera que le recuerda a uno que va a exponerse a situaciones de riesgo, pero no le acompañará después de dar el primer paso. Encontrar otro límite físico puede ser una buena manera de recordar que las manos pueden tocar un virus. También puede ser una buena forma de recordar que uno está a punto de entrar en un entorno de riesgo, y que debe poner toda la atención en no tocarse la cara. La barrera más obvia es la de los bolsillos, pero también pueden ser unos guantes u otros "lugares seguros". El truco es sencillísimo y está en conseguir transformar el momento en el que uno saca las manos de los bolsillos, o las mete en unos guantes, en un recordatorio de que se avecinan situaciones de riesgo.
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