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En las últimas dos semanas, los informes multilaterales y privados sobre el diagnóstico de la crisis financiera global han coincidido en la gravedad de la dolencia que acecha a las naciones industrializadas. Sus mensajes inciden en la necesidad de “acciones concertadas” mundiales; intervenciones de los bancos centrales, con el BCE como punta de lanza para “dar un escarmiento a los mercados”; incrementos exponenciales del Fondo Europeo de Estabilización Financiera que evite, por un lado, suspensiones de pagos de deudas soberanas “en cascada” y, por otro, quiebras masivas de entidades bancarias. Además de nuevas recetas de estímulo para espolear unas economías, en especial la estadounidense y las europeas, pero también la japonesa y la británica -entre otras-, en punto muerto tras los planes de austeridad y contención de los déficit fiscales. En síntesis, éstas son las secuelas de la metástasis de tres años de tratamientos inoperantes desde el estallido oficial de la crisis: la bancarrota de Lehman Brothers.
Pero, ¿con qué recursos financieros cuentan las potencias económicas para impedir el colapso, elaborar con urgencia el antídoto que logre devolver la calma a los mercados y reconvertir la estabilidad crediticia internacional? Según las cifras que manejan varios servicios de estudios de bancos de inversión, las reservas y activos que gestionan los grandes bancos centrales, los principales organismos multilaterales y los fondos soberanos más solventes, sobrepasan los 8 billones de dólares. Un arsenal similar al PIB conjunto de China y España en 2011. Sólo las reservas del Banco Central de China superan los 3 billones de dólares. Ver lista mundial.
Ambivalencia europea
La magnitud de esta cantidad debería ser suficiente para satisfacer la voracidad de los mercados y acabar con la incredulidad que manifiestan los inversores internacionales ante las tímidas respuestas europeas y americanas para capear el nuevo tsunami financiero. Y sus dudas. Como la reticencia alemana a elevar hasta 2 billones de euros, como pretende la Comisión Europea, el fondo de rescate europeo, actualmente anclado en 440.000 millones de euros, cantidad que vendría a resguardar a su tercera (Italia) y cuarta (España) economías de la amenaza de suspensión de pagos. O las andanadas de Berlín a cuenta de la tragedia griega, a pesar de que, desde el Ejecutivo comunitario, se admite en privado una quita del 50% del endeudamiento heleno, una de reestructuración ordenada de los vencimientos más inmediatos de su servicio de deuda. Además de servir como línea de financiación que sanear las cuentas de entidades bancarias europeas en dificultades.
Esta estrategia europea, aún no descartada definitivamente por parte de los líderes europeos, presenta argumentos de peso a favor y riesgos visibles y latentes, en contra. Entre los motivos que aconsejan su puesta en marcha destaca su efecto complementario a la táctica del BCE -cuyas reservas internacionales, contabilizadas las del conjunto de los organismos reguladores de los países que conforman el eurosistema, superan los 620.000 millones de euros-, de seguir adquiriendo deuda de socios monetarios en el punto de mira de los mercados. También posibilitaría pasar por alto el vacío estatutario que impide al banco emisor europeo actuar como prestamista de última instancia.
Finalmente, contribuiría a paliar la escasez de recursos admitida por el FMI, que dice contar con apenas 400.000 millones de dólares del fondo de dos billones que acumuló, de manera excepcional, al inicio de la crisis y, en paralelo, minimizaría la alta preocupación que despierta en China, primer acreedor de EEUU y gran adquirente de deuda europea, la compleja coyuntura de elevado riesgo soberano, fragilidad financiera y desaceleración económica en estas latitudes. En un contexto de sobrecalentamiento de la economía del gigante asiático.
Pero, sobre todo, el incremento de la dotación europea y la apuesta por una acción concertada global se explica en las altas necesidades crediticias que, a medio plazo, va a exigir a Europa su combate contra su renovado déficit de solvencia financiera, un cheque al portador que sobrepasaría los 820.000 millones de dólares, calculan los expertos del Fondo Monetario.
Riesgos de intervención
Sin embargo, las intervenciones de los bancos centrales no parecen ser la panacea. Andrés Alonso analiza en Sintetia las consecuencias de la intervención del BCE, que ha venido adquiriendo deuda española e italiana, desde el pasado mes de agosto, una medida que sigue realizando semanalmente y que ha logrado contener la prima de riesgo y reducir la volatilidad de los mercados. Alonso cita a Nassim Nicholas Taleb, el ideólogo del concepto de cisne negro –un acontecimiento de gran impacto, pero difícil de predecir- quien en un artículo en Foreign Affaire, advierte de los efectos de un mercado “artificialmente intervenido”.
A juicio de Taleb, que se centra en la supresión de los flujos de cotización de la deuda en los países árabes por las revueltas sociales en marcha, “los sistemas [financieros] complejos que eliminan artificialmente su volatilidad se vuelven muy frágiles. Algo que acontece en la zona del euro, precisa Alonso, como lo demuestra el hecho de que la rentabilidad del bono de España a 10 años sea artificialmente baja, tanto en valores absolutos como en términos de volatilidad, porque “tenemos un comprador sosteniendo el mercado detrás, pero no al mercado libre fluctuando en búsqueda de equilibrio”.
Taleb incide en que, “para tener un sistema robusto, los riesgos deben ser visibles y abiertamente conocidos por todos los agentes” económico-financieros. Algo que, trasladado a la órbita europea -precisa Alonso- supone que “la zona del euro es más estable, pero más rígida”, lo que induce a presagiar que, si los rigores del credit-crunch golpean de nuevo, “la fractura puede ser total”. En su opinión, un nuevo choque financiero “puede quebrarlo todo, pues no hay flexibilidad (volatilidad) para absorber sus impactos”. En definitiva -alerta- “la realidad en la zona del euro es que somos más frágiles” tras las intervenciones del BCE.
Baile de divisas
Más a largo plazo, la repercusión de una acción concertada global de gran calibre puede acarrear un notable baile de divisas. Sin descartar la fuga de valores refugio. Sin ir más lejos, el oro, en particular, y los metales preciosos en general, han reducido considerablemente su cotización en las últimas semanas, al igual que las principales materias primas, con el petróleo bajando hasta la barrera de los 100 dólares, una estela que han seguido también la práctica totalidad de los productos agrícolas. Sin olvidar la reciente decisión del Banco Nacional Suizo de fijar un tipo de cambio mínimo de 1,20 francos por euro en un intento de frenar “de forma sustancial y sostenida” la persistente revalorización de la divisa helvética, considerada la más estable, en términos de estabilidad cambiaria, del mundo.
Para más inri, una significativa encuesta entre gestores de fondos internacionales del banco de inversión suizo UBS desvela que la toma de posiciones del valor de las grandes monedas en los últimos años –en especial, entre el renminbi (medida cambiaria de China), el dólar y el euro- no es más que el preludio de una dura batalla aún por dilucidar. En el sondeo, más de la mitad de los encuestados cree que, en 25 años, la referencia monetaria global será una cartera de divisas -cesta de las principales monedas-, mientras que apenas un 27% mantiene al billete verde americano en su actual estatus hegemónico en las arcas de los bancos centrales. Por detrás de estas dos opciones eligen una moneda asiática y, como última alternativa, el euro.
Por Ignacio J. Domingo from elConfidencial.com 09/10/2011
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