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Envase de toallitas en las aguas de Magaluf, Mallorca.
(OCEANA/E.Talledo)
El problema de las toallitas húmedas tiene mala solución pues requiere una respuesta muy difícil de activar, especialmente en estos tiempos: la colaboración ciudadana
Las escenas en las playas se repiten cada verano. “Qué asco” dice la enojada bañista que sale del agua sacudiendo el brazo para librarse de una toallita húmeda que se le ha enganchado. Igual repugnancia siente un aprendiz de buceador que saca la cabeza con otra colgándole del tubo y las gafas. O el chaval que las encuentra tendidas al sol en las rocas. Pero ¿de dónde salen tantas toallitas? se preguntan. Y la respuesta es muy simple: de nuestros retretes.
El problema de las toallitas húmedas hace tiempo que se nos fue de las manos para adquirir tintes de desastre. Un desastre ecológico y económico. Los números son una barbaridad, no tienen sentido. En 2023 los servicios de mantenimiento del ayuntamiento de San Sebastián retiraron de la red de saneamiento cerca de trescientas toneladas de toallitas húmedas que se habían acumulado y apelmazado generando un gigantesco gusano: el llamado 'monstruo de las toallitas'.
Ese mismo año en Sevilla, la empresa que gestiona el ciclo integral del agua en la ciudad, Emasesa, retiró otras 755 toneladas: el equivalente a un edificio de diez plantas. Los costes de la retirada y gestión de este residuo doméstico para el ayuntamiento hispalense, es decir para todos los sevillanos, superaron los cinco millones de euros. Lo dicho, un disparate. Pero hay más. En Málaga la empresa municipal de aguas, Emasa, recogió en 2023 más de dos mil trescientas toneladas de toallitas húmedas: aproximadamente la misma cantidad que había recogido el año anterior. El coste para el bolsillo de los ciudadanos fue también millonario.
En Valencia, donde la situación es especialmente grave, la Entidad de Saneamiento de Aguas Residuales (EPSAR) y el ayuntamiento llevan retiradas 7.500 toneladas de toallitas solo del colector norte, con doce millones de euros de gasto. Lo más fuerte es que, ante la gravedad del problema el consistorio valenciano aprobó en 2015 una ordenanza municipal que prohibía arrojar estos residuos por el váter con multas de hasta tres mil euros para los irresponsables. Algo que al parecer no ha conseguido disuadirlos.
En el Área Metropolitana de Barcelona (5,5 millones de habitantes) las estaciones depuradoras recogen cada año cerca de cinco mil toneladas de toallitas. En la Comunidad de Madrid los números son todavía más estratosféricos, rozando lo increíble: cada año se recogen más de 30.000 toneladas de residuos que no deberían ser arrojados por el váter, en su mayor parte toallitas húmedas. El Canal de Isabel II, la empresa pública encargada de la gestión del ciclo del agua en la Comunidad, ha invertido decenas de millones de euros en labores de mantenimiento, reparación y equipamiento específico para controlar este tipo de residuo.
Una ruina también económica
El impacto económico de este ya viejo problema es altísimo. Desde la Asociación Española del Agua Urbana, DAQUAS, llevan años alertando de ello. Según sus cálculos a nivel estatal la factura por los atascos provocados por las toallitas en las diferentes infraestructuras públicas de saneamiento podría rondar ya los trescientos millones de euros anuales. Y como no se cansan de recordar los gestores de aguas residuales, sin la colaboración de todos, desde fabricantes y distribuidores hasta consumidores finales, la situación no va a dejar de empeorar en los próximos años.
Porque el problema no es que en España se consuman más de quince kilos por persona y año, la cifra más alta de toda Europa. El verdadero problema es que, como demuestran los diferentes estudios sobre hábitos de consumo, la mayor parte de esas toallitas (limpiadoras, hidratantes, desmaquilladoras, higienizantes: de todo tipo y tamaño) se desechan a través del inodoro. Y no hay manera de lograr la colaboración de las marcas ni de sus clientes.
A pesar de haber suscrito un código de buenas prácticas en el etiquetado, los fabricantes siguen empleando fibras plásticas que no se degradan en el entorno. Asimismo, pese a incorporar recientemente un pequeño logo, los envases siguen sin dar la relevancia debida a la prohibición de arrojarlas por el váter. Es más, algunos distribuidores siguen ofreciéndolas como ‘papel higiénico húmedo’, animando al consumidor a tirarlas al váter con total tranquilidad, pese a que numerosos estudios demuestran que no se desintegran en el agua.
Pero como decíamos el verdadero problema no está en el "uso desaforado" de toallitas húmedas, como denunciaba hace ya más una década la Organización de Consumidores y Usuarios, OCU, sino en la gestión irresponsable como residuo que hacemos por nuestra parte. Un problema al que no se va a dar solución apelando tan solo a la responsabilidad ciudadana.
Hace más de una década que se vienen organizando campañas de sensibilización de todo tipo, tanto públicas como privadas, para pedir la colaboración de la sociedad a resolver este serio problema medioambiental. Los centros educativos, las oenegés y los medios de comunicación hemos participado activamente en el intento de generar esa conciencia, en ocasiones mostrando imágenes tan impactantes como la de la famosa 'isla de las toallitas' del Guadalquivir. Pero el esfuerzo ha resultado en vano.
Ya es hora de legislar
Lo que se requiere llegados a este punto es una gobernanza más responsable. Una administración menos timorata a la hora de enfrentarse al lobby que gestiona y defiende los intereses de este feroz sector del gran consumo. Un sector dominado por un puñado de grandes multinacionales, que son las que fabrican y proveen a las diferentes marcas de producto y no están dispuestas a frenar el negocio.
Ante esta situación son muchos los que exigen prohibir las toallitas, por lo menos aquellas que contengan trazas de plástico, como hace Reino Unido. Sin embargo, más allá de los costes medioambientales asociados a su fabricación y distribución (que no son bajos) hay que insistir en que el verdadero problema no está en la producción de las toallitas húmedas sino en lo que hacemos los consumidores tras usarlas. Si acabasen en el contenedor de la fracción resto de las basuras (el gris) el impacto sería infinitamente menor. Por eso resulta tan importante el compromiso individual.
En su ausencia, en ausencia del civismo, es necesario establecer una normativa más ambiciosa. Una ley que, además de regular su fabricación y comercialización, establezca las normas para su correcto desecho como residuo. Algo a lo que pretende contribuir el borrador del proyecto de real decreto ley elaborado por el Gobierno, cuyo período de alegaciones acaba de finalizar.
Para muchos este normativo es demasiado ambiguo, pues exige a los productores unas medidas de adaptación demasiado tímidas, sin fijar los mecanismos adecuados para prevenir su vertido incontrolado y sin aclarar las verdades y mentiras sobre su uso. Medidas tan imprecisas como la de “alcanzar los objetivos de prevención y gestión que puedan establecerse”, avanzar hacia una “reducción en peso del contenido plástico mediante el ecodiseño” o que el productor asuma los costes derivados de su recogida. También se fijan unos objetivos de reducción del 30% para 2030 y del 60% en 2040, pero no se especifican los mecanismos concretos para alcanzarlos.
Mientras llegan esas leyes, la mayoría de las toallitas que se consumen en nuestro país seguirán arrojándose al váter para que en menos de un mes muchas de ellas regresen a la costa y acaben cubriendo playas, estuarios y otros espacios naturales recordándonos que tenemos un grave problema sin resolver.
Un reciente estudio multidisciplinar llevado a cabo por investigadores de la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC) y la Universidad de Barcelona (UB) ha logrado demostrar que alrededor del 90 % de la basura flotante que llega al mar, entre ella las toallitas húmedas desechadas a través del inodoro, regresa a la costa en un periodo de 28 días. Así, si estos días te das un baño en el mar y al dar una brazada se te engancha una toallita húmeda, es porque hace un mes algún irresponsable la tiró por el váter.