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Así era la nube de basura espacial que había en la Tierra en 2013.
(NASA/JSC)
Las megaconstelaciones de satélites como Starlink o Kuiper están liberando metales al desintegrarse en la atmósfera, alterando su composición química de forma imprevisible
Hemos conseguido tapar el agujero en la capa de ozono que se descubrió en la década de 1980 mediante la prohibición de sustancias que lo destruían, como los clorofluorocarbonos (CFC). Sin embargo, podríamos estar creando involuntariamente un nuevo desastre atmosférico al emplear la atmósfera superior para deshacernos de las enormes constelaciones de satélites tras una vida útil muy corta. Unos 5 años.
Según un nuevo artículo de Leonard Schulz, de la Universidad Técnica de Braunschweig, y otros autores, el material procedente de satélites que se queman en la atmósfera, especialmente los metales de transición, podría tener consecuencias imprevistas en la química atmosférica, y ahora somos el mayor contribuyente de algunos de esos elementos.
La Tierra tiene abundante material disperso por su atmósfera superior provocada por meteoritos que se queman. De hecho, incluso ahora, según el artículo, la masa total de material inyectado en la atmósfera procedente de cohetes y satélites es solo aproximadamente el 7% de la masa de meteoros que impactan contra la Tierra anualmente. Sin embargo, dado que los cohetes y satélites están compuestos principalmente de metales, mientras que los meteoros están compuestos principalmente de silicatos, la cantidad de metal que inyectamos en la atmósfera es alrededor del 16% de la de causas naturales.
Puede que no parezca mucho, pero para algunos elementos concretos es mucho, mucho mayor. En 2015, las fuentes antropogénicas (es decir, de origen humano) eran el mayor contribuyente de 18 elementos diferentes en la atmósfera. En 2024 esa cifra saltó a 24 elementos diferentes. Esta cifra podría crecer hasta 30 elementos diferentes que han aumentado drásticamente sus niveles en la atmósfera por nuestra intervención.
Algunos de esos elementos son relativamente comunes en la propia Tierra —como el litio y el estaño— y no deberían tener ningún impacto importante en la atmósfera. Sin embargo, algunos son metales de transición, bien conocidos por su actividad catalítica. Su presencia aumentada en la atmósfera podría provocar reacciones que podrían tener impactos devastadores en la química atmosférica en general. Estos elementos incluyen varios que son fundamentales para la construcción de naves espaciales, como el cobre (cableado/trazas de placas de circuito impreso) y el titanio (soportes estructurales).
Según los cálculos del artículo, las inyecciones de esos elementos se han duplicado holgadamente en los últimos 10 años, principalmente debido a la llegada de megaconstelaciones de satélites como Starlink y Kuiper. Los satélites de estas constelaciones están diseñados intencionadamente para desintegrarse tras unos años quemándose en la atmósfera. Aunque esto podría resolver el problema de que la chatarra espacial abandonada se convierta en proyectiles peligrosos (mediante el síndrome de Kessler), también genera un problema al alterar la química de la atmósfera.
El Dr. Schulz y sus coautores estiman que existen tres formas diferentes en las que estos residuos espaciales pueden afectar al medio ambiente. La primera es actuando directamente como catalizador de reacciones que destruyen el ozono, de forma muy parecida a como lo hicieron los CFC en las décadas de 1970 y 1980. La siguiente sería actuar como semillas para la formación de nubes, alterando cómo se forman las nubes en determinadas partes de la atmósfera, lo que a su vez puede afectar drásticamente a los patrones meteorológicos más abajo. Un tercer riesgo serían los efectos radiativos de las partículas en la atmósfera. Podrían reflejar o atrapar el calor del Sol, enfriando o calentando la atmósfera de formas imprevisibles. De hecho, una versión de esto es uno de los desafíos de geoingeniería que se plantea como posible solución al cambio climático.
Pero el hecho es que aún no comprendemos lo suficientemente bien qué impacto tendrán estos elementos en la atmósfera. Nadie ha estudiado cómo el titanio puede catalizar el agotamiento del ozono, o si el litio reflejaría la luz solar cuando se deje flotar en la estratosfera. Como señalan los autores del artículo, necesitamos comprender absolutamente estos impactos si planeamos utilizar megaconstelaciones de satélites a largo plazo, especialmente si la vida útil de sus componentes individuales es de solo cinco años. Queda por ver si los investigadores recibirán financiación para ese esfuerzo, pero, dado que ya lo hemos visto suceder con otros productos químicos, quizá sea una buena idea que nos adelantemos al problema esta vez.
Este artículo fue publicado originalmente en Universe Today. Puedes leer el artículo original en inglés aquí.