miércoles, 7 de septiembre de 2011

“Ahora me pongo una tableta de chocolate”


Foto from bloguerosgays.com

Una verdadera "tableta de chocolate"

La falsa tableta de chocolate es la última moda en cirugía estética.
En el Reino Unido se ha vuelto muy popular, especialmente después de que Darryn Lyons, un orondo concursante del Gran Hermano británico, se gastara unas 6.000 libras en implantarse unos abdominales bien marcados que chocaban llamativamente con el resto de su anatomía. Los jocosos comentarios que suscitó tal decisión priorizaron, como asegura María Isabel Casado, psicóloga clínica y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, los aspectos menos relevantes del asunto, ya que la clave del hecho no es el comportamiento caprichoso de una fugaz estrella televisiva sino lo que revelaba de las obsesiones de una sociedad patológica.


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Darryn Lyons presume de sus abdominales implantados
“Hemos situado el tener un cuerpo bello en lo más alto de la escala social y estamos plenamente convencidos de que cuanto más guapos/as somos, más valemos. Eso nos genera muchos conflictos personales”. Y no estamos ante una convicción arraigada sólo entre las generaciones actuales, sino que ha alcanzado ya a las futuras. Como señala Carmen Valle, profesora de psicología de la Universidad CEU- San Pablo, citando los resultados de una encuesta de su universidad, “el 80% de los niños menores de 10 años consideran muy importante ser atractivo para ser feliz en la vida. El mismo porcentaje cree, además, que para tener éxito hay que ser guapo”
Ese tipo de mentalidad está multiplicando el número de intervenciones quirúrgicas que se realizan con el objetivo de remodelar el cuerpo que nos ha tocado en suerte. Como la genética ya no tiene la última palabra sobre nuestro aspecto físico, y como las operaciones se han convertido en algo socialmente aceptado, cada vez son más las personas que confían en la mano del cirujano para rehacer su figura. Sin embargo, advierte Casado, estas operaciones generan más complicaciones psicológicas de las que resuelven y no sólo porque existan riesgos para la salud derivados de la intervención, sino porque hay un número elevado de personas que nunca lograrán estar satisfechas consigo mismas por muchas operaciones a las que sometan. Siempre encuentran una imperfección que corregir y por eso se operan con frecuencia”. Lo que demuestra, asegura Julia Vidal, psicóloga clínica y directora de Área Humana, que la cirugía estética se está convirtiendo en algo que, “como si fuera un simple vestido, te compras si tienes dinero. Y como lo venden tan fácil y tan cómodo, todo se queda a nivel superficial. La gente simplemente piensa que se va a poner unos abdominales o unos glúteos nuevos y no valora cosas tan obvias como que tienes que cambiarte los implantes de mama cada diez años o que puede haber consecuencias graves a causa de la operación”.


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El hombre quiere glúteos nuevos para competir
La novedad es que la moda del bisturí ha alcanzado al hombre, que se ha convertido en un objetivo prioritario para las clínicas de cirugía plástica. El varón ya no modela su cuerpo mediante horas de gimnasio y esfuerzo físico, sino que, señala Casado, “hoy todo está mucho más al alcance de la mano: basta con una operación y ya tiene el cuerpo que quiere”. Para Vidal, el varón ha caído en la trampa con la que lleva décadas tropezando la mujer, como es la de “compararse con esos cuerpos esculturales que aparecen en revistas y carteles publicitarios. El mismo impulso que llevaba a la mujer a obsesionarse con su cuidado físico está penetrando en el hombre. La barriguita feliz se ha terminado: ahora creen que tienen que competir por las mujeres y que no podrán hacerlo si no cuentan con un cuerpo perfecto”. Por eso, es muy frecuente que las operaciones se multipliquen en instantes vitales de inseguridad, como cuando se produce una separación: “muchas personas creen que si tienen unos glúteos nuevos conseguirán antes la pareja que buscan”.
El problema de fondo consiste en que estas soluciones no hacen más que ofrecer una falsa seguridad. “Si un hombre calvo con 38 años se hace un implante de pelo cuando se separa, probablemente tendrá mejor aspecto físico, pero eso no le garantiza que encontrará una pareja, que tendrá mayor seguridad o que se sentirá más a gusto consigo mismo. La mayor parte de la gente no busca al hombre perfecto, sino a una persona con la que compartir la vida y eso no tiene que ver un físico determinado”. Sin embargo, asegura Vidal, como estamos en un mundo que nos recuerda continuamente que el cuerpo se ha convertido en la más significativa tarjeta de presentación, “los hombres también han entrado en ese juego de 'ahora me cambio la nariz, ahora los glúteos'. Y si no se tiene dinero para costear las intervenciones, no hay problema, se pide un crédito”.
“Mi hija no puede tener celulitis”
Para Carmen Valle, esta dependencia de la estética es una auténtica patología social que está consiguiendo que algunas madres pongan botox a sus niñas de cuatro años. Por lo tanto, no podemos considerar este problema aisladamente, como si fueran conductas erróneas de personajes muy concretos, sino que debemos tomarlo como parte de un problema común que resulta muy difícil de combatir. “El dinero que mueve el negocio de la estética es enorme, y lo consigue a base de generar una frustración continua con el propio cuerpo. Los trastornos de la alimentación tienen mucho que ver con esos maniquíes imposibles que los centros comerciales se niegan a retirar.
Esos modelos corporales que no pueden cumplirse hacen que muchas chicas y chicos se sientan frustrados si no les sienta bien la ropa que van a comprar. La inmensa mayoría de la población cree que tiene que mejorar estéticamente y muchos adolescentes viven como un auténtico drama las imperfecciones de su cuerpo”. En consecuencia, cuando las operaciones se llevan a cabo, casi nunca se obtiene lo que se deseaba. “Ninguna cara, cuerpo o aspecto físico te va dar la felicidad, como tampoco te la va a dar tener muchos bienes. Por eso, mucha gente, decepcionada porque no ha conseguido lo que quería, perpetúa las intervenciones quirúrgicas, buscando fuera de sí lo que sólo puede encontrar dentro”.
Para Valle, esta mala relación con el cuerpo forma parte de una deficiencia educativa, ya que “no estamos enseñando a los chicos a tolerar la frustración y a que entiendan que no pueden tenerlo todo. Si nunca les decimos que no, raramente van a aprender a superar los obstáculos, de modo que cuando se encuentran con los primeros problemas no saben qué hacer porque les faltan recursos para afrontarlos”. En lugar de eso, asegura Valle, tendemos a dar siempre a los jóvenes lo que piden: “el regalo más común en EEUU, cuando los hijos cumplen 16 años, es un arma para los varones y una operación de pecho para las chicas. Antes, los padres relativizaban las quejas de los adolescentes, porque entendían que las imperfecciones físicas no eran tan relevantes. Ahora piensan que su hija no puede tener celulitis y le pagan una liposucción”.

Por Esteban Hernández   from elConfidencial.com  06/09/2011

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