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Un chico bebe agua en Madrid.
(Europa Press/Ricardo Rubio)
Se dice que favorece el tránsito intestinal y que potencia la sensación de saciedad. Sin embargo, ¿sería recomendable sustituir el agua sin gas por la gasificada?
A estas alturas, a nadie se le escapa que, para estar perfectamente hidratado, el organismo necesita alrededor de 2 litros de agua al día. Ahora bien, ¿significa esto que para cumplir con el precepto deberíamos beber, sí o sí, ocho vasos de agua, o podríamos obtener los niveles de hidratación adecuados mediante de otras vías, como el agua que aportan los alimentos o el consumo de otras bebidas, como, por ejemplo, el agua con gas?
Precisamente, desde hace un tiempo, el consumo del agua gasificada está ganando adeptos entre la población. Los motivos que justifican esta tendencia se reparten entre la salud y el simple gusto de sentir las burbujas en la boca. Esto último, entra dentro de lo personal, y ahí no hay nada que decir. Sin embargo, respecto a la salud, la pregunta clave sería: ¿es el agua con gas más beneficiosa que el agua sin gas?
Aunque es cierto que el agua no tiene rival desde el punto de vista nutricional, también lo es que “el gas carbónico añadido al agua no supone un riesgo para la salud de las personas sanas”, aclara María Barado Piqueras, profesora y directora académica del Área de Nutrición y Deporte de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
De hecho, “aunque puede provocar sensación de hinchazón, eructos o molestias digestivas leves en algunas personas, especialmente si se consume en grandes cantidades o con rapidez, se elimina fácilmente a través de la respiración”, asegura la experta quien, además recalca que “no se han identificado efectos negativos relevantes asociados a su consumo moderado”.
Por otro lado, desde el punto de vista de la hidratación, ambas opciones (con y sin gas) son equivalentes. “No hay evidencias que indiquen que el agua con gas hidrate mejor que la sin gas. La elección entre una u otra puede basarse en preferencias personales o en la tolerancia digestiva”, concluye.
¿Qué hay de cierto en sus posibles beneficios?
Hemos visto que el agua con gas es una bebida que no entraña riesgos para la salud. Pero ¿se le pueden atribuir beneficios propios y exclusivos? Según la experta “existen estudios que sugieren que el agua con gas puede favorecer la motilidad gástrica y contribuir a aliviar la sensación de pesadez tras las comidas. En algunos casos, también puede ayudar a estimular el tránsito intestinal, lo que resulta útil en personas con estreñimiento funcional leve. Sin embargo, estos efectos no son universales y dependen de la tolerancia individual".
Por tanto, parece que no hay nada que impida que este tipo de agua forme parte de una dieta saludable, ya que “no contiene calorías, azúcares ni edulcorantes (salvo en versiones saborizadas)”, apunta Barado quien subraya que “es una alternativa adecuada a otras bebidas con contenido calórico o azucarado, siempre que su consumo no sustituya por completo al de agua sin gas”.
De modo que su consumo es perfectamente admisible. Ahora bien, ¿existe una cantidad diaria máxima? La profesora de la UNIR señala que “esta bebida puede formar parte del total de líquidos recomendados diariamente, el cual suele situarse en torno a los 1,5 y 2 litros. Y es que, no existe una cantidad diaria específica establecida para el agua con gas. Se considera que, en personas sanas, un consumo moderado, como uno o dos vasos al día, es perfectamente seguro. Si se presentan molestias digestivas, conviene ajustar la cantidad o frecuencia”.
"Es una alternativa adecuada a otras bebidas con contenido calórico o azucarado"
Por otro lado, probablemente debido a la distensión gástrica que produce el gas, “hay estudios que le atribuye la propiedad de aumentar la sensación de saciedad. Esto podría contribuir a controlar el apetito en ciertas situaciones. Sin embargo, no debe considerarse una herramienta principal para la pérdida de peso”, advierte Barado.
Casos en los que se desaconseja
La experta recalca que un consumo moderado de agua con gas en personas sanas no conlleva riesgo alguno para la salud. Sin embargo, advierte que “en personas con trastornos como el reflujo gastroesofágico o la gastritis, el agua con gas puede agravar los síntomas, al aumentar la presión en el estómago o estimular la secreción ácida. En estos casos, es aconsejable limitar o evitar su consumo, y seguir las indicaciones del profesional sanitario”.
Asimismo, “en personas con mayor sensibilidad digestiva, como algunas embarazadas o adultos mayores, es posible que genere molestias, por lo que conviene valorar la tolerancia individual”. Y añade: “En niños, no existe una necesidad específica de consumir agua con gas, pero no está contraindicada si se toma de forma ocasional”.
Por último, la profesora nos recuerda que “el agua con gas tiene una acidez ligeramente superior a la del agua sin gas debido al CO₂, lo que podría contribuir a la erosión dental si se consume en grandes cantidades y de forma continuada. No obstante, -continúa- su potencial erosivo es mucho menor que el de bebidas como refrescos o zumos ácidos. Tomarla con moderación y no mantenerla en la boca ayuda a minimizar cualquier riesgo”.