jueves, 6 de febrero de 2025

El polvo sahariano nos trae radiactividad de antiguas pruebas nucleares de EEUU y URSS


Unas personas trabajan en Aguadulce, Roquetas de Mar (Almería) durante el episodio de calima de polvo sahariano del 2022. 
(EFE)


Un intenso episodio de calima vivido en España en 2022 sirvió para que un grupo de investigadores, con colaboración ciudadana, analizara las partículas que nos llegaron. Ahora sabemos qué ocurrió




La calima es un fenómeno habitual en Canarias y tiende a aumentar su frecuencia en la península Ibérica. Sin embargo, la aparición masiva de polvo en suspensión procedente del Sáhara protagonizó un episodio insólito en marzo de 2022. El aire se volvió irrespirable en toda España durante varios días y un manto polvoriento cubrió las calles de casi todas las ciudades, incluyendo las del norte. De hecho, el fenómeno alcanzó a varios países Europa Occidental. Acababa de empezar la guerra de Ucrania y los cielos anaranjados parecían ofrecer una señal más de la llegada del Apocalipsis.

En Francia, aún menos acostumbrados que aquí, la invasión de polvo despertó temores históricos. Las primeras pruebas nucleares francesas tuvieron lugar en la década de 1960 en la región de Reggane, al sur de Argelia, en pleno desierto del Sáhara. De hecho, la antigua colonia aún se queja de las consecuencias, pide indemnizaciones y ayuda para la descontaminación. ¿Procedía la calima justo de esta zona? ¿La atmósfera podría estar devolviendo a Europa restos de radiactividad? Esa sospecha, unida al fenómeno excepcional que se vivía en aquellos días, permitió alumbrar una idea: los científicos estaban ante una oportunidad única para analizar qué aire respiramos cuando procede del desierto, pero necesitaban la colaboración de los ciudadanos.

El tiempo apremiaba. La propuesta partió de Olivier Evrard, investigador del Laboratorio de Ciencias del Clima y el Ambiente (LSCE, por sus siglas francesas), pero encontró un aliado fundamental en su colega Germán Orizaola, biólogo del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB, centro del CSIC, la Universidad de Oviedo y el Principado de Asturias). Juntos pidieron ayuda en redes sociales: quien estuviera interesado en colaborar con la ciencia, solo tenía que recoger 10 gramos del polvo que se estaba depositando en los coches, las aceras o los balcones. Era importante contar con muchas muestras de diferentes localizaciones geográficas y la respuesta fue un éxito abrumador. Casi tres años después, los investigadores acaban de publicar los resultados en la revista científica Science Advances. ¿Respiramos material radiactivo aquellos días?


Satélites y polvo en bolsitas

La respuesta corta es que sí, pero la respuesta larga es mucho más interesante y sorprendente. Los análisis de los investigadores revelan que, en efecto, la intrusión de polvo sahariano de marzo de 2022 procedía de la zona en que Francia realizó sus pruebas nucleares. Sin embargo, la radiactividad de estas partículas no deriva de las bombas francesas, sino de otras pruebas nucleares que EEUU y la URSS llevaron a cabo en diversas partes del mundo y que el paso de las décadas ha dispersado en diminutas cantidades por todo el planeta. De hecho, la buena noticia es que los niveles de radiactividad encontrados en las muestras resultan insignificantes y no suponen un peligro para la salud, ya que son más bajos que el umbral de radiactividad natural que establece la Unión Europea en alimentos.

placeholderAlgunas de las muestras que recibieron los investigadores. (Cedida)
Algunas de las muestras que recibieron los investigadores. (Cedida)

Germán Orizaola, que lleva años investigando cómo se recupera la vida en los alrededores de la central de Chernóbil tras el accidente de 1986, destaca el valor de un muestreo inédito. La calima de marzo de 2022 fue "de los más espectacular" que hemos vivido en la península, con una intensidad nunca vista "incluso aquí, en el norte", comenta desde Oviedo en declaraciones a El Confidencial. Por eso, jamás se había hecho un estudio como este. Las irrupciones de polvo sahariano suelen estar muy restringidas a zonas concretas o ser muy moderadas, pero gracias a la colaboración ciudadana —desde particulares a colegios e institutos— se han podido analizar 110 muestras procedentes de varios puntos de Europa, la inmensa mayoría de España (80).

La primera gran pregunta era de dónde venía el polvo, una cuestión que no es tan sencilla como parece. "Hay varias zonas en las que se generan este tipo de tormentas, pero los suelos de cada una tienen una composición mineral distinta", explica. La identificación de un tipo de arcilla conocida como palygorskita en una proporción muy alta, típica del enclave argelino donde se llevaron a cabo los ensayos nucleares, ya era una pista fundamental. El análisis de las imágenes de satélite del programa Copérnico y una serie de simulaciones sobre la posible trayectoria de la nube polvorienta que cubrió Europa confirmaron esa procedencia.


placeholderImagen satelital del desplazamiento del polvo sahariano en el norte de la península Ibérica en marzo de 2022. (Cedida)
Imagen satelital del desplazamiento del polvo sahariano en el norte de la península Ibérica en marzo de 2022. (Cedida)

A partir de ahí, la segunda incógnita importante era la radiactividad. Al medir los isótopos de plutonio y cesio, los científicos comprobaron que las cantidades eran mínimas. "Son tan pequeñas que necesitamos un día entero para que nuestros análisis, hechos en un laboratorio subterráneo para evitar otras posibles contaminaciones, detectaran el plutonio", explica el experto. De hecho, tras ese estudio del Spiez Laboratory de Suiza, calcularon qué cantidad de material radiactivo podría haber estado disuelta en el aire y cuánto podría haber respirado una persona: "Lo que nos sale es 100 millones de veces menor que lo que se considera de riesgo".


El rastro de la Guerra Fría

En este sentido, el investigador de la Universidad de Oviedo recuerda que, en realidad, "todo es radiactivo". Nosotros mismos o los alimentos que ingerimos irradian cierta radiactividad natural. Si utilizamos instrumentos precisos, "nunca pone cero". En cualquier caso, las cantidades que detectaron en el polvo del Sáhara son tan pequeñas que no tienen ninguna consecuencia para la salud. Cualquiera de nuestros suelos, en la península Ibérica, podría dar valores similares o más elevados.


placeholderEl investigador de la Universidad de Oviedo, ante una muestra. (Cedida)
El investigador de la Universidad de Oviedo, ante una muestra. (Cedida)

Sin embargo, eso no quiere decir que la calima no trajera restos de pruebas nucleares. Lo sorprendente es que no fueron las esperadas. En las muestras analizadas, los investigadores no encontraron ni rastro de las cuatro bombas detonadas en superficie y las 13 subterráneas de la década de 1960 en el sur de Argelia. "Cada país utiliza un combustible ligeramente distinto", explica el experto. Aunque esa información es secreta, los científicos conocen los elementos empleados a partir de sedimentos depositados en aquella época y "lo que hemos visto se corresponde con el tipo de señal que recorre el mundo asociado a los centenares de pruebas de EEUU y soviéticas, incluso de lo que se pudo liberar en el accidente de Chernóbil".

Vientos y corrientes distribuyen esos residuos radioactivos por el planeta. Las cantidades son insignificantes, pero habitualmente se toman como referencia en estudios científicos para medir otro tipo de cosas, por ejemplo, la erosión de los suelos. "Como sabemos la tasa de depósito de esos materiales, en función de que haya más o menos, deducimos posibles cambios", apunta el científico. Si las partículas hubieran procedido de otro lugar, los resultados no serían muy distintos en cuanto a cantidades, aunque los compuestos, probablemente, habrían sido distintos.


placeholderPolvo del Sáhara. (Cedida)
Polvo del Sáhara. (Cedida)

En cualquier caso, resulta más que curioso que en las muestras no haya rastros de las pruebas nucleares francesas a pesar de que proceden del lugar en el que se realizaron. Los autores creen que puede haber varias explicaciones. "Hay que tener en cuenta que ya hace más de 60 años y que la vida media del cesio son 30, así que probablemente solo queden cantidades muy pequeñas", señala el investigador de la Universidad de Oviedo. Con respecto al plutonio, es probable que queden "partículas individuales distribuidas de manera heterogénea" y, ante un fenómeno de este tipo, "la probabilidad de que el polvo las traiga a un nivel detectable es baja".


Una experiencia científica singular

De toda esta experiencia, Germán Orizaola cree que se pueden extraer varias conclusiones. La primera es, precisamente, que la simple lógica no sirve de nada. "Una tormenta de arena no tiene por qué traernos material radiactivo, aunque proceda de una zona donde se han hecho pruebas nucleares, las hipótesis hay que comprobarlas", señala. La segunda es que para hacerlo es imprescindible una inversión pública en ciencia que apueste por herramientas como los satélites y las universidades, sobre todo cuando se tratan cuestiones de salud pública.

Y la tercera, que la participación ciudadana, hoy en día, es un recurso muy valioso para la investigación. "A la gente le interesa la ciencia, es increíble que dedicaran su tiempo a recoger muestras para mandárnoslas en una bolsita", comenta. La primera que les llegó fue de la madre de este investigador, pero la inmensa mayoría fueron de desconocidos que se enteraron por las redes sociales o los medios de comunicación. Ahora, recibirán una carta de agradecimiento en la que los investigadores les explicarán su laborioso trabajo, por qué han tardado casi tres años en tener resultados, y qué significan.