miércoles, 2 de marzo de 2022

Más de 10.000 razones para no salir de la sexta ola buscando la séptima



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Algunos dijimos que la última podría causar esta cifra de muertes entre nosotros. Ya llevamos más de 11.000. Sobran los motivos para tomar futuras decisiones tanto individuales como colectivas basadas en el realismo y la prudencia




A finales de diciembre publiqué un artículo en este foro en el que razonaba por qué era probable que la sexta ola nos dejara más de 10.000 muertos entre el 1 de diciembre y el 31 de marzo. Como era de esperar, algunos lectores no dieron crédito a mis palabras (ni me daban crédito alguno a mí, entre otras 'poderosas' razones porque soy dermatólogo, y según parece un dermatólogo no puede saber nada de virus a pesar de que muchas enfermedades de piel están causadas, directa o indirectamente, por ellos, incluyendo algunas formas de cáncer de piel, que es a lo que yo me dedico).

No les negaré, además, que cuando comentaba mis previsiones dentro de mi propio círculo profesional, o con algunos periodistas y amigos, me bastaba con fijarme en la mirada de mis interlocutores para entender que consideraban mi predicción como tremendista y estrafalaria, a pesar de mis argumentos. Casi siempre me interpelaban de la misma forma (en diciembre de 2021, claro): "¿No ves que el 90% de la población ya está vacunada y que hay muchísimos menos ingresos hospitalarios que los que había en la tercera ola?".

"Para el 31 de marzo (la cola de muertos de la sexta ola incluso se prolongará algo más) estaremos probablemente cerca de los 14.000 fallecidos"

Sin embargo, los datos objetivos son tozudos. Hemos acabado febrero, y desde el 1 de diciembre ya han muerto en España más de 11.000 pacientes con covid-19. Para el 31 de marzo (la cola de muertos de la sexta ola incluso se prolongará algo más) estaremos probablemente cerca de los 14.000 fallecidos. Algo menos (pero por poco) del 50% de los que fallecieron por la tercera ola.



Sexta ola: un fracaso preventivo

El fracaso preventivo a mí me parece obvio, aunque lo estemos viviendo sin dramatismo, casi sin alterarnos (y en parte casi sin enterarnos). 250 muertos diarios por accidentes de tráfico serían un escándalo (por muchísimos menos muertos diarios entendemos como razonables múltiples normas y restricciones de tráfico y asumimos las multas por incumplirlas).

Pero de 200 a 300 muertos diarios con covid-19 durante varios meses (muchos de ellos fácilmente evitables si se hubieran utilizado únicamente las medidas básicas de prevención de contagios cuando había que emplearlas) acaban pareciéndonos algo banal por el simple hecho de que ahora nuestros hospitales no están colapsados (la atención primaria es otra historia, claro, de la que muchos solo se acuerdan cuando toca la hora de la demagogia fácil).

La realidad es que la sexta ola nos va a dejar algo menos de la mitad de muertos que la tercera, con la enorme diferencia entre ambas olas de que al inicio de la tercera nadie estaba vacunado y al inicio de la sexta nos acercábamos al 90% de la población ya vacunada. Añadan que la tercera estuvo dominada por la variante alfa, y buena parte de la sexta ola ha estado dominada por la variante ómicron, más contagiosa pero menos letal que alfa.


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Había que hacer bastantes cosas mal entre todos para superar los 10.000 muertos en nuestra nueva ola 'navideña'. Pues aquí estamos. Superando ya los 11.000. Que son más de 10.000 razones para pensar muy bien los siguientes pasos a dar.


Paralelismos entre la tercera y la sexta olas

¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Qué podemos hacer para que no se repita? ¿O ya no hay riesgos de que algo así se repita? En mi anterior artículo analizaba los errores que yo considero básicos en nuestra estrategia frente a la covid-19. No voy a repetirme de nuevo aquí. Pero sí quiero enfatizar una cuestión clave. En mi artículo de diciembre yo defendía que, aunque el número de contagios y de muertos de la tercera y sexta olas pudieran diferir, el ritmo de esos contagios y muertos no lo haría. El inicio de ambas olas hay que buscarlo en noviembre.

Quizás algo antes para la sexta y algo después para la tercera, que se solapó con la cola de la segunda. La diseminación descontrolada (aunque en gran parte silente por afectar preferentemente a contagiados asintomáticos) hay que buscarla sobre todo a lo largo de diciembre, con múltiples días festivos proclives a ciertas aglomeraciones en espacios abiertos y al contacto social a menudo sin respetar las normas básicas de protección de contagios (insisto, solo las más básicas) en ambientes cerrados y rodeados de familiares y amigos, unos días con unos, otros con otros.

El pico de contagios lo tuvimos en la tercera ola a mediados-finales de enero y así ha sido también en la sexta, y este pico ya implicaba a muchas personas no asintomáticas y con riesgo de enfermedad grave (preferentemente no vacunadas pero también algunas vacunadas), muchas de las cuales ya no se habían contagiado necesariamente durante las fiestas navideñas, sino posteriormente y en su propio domicilio, a partir de algunos de sus propios convivientes contagiados, a menudo asintomáticos, cuyas cadenas de contagio sí se remontarían a las fiestas ya pasadas.

Finalmente, el pico de muertos lo tuvimos a mediados de febrero en la tercera ola y lo hemos tenido a lo largo de la tercera semana de febrero en la sexta ola. Evolución de la tercera y sexta olas, casi calcadas.

¿Qué significa todo esto? Muy sencillo. El virus pone la 'materia prima de cada ola'. Su capacidad de contagio y su letalidad (variables entre olas) ponen las reglas del juego encima de la mesa. Pero ninguna ola causa 'per se' contagios y muertos. Nos vale como excusa colectiva, pero ninguna ola tiene vida propia (es incluso discutible que los virus la tengan, como sabe perfectamente cualquier biólogo).

"El virus pone la 'materia prima de cada ola'. Su capacidad de contagio y su letalidad (variables entre olas) ponen las reglas del juego encima de la mesa"

En un virus de transmisión esencialmente respiratoria es nuestro comportamiento social, sobre todo en espacios cerrados, el que básicamente causa y mueve las olas. Que nos incomode oírlo no quiere decir que no sea así. Es así. Con circunstancias externas favorecedoras o atenuantes, fundamentalmente el clima en la medida en que favorezca o no que nuestros contactos sociales se desarrollen en interiores o al exterior. Pero al final son nuestro comportamiento social y el uso más o menos correcto y más o menos amplio de las medidas básicas de prevención de contagios (en particular, mascarillas y ventilación o purificación del aire) los que determinan el cómo y el cuándo de cada ola.


Con mascarillas en espacios cerrados

Como somos seres eminentemente sociales y el contacto social es clave en muchísimos aspectos de nuestra vida (incluyendo nuestra salud en sentido amplio y nuestra economía), las medidas para enfrentarnos a este virus no deben orientarse a restringir sin más los contactos sociales, salvo en circunstancias dramáticas que ahora mismo ya no se dan. Al contrario, dado lo prolongado de la pandemia (y lo que aún nos queda, no seamos ingenuos), la única estrategia ahora posible es la de preservar y favorecer al máximo los contactos sociales pero impulsando al máximo también que esos contactos se realicen cumpliendo las medidas básicas (insisto, básicas) de prevención de contagios (con énfasis, ahora mismo, en mascarillas en interiores y en transportes públicos, y ventilación o purificación del aire con filtros HEPA).

Identificando muy bien cuáles son los eventos y situaciones de alto riesgo de contagio, para focalizar en ellos nuestras actuaciones. Hace mucho que sabemos que las mascarillas en exteriores casi siempre sobran (aunque nuestras autoridades han tardado también mucho en enterarse, guiadas, claro, por sus expertos en marketing). Sin embargo, hay que ser muy temerario para suprimir la obligación de su uso en interiores con las actuales cifras de contagios e incluso con cifras muy inferiores. Por cierto, muy relevante el ejemplo danés, que tanto encandila a algunos de los gestores de esta crisis en nuestro medio. Metan en Google dos palabras ahora mismo: Dinamarca y covid-19. ¿Qué ven? Dos gráficas. Pico máximo de contagios de toda la pandemia hace pocos días, tras suprimir todas sus restricciones, mascarilla en interiores incluida. Pero lo mejor no es eso. Tecleen en la casilla de fallecidos. Comprobarán que a pesar de que la mayoría de sus contagios más recientes son por el benevolente ómicron, y a pesar de ser un país con altas tasas de vacunación, tienen actualmente el mayor pico de muertos de toda la pandemia. ¿Son de verdad el mejor ejemplo a seguir?


Sobran adivinos y falta prudencia

Uno de los aspectos más patéticos y acientíficos de toda la pandemia son las continuas declaraciones de expertos (o pseudoexpertos) de toda naturaleza y condición anunciando la fecha exacta en que dejaremos de usar mascarillas, volveremos a la 'antigua' normalidad o simplemente concluirá la pandemia. Y, como podría perfectamente decir Groucho Marx, “si esta predicción no se cumple no importa, tengo otras”. La realidad es que la capacidad de este virus de mutar, y con ello de desafiar a nuestras predicciones, es enorme.

Ni es de momento un virus estacional (como tanto experto vaticinó al principio de la pandemia) ni es un virus que mute poco (como también se nos anunció una vez que el SARS-CoV-2 fue identificado como un virus ARN de cadena simple). Tampoco es un virus que necesite 'debilitarse' para transmitirse mejor. Desde el principio ha sido un virus clínicamente muy leve para la mayoría de los contagiados y, precisamente, por eso se ha transmitido tan fácilmente, ya que mucho contagiado no sabe que lo está, mientras infecta alegremente a los que le rodean, vacunados o no vacunados.

Y el ciclo de contagios se perpetúa. El que aparezcan variantes más o menos letales es de momento fruto del azar. Delta fue más letal que las variantes previas y ómicron lo ha sido menos. ¿Cómo será la próxima? No lo sabemos. Ni podemos saber ahora mismo cuándo concluirá la pandemia o cuándo entraremos en una dinámica realmente distinta a esta. Busquen, por ejemplo, las declaraciones más recientes del profesor José Luis Jiménez (Universidad de Colorado, EEUU), de la profesora Christina Pagel (University College of London, UK) o de la Dra. Elena V. Martínez, presidenta de la Sociedad Española de Epidemiología. Quizás no tan mediáticas ni tan virales, pero desde luego son mucho más realistas y prudentes.


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Con la variante ómicron reinando entre nosotros y con un 90% de la población mayor de 12 años ya vacunada, la mortalidad derivada de la infección por SARS-CoV-2 ha pasado del 1% al 0%., diez veces menor. Lo que es enormemente positivo. Pero las cifras de contagios se han multiplicado casi por cinco (a pesar de esas altísimas cifras de vacunados, a pesar de la tantas veces prometida pero jamás alcanzada inmunidad de rebaño, y a pesar de la implantación en muchas comunidades autónomas de una medida tan inútil y absurda como el pasaporte covid cuando sabíamos que nuestras actuales vacunas no eran esterilizantes y por tanto no evitaban los contagios). Con esas cifras en la mano lo esperable es que la diferencia en el número total de muertos entre la tercera y la sexta ola fuera de una magnitud de 2, no de 10, y eso es exactamente lo que va a acabar ocurriendo.


De pandemia a endemia

Otro 'mantra' que se repite mucho últimamente es que ya está próxima la fecha en que la pandemia se convierta en endemia, como si eso fuera necesariamente algo positivo. Lo dicen probablemente personas que o bien no saben de qué están hablando, o bien opinan sobre estas cuestiones desde sus despachos y laboratorios sin haber visto un paciente real en su vida. La malaria es endémica en África y mata a cerca de medio millón de personas anualmente en ese continente.

La tuberculosis es endémica en el mundo y mata a cerca de millón y medio de personas anualmente. Covid-19 ha matado a una media de 3 millones de personas anuales en los dos años que llevamos de pandemia. Un número de casos elevado y estable de una enfermedad potencialmente letal no es algo particularmente deseable, incluso si su letalidad es proporcionalmente baja. Aparte, alguien tendrá entonces que explicar qué hacemos con el creciente número de pacientes afectados por covid-19 persistente, enfermedad que no siempre deriva de las formas más graves del virus. Como señalaba recientemente en la revista 'Nature' el Prof. Aris Katzourakis (Universidad de Oxford, Reino Unido), que covid-19 se convierta en una enfermedad endémica no es necesariamente una buena noticia, al menos por ahora.


La lucha frente a covid-19

La reciente intervención del Prof. Joan Ramón Laporte Rosello en el Congreso de los Diputados fue muy criticada, entre otras razones porque calificó la vacunación frente a covid-19 como un “experimento global”. Yo mismo, que siempre me he manifestado a favor de la vacunación, publiqué un artículo en diciembre de 2020 (algo más de un año antes de las declaraciones de Laporte Roselló) en el que ya en el título calificaba la inmunización como un “experimento global y necesario”.

Y bastantes de las cosas que advertía en él que podrían ocurrir han ocurrido. En realidad, casi todas las medidas tomadas frente a covid-19 han tenido un carácter 'experimental' en la medida en que nos hemos enfrentado a una enfermedad nueva que nos ha golpeado de forma súbita y extensa. Así que en muchos momentos ha habido que tomar decisiones sin disponer de suficiente experiencia previa ni de ensayos clínicos todo lo amplios y prolongados en el tiempo que hubiera sido deseable. Porque simplemente no había otra opción.

Y, a la vista de los resultados, las cosas no se han hecho tan mal ni nos han ido tan mal (imagínense una ola como nuestra sexta ola pero sin vacunas: ¿de cuántas decenas de miles de muertos podríamos estar hablando?). Lo que no excluye que en muchos aspectos de nuestra lucha frente a covid-19 aún debamos movernos con precaución y prudencia. Todavía es mucho más lo que no sabemos que lo que sí acerca de lo que nos puede deparar el coronavirus SARS-CoV-2 en el futuro.

"En muchos momentos ha habido que tomar decisiones sin disponer de suficiente experiencia previa ni de ensayos clínicos"

Citaba yo en ese artículo una frase del Premio Nobel de Física Richard Feynman que dice así: “Para que la tecnología sea exitosa, la realidad debe tener prioridad sobre las relaciones públicas, pues nadie engaña a la naturaleza”. Me he manifestado contra muchas de las restricciones adoptadas ante las últimas olas de esta pandemia en nuestro medio simplemente por su demostrada inutilidad para frenar contagios y muertos. Pero la pretendida (y anunciada como próxima) retirada de la obligación de usar mascarillas en espacios cerrados y en transportes públicos es otra historia.


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Con una incidencia acumulada a 14 días en torno a 600, ¿a quién queremos engañar? Es más, no vincular de forma estricta una medida de esa naturaleza a tener una incidencia acumulada verdaderamente baja (inferior a 25) es asegurarse de que la sexta ola acabe como alguna de las previas, en una meseta con un número peligrosamente elevado de contagios, favoreciendo la génesis de una séptima ola en cuanto nuestro comportamiento social se relaje algo más en lo que atañe a la prevención de contagios.


Protección frente a contagios

Las medidas básicas de protección frente a contagios ante el coronavirus SARS-CoV-2, con énfasis en buena ventilación (o purificación del aire con filtros HEPA) y mascarillas en espacios cerrados (o en espacios abiertos con aglomeraciones) han llegado para quedarse por una larga temporada. De otras restricciones, tan dañinas como inútiles, deberíamos olvidarnos. Las vacunas esterilizantes aún forman parte de nuestros mejores sueños. Algunos tratamientos potencialmente eficaces frente al virus tienen un enorme gancho mediático, pero aún deben salvar muchos obstáculos para ser una alternativa real para la mayoría de los contagiados de mayor riesgo de covid-19 grave y para estar disponibles en el momento oportuno, que es cuando son eficaces. Con una atención primaria saturada, las pérdidas de oportunidad serán a menudo inevitables.

Aún desconocemos la magnitud clínica que tendrá la covid-19 persistente y a qué secuelas nos enfrentaremos a medio y largo plazo. Cualquier médico clínico sabe, por ejemplo, que muchas enfermedades autoinmunes, a veces muy graves, se desencadenan a menudo en pacientes predispuestos tras infecciones virales diversas y leves. Así que mucho contagiado leve por la covid-19 es mejor que mucho contagiado grave por la covid-19, pero no es necesariamente una buena noticia. A pesar de todo esto, hay quien piensa que ya casi estamos llegando al punto de suprimir todas las restricciones. Como en Dinamarca. Con el mayor pico de muertos de toda su pandemia. No aprendemos.



Por
Dr. Ángel Pizarro
01/03/2022 - 05:00 Actualizado: 01/03/2022 - 05:42
Más de 10.000 razones para no salir de la sexta ola buscando la séptima (elconfidencial.com)
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