miércoles, 3 de mayo de 2023

Reciclar no te hace ecologista: 10 hábitos que creías sostenibles y no lo son







La Comisión Europea ha plantado cara al 'greenwashing' y se propone legislar sobre el falso posicionamiento ecológico que en los últimos años han tomado cientos de marcas, muchas de ellas de moda. Pero, entre tanto, este discurso de la sostenibilidad ha calado en la población, cristalizando en un puñado de aparentemente buenos hábitos que, sin embargo, no son tan buenos.







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Comprar vaqueros orgánicos (pero desgastados). La mala fama de la prenda, considerada una de las más contaminantes que existen, se debe a que en su fabricación suelen gastarse entre 2.000 y 4.000 litros de agua. De ahí que, de un tiempo a esta parte, las firmas hayan decidido comercializar vaqueros "sin agua" o con muy poca cantidad. De lo que apenas se habla es del proceso de desteñido del índigo, que, en la mayor parte de los casos, requiere una cantidad de tóxicos que derivan en enfermedades crónicas para quien los fabrica. Durante algún tiempo (no el suficiente) los medios alertaron de la técnica del chorro de arena para crear el efecto envejecido, una rutina que produce silicosis a medio plazo. Pero no es la única: un vídeo viral recorre Twitter estos días en el que se ve a una mujer con mascarilla destiñendo y provocando rotos a un par de tejanos repleta de tinte y fibras azules en rostro y brazos.



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No todo lo natural es sostenible. Puede que los tejidos naturales sean biodegradables, pero eso no quiere decir que su cultivo sea beneficioso para el planeta. El índice Higg, uno de los más utilizados (aunque controvertidos) para medir la sostenibilidad real de ciertos productos, considera, por ejemplo, que la producción de seda es devastadora para el planeta, debido a la cantidad de agua que necesita y al "agujero" que provoca en la biodiversidad (hay que matar a los gusanos de seda y conservar el capullo para confeccionarla). Pero la palma se la lleva el cashmere. Considerado uno de los tejidos más nobles y lujosos que existen, su demanda ha hecho que las cabras sean maltratadas para producirlo en grandes cantidades y que el superávit de esta especie esté acabando con la biodiversidad de Mongolia y algunas zonas de China. Como en todo, cuanto más barato es el cashmere, suele haber más crueldad en su creación.



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No hay cosmética sin química. La moda de la belleza orgánica está más cubierta de sombras que de luces. Como relataba este artículo reciente en S Moda, ni la etiqueta "cruelty free" sirve de mucho (lleva años siendo ilegal testar en animales en Estados Unidos y la Unión Europea) ni es posible realizar cosméticos sin químicos. De hecho, contamina menos crear una molécula en un laboratorio que cultivar a gran escala ingredientes que más tarde serán mezclados con químicos en ese mismo laboratorio.



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Reciclar sin control. Otra práctica cada vez más habitual con más sombras que luces. Hasta el momento, las prendas que están confeccionadas con mezcla de materiales no pueden reciclarse, así que entregarlos en un contenedor para ello es, directamente, perder el tiempo. Por otro lado, un editorial reciente en Business of fashion se preguntaba con bastante acierto si "esa práctica de ciertas marcas de entregar la ropa usada para reciclar no será una forma de seguir fomentando el consumo", refiriéndose a los descuentos que dichas marcas realizan en prendas nuevas al entregar las usadas. Según la OCU, solo un 0,1% de la ropa entregada para ser reciclada se recicla; cuando se habla de "upcycling", es decir, de prendas realizadas a partir de otras, se habla en realidad de excedentes de tejidos, no de prendas transformadas. Lo mejor, en este caso, es donar, no reciclar.



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Verdades a medias en las etiquetas. Los efectos del greenwashing, es decir, del lavado de cara sostenible de las grandes corporaciones, han hecho que, casi sin darnos cuenta, el discurso sobre la sostenibilidad vaya encaminado solo a las materias primas. Pero ni, como hemos visto, todo lo orgánico es ecológico, ni todo lo reciclado es totalmente reciclado (la mayoría solo tienen de reciclado algunos elementos mínimos) ni, por supuesto, todo lo ambientalmente limpio es laboralmente justo. Nos han acostumbrado a leer la etiqueta mirando solo el material y no la procedencia: prendas "orgánicas" producidas en Bangladés o Camboya, tejidos "ecológicos" producidos en masa en China... Incluso aunque en estas zonas (que no suele ser el caso) las condiciones laborales fueran las adecuadas, ¿cuánto cuesta en términos de polución transportarlas y distribuirlas? Lo mismo que comprar alimentos de agricultura sostenible procedentes de otros continentes, más o menos.



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Una bolsa de plástico no es un drama. Varios estudios realizados por la Comisión Europea concluyen que hacer una bolsa de plástico contamina tres veces menos que hacer una de papel. Esta última debería ser usada tres veces para igualar el impacto de la primera. De hecho, la diferencia es que el plástico no es biodegradable, y el papel sí, pero en esta última década, tras todo lo que hemos aprendido demonizando el plástico, a muy poca gente se le ocurriría no dar varios usos a una bolsa de este material (aunque sea como bolsa de basura) y sí tiramos a cada rato vasos y bolsas de papel. No hay solución limpia en este caso, pero sí debería haber un equilibrio entre el rechazo al plástico y el abrazo al papel.



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La bolsa de tela no te hace ecologista. “¿Vosotros sabéis lo que significa fabricar todo este textil, transportarlo (…)? Todo este algodón que no sabemos dónde está producido, no sabemos dónde está ensamblado, no sabemos dónde está teñido, ¿vosotros creéis que es más ecológico que el plástico?”, explicaba el pasado otoño en un vídeo el artista Rodrigo Cuevas respondiendo a la pregunta de por qué no iba a incluir más tote bags en su merchandising. Lo cierto es que la gran alternativa sostenible al plástico o al cuero no lo es tanto, teniendo en cuenta que en cada esquina regalan una, que las acumulamos en los armarios y que nadie se pregunta cómo están hechas, aunque lógicamente producir una bolsa de algodón quema más recursos que producir una de plástico. Para amortizar el impacto de su confección, deberíamos usar la misma bolsa de tela 7.000 veces. Hagan cuentas.



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¿Hay que rechazar lo sintético? No hay aún respuesta para esa pregunta, pero lo cierto es que las fibras sintéticas como el náilon y el poliéster, aunque no son biodegradables, son las más fáciles de reciclar, dando una segunda vida (esta vez sí) a los sobrantes y los desechos. En el caso de la llamada piel vegana, el tema es más peliagudo, porque la mayoría está hecha a base de acrílicos, altamente contaminantes (casi tanto como la muy tóxica curtición del cuero de forma masiva). La solución pasa por no utilizar piel, ni natural ni sintética y, de hacerlo, tener en cuenta que el origen de la segunda sea vegetal.



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Sellos poco oficiales. Si algo le gusta a la moda supuestamente sostenible son los certificados, de calidad, de uso de materiales orgánicos, de ausencia de pesticidas...pero pocos de estos certificados son oficiales, muchos de ellos están autocertificados por las propias marcas de origen o por asociaciones a las que les conviene darse visibilidad. Solo los gestionados por organismos gubernamentales, como el certificado Cradle 2 Cradle (que certifica que una prenda es completamente reciclada y reciclable) son fiables, pero aún exite una vacío legal con respecto a este tema.



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La incógnita de la botella de agua. Parece que las botellas de plástico usadas son el elemento favorito de la moda. No hay marca que no diga que ha utilizado tal o cual número para convertirlas en tejido. Pero, teniendo en cuenta el uso que se da a una botella y a una prenda, ¿no sería más útil convertir estas botellas usadas en botellas nuevas?