Algunos investigadores sostienen que las élites infelices llevan a la inestabilidad política
Hace diez años Peter Turchin, un científico de la Universidad de Connecticut, publicó una sorprendente predicción en Nature. “Es probable que la próxima década sea un período de creciente inestabilidad en Estados Unidos y Europa occidental”, afirmó; y lo atribuyó en parte a la “sobreproducción de jóvenes graduados con títulos avanzados”. El posterior auge del populismo en Europa, los inesperados votos de 2016 en favor Brexit y luego de Donald Trump en Estados Unidos, así como unas oleadas de protestas que van desde los chalecos amarillos hasta el movimiento Black Lives Matter, han hecho que Turchin se convierta en una celebridad en ciertos círculos, y ha suscitado el interés de los economistas por la disciplina de la “cliodinámica”, que utiliza las matemáticas para realizar modelos del cambio histórico. El énfasis de Turchin en la “sobreproducción de élites” plantea cuestiones incómodas, pero también ofrece útiles lecciones en materia de políticas.
Ya en la antigua Roma y la China imperial, indica Turchin, las sociedades pasaron de períodos de estabilidad política a la inestabilidad, con frecuencia a intervalos de unos 50 años. Consideremos Estados Unidos. Todos los expertos saben que el Congreso ha llegado a una situación de bloqueo en la que demócratas y republicanos no están dispuestos a llegar a un compromiso. Son menos los que saben que también estuvo muy polarizado en torno a 1900, antes de volverse más cooperativo a mediados del siglo XX.
Al igual que Karl Marx, Turchin parece creer que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”
¿Qué produce esas sacudidas que llevan de la calma al caos? Turchin ve las sociedades como grandes sistemas complejos que están sujetos a ciertos patrones, cuando no a ciertas leyes. Se trata de un enfoque totalmente diferente al de gran parte de la historia académica, con su preferencia por los estudios microcósmicos a pequeña escala, señala Niall Ferguson de la Universidad Stanford. En un documento publicado este año, Turchin revisa (junto con Andréi Korotáyev de la Escuela Superior de Economía de Rusia) la predicción de inestabilidad hecha en 2010. Su modelo predictivo contiene muchos elementos, pero, al igual que Karl Marx, Turchin parece creer que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”. Ahora bien, allí donde Marx se centró en el proletariado, Turchin está más interesado en la élite y en cómo luchan entre sí sus miembros.
Quién cuenta como élite y cómo se manifiesta la competencia es algo que varía de un lugar a otro; un ejemplo podría ser un gran número de personas muy formadas en relación con el número de cargos públicos (y, por lo tanto, de puestos de trabajo). Sin embargo, es más probable que la lucha se produzca cuando la desigualdad económica es elevada. Las recompensas por estar en la cima son entonces especialmente lucrativas, tanto en capacidad de ingresos como en influencia política, y los que salen perdedores perciben su pérdida con mayor intensidad. El sentimiento de resentimiento es particularmente fuerte entre las personas que han crecido creyendo que debían formar parte de la élite. Peor aún, las sociedades tienden a producir cada vez más élites potenciales, en parte porque el acceso a la educación tiende a mejorar con el tiempo. Turchin ve en todo ello una receta para el caos político. La gente con alto nivel de formación y que sabe expresarse se rebela, y eso da lugar a una lucha por el poder político y económico. Las élites dejan de cooperar, surgen las contraélites y el orden se desmorona.
Los historiadores consideran que “el problema del exceso de hombres muy formados” contribuyó a las revoluciones europeas de 1848
No cabe duda de que el razonamiento pasa por encima del matiz histórico. De todos modos, centrarse en las élites insatisfechas no es una mala manera de interpretar la inestabilidad política. Según señaló el historiador Hugh Trevor-Roper, “las crisis sociales no son causadas por la oposición clara de intereses mutuamente excluyentes, sino por el tira y afloja de intereses opuestos dentro de un mismo cuerpo”. La Revolución francesa no fue ante todo una consecuencia de la pobreza, sino más bien una batalla entre una clase cualificada subempleada y los terratenientes hereditarios. Los historiadores consideran que “el problema del exceso de hombres muy formados” contribuyó a las revoluciones europeas de 1848. Turchin señala que, aunque la esclavitud fue la causa inmediata de la guerra civil estadounidense, una causa más fundamental fue el resentimiento de los capitalistas del norte hacia los sureños inmovilistas.
La sobreproducción de élites también puede ayudar a explicar el malestar que atenaza al mundo rico en los últimos tiempos. Para un joven, se ha vuelto dificilísimo llegar a formar parte de la élite, aunque se esfuerce mucho y vaya a la mejor universidad. Los precios de las viviendas son tan elevados que sólo quienes las heredan tienen la oportunidad de emular las condiciones de vida de sus padres. El poder de unas pocas empresas “superestrellas” significa que hay pocos empleos realmente prestigiosos. Turchin calcula que cada año Estados Unidos produce unos 25.000 abogados “sobrantes”. Más del 30% de los graduados británicos están “sobreformados” en relación con sus empleos. Todo esto explica en cierta medida una tendencia en apariencia desconcertante: por qué unas personas aparentemente acomodadas se sienten atraídas por el radicalismo. Bajo Jeremy Corbyn, el Partido Laborista británico atrajo a más personas de clase media y media alta que antes, por más que acentuara el viraje a la izquierda con respecto a los tories; su predicamento entre los recién graduados fue muy claro. La ventaja de Joe Biden sobre Bernie Sanders en las encuestas durante las primarias demócratas fue mucho menor entre los estadounidenses con educación universitaria que entre quienes no habían terminado la enseñanza secundaria.
Predecir un terremoto
Las teorías de Turchin predicen que los temblores políticos acaban por remitir. “Tarde o temprano la mayoría de personas anhela el regreso de la estabilidad y el fin de las luchas”, sostiene. Los datos ya muestran que el apoyo a los partidos populistas de izquierda y de derecha está disminuyendo en Europa. Las encuestas indican que Trump pronto será expulsado de su cargo. Otra opción para quienes buscan evitar la inestabilidad es reducir el número de aspirantes a la élite. El primer ministro británico Boris Johnson ha insistido en favor de la mejora de la formación profesional diciendo que “tenemos que reconocer que una minoría significativa y creciente de jóvenes dejan la universidad y trabajan en un empleo no universitario”.
Sin embargo, las élites ilustradas pueden impedir el surgimiento de la inestabilidad política en modos más efectivos. A principios del siglo XX, los reformadores estadounidenses aumentaron los impuestos de sucesión para evitar la aparición de una aristocracia hereditaria y emprendieron una enorme destrucción de fideicomisos. La modernización de los sistemas de planificación urbana podría reducir los costes de la vivienda, y la desregulación de los mercados laborales ayudaría a crear buenos empleos para las elites “excedentarias”. El análisis de Turchin sobre las fuerzas estructurales que rigen las sociedades es una fascinante explicación del malestar político. Ahora bien, la cliodinámica no tiene por qué ser el destino.