En Ivrea está la Ciudad Olivetti, un complejo de 27 edificios donde no sólo se hacían máquinas de escribir, también se fomentaba la comunidad y el bienestar de los trabajadores
El empresario italiano Adriano Olivetti (1901-1960) dedicó su vida a la expansión de la famosa empresa de calculadoras y máquinas de escribir que heredó de su padre, Camillo. Pero también a mejorar la vida de sus trabajadores. Para ellos, entre 1930 y 1960, creó una ciudad a las afueras de Ivrea, en el norte de Italia. Un complejo de 27 edificios firmados por los grandes arquitectos y urbanistas del momento, de Gino Pollini a Eduardo Vittoria, hoy en estado de semiabandono, que la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad la pasada primavera.
La Ciudad Olivetti incluía fábrica –fundada en 1896–, residencias, museos, guarderías, edificios de viviendas de no más de cuatro alturas y zonas verdes. Pero, lo que Adriano postuló a través de esta pequeña urbe fue, realmente, un movimiento político y social asociado a un modo de hacer arquitectura. Todas sus construcciones seguían una línea estructural, y casi moral, marcada por la propia familia Olivetti: facilitar la comunicación entre sus usuarios de manera vertical y horizontal y conseguir el menor impacto sobre el medio ambiente –esto, a mediados del siglo XX, era una rareza–.
“Es un prototipo de ciudad del siglo XX, un experimento de proyecto socio-cultural, más allá de lo industrial, donde los arquitectos y urbanistas trabajaron el concepto de comunidad, de unión entre ciudadanos y ámbito laboral”, cuenta Fabio Sedia (Palermo, 1976), arquitecto del Ministerio de Bienes y Actividades Culturales de Italia (MIBAC).
Adriano aprovechó la boyante situación económica, entre 1954 y 1958, para dar un impulso a su ciudad, con más edificios, más arquitectos y más trabajadores. Y la estrategia le salió bien.
Este complejo industrial y habitacional de Ivrea le sirvió para impulsar la corriente política que había creado años antes: el Movimento Comunità. Este sistema político y administrativo basado en la comunidad promulgaba un modelo económico donde las relaciones de los trabajadores y empresarios se gestionaba a través de unos bienes comunes. En la Ciudad Olivetti, los beneficios de la empresa reportaban en el propio entorno. Adriano aplicó, además, la psicología y la sociología a la mejora de la producción.
“La ciudad encierra una etapa fundamental de la arquitectura italiana del siglo XX, pero también es importante por todo lo que se experimentó allí; había un nuevo modelo de guardería, seguridad social y educación para todos los trabajadores, su propia revista; no se ha construido ninguna ciudad similar, tan compleja, desde entonces”, añade Sedia.
El edificio alrededor del cual se articulaba toda la vida en esta pequeña urbe era el Palazzo Uffici, de los arquitectos Annibale Fiocchi Marcello Nizzoli y Gian Antonio Bernansconi. Una gran mole que debía acoger a unas 2.000 personas y que se construyó bajo una estructura radial con un cuerpo central en forma de hexágono del que partían tres brazos. Esta planta hacía que se cumpliese la principal ley de los Olivetti: facilidad de conexión y agilidad en las comunicaciones. Y en la entrada, la gran escalera en forma de hélice que permitía una fluida comunicación entre las diferentes plantas y que, aún hoy, sigue siendo la pieza mejor protegida del complejo.
“Hay bastante debate en Italia sobre la restauración de la Ciudad Olivetti, pues no solo habría que tener en cuenta los edificios, también el paisaje; esta urbe se pensó desde lo global, y así tiene que recuperarse: naturaleza, arquitectura y paisaje”, completa Sedia. Ya insistía Ortega y Gasset al decir que “los paisajes le habían creado la mitad mejor de mi alma”.
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