Una de las plantaciones de rosas del valle de Kazanlak (Anna Klimenko / Getty Images/iStockphoto)
Durante las últimas semanas de primavera, miles de trabajadores del ‘valle de las rosas’ arrancan los pétalos que se utilizarán para crear aceites y esencias
Desde mitad de mayo a mitad de junio, el valle de Kazanlak es un hormiguero de gente pellizcando. No entre ellos, sino a los rosales que se cultivan en esta zona del centro geográfico de Bulgaria y que en el mundo entero es conocido como valle de las rosas . Miles de trabajadores arrancan a mano los pétalos que se utilizan para crear aceite, esencia, agua, geles, cremas… El proceso no está mecanizado porque requiere de una delicadeza que iguale a la del producto. Y eso solo lo consigue la sutilidad de un torniscón bien entrenado.
En concreto, se cultiva la rosa oleaginosa o damascena (pues parece que se trajo de Siria en el siglo XV), la mejor para la industria cosmética. Cualquier perfume que se precie lleva alguna gota del aceite que aquí se consigue. Y no es sencillo. De un año con buena cosecha en el que se recojan 4.000 toneladas de pétalos, la destilación terminará en únicamente mil litros de concentrado.
Dicen los búlgaros que el mejor aceite de rosas del mundo es el suyo. Hay otras zonas que lo obtienen, pero en menor cuantía. Aquí se consigue el 85% de la producción total.
Durante ese periodo corto del último mes de primavera el valle se llena de trabajadores que se arremolinan en torno a las hileras de rosales y van llenando grandes sacos de plástico solo con pétalos. Las narices más privilegiadas del planeta acuden en este momento a husmear, pues las grandes marcas perfumeras porfían por las partidas más mullidas y aromáticas. El asunto no es poca cosa, un litro de aceite esencial puede llegar a costar, en bruto, ocho mil euros.
Para observar la recogida hay que ser madrugador, pues se lleva a cabo entre las cinco de la madrugada y el mediodía
El espectáculo cromático es sensacional: bajo unos cielos generalmente limpios de nubes, de un azul restallante, los campos se visten del rosa más rabioso. Todo ello aderezado con los vestidos coloristas de muchas de las trabajadoras durante la recolecta.
Bulgaria mima esta industria, que le proporciona buenos ingresos, pero también prestigio y, lentamente, incluso un turismo específico. Hay un Instituto Estatal de la Rosa, y en la capital del valle, Kazanlak, un interesante museo en el que se explica el proceso (que es muy sencillo, los pétalos se bañan en vapor durante tres horas para obtener tres litros de agua de rosas por cada kilo de flor. Luego una segunda destilación separa el aceite del agua) y se muestran aparatos y fotos antiguas.
Para observar la frenética recogida hay que ser madrugador, pues se lleva a cabo entre las cinco de la madrugada y el mediodía, para que las rosas estén húmedas y tiernas, antes de que el sol las toque de pleno.
Kazanlak es un valle con una industria turística todavía muy básica. La capital, del mismo nombre, se halla a 100 kilómetros de Plovdiv y a poco más de 200 de Sofia. Otras localidades donde hay grandes campos de rosales son Kalofer, Karlovo, Pavel Banya o Sopot. En cualquier caso, hay alojamientos generalmente de muy buen precio y la gastronomía búlgara cuenta con la gran baza de tener un yogur prodigioso… al que se le suelen añadir unas gotas de agua de rosas de producción nacional.
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