Sonia Fernández-Vidal, doctora en Física y escritora.
(Cedida)
Trabajó durante años en el CERN y en Los Álamos investigando sobre los comportamientos de las partículas en la física cuántica. Ahora vende miles de libros infantiles que explican mejor que nadie los misterios del universo
"Podría existir un universo paralelo en el que Elvis esté vivo y sea presidente". No lo dice una persona cualquiera. Lo dice alguien que ha trabajado en el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) en Suiza y en el Laboratorio Nacional de Los Álamos en EEUU, donde se llevó a cabo el Proyecto Manhattan para crear la bomba atómica. Sonia Fernández-Vidal, doctora en física, conversa con El Confidencial con motivo de la publicación de su último libro, ‘La semilla de una revolución’, tras haber vendido más de 450.000 ejemplares con su trilogía ‘La Puerta de los Tres Cerrojos’. En 2017, cuando fue seleccionada por Forbes como una de las 100 personas más creativas del mundo, no pensaba que sus vivencias desarrollando la tecnología cuántica más puntera del mundo iban a dar como resultado un libro para niños que alaban hasta los premios Nobel.
“Cuando me plantearon escribir un libro, lo primero que pensé fue que ya existen demasiados títulos de divulgación científica para adultos. Y que poco más podría aportar yo en ese campo. De ahí surgió la idea de utilizar la fantasía porque, al fin y al cabo, la física cuántica, los fenómenos del mundo microscópico, se asimilan más a los de un mundo imaginario que a nuestro día a día: atravesar paredes, estar en dos lugares al mismo tiempo, teletransportarse, viajar en el tiempo… A mí me interesaba llegar, no al público que ya consume literatura científica, sino precisamente a aquellos que les da miedo meterse en este berenjenal. Al fin y al cabo, los cuentos sirven para dormir a los niños y despertar a los adultos”, explica.
Durante su paso por el CERN, Fernández-Vidal estuvo trabajando en la joya de la corona del centro, un gran acelerador de partículas de 27 kilómetros de circunferencia que está en la frontera entre Suiza y Francia. “La misión era acelerar protones a velocidades cercanas a las de la luz y hacer que colisionaran con el fin de recrear los instantes del origen del universo. Una forma de poder entender mejor la complejidad del cosmos”. Hace unos días, el CERN logró simular una reacción nuclear crucial para desvelar la evolución química de la Vía Láctea y del sistema solar. Por primera vez, han medido con exactitud la formación del isótopo que se genera en las estrellas gigantes rojas y desempeña un papel clave en la creación de elementos más pesados que el hierro.
Fernández-Vidal ha estudiado las partículas fundamentales para tratar de averiguar por qué se comportan de esta manera tan extraña. “En el mundo clásico, es decir, el macroscópico, cuando salimos de casa no podemos coger el camino de la izquierda y el de la derecha simultáneamente. La pregunta que nos hacemos los físicos cuánticos es por qué no podemos hacerlo, mientras algunos átomos sí pueden. La frontera entre estos dos mundos no está muy clara y todavía no se conoce exactamente cuál es el proceso por el que se pasa de un estado a otro. Es algo que se llama decoherencia. Y lo que intentamos averiguar”.
Es precisamente esa superposición la que trata en su nuevo libro y la que ha llevado a decenas de empresas a lanzarse a la carrera de la computación cuántica para desarrollar los ansiados ordenadores ‘superpotentes’. Sin entrar en demasiados vericuetos técnicos, la computación cuántica difiere de la tradicional. Mientras que la segunda usa bits, la primera utiliza los qubits. Los bits solo pueden trabajar con resultados binarios, es decir, a partir de dos posibilidades, 0 y 1, en cambio, los electrones del qubit pueden calcular todas las combinaciones posibles al mismo tiempo. Eso permite realizar cálculos muy complejos en minutos u horas, que requerirían meses o años con los ordenadores actuales.
En un momento en que se generan inmensas cantidades de datos (y que se tienen que procesar rápidamente), la computación cuántica abre una puerta clave. “Hay cosas que no se pueden simular con un ordenador clásico, mientras que con uno cuántico, sí. El estado simple de un átomo de helio, que es una de las cosas más sencillas para un ordenador cuántico, es casi imposible en un ordenador corriente. La diferencia entre ellos sería como comparar las señales de humo con un teléfono móvil”, comenta la física.
Lo que en el pasado era una mera posibilidad teórica, ahora ya es una realidad. Actualmente, IBM ofrece más de diez ordenadores cuánticos de más de 100 cúbits y trabaja a contrarreloj para lograr la supremacía cuántica con el primer ordenador cuántico de 100.000 cúbits. A esta nueva serie de ordenadores la han llamado “la siguiente ola” y va a suponer un gran salto. Pero IBM no está sola, Google está trabajando en Sycamore, su computadora cuántica más potente, que es capaz de resolver en 200 segundos una tarea que a un superordenador convencional le tomaría 10.000 años realizar. En la misma línea trabaja Microsoft en colaboración con Quantinuum, y es una fuerte apuesta de Amazon Web Services (AWS).
Linus Torvalds, el creador de Linux, decía que, aunque la IA va a cambiar el mundo, actualmente es 90% marketing y un 10% realidad. Y que pasarán otros cinco años hasta que quede claro que es realmente útil. En computación cuántica es todo lo contrario: se podría decir justo lo contrario, 90% es revolución y solo un 10% marketing. Sin embargo, todo el mundo sabe ya qué es un chatbot de IA, pero nadie tiene ni idea de lo que es la computación cuántica. Fernández-Vidal incide en que, cuando pensamos en tener ordenadores cuánticos, el imaginario colectivo lleva al típico portátil doméstico: “Esta imagen que muchas personas tienen en la cabeza no vamos a verla, al menos en el corto plazo". Afirma que lo más probable es que lo que podamos hacer es "conectar nuestros ordenadores normales a uno cuántico, a modo de servidor, que pueda llevar a cabo algoritmos cuánticos y devolvernos la solución”.
La física subraya que algunas de las primeras y más necesarias aplicaciones tendrán que ver con la sanidad, con hacer modelos en los que se simulen moléculas desde su nivel más fundamental. “Si pudiéramos manipularlas, podríamos crear nuevas medicinas personalizadas para cada persona. Estaríamos jugando en un escenario completamente nuevo”. Esa revolución ya ha comenzado. Los investigadores del King's College han conseguido simular la hemocianina, que es una proteína involucrada en el transporte del oxígeno y el desarrollo de vacunas contra el cáncer, utilizando algoritmos cuánticos.
Sin embargo, como en la IA, los primeros días de internet o en cualquier revolución tecnológica, hay negacionistas y críticos. Muchos bancos viven actualmente con el miedo de que la computación cuántica suponga un riesgo para su seguridad. El director del Centro de Inteligencia Digital de Alicante, Manuel Palomar, afirmaba recientemente que la computación cuántica destrozará la seguridad de bancos en segundos si no se está preparado. Su comentario tiene que ver con eso de que los ordenadores cuánticos pueden operar mucho más rápido que los clásicos en tareas como la factorización de números grandes. Algo clave para desencriptar todo tipo de información bancaria. “Hecha la ley, hecha la trampa. Pero la encriptación cuántica también puede hacer que nuestras transacciones o comunicaciones se vuelvan más seguras. No tengo una bola de cristal, pero diría que en cinco o diez años, ya estemos en ese momento”, comenta Fernández-Vidal.
Cuando esa revolución llegue, habrá muchas más consideraciones éticas. "Todos sabemos que de esta tecnología surgió la capacidad de hacer bombas atómicas. Sabemos lo que ocurrió en 1945 con las detonaciones de Hiroshima y Nagasaki. Al final, 250.000 almas fueron la moneda de cambio de estas grandes investigaciones. Por lo tanto, también es normal que la gente desconfíe de sus posibilidades".
Ya hay también quien está en pie de guerra contra esta industria incipiente por usar ingentes cantidades de energía. Sin embargo, la física se muestra positiva en este aspecto: "También podrían ayudarnos a desarrollar fuentes energéticas mucho más sostenibles. Los costes de la investigación siempre han estado ahí, es la discusión eterna. Pero deberíamos ser los ciudadanos los que decidamos en dónde invertir los presupuestos. Para eso debe haber una buena cultura científica, que la sociedad esté bien informada, algo que no ocurre en España. ¿Por qué lo digo? Porque normalmente las inversiones en ciencia retornan a la sociedad. Se acostumbra a decir que los países más ricos son los que más invierten en ciencia, pero en realidad los países son más ricos porque invierten en ciencia. Recuerdo cuando decían eso de que ir a la Luna había sido muy bonito, pero que el programa Apolo había sido un despilfarro. Luego se vio que por cada dólar invertido en el proyecto, 14 dólares volvieron a la economía norteamericana. La innovación no solo se pagó a sí misma, sino que lo hizo con creces. Eso podríamos estar haciendo ahora con la investigación cuántica y no ocurre".