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Una guerra civil deja heridas incluso en cada familia. Sería preciso trascender las lecturas interesadas y lograr, al menos, un relato común de lo ocurrido.
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Setenta y cinco años después del golpe de Estado de los militares rebeldes, hay todavía otras cuestiones que siguen abiertas. La manera de contar lo que sucedió entonces es una de ellas. Hace poco, la presentación de un Diccionario biográfico español realizado por la Real Academia de la Historia levantó una fuerte polémica. En el tratamiento dado en ese trabajo a algunos de los protagonistas de la guerra (el propio Franco, entre ellos), más que la búsqueda de un escrupuloso rigor histórico, lo que prevalece es el afán por dulcificar las asperezas de los responsables del golpe, con lo que se rescatan algunos elementos que han caracterizado la versión de los vencedores. En cuanto a los vencidos, algunas de las entradas (como la de Manuel Azaña) están llenas de errores y recurren, para definir la actividad de Negrín, por ejemplo, a fórmulas propias de los propagandistas de la dictadura y se refieren a su Gobierno como “prácticamente dictatorial”.
Las fosas, el Valle de los Caídos, el Diccionario biográfico español: hay momentos en que parece que hoy se intentara construir de nuevo unas trincheras invisibles para seguir librando una vieja guerra, y volver así a servirse del pasado para sortear las batallas del presente. El problema acaso resida en la manera de volver la vista atrás. Porque hay muchas maneras de plantearle preguntas al pasado. Una de ellas lo que subraya es una deuda pendiente, y quiere hacer cuentas. Puede ocurrir, sin embargo, que al hacerlas se utilicen los valores de hoy para saldar los asuntos de entonces.
En el afán de reclamarle una deuda pendiente al pasado, la que conoce la afrenta suele ser la memoria individual (ahora que cada vez quedan menos de los que vivieron el conflicto, lo que permanece es muchas veces su relato de lo ocurrido). Una memoria, la individual, que es siempre legítima, pero que selecciona y se construye también alrededor de unos cuantos olvidos, que es caprichosa, que engrandece algunos detalles y minimiza otros. Seguramente todos los derrotados en la Guerra Civil miran ese pasado con ira, y es lógico que en determinados casos tengan todo el derecho de exigir reparaciones. Pero la memoria individual nada tiene que ver con las llamadas memoria colectiva, histórica, externa, social: “Nadie recuerda ni puede recordar lo sucedido fuera del ámbito de su propia existencia”, decía Francisco Ayala. Y tiene razón: ¿cómo recordar lo que han vivido otros?
Esa otra memoria, la que quiere convertirse en la de unos cuantos (un grupo, una tribu, una asociación, una nación), es siempre una construcción interesada y suele servir para establecer los rasgos de una identidad común, definir las claves de pertenencia a una colectividad determinada, y muchas veces se concreta en abstracciones cargadas con la dinamita de lo exclusivo.
Comunistas, anarquistas, nacionalistas, socialistas, sindicalistas, carlistas, falangistas, franquistas, republicanos, y vaya usted a saber quién más, siguen sirviéndose de la Guerra Civil para reforzar sus propios relatos (ya sea como víctimas, ya sea como salvadores) sobre lo que pasó, y para justificar o adornar su discurso sobre el presente. Preguntarle al pasado por una cuenta pendiente conduce a seguir situando la discusión en el terreno político. Y así, 75 años después de que empezara todo, siguen imponiéndose aquellas versiones en las que predomina el blanco y negro y se difuminan los grises.
Hay otra manera de relacionarse con el pasado. No tanto reclamar una deuda pendiente, como preguntarse por lo que de verdad ocurrió. Es lo que hacen los historiadores, y han sido muchos los que en los últimos años han contribuido a revelar las múltiples aristas de un conflicto habitualmente muy confuso por las interpretaciones que unos y otros dieron sobre lo que pasó para justificar sus respectivos comportamientos.
No siempre es posible dar una explicación unívoca a hechos complejos, pero eso no significa que valga cualquier relato, y mucho menos que el esfuerzo por acercarse con el mayor rigor a los hechos signifique amenazar, como se ha dicho, la libertad de expresión del historiador. ¿Por qué hubo una guerra? Podrá haber infinidad de matices en la respuesta, pero esta se produjo porque un grupo de militares, con un amplio respaldo civil, no consiguió que triunfara el golpe de Estado con el que pretendían tomar el poder y detener así las reformas que había puesto en marcha la República. ¿Qué régimen se impuso al terminar el conflicto? Una dictadura personalista, que se apoyó en el ejército, en la Iglesia y en un partido único, y que desencadenó una brutal represión para garantizar su continuidad.
Entre el golpe y la victoria final de Franco se sucedieron acontecimientos de muy distinto calado. Lo que, en cualquier caso, produjo la rebelión de los militares fue la violenta exigencia a la que se sometió a cada español para que tomara partido. Por mal que fueran las cosas, por duras que hubieran sido las amenazas que la República padeció en sus peores momentos, solo el golpe de julio impuso la obligación de decantarse: o ellos o nosotros. La rebelión destruyó las estructuras de mando del Ejército, y no era fácil saber a qué atenerse ni tener plena certeza sobre cuántos de los uniformados seguían obedeciendo al régimen legal. Los primeros en caer, las primeras víctimas de los golpistas, fueron sus compañeros de armas. En una tesitura de total descontrol, y ante un alarmante vacío de poder, el Gobierno decidió repartir armas a la población para combatir a los golpistas. La violencia vengadora de muchos de estos grupos armados se dirigió contra los representantes del antiguo poder: sacerdotes, guardias civiles, policías, patronos, administradores de fincas. La República ya no solo debía combatir contra las tropas del ejército rebelde, que contaron desde muy pronto con el apoyo material de Italia y Alemania, sino que tuvo también que poner coto a los desmanes que se estaban produciendo entre los suyos.
Lo más grave de una guerra civil es que, de alguna manera, se produce en el interior de cada familia. Los que compartieron el mismo pan de pronto se ven situados en diferentes trincheras y les toca luchar por su supervivencia muchas veces en contra de los suyos. Es difícil reparar el dolor que todo eso comporta, cerrar esa inmensa herida. Pero el paso del tiempo quizá lo que permita saber es cómo sucedieron de verdad las cosas. ¿Será posible algún día establecer en relación a la Guerra Civil algunos puntos que estén más allá de las distintas interpretaciones y de las lecturas interesadas, y se pueda, por tanto, trascender las distintas memorias colectivas para volver al terreno de la historia?
Seguramente el desafío pendiente siga siendo el de volver a los hechos, y eso pasa por la lenta y paciente demolición de los mitos y leyendas que construyeron los vencedores (y también los vencidos) sobre su papel en aquel terrible drama. Que haya sido la propia Real Academia de la Historia la que no haya sabido ser extremadamente delicada con un material tan inflamable solo confirma cuánto les queda por hacer a los españoles para volver al pasado con honradez y coraje para entender lo que de verdad pasó.
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Artículo completo en:
Por JosÉ AndrÉs Rojo from elpais.com 17/07/2011
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