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Virólogos y epidemiólogos rechazan realizar una recomendación generalizada, pero reconocen que para evitar la propagación del virus “cuantas más barreras, mejor”
Aunque parece que hayan pasado siglos desde que todo empezó, algunas de las preguntas básicas siguen vigentes desde el inicio del brote de SAR-Cov-2. Una de ellas tiene que ver con la imagen más icónica de la pandemia: ¿hay que usar mascarillas? Desde el principio, nos han dicho que no es necesario, que en realidad no nos protegen y que únicamente deben llevarlas las personas que tienen síntomas para no contribuir a la propagación de la enfermedad. Esa es la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Ministerio de Sanidad, y es lo que han repetido la inmensa mayoría de los expertos, al menos los occidentales.
Sin embargo, en China es obligatorio llevarlas bajo pena de sanción y el Gobierno japonés, tras un pequeño repunte de casos, ha anunciado que va a enviar mascarillas a los domicilios. En muchos países asiáticos, las cicatrices del SARS concienciaron a la población a llevar mascarilla, aunque también está extendido su uso como forma de barrera contra la alta contaminación o simples gripes. Antes del coronavirus, por el contrario, desde Europa se veía el uso de este material protector como algo cultural y característicamente asiático.
Ahora, en medio de la mayor crisis epidémica de los últimos 100 años, Europa entera se pregunta si debería imitar el modelo asiático de las mascarillas. Ya hay dos países europeos que han optado por imponer su uso siempre que se salga de casa (República Checa y Eslovaquia), mientras que el resto valora seguir el mismo camino.
En República Checa, por ejemplo, hay una campaña a favor de la mascarilla que muestra la baja propagación del virus (3.330 casos y 32 muertes hasta ayer en un país de 10 millones de habitantes), asegurando que el uso de esta prenda funciona para detener los contagios y que todo el mundo debería llevarla: #Masks4All (máscaras para todos). Otros países también se están moviendo. Austria va a obligar a sus ciudadanos a llevar mascarillas en los supermercados, mientras que Alemania o Italia ya prevén un escenario de posconfinamiento en el que sea recomendable u obligatorio su uso.
Presión social por la mascarilla
El ministro de Sanidad alemán, Jens Spahn, dijo recientemente que no había ninguna razón para obligar a la gente a llevar mascarillas, pero reconocía "que hay un deseo creciente entre la gente de llevar mascarillas como señal de solidaridad con el resto de personas”. Spahn no va desencaminado. Sea o no sea necesario el uso de mascarilla según la evidencia disponible, los ciudadanos ya demandan medidas concretas de sus gobiernos.
“Los datos de la opinión pública sugieren que los ciudadanos de países como Italia, España, Alemania o Francia están cada vez más a favor de obligar a llevar mascarilla”, explica Luis Cornago, analista de riesgo político de Teneo, a este periódico. “Los gobiernos europeos podrían enfrentarse a una fuerte presión política en las próximas semanas para que den mascarillas a la gente en un momento en el que se enfrentan a una gran escasez”.
2/ Public opinion data suggests that citizens in countries such as IT, ES, or FR are increasingly in favor of such a measure. Governments could face political pressure in the coming weeks to deliver free masks at a time when several of them are facing acute supply issues.
Pero ¿realmente la mascarilla es efectiva en la lucha contra el coronavirus? ¿Por qué tanta disparidad de opiniones? Y lo más importante: ¿quién lleva la razón?
“Si la OMS hace una recomendación, no lo hace a la ligera, tiene expertos y técnicos que saben lo que están diciendo”, asegura en declaraciones a Teknautas Javier Buesa, virólogo de la Universidad de Valencia y miembro de la Sociedad Española de Virología (SEV), pero “desde luego, cuantas más barreras se le pongan al virus, mejor, eso está claro”.
George Gao, director general del Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades, lamenta la actitud de los países occidentales en este asunto. “El gran error en Estados Unidos y Europa, en mi opinión, es que las personas no usan mascarillas”, asegura en una entrevista en 'Science Magazine'. “Tienes que usar una, porque cuando hablas siempre salen gotas de tu boca. Muchas personas tienen infecciones asintomáticas o presintomáticas. Si usan mascarillas faciales, pueden evitar que las gotas que transportan el virus escapen e infecten a otros”, añade.
En efecto, un informe de la OMS confirmaba hace pocos días que el SARS-CoV-2 se transmite por pequeñas gotitas y no por el aire. Tras analizar 75.465 casos, se ha comprobado que las toses y los estornudos de los enfermos contribuyen a dispersar el virus por contacto directo con otras personas o por contacto indirecto con superficies y objetos que hayan usado, tal y como se sospechaba desde el principio.
“El virus no está volando libre en el aire, lo llevan las personas infectadas, asintomáticamente o con enfermedad”, resume Buesa. No obstante, este hecho ha servido tanto para defender el uso de las mascarillas como para rechazarlo. Según la tesis de la OMS, si una persona no está infectada, es inútil que las utilice: primero, porque no va a contribuir a la transmisión de la enfermedad; y segundo, porque la protección que puede ofrecer una mascarilla para su portador es escasa.
Sin embargo, si el objetivo es proteger a los demás, el argumento de que solo deben ponerse mascarilla las personas con síntomas se ha topado con un importante problema. De acuerdo con la información científico-técnica que publica el propio Ministerio de Sanidad, la transmisión puede comenzar hasta dos días antes del inicio de los síntomas.
Posible cambio de estrategia en EEUU
Precisamente por este motivo en EEUU se plantean cambiar de estrategia con respecto a las recomendaciones. Robert Redfield, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, ha explicado que el alto número de casos asintomáticos —podrían ser uno de cada cuatro, calcula— está ayudando a la rápida propagación de la enfermedad, así que desde su organización están “revisando críticamente” su política de que los ciudadanos sanos no lleven mascarillas, según publica 'The New York Times'.
En cambio, el epidemiólogo Amós García Rojas, presidente de la Sociedad Española de Vacunología, considera que la capacidad de transmisión de los portadores asintomáticos es muy baja. “No parece que desempeñen un papel clave. Sin embargo, a partir de la aparición de síntomas leves la carga vírica empieza a ser importante y en los pacientes graves la capacidad de transmisión del problema puede ser hasta 60 veces más alta”, comenta.
Este experto deja claro que llevar una mascarilla corriente no tiene un efecto importante en la autoprotección, pero sí puede detener la propagación de la enfermedad si la llevan todos los infectados. “Las mascarillas de tela que se compraban en farmacias no sirven para evitar que yo me infecte si alguien que tiene Covid-19 tose delante de mí, pero si yo estoy infectado, sí que voy a evitar contagiar a otros”. Por el contrario, las que se utilizan en el ámbito sanitario, FFP2 y FFP3, filtran el aire inhalado evitando respirar el virus. Estas últimas sí que son un elemento de protección individual y, de hecho, se recomiendan si se va a estar en contacto estrecho con enfermos.
Jesús Molina Cabrillana, secretario de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH), cree que la recomendación de mascarilla para la población general debería depender de la intensidad de la transmisión comunitaria. “Si me dicen que se recomiende en Madrid, no me parecería mala idea, y en cualquier área que tenga una transmisión comunitaria muy alta”, afirma.
Siguiendo esa misma lógica, en su opinión no aporta nada ir por la calle con mascarilla, pero quizá “en entornos cerrados o espacios de trabajo como una oficina en la que se comparten espacios, vamos a tener una protección adicional”. Del mismo modo, “si vas al supermercado y te quieres poner una mascarilla, no me parece descabellado, pero el uso generalizado no acabo de verlo, actualmente con el confinamiento es más que suficiente”.
¿Por qué las reticencias al uso generalizado?
¿Por qué tantas reticencias de los expertos a pesar de que reconocen que la medida puede tener pequeños beneficios? Javier Buesa cree que probablemente al principio se insistió mucho en que las mascarillas eran innecesarias por miedo al desabastecimiento: “Puede ser que haya influido en ello, desde luego para toda la población no habría suficientes, y mucho menos cuando comenzó este problema”.
Según Jesús Molina, hay que tener en cuenta que las mascarillas comerciales son de un solo uso. “Si cada vez que sales a la calle usas una mascarilla, esto supone un gran gasto, no por el desembolso económico, sino porque hacen falta en el sistema sanitario para los profesionales”, advierte.
Este problema se supera en parte con la producción casera. “Las mascarillas de tela que se están fabricando sí me parecen oportunas, porque son lavables, mientras que las nuestras las tienes que tirar una vez que ves a los pacientes”, afirma el representante de la SEMPSPH. García Rojas matiza esa opinión, ya que “las mascarillas profesionales son las que tienen mayor eficacia en filtrar pequeñas partículas, bienvenida sea cualquier barrera que se le ponga al virus, pero una tela normal y corriente no es lo ideal”. Eso sí, “cuando no hay otro material, mejor eso que nada”.
No obstante, los expertos muestran sus reticencias al uso generalizado de la mascarilla porque podría ser contraproducente en algunos sentidos, especialmente, por la “falsa sensación de seguridad” que pueden provocar. “El virus también puede entrar a través de los ojos y además estamos tocando superficies que pueden estar contaminadas. La mascarilla no lo es todo, eso está claro”, apunta Buesa.
“Hay que evaluar el impacto que tiene bajar la guardia, pensar que tenemos un escudo protector”, advierte García Rojas. De hecho, ocurre lo mismo con otros elementos, como los guantes. Además, hay que saber ponerse y quitarse estas prendas correctamente, porque si no, “podemos estar contribuyendo a contaminar”.
En su opinión, teniendo en cuenta que estamos en pleno aislamiento social, el debate sobre el uso de la mascarilla ya se ha convertido en anecdótico, “porque quedándonos en casa rompemos la posibilidad de contagios, no hay un nivel de relaciones sociales que permita crear ciertas situaciones de riesgo”. Lavarse las manos, extremar la higiene en superficies y elementos comunes o guardar las distancias de seguridad son mucho más importantes, según insisten los expertos.
La cultura asiática marca la diferencia
Los expertos creen que el papel que haya podido tener el uso o no de la mascarilla en la transmisión del coronavirus en distintos países tendrá que ser estudiado con tranquilidad, pero en general tienden a quitarle importancia. “En China es diferente, tienen una cultura de uso de la mascarilla por diversas circunstancias, la usan en periodo de gripe y por la contaminación ambiental, y hay que tener en cuenta su superpoblación”, asegura Molina. En su opinión, más que por el uso de la mascarilla, los chinos “han controlado el problema por la disciplina férrea que tienen” en relación al confinamiento.
“Indudablemente, los países asiáticos tienen una cultura de llevar la mascarilla que en Occidente no tenemos”, coincide Buesa. “Que eso haya sido suficiente para controlar mejor la epidemia que nosotros es bastante discutible, puede haber sido un añadido más a otras muchas medidas de contención y seguimiento de los casos, aunque todo suma”, reconoce.
Esa diferencia cultural se demuestra, según García Rojas, en que los asiáticos ya utilizaban con regularidad las mascarillas antes de esta pandemia y por motivos mucho más altruistas que nuestro miedo a ser infectados: “Cuando vienen los turistas japoneses con mascarilla, no es porque estén preocupados de que aquí les vayamos a contagiar alguna enfermedad, sino porque ellos mismos tienen alguna afección respiratoria y se ponen la mascarilla de forma solidaria, para no transmitirla a otras personas”.
AUTOR
JOSÉ PICHEL02/04/2020
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