domingo, 2 de diciembre de 2018

La gran estafa del empotrador: más fuerte no siempre es mejor



El anuncio de Coca Cola Light que revolucionó los 90.

En plena era feminista, resurgió el perfil más viril, el hombre que rápido penetra y rápido descarga pero se olvida de los clímax de los demás


El especimen es viejo conocido, tanto como la Humanidad, pero no fue hasta hace unos años cuando empezó a cobrar una nueva vida. Al calor de las redes sociales, y en plena era feminista, la virilidad masculina conquistó los medios de comunicación con un término que no dejaba lugar a dudas: empotrador. Se repetían, y aún repiten, entradas de blogs y posts en la red alabando la presunta maravilla de que un hombre te pille por banda y te ponga, por decirlo finamente, entre la espada y la pared.

«Es un clásico que se ha vuelto a poner de moda», resume el sexólogo asturiano Iván Rotella, para quien, en la actualidad, afirmar que una necesita ser empotrada «es transgresor» pues, en la actualidad, «la virilidad está bajo sospecha». «En realidad, es una fantasía más, como el mito de la violación, el deseo de que un hombre te penetre rápidamente y rápidamente también descargue. Es imposible que una mujer llegue al orgasmo así, o son las menos; lo que luego recuerdan es el subidón de adrenalina que les provocó», amplía.

Según este profesional, no es del agrado de las más jóvenes que les hagan el amor a lo bruto, sino que el gusto por los empotradores -llamémoslos penetrantes, aunque sea por cambiar de término- corresponde, mayoritariamente, «a mujeres en edades comprendidas entre los 25 y los 50 años, serias y liberales, con las ideas muy claras y que se manejan en ambientes feministas». Pero Rotella propone un nuevo mito, un empotrador con tiempo, «un hedonista, que es el que se preocupa, y no el empotrador, que únicamente va a empotrar».

Es decir, en un hombre hedonista uno puede encontrar, de un lado, un posible empotrador, si es lo que apetece, pero siempre «un hombre que no busca exhibirse ni demostrar nada sino disfrutar y hacer disfrutar». «Lo ideal», piensa Rotella, «es que se pueda jugar a todo», pero reconoce que «hay hombres que sólo saben hacerlo así -penetrando- y valen para poco más».

Pese a todo, tiene tirón. Una atracción que, para la terapeuta sexual y de pareja Diana Fernández Saro se debe a que «la figura del empotrador encaja con las ideas culturales recibidas» en torno al hombre y la mujer. «Todo el mundo acaba recibiendo este modelo», detalla. Pero Fdez. Saro, que dirige Afrodisía Espacio Sexológico, piensa que, aunque suceda, «ni todos los hombres son así ni a todas las mujeres les gusta este tipo de penetración».

«Es verdad que a muchas mujeres sí», reconoce, pero esto le parece una «erótica limitada» y enumera una serie de posibilidades que harían de un encuentro sexual algo más... rico.

«Todo aquello que no sea penetración también puede funcionar. Los masajes, las duchas conjuntas... hay personas que únicamente escuchando a su pareja contar un cuento ya sienten mucho placer; hay que desarrollar otros estímulos, la escucha, el tacto, que no vayan siempre por lo genital, porque estaríamos dejando de lado otras sensibilidades y erotismos».

Lo que sucede es que, para escuchar la piel, hay que dedicarle tiempo, y esto es precisamente lo que el empotrador no tiene, o no quiere comprometer. «Pueden ser peligrosos, porque son egoístas», apunta Rotella, quien propone que se haga también un poco de caso a ese otro perfil, el antagónico, el de los chicos buenos.

«El empotrador es el malote de toda la vida, el canalla, al que le va bien siempre que encuentre mujeres para su consumo. Ojo, mientras a ellas les guste, está todo perfecto, pero hay que potenciar el atractivo de los chicos buenos, dejar de ver la virilidad en sí como un éxito», argumenta.

Y añade que este perfil más interesante, el del hedonista que un día empotra y otro día lo dedica únicamente a buscar el placer de su partenaire «es ingenioso, divertido, cariñoso y te trata bien, en sesiones amorosas largas, donde el morbo no está en la adrenalina sino que va implícito».

Desmontar el mito del empotrador, pues, pasa por reivindicar, primero, que no todos los encuentros sexuales deben atender a los genitales o a la penetración en sí. Después, hay que abordar la idea fundamental: lo que verdaderamente importa, cuando de tener sexo se trata, es «pillarle las claves al otro», saber qué le gusta y qué no, y eso, en verdad, sólo se consigue con práctica, y no con un empotramiento.


REBECA YANKE
Madrid
1 DIC. 2018 01:54
https://www.elmundo.es/papel/lifestyle/2018/12/01/5c01259721efa0ab5c8b4655.html

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