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Píldoras. (iStock)
En los últimos años, ha ido ganando protagonismo por su posible influencia en la prevención de enfermedades crónicas y en la reducción de la mortalidad general
La vitamina D lleva años en el foco de atención. Primero por su papel esencial en la salud ósea. Luego por su influencia en el sistema inmune, prevención de enfermedades crónicas e, incluso, longevidad. Pero, en esa maraña de titulares y promesas casi milagrosas, ¿qué dice realmente la ciencia más reciente?
Sabemos que esta vitamina, que más bien se debería considerar una hormona, es clave para absorber calcio y fósforo, y que su carencia puede causar raquitismo en niños o fragilidad ósea en adultos. Hasta ahí, ningún misterio. Las fuentes son conocidas: exposición solar diaria, consumo de lácteos, algunos pescados grasos.
Pero en los últimos años ha ido ganando protagonismo por otro motivo: su posible influencia en la prevención de enfermedades crónicas y en la reducción de la mortalidad general.
Un metaanálisis reciente, que agrupa los datos de 80 estudios clínicos con más de 160.000 personas, encontró una leve reducción de la mortalidad total entre quienes se suplementaban, especialmente en estudios metodológicamente sólidos y con seguimientos largos. Eso sí, no hubo mejoría clara en la mortalidad cardiovascular ni en la aparición de eventos mayores como infartos o ictus. El efecto sobre la mortalidad por cáncer fue modesto, y solo apareció tras años de seguimiento.
Ni panacea ni placebo: dónde actúa realmente
En personas mayores y en quienes tienen poca ingesta de calcio, la vitamina D puede reducir el riesgo de fracturas y caídas, aunque sin milagros. En cuanto a la salud muscular, los beneficios se observan en quienes tenían una deficiencia previa. No esperemos mejoras si los niveles sanguíneos ya eran normales, tal y como explica un artículo publicado en Nature.
Y aunque se le atribuyen efectos sobre el sistema inmunitario —e incluso cierta protección frente a infecciones respiratorias—, la realidad es que los resultados son inconsistentes y varían mucho según el nivel basal de vitamina D, según publican en The Lancet. Lo mismo ocurre con la prevención de la diabetes tipo 2: indicios prometedores, pero todavía lejos de resultados concluyentes.
¿Quién debe suplementarse de verdad?
No todas las personas se benefician igual. Estos son los grupos donde la suplementación está más avalada por la evidencia científica:
- Mayores de 65 años o personas institucionalizadas
- Aquellos con deficiencia comprobada (<20 ng/mL de 25(OH)D)
- Individuos con enfermedad intestinal que impide una buena absorción
- Embarazadas y lactantes, siempre bajo supervisión profesional
En estos casos, la suplementación no solo es útil, sino necesaria. En el resto de situaciones, la evidencia no apoya su suplementación que puede llegar a ser hasta perjudicial.
Suplemento con cabeza, no con impulso
La vitamina D ha protagonizado múltiples titulares y promesas de salud eterna. Y aunque la evidencia científica apoya parte de sus efectos positivos sobre la salud, no estamos ante una varita mágica. La clave está en detectar y corregir el déficit, especialmente en personas vulnerables. Pero suplementar sin necesidad no solo es inútil, sino potencialmente riesgoso.
Ante la duda, no hay algoritmo ni influencer que valga: analiza tus niveles, escucha a tu profesional sanitario y no te dejes llevar por modas.