Joe Rogan durante un episodio de su podcast. (PowerfulJRE)
Sospecho que el tema de las vacunas no es más que el pretexto de los enemigos de Rogan para pedir su cabeza. Su burla de la corrección política y la elección de entrevistados radiactivos lleva años levantando ampollas
Neil Young amenazó a Spotify con retirar toda su música si no cancelaban el podcast de Joe Rogan. Dado que Spotify ha pagado cien millones de dólares al cómico para hospedar en exclusiva su programa de entrevistas, y dado que 'The Joe Rogan Experience' suma más de once millones de oyentes, a la música de Neil Young le han ido dando por culo en Spotify, por decirlo en "sermo vulgaris".
Es triste ver a un artista pedir la censura de otro, por más que le disgusten sus opiniones. Y todavía lo es más que Young haya terminado cerrando uno de los accesos del público a sus fabulosas canciones por este motivo. Se pueden dar muchas vueltas al asunto, pero se llega una tras otra al mismo punto: la censura. El berrinche de Young conducía a ella tanto si le hacían caso como si no. Y es evidente también que Spotify no ha tomado su decisión por una cuestión moral o por respeto a la libertad de expresión, sino mirando la cuenta de resultados. Lamentable todo.
El motivo del chantaje fallido de Young es la opinión de Rogan sobre las vacunas del covid. Veamos los antecedentes: en un programa contó que él no se había vacunado porque está sanote y toma vitaminas (lo mismo que dijeron, por cierto, los fallecidos matemáticos Bogdanoff), aunque en otro momento contó que había recomendado a sus padres, muy mayores, que se vacunaran. También dijo que la gente de 21 años no debería hacerlo y habló de los casos de miocarditis con base en un artículo.
Hubo más. Recomendó con ligereza que los enfermos de covid usaran la ivermectina, medicamento veterinario que supuestamente le habrían administrado a él cuando se infectó, pero lo que terminó de granjearle la fama de antivacunas fue su entrevista a Robert Malone, virólogo que ayudó a crear las vacunas de ARN y que después ha criticado abiertamente su inoculación. Si no me he perdido nada, creo que estos son todos los cargos que le imputaba Neil Young.
Cuando empezó a crecer la controversia, una organización médica publicó una carta criticando el contenido de Rogan y reclamando información contrastada y veraz a las estrellas de audiencia masiva. Ellos no exigían la censura, pero sí señalaban los peligros de la desinformación, cosa que me parece importante hacer. Los pedidos de ivermectina se habían disparado tras la recomendación del cómico aunque este repite por activa y pasiva que nadie debería informarse con él, puesto que no es una voz autorizada. Esto demuestra que hay gente que es lanar, tirando a merina.
Pese a que el podcast de Rogan es heterogéneo en cuanto a opiniones (también habla con personas que defienden la vacuna y se deja corregir), la voz de Neil Young no es la única que reclama la cancelación de su contenido. En 'The New York Times' apareció hace unos meses una columna que lamentaba que su programa sea "demasiado grande para ser cancelado", porque supone un "peligro". Lo que nos lleva a chocar de morros con el elefante rosa de esta habitación. ¿Es ético aplicar la censura a los antivacunas?
Herejías
Sospecho que el tema de las vacunas no es más que el pretexto de los enemigos de Rogan para pedir su cabeza. Su burla de la corrección política y la elección de entrevistados radiactivos para su programa lleva años levantando ampollas entre la élite mediática de Estados Unidos. Aunque ha criticado a Donald Trump, a quien dijo no haber votado, se le acusa de ultraderechista y de hombre blanco furioso, lo que sirve de justificación a muchos para exigir la cancelación de su programa, con una excusa o con otra.
Su tendencia a hablar con herejes es el motivo por el que lo escucho yo. Alguna entrevista suya he usado para documentarme en mi libro sobre el tabú , porque casi cualquiera que se vea envuelto en una de esas polémicas estadounidenses que tratan de destruir su hacienda y su reputación aparecerá conversando con Rogan tranquilamente. Esta es la línea editorial de su podcast, y la razón por la que entrevistó al polémico Robert Malone. Resulta que durante la pandemia, nos guste más o menos, el discurso antivacunas se ha convertido en una herejía.
Aclaremos algo ahora: que una opinión se salga de la norma y se enfrente al discurso dominante no la hace cierta ni verdadera, y menos todavía en el terreno de la ciencia, donde la falsación, producto de la discusión y las verificaciones, es lo que más se aproxima a la verdad. El ejemplo más recurrente son los tierraplanistas, pero sirve también para los antivacunas, y para la facción que solo recela de la vacuna del covid. Asumir que ir a la contra te da la razón es un error.
Algunos defienden la pertinencia de censurar a los antivacunas por el peligro de que influyan a otros, pero este argumento, por desgracia, es aplicable como pretexto a casi cualquier censura y choca de cráneo con el sentido de la libertad de expresión. Por más que haya una alarma sanitaria, ellos tienen tanto derecho a expresarse como los demás a criticar sus puntos de vista. Si apoyáramos la censura a esas opiniones penetramos en un terreno resbaladizo. Y sospecho que estamos yendo precisamente hacia allí.
Los ciudadanos pueden mentir, siempre que no calumnien a nadie, y propagar opiniones injustificadas. En este sentido, los profesionales de la salud no son lo mismo que el resto. De ellos se exige una opinión informada y sometida a los límites del consenso científico, así que deben ser castigados si inducen a los pacientes a error, porque son una autoridad. Con la bata blanca y presentándote como doctor puedes decir unas cosas, y de paisano puedes decir muchas más. Pero la pandemia nos está conduciendo a un terreno en el que se exige a cada ciudadano que sea responsable no solo de cumplir y hacer cumplir las normas (la primera parte es normal, la segunda parte es siniestra), sino de manifestar solo opiniones tan informadas como las de los médicos en el plano de la salud.
Solo esta exigencia tétrica explica que nadie haya protestado porque cientos o miles de cuentas en YouTube, Facebook, Twitter y demás se hayan venido cerrando extrajudicialmente por emitir falsedades u opiniones desinformadas sobre el virus. Esto, que tal vez puede entenderse en una situación de peligro e incertidumbre puntual, no está justificado al prolongarse en el tiempo. Y el castigo ocurre más a menudo a medida que las consecuencias más graves de la pandemia se atenúan, como pasó con los chistes cuando ETA dejó de matar.
Esto es aplicable a Joe Rogan, que por fortuna no corre ningún peligro, aunque su seguridad se deba a los motivos menos virtuosos. La forma en la que algunos argumentan por qué habría que cancelar su programa es un pretexto para cualquier censura. Y sienta un precedente más, cuando ya hemos permitido que se sienten demasiados.
Precedentes
En los dos últimos años hemos recorrido un montón de caminos que tendremos que desandar a toda prisa en cuanto acabe la pandemia. No hablo del día feliz en que tiremos a la basura la última mascarilla, sino de carreteras de ocho carriles que nos alejan de la democracia a toda velocidad, y no tienen que ver con las medidas puntuales que los gobiernos han tomado tratando de frenar la expansión del virus recortando libertades, sino con una tendencia creciente a aceptar la idea monstruosa de que una buena ciudadanía es la que actúa con obediencia ciega.
Dentro de esta obediencia está el mandato de acallar al discrepante, acusándolo de ser un peligro para la sociedad. Que se argumente así, por más que se utilice la salud como pretexto, es tan inmoral como alegar el escándalo, la ofensa o el perjuicio en la moral dominante por un chiste. Como nos advirtió Coetzee, la censura siempre utiliza esos trucos para instalarse en una sociedad. Primero se justifica como una medida temporal, necesaria en determinadas circunstancias, y una vez que empieza a ganar terreno se vuelve imposible pararla. Entre otras cosas, porque está prohibido.
Voy a ganarme enemigos: lo que los antivacunas y negacionistas están soportando, en materia de censura, por ahora en el plano de las plataformas de internet pero quién sabe si más adelante en el de la ley, es injusto y peligroso. La manida frase que atribuyen a Voltaire y que nunca dijo, aquello de "odio lo que dices pero bla bla", es el principio básico de la libertad de expresión. Y pienso que hay que defender la de estas personas con la misma intensidad con la que se deben critican sus opiniones. Yo he hecho una cosa, y ahora hago la otra. Poner una mordaza a quien está en el error, en lugar de responderle, es inmoral.
Por
Juan Soto Ivars
29/01/2022 - 05:00 Actualizado: 29/01/2022 - 08:45
¿Es ético censurar a los antivacunas? Joe Rogan contra Neil Young (elconfidencial.com)
www.elconfidencial.com/cultura/2022-01-29/censura-antivacunas-joe-rogan-neil-young-spotify_3366533/