Aunque lo parezcan, los números E- no son perjudiciales para la salud y los aditivos tampoco
No siempre es fácil entender el etiquetado de los alimentos. Para ello, es necesario tener algunas nociones sobre una nomenclatura que a menudo resulta enrevesada para los consumidores, que se alarman sin motivo en muchas ocasiones. Una encuesta realizad por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) revela que un 44% de consumidores suele prestar mucha atención a la etiqueta, mientras que el 47% asegura mirarla solo por encima y el 9% nunca la lee. El motivo principal de este desinterés es el temaño de la letra, demasiado pequeña para la mayoría de usuarios. Las dificultades con el tamaño de la letra aumentan en los mayores de 60 años y resulta un problema para más del 70% de los encuestados de esta franja.
En las etiquetas
La fecha de caducidad y consumo preferente es la información más consultada
Entre los principales reclamos para los consumidores figuran, por este orden: sin azúcares añadidos, bajo contenido de grasas saturadas, bajo en calorías, bajo contenido de sal y sin aditivos artificiales. Por otra parte, la principal información que consultan los consumidores en las etiquetas es, también por orden: fecha de caducidad o consumo preferente (sin embargo, la mayoría de encuestados no conoce bien la diferencia entre ambos conceptos), lista de ingredientes, tabla de información nutricional, lugar de origen o procedencia e instrucciones de uso/cocinado. La OCU también señala que un 44% de personas mayores de 60 años declaran que les resulta difícil comprender el etiquetado y solo el 24% lo encuentra fácil.
Esta complejidad se traduce en una serie de reticencias por parte de algunos consumidores que a menudo son injustificadas. Lo explica el profesor del departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Granada, Rafael Bailón Moreno, que también da clases en el grado de Ciencia y Tecnología de los Alimentos: “Mucha gente tiene miedo de la composición de los alimentos cuando se encuentra con nombres a priori incomprensibles, como ocurre con los números E-, por ejemplo. Son temores infundados, ya que todos y cada uno de los ingredientes que aparecen en los listados son completamente seguros y aunque en ocasiones las etiquetas parezcan una maraña difícil de entender, todos los aditivos alimentarios están testados por la Unión Europea para que sean, sin ningún genero de duda, seguros en las cantidades permitidas”, explica el experto.
Todos los aditivos alimentarios están testados por la UE para que sean seguros en las cantidades permitidas"
Coincide con él la dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos Beatriz Robles, quien recuerda que “los aditivos son seguros, ya que para que uno de ellos figure en la lista de los que acepta la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) debe haber detrás una sólida evidencia científica que en ningún caso pueda inducir al error: las listas están súper afinadas”. Para Robles, “lo malo de algunos productos con listas interminables de ingredientes, como es el caso de muchos ultraprocesados, no son los aditivos, sino su perfil nutricional, ya que suelen contener harinas refinadas, azúcares, grasas insanas poco saludables, sal y otros ingredientes combinados para hacer una mezcla irresistible y poco saludable”.
Bailón Moreno recuerda, por su parte, que las autoridades sanitarias hilan tan fino “que incluso prohíben algunos aditivos en combinación con otros, es decir que un solo aditivo se puede añadir en determinadas cantidades a un alimento concreto pero en otras mucho menores en otro tipo de productos”. El experto afirma, sin embargo, que “tener miedo a lo desconocido es humano” y aboga por ampliar y mejorar las campañas para informar sobre el etiquetado al grueso de la población. “Dado que parte de la industria puede tener cierto interés en que la información no quede clara, en vender determinadas motos, la misión de las autoridades debería ser intentar que toda esta información sea lo más transparente posible para el consumidor”, explica el profesor de la Universidad de Granada. Estos son algunos de los aspectos a tener en cuenta:
Los ingredientes, siempre en orden descedente
Lo primero que hay que saber es que en una lista de ingredientes, estos siempre se ordenan de más a menos. Es decir, que el primer ingrediente que figure en la lista es el que aparece en mayor cantidad en el producto, mientras que el siguiente será el segundo con más presencia y al final de la lista aparecerán aquellos que están incluidos en menor medida, en ocasiones ínfima. Esto ya es un buen indicador de qué nos vamos a encontrar y, en palabras de Bailón Moreno, “una buena manera de saber si aquello que dice el envase es verdadero o falso”. El experto recuerda que en muchas ocasiones “algunos envases anuncian de forma muy llamativa la presencia de determinado ingrediente y luego al mirar la lista nos damos cuenta de que está el último, lo que significa que su presencia es muy reducida”.
En las etiquetas
El primer ingrediente que figure en la lista es el que aparece en mayor cantidad en el producto
Los diferentes nombres del azúcar y los edulcorantes
Un buen ejemplo de esta tendencia es, según Bailón Moreno, un producto que encontró recientemente en el supermercado. “El envase vendía que estaba edulcorado con stevia, en letras bien grandes, pero a la hora de la verdad, al mirar la etiqueta, se podía comprobar que el ingrediente principal era la sucralosa (otro potente edulcorante) y que solo contenía un 8% de stevia”. Esto ocurre porque, en el caso de los edulcorantes, la nomenclatura importa: “Términos como sacarina o stevia tienen relativa buena fama frente a otros edulcorantes, de manera que muchas empresas añaden un pequeño porcentaje de estas solo para poder anunciarlas en sus paquetes, aunque su presencia sea menor”, explica Bailón Moreno.
Por otra parte, los nombres acabados en el sufijo “osa” (glucosa, dextrosa, sacarosa, lactosa…) son monosacáridos y disacáridos añadidos, es decir “una manera de denominar a los azúcares libres, que son aquellos que deberíamos eliminar de la dieta”, explica, por su parte, Robles. Otras fuentes de estos azúcares son los siropes y jarabes, “que tienen cierta buena fama injustificada, porque aunque tengan un origen distinto tienen el mismo efecto sobre el organismo”.
Los números E- no son perjudiciales para la salud
Los números E- son una de las grandes fuentes de confusión a la hora de interpretar las etiquetas, ya que son muchos los consumidores que los tachan directamente de perjudiciales, en muchos casos con el argumento de que son aditivos artificiales. Ninguna de las dos cosas es cierta. “Para empezar, que una cosa sea buena o mala no depende de si es natural o artificial –asegura Bailón Moreno–. Existen sustancias naturales perjudiciales, desde el veneno de las serpientes al cianuro o el monóxido de carbono, y otras artificiales que no lo son. Las sustancias no son tóxicas o no dependiendo de su naturaleza”, subraya el profesor.
En el caso de los números E-, “son sustancias que han sido estudiadas en profundidad, de forma individual, por la Unión Europea. Si se han puesto en el mercado es porque han pasado unos controles exhaustivos y cuentan con un sólido respaldo científico”. Entre estos E- que tanto tensan a buena parte de los consumidores, encontramos algunos que son naturales y otros artificiales, pero todos ellos “han sido diseñados para proteger la salud del consumidor, no para perjudicarla”. Así pues, el E-101 es riboflavina, que no es más que una vitamina, mientras que el E-160d es licopeno, un colorante natural presente en numerosas plantas y frutas de color amarillo y rojo. Otro ejemplo es el E-306, un aditivo de la familia de los antioxidantes muy común en la naturaleza, presente en aceites vegetales como el de soja o girasol.
Los nombres engañan
Es habitual que los nombres enrevesados generen una mayor reticencia en los consumidores. Un buen ejemplo es el ácido ascórbico, que adquiere diferentes connotaciones en función de cómo se denomine. “El ácido ascórbico no es más que la vitamina C presente, por ejemplo, en el zumo de limón. Se hizo un estudio con un grupo de estudiantes de cocina que revelaba que cuando se hablaba de ácido ascórbico se acogía con reparo, mientras que si decías vitamina C la percepción era positiva y si decías zumo de limón la acogida era neutra”, explica Bailón Moreno.
El ácido ascórbico no es más que la vitamina C presente, por ejemplo, en el zumo de limón"
La diferencia entre ingredientes y aditivos
A menudo, las diferencias entre ingredientes y aditivos son tan sutiles que incluso los consumidores bien informados tienen dificultades para distinguirlos. “El aditivo es algo que se añade al producto original para conservarlo o aportar un sabor, color, textura o propiedades determinadas. Si el producto no tuviese este aditivo seguiría siendo esencialmente el mismo. Por el contrario, el ingrediente forma parte de la propia idiosincrasia del alimento, y si no lo tuviese este dejaría de ser el que es”.
Esto significa que algunas sustancias pueden funcionar como ingrediente o como aditivo en diferentes productos. Es el caso de la sal. “Es posible añadir cloruro sódico a determinados alimentos para potenciar su sabor, de manera que funciona como aditivo, pero existen otros en que la sal es un ingrediente propio, como es el caso del chorizo y otros embutidos. En ellos, la sal funciona como ingrediente, ya que disminuye el contenido de agua y hace que la carne original se reseque, lo que da lugar al embuitido como tal”, señala. Esto puede originar confusiones, ya que “podemos interpretar que un salchichón que se vende como libre de aditivos no contiene sal. No es cierto: lleva grandes cantidades de sal, pero como ingrediente, no como aditivo”, explica el profesor.
No es el único ejemplo. Bailón Moreno explica el caso de una leche que se comercializa como libre de aditivos y de números E-. “Ahí hay maldad, ya que en primer lugar no es necesario añadir aditivos a la leche y aquí se insinúa que otras marcas los tienen. Además, se da a entender que los números E- son peligrosos, cuando precisamente están ahí para proteger la salud”.
En busca del aceite de palma
En primer lugar, que un producto se publicite como libre de aceite de palma no significa forzosamente que sea saludable, ya que puede contener otras grasas igualmente poco recomendables, además de grandes cantidades de azúcar, sal o harinas refinadas. Dada la mala fama cosechada por este tipo de grasa, solemos encontrarla en las etiquetas como aceite de palmiste, palmoleina, manteca de palma o sodium palmitante. En otras ocasiones, puede aparecer en las etiquetas bajo el genérico de “grasa vegetal (palma)”.