Se ha demostrado que el lamento crónico tiene un impacto significativo en la salud emocional, mental e incluso física de las personas.
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El breve encuentro está marcado desde el principio por la queja sistemática.
En pleno siglo XXI, las sociedades desarrolladas aceptan este tipo de actitud como una forma rutinaria de interacción social. De hecho, es bastante frecuente escuchar quejas sobre el tráfico, el clima, el trabajo o las dificultades económicas. Para muchos, es algo inofensivo e incluso terapéutico, porque les sirve de desahogo emocional.
Sin embargo, se ha demostrado que el lamento crónico tiene un impacto significativo en la salud emocional, mental e incluso física tanto de quienes se quejan como de quienes reciben los comentarios pesarosos.
Un fenómeno cotidiano
Aquí abordaremos la expresión repetida de insatisfacción, frustración o malestar por situaciones percibidas como negativas. Se trata de un fenómeno casi universal que puede extrapolarse a contextos familiares, laborales y sociales.
Lejos de una visión catastrofista, quejarse ocasionalmente es una parte normal de la experiencia humana. El desgaste emocional y fisiológico ocurre cuando ese talante negativo invade nuestras rutinas diarias.
Pero ¿por qué nos quejamos tanto? Algunos expertos consideran que actúa como un mecanismo de afrontamiento a través del cual liberamos tensión o buscamos validación.
Concretamente, se ha observado que mediante la queja buscamos que aprueben nuestra opinión o percepción, como si se tratara de un bucle.
Hasta aquí, funciona como una estrategia de presentación ante nuestro grupo social; es una función adaptativa del ser humano.
El problema es cuando se cronifica y extiende a numerosos contextos.
Es una situación que empeora con el uso y abuso de las redes sociales, donde es frecuente que personas influyentes en las poblaciones más jóvenes dediquen gran parte de su contenido a despotricar sobre esto y aquello como estrategia de captación de seguidores o para crear debate e intercambio de comentarios.
Impacto en el cerebro y la salud mental
Aunque es un campo de investigación pionero y requiere más estudios, la neurociencia ya se ha adentrado en la etiología y las consecuencias de la queja.
Diversas investigaciones han confirmado que el cerebro humano está diseñado para identificar amenazas y problemas, lo que explica por qué es tan fácil centrarse en lo negativo y por qué algunas personas tienden a quejarse más que otras.
Se trata de un mecanismo evolutivo con un origen protector: el cerebro tiende a fijarse en lo negativo porque le permitía enfrentarse a un peligro real hace miles de años y aumentaba las opciones de supervivencia.
Este efecto, denominado sesgo de negatividad, puede volverse contraproducente en el entorno moderno, ya que focalizarse en lo malo de manera continua puede alterar la forma en que las personas ven el mundo y promover así nuevas interacciones como las que se basan en la queja.
Algunos estudios señalan que el acto de lamentarse puede provocar cambios estructurales en el cerebro que, a su vez, generan problemas en la resolución de problemas y la función cognitiva.
Esto significa que las personas quejumbrosas pueden pueden ver mermadas funciones como la resolución de problemas, la toma de decisiones o la planificación. Esto genera aún más frustración y, en consecuencia, más quejas.
Además, se ha observado que la queja cotidiana se correlaciona con la sintomatología ansioso-depresiva.
En concreto, con pensamientos intrusivos, rumiaciones, baja autoestima, cansancio y fatiga mental. Por ello, los individuos que no paran de lamentarse por todo suelen ser más pesimistas y menos resilientes frente a las adversidades.
Estrategias para cambiar de actitud
A continuación explicamos algunas de las formas de interacción y afrontamiento más recomendadas en consulta psicológica:
Practicar la gratitud. Centrar la atención en el momento con el foco en lo que tenemos favorece el agradecimiento. Registrar las cosas por las que podemos sentirnos agradecidos en un diario ayuda a cambiar la perspectiva.
Buscar soluciones. Hacer, por ejemplo, una lista de posibles acciones para mejorar una situación nos da una sensación de control y reduce la frustración.
Prestar atención a nuestras palabras. La psiconeurolingüística nos enseña que ser consciente del lenguaje que utilizamos y modificarlo para que sea más positivo o neutral nos puede ayudar a cambiar el patrón de pensamiento.
Establecer límites con los demás. Se trata de un mecanismo de protección. Supone, por ejemplo, evitar conversaciones que se centren demasiado en lo negativo o proponer un enfoque más constructivo para los problemas.
Sin duda, ser consciente del hábito malsano de quejarse sin descanso e intentar cambiarlo es esencial para mejorar la calidad de vida. Es un objetivo que forma parte del crecimiento personal de cada individuo y que se puede reforzar con el apoyo de la terapia psicológica.
Antes de quejarse otra vez, tenga en cuenta los efectos cerebrales, emocionales y sociales que conlleva. Y recuerde: la queja no es negativa si no se cronifica. No somos perfectos, somos humanos.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
- María J. García-Rubio
- The Conversation*