EEUU tiene las vacunas que necesita, pero las dudas sobre las mismas están prolongando la pandemia. Que la primera potencia mundial denote cierto estancamiento en la salida de esta crisis sanitaria no es un buen mensaje y su primera consecuencia sería un retraso en la salida de la crisis económica al que no sería ajeno el resto del mundo. Si Europa ya está pagando en sus carnes haber comenzado con numerosos traspiés la campaña de vacunación, las noticias que lleguen desde EEUU son claves para el futuro inmediato. Que la economía norteamericana salga del marasmo es una palanca para los demás y los ambiciosos planes de estímulo fiscal de Joe Biden se ven en el resto del mundo como una ventana de oportunidad.
No se puede negar que las últimas noticias sobre vacunas en EEUU han sido positivas. Más de la mitad de los adultos han recibido ya al menos una dosis y, en la mayoría de los estados, los nuevos casos han disminuido o, al menos, no han aumentado. El personal médico sabe cómo lidiar mejor con los pacientes de coronavirus, lo que ha mantenido las hospitalizaciones y las muertes en una fracción de sus máximos de este invierno. Parece que la vida puede empezar a acercarse a algo parecido a la normalidad a medida que la primavera se acerca al verano, pero flota en el aire una preocupante pregunta: ¿Se pondrán manos a la obra suficientes estadounidenses para acabar con la pandemia o serán demasiados los que no se vacunen?
El mayor problema para el mundo, incluso en un país rico en vacunas como EEUU, es que haya demasiados indecisos como para apostar por una inmunidad generalizada que proteja a la población en un futuro próximo. Cuantas menos personas se vacunen, más tiempo se prolongará la pandemia y más vidas se perderán. EEUU puede tener la tecnología y el personal para acabar con la enfermedad, pero no necesariamente la suficiente confianza en los esfuerzos de salud pública para lograrlo.
Un reportaje de Bloomberg relata el paradigmático caso de Jonathan Damato. Veterano sanitario neoyorkino con 20 años de experiencia a sus espaldas, cuando se anunciaron a finales de 2020 las primeras vacunas, él estaba más que decidido a vacunarse. Había estado meses tratando con pacientes con covid y luchando contra una enfermedad que no conocían. Al llegar casa al final de cada jornada le esperaba un hijo de cuatro años con una afección cardiaca que le hacía especialmente vulnerable al virus. Por todo ello Damato estaba decidido a ponerse la dosis en cuanto estuviera. Sin embargo, se cruzó en su camino un post de Facebook que le hizo dudar de todo. Aparecía un vídeo con un supuesto experto cargando contra las vacunas y su postura devino en escepticismo: no rechaza las vacunas, pero prefiere esperar a ver qué ocurre con otros.
Muchos colegas de Damato hicieron lo mismo. El Departamento de Bomberos de la ciudad de Nueva York afirma que sólo el 47% de sus paramédicos se ha vacunado y en todo el país han llegado informes similares. Según una encuesta realizada en marzo por el Washington Post y la Kaiser Family Foundation, alrededor de 3 de cada 10 trabajadores sanitarios de primera línea tienen previsto prescindir de la vacuna o se muestran indecisos. Una encuesta más reciente de Kaiser sitúa la cifra para todos los estadounidenses en un 37%. Hay focos de escepticismo especialmente grandes entre los republicanos, las personas de color y los residentes rurales. Y la historia de Damato es común: los mensajes desde la salud pública suelen ser menos potentes que un solo mensaje de un amigo o familiar de confianza
Aunque las vacunas han mostrado por lo general una alta eficacia con porcentajes por encima del 90%, ninguna es perfecta al 100%. Si por un lado algunas personas vacunadas han seguido enfermando al exponerse al virus, los puntuales casos de trombos sanguíneos han reavivado las suspicacias. Las autoridades norteamericanas paralizaron la aplicación de la vacuna de Janssen tras darse seis casos de coágulos entre los siete millones de receptores del fármaco. Aunque son datos muy pequeños en comparación con el volumen total y desde luego muy alejados de las cifras de mortalidad de la enfermedad, ofrecen la excusa perfecta para la narrativa del escepticismo. La desconfianza hace que la desinformación parezca más creíble y la duda es casi más contagiosa que el coronavirus.
Si bien la demanda general de vacunas sigue siendo alta, un reciente análisis de Bloomberg ha descubierto que en algunas zonas la demanda está disminuyendo mucho antes de que se haya inoculado un porcentaje mayor de la población. Gran parte de la culpa recae en una corriente escéptica con las vacunas que ha crecido en EEUU en los últimos años. Las campañas de desinformación en Internet se han hecho más fuertes al tiempo que ha aumentado la desconfianza hacia las autoridades dando pábulo a a los rumores, las acusaciones y los vídeos de YouTube de los teóricos de la conspiración.
Durante la pandemia, destacados antivacunas como Robert F. Kennedy Jr, cuya organización sin ánimo de lucro Children's Health Defense ha sido señalada como responsable de más de la mitad de la desinformación sobre vacunas en Facebook, también se han beneficiado mucho de la dubitativa respuesta inicial de la administración Trump. Este ruido desde estos sectores ha contrastado con el silencio de los funcionarios de salud pública. La práctica habitual de la salud pública se basa en los hechos como el mejor contrapunto a las mentiras, pero eso no será suficiente para convencer a los escépticos de que se dejen pinchar, dice Matt Motta, profesor de ciencias políticas de la Universidad Estatal de Oklahoma en Stillwater.
Asumiendo que el número de personas firmemente en contra de las vacunas no es tan grande, la gran batalla está en el terreno intermedio de los indecisos. A ese punto intermedio se dirigen tanto los antivacunas como las autoridades públicas. Muy revelador en este sentido es que Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, conocido hace meses como el 'Fernando Simón estadounidense', ha realizado una gira relámpago para hablar en público, intentando ganarse a los estadounidenses negros indecisos dirigiéndose a las iglesias negras y charlando con celebridades como el jugador de la NBA Stephen Curry.
El caso de Virginia Occidental
En esta línea, uno de los planes de la Casa Blanca es una campaña publicitaria de celebridades en la que personajes como Mark Cuban, Eva Longoria y Kelly Ripa instan a los jóvenes a vacunarse. Preocupa lo ocurrido en estados como Virginia Occidental. Allí la vacunación comenzó con unos niveles de utilización de las vacunas que llegaban del 100%. El boca a boca jugó a favor de la vacunación y las personas que dudaban se sentían cómodas haciendo preguntas en las farmacias familiares creándose cierta confianza. El gobernador republicano del estado, además, nombró como su 'zar del coronavirus' a un reputado científico del ámbito universitario del estado.
Ahora, sin embargo, con cerca del 38% de los 1,8 millones de residentes de Virginia Occidental que han recibido al menos una dosis, la campaña de vacunación se ha ralentizado. Las encuestas han demostrado que, a medida que más personas se vacunan, las que aún no lo hacen dicen estar más dispuestas a hacerlo. Ver a sus amigos y familiares vacunarse es un poderoso motivador. Pero a medida que la vacunación se ha abierto a más grupos de personas, las primeras esperanzas de que el escepticismo desapareciera por completo se están disipando.
Más zonas del país, como Virginia Occidental, están empezando a informar de que tienen más vacunas que la demanda. Varios estados están administrando ahora menos del 75% de las dosis que reciben, según los CDC. Los datos de la encuesta federal sitúan al Sur y al Alto Medio Oeste como las regiones más reticentes. El panorama no es alentador y el mejor ejemplo es el propio Damato: admite el trazo grueso de las consignas antivacunas que ha escuchado, pero sigue teniendo dudas y aún no sabe si accederá a vacunarse.