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Un visitante observa una maqueta en miniatura de una de las plantas de Intel, uno de sus grandes quebraderos. (M. McLoughlin)
Hay un lugar que sirve para entender por qué el fabricante de circuitos integrado está en una crisis técnica y financiera que amenaza su existencia tras haber tocado la gloria. Pero también manda un recado, especialmente a Europa
Las dos caras de la industria de los microchips están separadas por unos pocos minutos a pie. Es lo que se tarda andando desde los cuarteles generales de Nvidia, que vive en un eterno verano gracias a la inteligencia artificial a pesar del microinfarto bursátil que ha sufrido esta semana por culpa de DeepSeek, hasta las oficinas centrales de Intel. Allí, en ese rincón de la Bahía de San Francisco, llevan meses devanándose la sesera para intentar encontrar formas de embridar una crisis financiera y técnica que amenaza con condenar a la irrelevancia al que todavía es el mayor fabricante de circuitos integrados del mundo o, directamente, llevárselo por delante, porque los rumores sobre una posible operación de venta aparecen recurrentemente.
En la planta baja de uno de los edificios que componen el complejo, la compañía decidió montar un museo que recogiese toda su historia. O al menos los capítulos más brillantes. Un recorrido por este lugar ayuda a entender perfectamente los motivos que llevaron a esta multinacional a ser inevitable en el mundo de la informática personal y profesional. Pero también ayuda a comprender por qué esos días de vino y rosas se están marchitando a una velocidad exagerada. Y, de paso, es un recordatorio de un problema estructural que aún no hemos sido capaces de solucionar en Europa a pesar de los recientes intentos.
"Estoy estudiando en Stanford y he venido con mi familia a visitar Silicon Valley y la zona de la Bahía. Vimos que había un museo de Intel y a mi padre le llamó mucho la atención", cuenta un joven asiático que se acaba de sacar una foto tras una figura de cartón haciéndose pasar por un trabajador de una de las fábricas de Intel. "Es una empresa que ha sido superimportante y costaba imaginar que llegarían a este punto".
La galería es una macedonia que combina vitrinas con algunos de los inventos más icónicos, murales donde se explica cómo la arena acaba convertida en un procesador capaz de mover un potente ordenador o pantallas interactivas donde se intentan explicar cosas tan difusas como para el común de los mortales como la Ley de Moore. Esta norma ha gobernado durante muchos años la microelectrónica. Viene a decir que la capacidad de los chips se duplica cada dos años aproximadamente. Debe su nombre a uno de los fundadores de Intel, Gordon Moore, un reflejo del peso que Intel llegó a tener en la industria. Pero ahora también sirve para resumir su mal momento. Jensen Huang, CEO de Nvidia, reiteró recientemente que sus productos avanzan mucho más rápido que lo que dictaba estaba norma y que IA necesita una nueva Ley de Moore.
Moore, químico y físico, se dio la mano con el ingeniero Robert Noyce hace más de medio siglo (en 1968, concretamente) para montar este, el negocio, que empezó fabricando chips de memoria, aunque luego se volcase con los procesadores. El nombre de Intel, por cierto, estaba registrado por una cadena de hoteles, así que tuvieron que tirar de talonario para poder comprar y explotar la marca.
Un imperio donde no se ponía el sol
El museo está plagado de referencias a estas dos personalidades, así como de vinilos de recortes de prensa o revistas de cuando la compañía era una referencia tecnológica. "Eso es algo que ha pasado durante mucho tiempo", afirma Ignacio Mártil de la Plaza, doctor en Física y catedrático de Microelectrónica de la Universidad Complutense de Madrid.
"Hasta hace pocos años, cada lanzamiento de Intel era un acontecimiento. Sus procesadores levantaban el mismo interés que cuando Microsoft lanzaba una nueva versión de Windows. Estábamos todos, hasta los que no están tan metidos, atentísimos a ver qué hacían. Pero desde hace unos años eso ha decaído", confiesa el académico, también autor de La historia de la mayor revolución silenciosa del siglo XX, una de las obras de referencia en español sobre la industria de la microelectrónica.
"No les falta material para montar un museo así", ironiza el experto, que explica que fueron los primeros en lanzar chips de memoria basados en semiconductores con el Intel 3101 en 1969. Luego inventarían cosas como las memorias DRAM, que a día de hoy siguen siendo uno de los componentes estrella de la electrónica de consumo.
En 1971 crearon el primer microprocesador y ahí empezó su época dorada. "La lista es larga. Primero llegó el 4004, luego la serie 8000, luego los Pentium y más tarde los Intel Core", enumera Mártil de la Plaza. La exposición está llena de las pegatinas que han adornado millones y millones de ordenadores y portátiles durante muchos años. "Hasta que hace unos pocos años AMD les empezó a comer la tostada, eran hegemónicos", remata este experto. Una de las cosas que siempre ha sido comentada es que la falta de un rival sólido se traducía en un pequeño sobrecoste a la hora de comprar uno de los equipos que funcionaban con sus CPU.
El catedrático insiste en destacar uno de los logros de Intel desde el punto de la fabricación. "Fueron los primeros en diseñar y producir chips con el diseño Finfet", subraya. Detrás de esta palabra, se esconde un cambio tecnológico clave en la fabricación de procesadores: un diseño vertical que permitía poner varias capas una sobre otra y así integrar más transistores.
En qué momento Intel empezó a tambalearse
Una de las imágenes que mejor pueden resumir la crisis de Intel es la siguiente. Mientras Pat Gelsinger, el CEO que aterrizó en 2021 con un plan que parecía infalible para reverdecer los mejores laureles de la compañía; era obligado a jubilarse, la CEO de AMD, Lisa Su, era elegida por la revista Time como ejecutiva del año. ¿Por qué resulta tan llamativo? Hasta hace dos telediarios, ambas compañías copaban la totalidad del mercado de procesadores para ordenadores.
Procesadores que construían con algo conocido como arquitectura x86, un ‘patrón’ de diseño formulado por Intel en 1978 y que fue omnipresente hasta que ARM, una arquitectura de una firma homónima que empezó a utilizarse en los móviles por su eficiencia energética, empezó a evolucionar y a destacar también potencia. Hubo un punto de inflexión: en 2020 Apple decidió apostar por esta tecnología para sus MacBook después de años explotándola y mejorando en los iPhone y los iPad. El gran éxodo le salió redondo a los de Cupertino, confirmó que había alternativa a Intel y su x86 en los ordenadores e hizo florecer muchas dudas sobre la compañía.
"Aunque es cierto que comparten el hecho de que se apoyan en x86, son empresas muy diferentes. AMD solo diseña, Intel hace todo, diseña y fabrica sus propios productos", asevera Mártil. En el mundo de los semiconductores hay tres tipos de actores. Por una parte, están los fabless, un enorme grupo en el que se encuentran Qualcomm, AMD, Apple o Google, que lo único que hacen es parir intelectualmente los chips.
Estas empresas recurren a las foundries, que en una traducción gruesa serían fundiciones, para que den forma a sus diseños. Estas empresas que solo se dedican a la fabricación es un grupo mucho menor conformado por Globalfoundries, SMIC o la famosísima TSMC. Y luego hay un tercer grupo, mucho menor, que hace todo, donde Samsung e Intel son las únicas empresas de cierto tamaño. La diferencia es que hasta hace poco, los estadounidenses sólo utilizaban sus instalaciones para crear sus productos.
¿Por qué hay tan poca gente que fabrica? Porque, básicamente, es una actividad ultra intensiva en capital. Si se quiere mantener la competitividad, las inversiones en equipo y tecnología tienen que ser constantes. Es más, a día de hoy, solo hay dos empresas capaces de generar chips de última vanguardia: TSMC y Samsung. Es esa la razón que obligó a la UE, a Estados Unidos o Japón a movilizar montañas de presupuesto público para conseguir atraer este tipo de infraestructuras a su territorio después de que la pandemia reventase la costura de este gremio y provocase una escasez generalizada de semiconductores. Las fábricas de Intel, que también tienen un importante espacio dedicado en su museo, son parte de la histórica pájara que están padeciendo.
El mercado (y el rival) que despreciaron
"Lo de Intel ha sido una tormenta perfecta. No se puede achacar su problema a un solo factor", explica Xavier Brun, gestor de fondos de inversión y profesor del máster de Finanzas y Banca de la Universidad Pompeu i Fabra. Aunque evita individualizar el diagnóstico, este experto apunta a un error especialmente grave: el de haber ignorado el mercado de los smartphones y haber despreciado las posibilidades de ARM.
"El problema es que tenían una posición dominante y les hizo acomodarse. No vieron hasta dónde podía llegar la arquitectura de los móviles. Mientras tanto, dejó vía libre a otros competidores para que desarrollasen esa alternativa, la mejorasen y cambiasen el negocio".
Un buen ejemplo para entender hasta dónde ha llegado esa alternativa es fijarse en los Snapdragon X Elite, un procesador que Qualcomm, cuyo principal mercado son los smartphones, ha desarrollado para portátiles. En una sesión con periodistas durante el pasado CES Las Vegas a la que acudió este medio dieron varias métricas de varios test y una de ellas era bastante contundente. Cuando se desenchufa el equipo, el X Elite no tenía que reducir su rendimiento para preservar su autonomía, mientras que el mejor chip de AMD tenía que reducir su fuerza un 30% e Intel un 45%.
"Aunque sus últimas generaciones han intentado adaptarse y han creado una alternativa a ARM, han perdido el discurso. Si a esto le sumas que AMD le había comido terreno, se entiende mejor la foto actual", explica Brun, que también destaca que otro de los errores fue no "prever" que la demanda de computación iba hacia la inteligencia artificial.
Históricamente, Intel se ha centrado en discos duros y ha eludido el mercado de las gráficas, donde se limitaba a cubrir el expediente para un público generalista, mientras que empresas como Nvidia echaban el resto para un producto que hasta hace unos años era de nicho. Sin embargo, hubo un momento a finales de la década pasada en el que esos componentes se volvieron imprescindibles para el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial. Eso les pillo con el pie cambiado y sin ninguna alternativa de hardware que ofrecer. "Lo que ocurrió es que el software de IA se optimizó para chips de otras empresas, principalmente Nvidia, y para el de Intel no. Eso ha afectado también a su negocio de centro de datos, donde por cierto, la arquitectura ARM ha ganado muchos adeptos como Google o Amazon que la han utilizado para crear su infraestructura de cloud".
La tercera pata de la crisis de Intel son los procesos de fabricación. Hay tres cosas que marcan la potencia de los procesadores: el número de núcleos, la velocidad de los mismos y los nanómetros. Cuanta más baja es esta última escala, más transistores se pueden meter en la oblea. La frontera entre los chips de vanguardia y los más maduros se suele situar en los diez nanómetros. "Hasta los diez nanómetros les iba a bien, pero el salto a los 7 se les atragantó muchísimo", recuerda Mártil de la Plaza. "Perdieron competitividad y acabaron teniendo que recurrir a terceros fabricantes como TSMC", apunta Brun al respecto.
Fabricar para todos, un plan que de momento ha fallado
Gelsinger llegó con una hoja de ruta que incluía un cambio histórico: empezar a producir producto para terceros. Para ello planteó levantar fábricas a ambos lados del Atlántico. Pero no pretendía hacer cualquier cosa. En 2021, afirmó que para 2024 iba a ser capaz de despachar y fabricar chips en el nodo 1,8 nanómetros (18A), un hito que le pondría a la altura de Samsung o TSCM. "Cuando ves los problemas que tuvieron en nodos mucho más maduros, pues piensas que es poco menos que una utopía", valora el catedrático de la Politécnica de Madrid.
En un reciente desayuno con periodistas españoles, directivos de la empresa aseguraron que los primeros productos fabricados en 18A podrían salir de sus plantas a finales de este año. Además, insistieron en mensajes como que Lunar Lake, su última generación de procesadores, daría un paso al frente en el campo de la eficiencia energética siendo los más punteros en este campo.
Las flaquezas económicas de Intel se resumen en una cifra: 18.756 millones de pérdidas en 2024. Especialmente doloroso fue el tercer trimestre, cuando los números rojos alcanzaron los 16.600, entre otras cosas, por beneficios fiscales descartados o indemnizaciones tras ejecutar 15.000 despidos. Este saldo es todavía más doloroso si se ve el de 2023: ese año ganó casi 1.700 millones.
Los planes de fabricación de Gelsinger han sido una losa notable. Durante dos años, la compañía ha tenido que invertir cerca de 25.000 millones con este fin. "Fabricar chips no solo es cuestión de comprar máquinas avanzadas, requiere un conocimiento muy especializado en cada salto de generación", alerta Brun.
Los torniquetes que mandan un recado
El gigante de Santa Clara ya está intentando tapar las heridas. Altera, una empresa de diseño de chips adquirida en 2015, se constituye como una firma independiente. Su histórico brazo inversor será también una compañía ajena, que seguirá operando con la marca, pero el dinero lo pondrán mayoritariamente otros. Está estudiando la posibilidad de vender Mobileye, una empresa de conducción autónoma que adquirió por 15.000 millones hace ocho años. También ha sacado de su estructura la división de fabricación, constituida como una sociedad diferente.
El objetivo es triple: por una parte mostrar más independencia y captar clientes externos. Por otra, darle más agilidad y flexibilidad en la toma de decisiones. Y por último, facilitar la captación de financiación. "Están buscando tapar fugas de dinero y ganar tiempo. Todos estos movimientos buscan sanear cuentas, enfocarse en su core business y obtener liquidez. Es un plan de contingencia: si no funciona su plan de fabricación, tienen opciones para evitar la quiebra".
Aunque los rumores se han calmado en los últimos meses, en el pasado reciente se ha informado que Qualcomm o Broadcom habrían escrutado una posible compra. "Si Qualcomm la comprase, podría ser lo que fue Intel para el mercado de los móviles", dice Mártil de la Plaza, que matiza que tendría que gastarse "un dineral" en actualizar la infraestructura. Brun lo ve como una operación complicada por el alto coste no de la compra, sino del mantenimiento y augura: "Lo de Intel es un all-in. Un puerta grande o enfermería. Si triunfa, el beneficio va a ser enorme. Si falla, el daño va a ser tremendo".
Intel ha congelado sus proyectos en la UE. El enésimo recordatorio de que recuperar soberanía tecnológica es harto difícil
"Cualquier que se meta en esta actividad y compre todo ese tejido y absorba fábricas corre el riesgo de encontrarse un problema similar al que ahora atraviesas las operadoras. Que tienen que hacer múltiples y constantes inversiones para dar el salto al 4G, al 5G, etc. Luego no son capaces de sacar beneficio, desde el punto de vista del negocio, a estos gastos", añade el catalán. Lo de Intel es un enésimo recuerdo de lo costoso y lo poco atractivo que es fabricar semiconductores fuera de ciertas regiones. Y lo difícil que es convencer a empresas para que aumenten su infraestructura o se metan en este fregado, a pesar de los incentivos y dinero público para hacerlo.
Eso complica en exceso el impulso occidental tras la pandemia para recuperar soberanía tecnológica frente al sudeste asiático. El panorama es especialmente sensible en Europa. Intel ha congelado sus inversiones y proyectos el mercado común, salvo la puesta a punto de la planta que ya tenía en Irlanda para centrarse en las de Estados Unidos, que también han sufrido importantes contratiempos y retrasos sobre los plazos iniciales. De momento, el único que ha conseguido hacer funcionar alguna planta de las que se prometieron con el colapso vivido por el covid ha sido TSCM, que ya fabrica chips en Arizona para Apple y ha levantado otra planta al sur de Japón. Y en la UE todavía seguimos sin noticias y avances notables, lo que hace ya casi imposible a estas alturas lograr la meta de que en 2030, el 20% del mercado mundial de semiconductores está instalado en esta parte del mundo. Un problema que Europa no ha conseguido solucionar, a pesar de sus múltiples intentos.