martes, 4 de marzo de 2025

Cuando EEUU quería una Europa unida para "joder" a los soviéticos: cómo apoyó Washington la creación de la UE

 

Cartel que anunciaba la frontera berlinesa durante la Guerra Fría / iStock.


  • Trump dijo que la Unión Europea se creó para "joder" a Estados Unidos
  • Tras la II Guerra Mundial, Washington apoyó la integración continental
  • El objetivo era que Europa se defendiera sola ante la Unión Soviética


"Seamos honestos, la Unión Europea se formó para joder a Estados Unidos. Ese es el propósito y lo han hecho bien, pero ahora soy presidente", dijo Donald Trump la semana pasada en la reunión del Gabinete de Estados Unidos. Sin embargo, el presidente norteamericano no sabe —o pretende ignorar— que fue la misma Estados Unidos quien sentó las bases para crear la Unión Europea. ¿El propósito? 'Joder' a los soviéticos en caso de guerra.

Tras la caída de la Alemania Nazi en 1945, Europa era un polvorín. Los dos mayores ejércitos del planeta en ese momento, las fuerzas combinadas estadounidenses y británicas en Europa Occidental y el Ejército Rojo en la parte oriental, se encontraban a escasos kilómetros. Entre medias, millones de refugiados trataban de regresar a sus viejos hogares mientras que las nuevas superpotencias trazaban las nuevas coordenadas del planeta.

Rápidamente, los viejos aliados durante la Segunda Guerra Mundial se volvieron rivales y la reconstrucción europea se tornó un asunto crucial para los intereses de Moscú y Washington. Las fuerzas comunistas gozaban de una buena reputación en muchas capitales europeas debido a la liberación del yugo nazi —y si no, los tanques soviéticos se encargaban de recordarlo—. En ese contexto, Estados Unidos propuso un programa para reconstruir Europa: el plan Marshall.

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Del Golpe de Praga a la OTAN

Este programa, iniciado en 1946, reconstruyó Europa mediante un sistema de préstamos favorables a los gobiernos del continente a cambio de una serie de reformas económicas. Fue la forma de Estados Unidos de reconstruir las heridas de la guerra y de paso ganarse unos cuantos clientes fieles. Uno de los países que consideró solicitar la ayuda fue Checoslovaquia, un país situado en el corazón de Europa, entre la influencia socialista y la capitalista.

Joseph Stalin, líder de la URSS, no lo consintió: los soviéticos orquestaron un golpe de Estado en Praga en 1948 y convirtieron al país en un satélite de Moscú. En paralelo, las fuerzas estadounidenses apoyaron a las facciones griegas y turcas procapitalistas para cerrar el paso soviético al Mediterráneo en mitad de la guerra civil helena.

El shock de Praga, la división de los territorios de Alemania, la realineación en el Mediterráneo y la tensión creciente entre los bloques llevaron a que Estados Unidos conformara la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949. Sin embargo, el objetivo estadounidense final era uno más ambicioso: una Europa unida, rearmada y próspera económicamente.

La fallida Federación Europea

A finales de los años 40 se inician conversaciones tanto en Washington como en las diferentes capitales europeas sobre crear un conjunto de instituciones internacionales que unifiquen Europa occidental en una fuerza militar y económica. Los más entusiastas a ambos lados del Atlántico plantean incluso conformar una Federación Europea. El objetivo era reforzar los lazos entre los viejos rivales que evitaran nuevas guerras en suelo europeo y cimentar un contrapeso frente a la Unión Soviética y sus estados satélite.

La historia muestra que la idea no llegó a fraguar debido al temor de que Stalin interpretara la federación no nata como una amenaza, pero Estados Unidos siguió apoyando la integración europea mediante otros organismos: la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) se fundó en 1950. Siete años más tarde se creó la Comunidad Europea de la Energía Atómica y se firmó el Tratado de Roma de la Comunidad Económica Europea. En 1967, todas estas organizaciones se integraron en la CEE con pleno apoyo de Washington.

En esta cascada de organizaciones internacionales, hubo un sonoro fracaso: la fallida Comunidad Europea de Defensa, que habría creado un ejército europeo integrado por las fuerzas armadas de los países fundadores de la CECA. El proyecto fue paralizado por Francia, que era suspicaz de ceder su soberanía militar cuando todavía contaba con amplias colonias en África y Asia.

El fin de la Guerra Fría solo aceleró el proceso

Con la caída de la Unión Soviética, el gasto militar europeo descendió ante la promesa de una era de paz. Esta situación fue vista con escepticismo en Estados Unidos, quienes abogaban por que Europa tuviera una mayor independencia militar. El propio Departamento de Estado proclamaba en los 90 su intención de fortalecer la cooperación económica y militar. Pero al mismo tiempo voces en Washington querían más inversión armamentística en Europa.

Donald Trump, años más tarde, puso firmes a todos los países europeos con la amenaza de retirar el apoyo estadounidense si no aumentaban el gasto en defensa al 2%. Este objetivo, en menor o mayor medida ha sido verbalizado por otros expresidentes como Barack Obama o Joe Biden, quienes —al igual que Trump—, no ocultaron su intención de virar hacia el Indopacífico como principal teatro de operaciones de Washington.

En la actualidad, aunque la Unión Europea es el mayor bloque comercial del mundo y cuenta con diversas instituciones que recuerdan vagamente a un estado federal, aún tiene importantes flecos que resolver: la unidad monetaria inacabada (no todos los países han incorporado el euro); el sistema de toma de decisiones, que paraliza a la UE ante multitud de asuntos; la falta de un ejército europeo y de una inversión militar coordinada; la unión bancaria incompleta, o una desconfianza latente entre los diferentes Estados miembro de la UE (y exmiembros). Frente a eso, se encuentra la amenaza de las principales potenciasChina, Estados Unidos y Rusia. Washington sentó las bases. ¿Será el temor frente a Moscú el que decante la balanza hacia la integración?